puré de patatas y la rebelión de las supermodelos

sábado, 31 mayo 2008. Mi suegra nos dice que la ayudemos a ordenar el salón. El salón es un jardín cubierto de nieve. Cuando entramos, vemos que la nieve es en realidad puré de patatas. Los muebles y la ropa que hay amontonada sobre sillas y mesas, están cubiertas de puré muy cremoso. Alberto y yo nos ponemos mano a la obra sin rechistar. Metemos todos los muebles dentro de casa, apilamos la ropa sobre la mesa. Cuando creemos que todo el trabajo está hecho, la madre de Alberto nos dice que no hemos regado.
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Tengo delante de mí, sobre la mesa, varias libretas ordenadas por tamaño. Joan está sentado frente a mí. Me da vergüenza que me vea hacer una lista de las cosas que he hecho en el día, no por lo que he hecho, sino por el hecho de hacer listas. Del respaldo de su silla cuelga un sombrero de tela. En el ala lleva un broche-mp3. Joan lo aprieta y empieza a sonar Today de los Smashing Pumpkins. Joan se levanta y pienso que debo aprovechar para hacer mi lista sin que me vea, pero me echo a llorar. Ahora, toda mi preocupación es que, cuando vuelva, no entienda que esa canción me haga llorar.
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Me despierto feliz, de un salto, como en un anuncio de cereales. A mi lado hay tumbada una chica rubia guapísima. La beso en la cadera y no comprendo cómo una chica que está tan buena sea mi novia. Al verme en un espejo, veo que llevo una peluca de pelo rizado negro y un sombrero morado. No reconozco mi cuerpo, pero estoy encantada porque pienso que ahora estoy aún más buena que la chica de la cama. En el cuarto de baño hay macetas enormes, pero ninguna pieza de baño. Pienso en si tendré que subir a una de esas macetas para orinar. Desde la rendija de la puerta veo que Joan se ha levantado y entra en la cocina. No quiero que me vea sin duchar así que salgo al jardín, que es el de la casa de mi abuela. Allí hay un montón de chicas que parecen modelos, peleando por dónde pasarán la tarde. Cada una lleva un billete de avión en la mano. Cuando una dice Ibiza, otra dice Montecarlo y otra Venecia. Les digo que cada una se vaya donde quiera, pero que por la noche deben tomar todas el mismo vuelo para llegar a tiempo al hotel. Una de ellas me pregunta cómo he tenido tiempo de arreglarme. Le respondo que acabo de levantarme y que eso que llevo es el pijama. Pues cúbrete, dice, y me da un bolso enorme que aprieto contra mi cuerpo.

dos cervezas

viernes, 30 mayo 2008. Bajo por calle Fernando el católico con Alberto. Han tirado la tintorería y ahora hay un solar. Hace frío. Al meterme las manos en los bolsillos, noto que llevo en cada uno una cerveza de litro. ¿Llevas abrebotellas? No, responde.

cartera roja

jueves, 29 mayo 2008. Me mandan pintar una cartera de rojo. Al principio lo hago con mucho esmero. Al cabo de un rato, doy brochazos grandes. La cartera tiene dos cortinas y, en el lugar de la cremallera veo lomos de libros de la editorial Alianza. Los pinto también de rojo. Mientras pinto, van sucediéndose épocas. Empecé a pintarla en el siglo XVIII y ahora estoy en el XXI, en la habitación de mi hermana. Mientras pinto, mi hermana lee en voz alta, como una autómata, la lista de la compra. Mi prima Cristina entra en ese momento, se sienta mi lado y dice que está harta de que todo el mundo crea que no sabe hacer nada. Mi madre también entra y me quita la cartera de las manos. Le pregunto si hay aguarrás. No dice nada, se ríe.

sopa

miércoles, 28 mayo 2008. Una mujer tira al suelo una olla de sopa de fideos que inmediatamente inunda la casa. Dice que sólo así sabe si habrá para todos. La recoge con la fregona y, según la va estrujando en el escurridor del cubo, va contando: Sopa para uno, sopa para dos, sopa para tres...

nube mala

martes, 27 mayo 2008. Encima de la casa de Ayllón hay una nube. En toda la calle, sólo llueve sobre su casa.

el efecto byrne

lunes, 26 mayo 2008. Corro para coger un bus que debe llevarme al aeropuerto. Hay varios aparcados y según me acerco, van cerrando la puerta. Entro en uno por los pelos. Dentro hay sólo tres personas. El bus se desvía y nos lleva a una nave industrial. Nos dicen que bajemos que muy malos modos y nos encierran en una habitación con muebles rojos. Delante del sofá hay una ventana. El sofá tiene mandos. Pienso que es una prueba que debemos superar. Le doy a los mandos para ver qué combinación abre la ventana. Los otros tres pasajeros no me ayudan, se tumban en la cama como si nada y leen revistas. Después de un rato buscando cómo salir de allí, consigo abrir la ventana y aparece otro espacio. Es geométrico con escaleras de chapón muy finas. Avanzo a cuatro patas y noto como van rompiéndose detrás de mí. Un hombre que se parece a Antonio Banderas abre la siguiente ventana. Se ve una calle llena de personas atareadas disfrazándose. Cuatro de ellas son esqueletos y se van pegando trozos de músculo, piel y ropa, hasta quedar disfrazados de humanos. El hombre me dice que me prepare, porque ahora me toca demostrar lo que soy capaz de hacer. Me pregunta si he notado el efecto Byrne. Le digo que si lo dice por los esqueletos, no me han asustado lo más mínimo.
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Estoy sentada en la calle hablando con mi tía Encarna. Ella habla en francés todo el tiempo, yo le respondo en español. Dice que el francés lo aprendió en Colombia, donde vivió diecisiete años. Yo sé que es mentira, pero no la contradigo. Un chico que se parece a Enrique de Inglaterra me cuenta, también en Francés, una historia sobre una prima suya que han pillado besándose con su novio. Ha salido su foto en todas las revistas, dice. Veo pasar a un hombre calvo con una trenza larguísima. Hay muchos monos, dice el chico. Pienso que en qué haré si mi tía me obliga a casarme con él.

arcón divino

domingo, 25 mayo 2008. Papá trae a casa un arcón de madero enorme. Lo coloca sobre una estantería muy endeble. Dice que lo ha heredado de un pintor que admiraba mucho y que, sin duda, ahora podrá demostrar la existencia de Dios. Le digo que no pierda el tiempo conmigo.

Mir

sábado, 24 mayo 2008. Un niño me enseña un molde de su antebrazo hecho en plata. Cuando lo cojo, se deshace. Paco Mir, el del Tricicle, se acerca a nosotros. Lo saludo y se lo presento al niño. Mir se sorprende y alegra tanto de que lo haya reconocido que me pide que me case con él.

camilo cuadriculado

viernes, 23 mayo 2008. Alberto, Camilo y yo estamos en el sofá de mi madre. Camilo enrosca sus dos metros de altura sobre mis rodillas, como si fuese un gato. Hundo la mano en su pelo y le rasco la cabeza. Noto que tiene el cráneo cuadriculado con hilos metálicos bajo la piel, y en cada intersección lleva una ficha diminuta de plástico. Le rasco la cabeza con mucho cuidado para no arrancarle ninguna. De repente estamos en la calle, a las puertas del garaje. Un perro enorme intenta montarme por la espalda. Camilo corre para que el perro lo persiga y me deje en paz. Los dos desaparecen al final de la calle. De nuevo en casa de mi madre, trato de escribir un poema con todo lo ocurrido. Se lo enseño a Camilo orgullosa, pero me dice que no es más que la lista de la compra.

yasmina y césar

jueves, 22 mayo 2008. Yasmina, mi sobrina-nieta, está asomada a una ventana de un edificio de ladrillos. Le digo que no se mueva. Trepo por la fachada como Spiderman. Ella me echa los brazos. Una vez a salvo, la tumbo en la cama para cambiarle los pañales. No me he podido aguantar, me dice. Me sorprende que sepa hablar de repente. Entra Antonio Muñoz Quintana y le cuento que la niña ha dicho sus primeras palabras. Dile a Antonio que lo quieres mucho. La niña lo dice. Antonio se enfada muchísimo. El erizo César, que está encima de la mesa, me dice, Yo también sé hablar.

garaje francés

miércoles, 21 mayo 2008. Francis y yo rebuscamos juguetes en un garaje. Hay miles de piezas de Lego, piezas de puzzles y muñecos de plástico tipo Dunkin, pero ninguno es el que busco. Francis se pone a cantar y a bailar, de repente, la sintonía de un anuncio. Un vecino aparece en ese momento y le hace los coros. Mientras cantan se me ocurre un poema que apunto en un trozo de papel que encuentro en el suelo. Subimos a su casa. Me asomo a la calle y veo a Cocó en la acera. También la veo dentro de casa, con aspecto de fantasma. Me asusto, se ríen. Para la cena me dan a elegir entre dos sandalias de tacón, unas plateadas y otras azules. No me gusta ninguna. Busco a Alberto entre un montón de amigos de Francis que han llegado. Le digo, Tengo muchas cosas que contarte.

jeque y armario

martes, 20 mayo 2008. La hermana de Eski tiene un chiringuito en la playa. Me explica que durante la feria tiene tanto trabajo que no puede invitarme. Le explico que no me gusta la feria ni la playa, así que no se preocupe. Eski dice que yo siempre lo entiendo todo, que así da gusto. Al salir del chiringuito, hay un montón de gente a la puerta, entre ellos un hombre vestido de jeque árabe al que no saludo. Me señala con el dedo, me dice que le debo un respeto. Pienso que no es más que un presentador de la tele disfrazado. De camino a casa, lo veo todo en blanco y negro. Un hombre le da vueltas a su perro como si fuera una peonza, un ciclista se echa carreras con una moto.
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Mi madre dice que tengo que arreglarme. Me ofrece una falda diminuta de ante y una blusa con estampado setentero, de un armario repleto de ropa. Le digo que se la regalo. A mi hermana también le digo que coja lo que quiera, que no necesito nada. Me abraza y me besa. Dice que nunca le había prestado nada hasta hoy.

taxi driver

domingo, 18 mayo 2008. Mi madre y yo entramos en un taxi. No hay taxista. El taxi comienza a bajar la calle, cada vez más rápido. Yo voy sentada detrás. Le digo a mi madre que ponga el freno de mano, pero no hace nada. Mi tía Encarna se sube al taxi en marcha y conduce hasta casa. Aparca en la puerta y deja una nota al taxista en el parabrisas. Una vez arriba, le digo a mi padre que no le va a gustar nada algo que tengo que contarle.

correr

sábado, 17 mayo 2008. Vuelvo a casa de mi abuela con Iker. Cuando vamos a entrar, le digo, Estoy tan cansada que tengo ganas de correr. Corremos, subimos la cuesta que lleva a General Ibáñez. Las botas me pesan tanto que no puedo subir. Iker me empuja. Ya falta menos, dice. Le enseño la calle, le digo que quiero mostrarle cada detalle porque esa calle es mi infancia. Corremos por la calle. Cuando quiero darme cuenta, Iker no está y la calle se ha convertido en un circo ambulante, lleno de payasos con piernas larguísimas, domadores y pitonisas. No encuentro el camino para volver a casa porque han tapiado las bocacalles. Busco entre la gente a alguien conocido. Una pitonisa dice que necesito un masaje y empieza a manosearme el cuello. No sé cómo escapar de ella. Iker aparece entre la gente, le hago señas, me acerco. Está muy serio. Le pregunto por qué desapareció, si está enfadado conmigo. No dice nada. Tengo ganas de llorar. Le digo, quiero que me pegues. Él sonríe por primera vez. Genial, porque a mí me encanta pegar, dice.

dos muertos

viernes, 16 mayo 2008. Hay un fiesta en casa de Andrés y Elisa. Hay tanta gente en el portal que es imposible llegar al ascensor. Intento subir por las escaleras, pero hasta llegar allí tardo más de media hora. Todos me dicen que espere, que no suba andando. No hago caso. Las escaleras parecen de Versalles. Cada planta es un palacio decorado en un color distinto. En cada planta, la misma mujer, me pregunta si los vecinos de Elisa son panaderos. Cuando llego al último piso, no es un piso, es toda una ciudad, y la fiesta es una feria popular donde venden roscos y fritanga. Mi familia está sentada en una mesa larga en una de las aceras. Mi madre me hace señas con la mano. Pasa un coche de muertos abollado por delante. Entran en la iglesia y descargan un ataúd. Se oye que alguien canta el himno de la República. Alberto se levanta de la mesa y va hacia la iglesia. Voy tras él. Mi madre se santigua. Me asomo por una ventana muy pequeña y veo dos cuerpos en el ataúd abierto, los dos tumbados boca arriba, uno sobre el otro. El que está debajo mueve los ojos y la boca, aunque tiene el color de los muertos. Salgo a la calle con arcadas. Intento volver a la mesa donde está mi familia, pero me confundo de camino. No puedo subir una cuesta porque me fallan las piernas, me agarro al suelo arañándolo con las manos. Parece cal. Cuando estoy arriba, miro hacia abajo y vuelvo a estar donde empecé.

nexus-6

jueves, 15 mayo 2008. Estoy en un hotel. El replicante rubio de Blade runner se me acerca, dice que me ha visto hacer fotos y quiere que le enseñe. Sus amigos nos miran desde lejos. Le pregunto qué piensan de mí. Dice que me han visto en otros hoteles, que se han fijado en mí por algo de unos espejos, pero no entiendo bien a qué se refiere. Dice que mi tía Mari ha bombardeado a preguntas a uno de sus amigos para saber con quien me junto. Le digo que es muy típico de ella. Voy a subir a mi habitación por la cámara, pero en vez de eso ya estamos en un taxi camino de un café. Se va haciendo de noche. El taxista recoge a otro pasajero por el camino, pasamos de largo por varios cafés y salimos de la ciudad. Todo son bloques grises sin ventanas, parecen un decorado. Miro al replicante. Él me dice, sólo con la mirada, que todo va a ir bien.

shepard, pataki y watling

miércoles, 14 mayo 2008. Sam Shepard y yo vivimos en una habitación realquilada. En la habitación contigua vive Elsa Pataki y en el piso de abajo Leonor Watling. La dueña del piso y sus dos hijos están siempre frente a la tele comiendo pipas. Ven una película donde Pataki hace el papel de la niña que sale del pozo en The ring. Todos coincidimos en que es la peor actriz del mundo. En ese momento, Shepard me dice que se va a vivir con ella y que me deja todas sus pertenencias, entregándome una botella de vino. La dueña de la casa me dice que mejor se queda ella la botella , en pago por la habitación. Hago como que no me duele que se marche y me pongo a hablar con la hija, que sigue comiendo pipas. No son pipas, me dice, son mocos. Watling se asoma a puerta con un abrigo rojo y me dice, Ya te lo advertí.

teclado de bacon

martes, 13 mayo 2008. Joan me enseña un cómic que ha colgado en internet. El teclado es una fuente con comida. Le pido que quite la carne. Joan mete las manos y saca una loncha gigante de bacon. Así ya puedo comer y teclear, le digo.

simple

lunes, 12 mayo 2008. He terminado un libro de poemas, lo he cosido a mano. El libro es blanco, no lleva nada escrito en portada, aunque lo he titulado Simple. He quedado con Camilo para dárselo. Mientras lo espero, ojeo el libro. Dentro no hay nada escrito. Empiezo a temer que no entienda los poemas.
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Mi hermana dice que va a ducharse, pero en realidad abre el grifo de la cocina. En ese momento suena su móvil. Mi hermana se hace la loca y tengo que hablar yo. Es mi madre, desesperada, desde la consulta del médico. Dice que lleva más de seis horas esperando y no quieren recetarle no sé qué pastillas para mi espalda. Le digo que vuelva a casa cuanto antes, que aunque le dieran esas pastillas no iba a tomármelas.
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Me pruebo, a modo de falda, unas telas de estampados japoneses. Me miro en la luna de un escaparate. Le digo a Alberto que apague la luz de la calle. Sin luz, las telas cambian de color y estampado. Alberto me dice que las ve iguales.

túnicas

domingo, 11 mayo 08. Estoy en un bar con un grupo de amigos. Un hombre que hace de actor y cantante, se va acercando a las mesas. Cuando llega a la nuestra, le digo que no soporto estas pantomimas. Él me insulta. Lleva una capa negra e intenta asustarme, pero me levanto tranquilamente y me marcho. La camarera le dice a mis amigos que tenemos que irnos porque es la hora de las despedidas de soltera y tienen que adornar el local. Salimos a la calle y propongo ir a tomar un té. Cada uno saca de su bolso una túnica de gasa y nos las ponemos sobre la ropa. Caminamos con callejuelas que parecen Marruecos. Alberto va delante con Ayllón. Entran en una casa. Los demás esperamos afuera. Un chico muy joven nos dice que nos sentemos. Habla de la vida en otros países, y le pregunto si ha viajado mucho. Dice que nunca ha salido de su barrio, y me enseña una pistola. Le digo que la guarde antes de que nadie la vea y que nos ponga un té. Dice que no es un bar sino una casa particular y no sabe si habrá té. No entiendo, entonces, qué hacen tanto tiempo Alberto y Ayllón dentro de la casa.

gato encerrado

sábado, 10 mayo 08. Le digo a mi padre que por la grieta que hay en el techo puede colarse alguien. La grieta es enorme y se ve pasar gente. Me dice que no me preocupe. Me extraña que diga eso con lo maniático que es con esas cosas. Sospecho que es alguien haciéndose pasar por mi padre.

coches y jardines

viernes, 9 mayo 08. Voy hacia la Alameda de Colón con Alberto y mi padre. Veo a Camilo cruzar la calle, me vuelvo varias veces para saludarlo, pero no nos ve. Lo veo caminar de espaldas con su chaqueta amarilla de cuero. De espaldas no parece que haya nacido en Segovia, pienso.
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Voy en un coche muy pequeño con Alberto, mi padre y doña Elvira, una vecina de mi madre que murió hace muchos años. Conduce mi padre, se pierde varias veces, y al final llegamos a la azotea de un bloque en ruinas. Empieza a caminar por la fachada hacia abajo y me dice que le siga. Ato el coche a una soga y lo bajo sin esfuerzo hasta la cornisa donde me espera mi padre. Una vez allí, me dice que le cuente lo que veo. Me asomo por un ventanuco y le voy diciendo en alto: dos ollas a presión, varias escopetas, una cámara de fotos. Mi padre me pide que saque conclusiones. Aquí falsificaban dinero, le digo.
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El dormitorio de mi tía Mari está lleno de fotos en blanco y negro. Las tiene apiladas sobre la cama. Son fotos en las que aparece el asesino, me dice, y tienes que decirnos quién es. Por la ventana veo a unos hombres enormes armados con palos entrando en el jardín. Le digo a mi hermana, que es una niña, que se esconda debajo de la cama bien pegada a la pared, que yo la protegeré con mi cuerpo. No hagas ruido ni llores, oigas lo que oigas, le digo. Desde debajo de la cama, esperamos a que los hombres entren y no nos encuentren.
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Alberto conduce un coche antiguo por un jardín muy estrecho, adornado con casitas de madera tirolesas. Las esquiva todas. Llegamos a una zona de piedra donde el coche no puede dar la vuelta. Sal y dale la vuelta, me dice, como si yo tuviera la fuerza de Supermán. Volvemos al jardín, hay más casas que antes, Alberto teme que algún adorno rompa los bajos del coche. Acelera, aplasta varias casitas. Suenan igual que cuando pisas una bolsa de patatas fritas.
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Estamos viendo la tele con mi suegra. Un equipo de fútbol se despide de unas chicas. Qué amables esas chicas, venir desde tan lejos para hacerles compañía, dice la madre de Alberto. Le digo que son prostitutas. Ahora entiendo que llevaran tan poca ropa, me dice. Delante tenemos una mesa con expositor llena de alhajas. De vez en cuando, nos ofrece alguna para que nos la comamos. Alberto pide una de fresa y su madre le da un broche con una piedra roja.

pésame y mentiras

jueves, 8 mayo 08. Estoy sentada en el suelo de la terraza, poniendo a secar unos kleenex. No tengo piernas.
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Daniel lleva un abrigo tan largo que parece un personaje de Beckett. Sale de una casa en ruinas, me cojo de su brazo y nos reímos.
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Sobrevuelo un montón de cómics y álbumes antiguos, voy pasando muy rápido a menos de una cuarta. Pienso que me gustaría parar y mirarlos uno a uno.
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La madre de Ayllón llama a casa para dar el pésame por la muerte de mi tía Paqui. El pésame en cuestión es una cifra de cuatro números. Rallo la cifra en la tapa del buró de mi cuarto. La cifra es a la vez el pésame y la noticia de que acaba de morir. Mi prima Cristina, al ver la cifra que he escrito, sale de casa. Dice que tiene que avisar al resto de la familia.
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Trabajo de azafata en un supermercado, promociono una crema antimanchas para mujeres de color. Mientras explico sus características a una mujer negra guapísima, tengo la sensación de estar engañándola.

muerte naranja

miércoles, 7 mayo 08. Alberto y yo vamos en un ascensor. Pulsamos el último piso. El ascensor empieza a acelerar hasta que sale del edificio como un cohete. Nos miramos sabiendo que vamos a morir, pero de todos modos disfrutamos el paisaje. Caemos en una azotea. Sabemos que estamos muertos. En el edificio sólo hay viejos sentados en una sala de espera. Nos reciben con los brazos abiertos. En una de las habitaciones está mi tía Paqui, que murió en agosto. Tiene un cuarto bonito, está rodeada de las cosas que le gustaban cuando estaba viva. Incluso ha recuperado todo su pelo, blanco y brillante. Me dice que aún estamos a tiempo de volver de volver a la vida de los vivos. Ves ese edificio, todavía no está naranja, tenemos tiempo, dice. Me pide el número de teléfono de alguien de confianza para que venga a rescatarnos. No todo el mundo se atreve, dice. Le doy el número de Jurdi.

rapito y leoncio

martes, 6 mayo 08. Uberto Stabile está sentado en el hall de la casa de mi abuela. Los veo desde el jardín porque la puerta está abierta. Habla con alguien, se le nota muy contento. Cuando entro, veo que está hablando con Rapito, el perro de escayola que trajeron mis tías de Estepona.
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Mi prima Elisa está embarazada. Estamos en el último piso de un hotel de Nueva York. Estamos más cerca del cielo que de la tierra. ¿Y si se han equivocado, y en vez de una niña tienes un niño?, le pregunto. No pasa nada, le pondré Leoncio porque he leído que los leoncios tienen mucha suerte en la vida, responde. Sácatelo, vemos lo que es y te lo vuelven a meter, le digo.

olvidos y cristales

lunes, 5 mayo 08. He quedado con Lucas Rodríguez en el parque de Málaga. El parque es, como siempre en mis sueños, casi una selva. Puedo oír a los niños jugando en los columpios, pero la maleza no me deja verlos. Lucas llega, y a mí se me ha olvidado lo que tenía de decirle.
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Elisa dice que está enfadada conmigo porque no la asistí en el parto. Trato de explicarle que mi única máxima en la vida es no molestar.
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En la calle, con un secador de pelo, hago que ruedo una película. Algunas personas se me acercan para contarme cosas sobre Ayllón. Les digo que no saben nada de él, que yo estuve allí y sé la verdad. Alberto me llama desde lejos, me acerco a él. Mi madre está sentada en la acera y dice que si vamos a ir a rodar a Egipto tiene que comprarse ropa nueva. Mi padre aparece en escena. Dice que por fin van a operarle de los cristales que lleva incrustados en la planta del pie.
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Mi hermana pelea conmigo por una bolsa de plástico. Le digo que la vacíe y vea que casi todo lo que hay dentro es mío. Así lo hacemos. Recojo mi ropa y unos tebeos. También un vaso con agua verdosa. No sé qué hacer con todo eso, porque en realidad no quiero nada, sólo los tebeos. Entro en el que era mi cuarto. En el suelo hay un pez, una especie de lenguado muy babosos con los ojos saltones. Llamo a mi madre a gritos. El pez entra por debajo de la puerta del cuarto secreto de mi padre. Mi madre, cuando el pez saca parte de su cuerpo, lo agarra y le pide perdón antes de matarlo.

constelaciones y cucarachas

viernes, 2 mayo 08. Pedro Almodóvar sale de casa de mi abuela. Hay un montón de gente tocando su cuerpo como si fuese un santo. Cuando intento entrar en la casa, él cree que soy una admiradora más, me aprieta la cabeza contra su pecho y me besa en el pelo.
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Tiro un puñado de sal al aire. Señalo el cielo. Los granos de sal han formado constelaciones.
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Juan Pardo Vidal saca dos esculturas de los bolsillos y florecen en sus manos. Una tiene forma de col y la otra de cabeza de ajo. Después prepara sopa de pasta de papel. Agustín Calvo Galán, le dice que le ponga proteínas, y le da cuadro cucarachas ensartadas en un palo de plástico.

ofertas en interior

jueves, 1 mayo 2008. Un médico acaba de decirle a los pared de un niño que tiene cáncer y que morirá en pocos meses. La hija adolescente del matrimonio, le pregunta si ella también va a morir. ¿Tienes pitidos en los oídos y te duele al masticar?, le pregunta. Sí, dice ella. Pues tienes un tumor cerebral. La chica le da las gracias, se pone un vestido negro de lentejuelas y se marcha. Yo veo la escena, pero ellos no me ven a mí, aunque estoy entre ellos. Pienso que quiero preguntarle si mis pitidos también son a causa de un tumor, pero no le digo nada porque sé que no me ve.
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Voy por la calle detrás de un grupo de dos chicas y dos chicos muy jóvenes. Caminan cada uno por su lado, no es que vayan borrachos o desorientados, más bien caminan en una extraña coreografía. Uno de ellos se me acerca por la espalda, me acorrala contra una pared y me besa. Es muy alto y tiene que agacharse para besarme. Tiene el pelo largo y rizado. Le agarro la cabeza, metiendo las manos entre sus rizos, y tiro de él hacia arriba para que se ponga derecho. Cuando abro los ojos para mirarlo, veo que es Camilo. Me alegra saber que no me ha besado un extraño, le digo. Inmediatamente volvemos a besarnos. Su boca es enorme.
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Voy por la calle con los auriculares puestos. Voy escuchando una canción de los Beatles. Cruzo las calles sin fijarme en semáforos, me siento muy feliz. Una pareja que va en moto, me pregunta en inglés que dónde está el hospital más cercano. Le indico dibujando un plano en el aire. La sanidad en España funciona muy bien, les digo al despedirme de ellos.
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Una chica de un puesto ambulante, me pregunta si voy a ir a misa. ¿Hoy es obligatorio?, le digo. Ya decía yo que no me pegaba nada que fueras a misa, me dice. Sigo camino a casa de mi madre. Las tiendas del barrio han cambiado. Hay varias de deporte donde sólo venden trajes de judo. Me asomo por una ventana y veo que han puesto una tienda de telas. Ofertas en interior, y en banderas del Málaga, leo. También hay una tela azul con estampado de ocas. Quiero entrar en la tienda, pero no encuentro la puerta. Trepo sin dificultad por la fachada, pero cuando estoy arriba no sé bajar.

taburetes y excusas

miércoles, 30 abril 2008. Estoy en un bar, sentada con Joan, Purranki, Salvador y Francis. Las mesas y los taburetes son muy bajos y tenemos las piernas encogidas. Alberto coloca en el cristal de la puerta una cartulina roja donde ha escrito un número de teléfono. Nos reímos, como si fuera el chiste más gracioso del mundo. Vemos a Antonio cantos entrar con su novia. A pesar de que el bar está vacío, no nos ve ni nos saluda. Me sorprende mucho que lleve una gorra roja, del mismo color que la cartulina.
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He ido a la playa con mi madre y mis tías. Se han sentado muy cerca de la orilla. Yo me quedo pegada al muro del paseo marítimo. La playa está abarrotada, casi no se ve la arena. Todos llevan un colchón azul en vez de toalla. Todos llevan un bebé en los brazos. Me fijo en que cada colchón tiene un asiento para bebés, igual a los que les ponen a los carros de los supermercados. Yo llevo una toalla naranja. A mi metro cuadrado de espacio es al único que no le llega el sol. La chica que se ha tumbado a mi lado me enseña su bebé, dice que es un niño a pesar de que va vestido de rosa y veo claramente que lleva pendientes. Me levanto para marcharme. Mi madre y mis tías se acercan, no quieren que me vaya. Es que no me he depilado las piernas, les digo como excusa.
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Vuelvo a estar con mi madre y mis tías en el rellano de un edificio. Quiero estar sola, pero van pegadas a mí a cada paso que doy. Para quitármelas de encima, les digo que mi bolso se ha quedado atascado en el ascensor, entre dos pisos, y que me hagan el favor de bajar a recuperarlo. Mientras corren escaleras abajo, entro en casa. Alberto tiene unas bolsas en la mano y dice que me dé prisa. En el dormitorio la cama está sin hacer y en el cuarto de baño hay un montó de toallas húmedas tiradas en el suelo. Pienso que no tengo tiempo ni ganas de dejarlo todo ordenado antes de irme.

oso pequeño

martes, 29 abril 2008. Paseo con Juan Francisco por un pueblo que parece Edimburgo en miniatura, ya que los edificios apenas sobrepasan nuestras cabezas. Siento haber olvidado la cámara de fotos, le digo. En las calles no hay nadie y la luz blanca del sol contrasta con la negrura de las casas. Después del paseo entramos en un patio donde nos están esperando. Es un patio encalado, incluso el suelo. Me siento a descansar junto a un oso, también miniatura, que cabe en la palma de mi mano. El oso lleva sombrero. El oso y yo escarbamos la cal del suelo y me doy cuenta de que han pintado sobre la propia tierra. Juan Francisco me dice que es lo normal en estos casos.
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Llego a casa de mi abuela. Mi madre, antes de saludarme siquiera, me dice que cómo he podido salir así vestida. Entro en el dormitorio de mi tía y me miro en el espejo. Efectivamente, llevo un abrigo horrible que me queda enorme, las medias caídas y unos zapatos de tacón cuadrado feísimos. No comprendo cómo pude pensar que este iba a ser el modelo que llevaría a la boda, me digo. Me quito el abrigo. El vestido que llevo debajo es aún más feo. Busco en el armario de mi tía algo que ponerme. En el armario sólo hay ropa con estampados años 70 y, cada prenda, en vez de estar colgada o doblada, está envolviendo adornos de navidad.

polígrafo y pizza

lunes, 28 abril 2008. Estoy sentada junto a Isabel Pérez Montalbán. Está a punto de comenzar una lectura. Me pasa una nota diciéndome que va a leer también unos poemas míos. Siento mucha vergüenza. Pongo las manos sobre los folios para que no pueda leer mis poemas.
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Estoy en un bar abarrotado. Noto que alguien me agarra de la cintura y me arrastra fuera. Al ver que quienes me llevan son Odila y Pilar Martín Valverde, a quienes hace más de 20 años que no veo, le hago una seña a Alberto. Estoy muy feliz. Me sacan entre las dos a la calle y las abrazo. Les pregunto si han dado conmigo a través del blog de Agustín Calvo Galán. No dicen nada, se ríen. En ese momento llega Belén Rueda con un micrófono. Tengo una carta para ti, dice. Eres muy mona y muy simpática, pero como me saques en la tele te denuncio, le respondo. Alberto llega en ese momento y le cuento la encerrona que me han preparado Odila y Pilar. Belén Rueda me explica que no voy a salir en la tele, pero que por favor no la deje colgada y me someta, al menos, al polígrafo. Estamos delante de una ventana con tela metálica. A contraluz, veo que detrás de la tela hay una cámara. Me enfado muchísimo. Belén Rueda destapa el polígrafo, que está en la acera cubierto por una sábana, y veo un caimán enorme. Ahora métele el dedo en la boca y responde a mis preguntas, dice.
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Alberto dice que vamos a ir de visita a la nueva casa de Salud. Pienso que deberíamos llamar antes para ver si está, pero no digo nada. Entramos por unos caminos de arena que parecen no llevar a ningún sitio. Hay familias sentadas en sillas de playa que nos miran con mala cara. Cuando la playa se acaba, aparece un túnel en obras que da a la autovía. Al fondo se ven unas terrazas blancas. El camino parece largo pero lo hacemos en un segundo. Llegamos a un centro comercial. Salud está, casualmente, a punto de almorzar en una pizzería. Nos sentamos con ella. Empiezan a llegar personas que no conozco y se sientan con nosotros. Hay tanta gente a la mesa que no puedo despegar los brazos del cuerpo para comer. Desde la mesa de al lado, una familia me pregunta qué pueden pedir. Les explico que es la primera vez que como allí, pero que he oído que la especialidad es la pizza cuatro quesos. Después, les cuento la anécdota en la que estuve a punto de comerme una toalla. Se ríen. Cuando vuelvo a mi mesa, sólo está Salud y la mesa está vacía. ¿Dónde han ido todos?, le pregunto. Están todos aquí, ¿no los ves?, me responde.

locura

sábado, 26 abril 2008. Nacho Fernández ha venido a casa a arreglar algunas cosas, alicatar una pared de la terraza, poner una tubería nueva en el baño o a hacer de peluquero con mi suegra. Al ir a alicatar una pared, tiene que quitar un montón de muñecos de plástico de mi hermana. Mi hermana se enfada muchísimo cuando se los entrego en un frutero. Me encierro en el cuarto de baño, pero mi hermana me abre la puerta y dice que no me perdonará jamás. Oigo unos gritos y salgo. Mi prima Cristina le ha abierto la puerta a unos desconocidos que se pasean por la casa como si fuese suya. Tengo que echarlos de malos modos. Le digo a mi madre, desesperada, que no aguanto ni un minuto más esa locura y que me marcho. Me dice que estoy muy despeinada. Quiero despedirme de Nacho, le digo. Nacho acaba de salir para el aeropuerto, dice y corre hacia la terraza. Se asoma y le grita. Nacho, que todavía está en la acera, entra de nuevo en el portal. Mi madre y yo corremos hacia el ascensor para recibirlo. Mi madre ríe y corre como una niña, mientras que yo no puedo tirar de mis piernas.

abrazos

viernes, 25 abril 2008. Bajo calle Cristo como una sonámbula. Llevo una revista en la mano, que según me acerco a casa de mis padres, se me va rompiendo en las manos. Cuando llego a casa y se la doy a mi hermana, no queda nada.
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Bajo calle Fernando el católico en el asiento de atrás de un coche, que no lleva conductor. Veo a Marcos andando por la acera y lo saludo. Le hago señas para que me espere. Intento parar el coche con el freno de mano. Salto al asiento delantero, freno y aparco justo cuando el semáforo se pone en rojo. Paquito sale de su casa con una bata de chica celeste. Vaya pintas llevas, le digo. Él se apoya en el muro y se echa a llorar. Mi prima Elisa aparece con un cajón lleno de ropa de bebé y se lo da a su madre, que está dentro de otro cajón rodeada de golosinas. Las dos están muy contentas. ¡Sorpresa!, oigo a mis espaldas. Al volverme veo a mi abuela. Nos abrazamos y nos repetimos un millón de veces cuánto nos queremos.
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Una pareja de ancianas tienen una cocinera rusa que no habla su idioma. La comida está buenísima, le dicen con gestos. La chica rusa entiende que no sabe cocinar, entra en la cocina, rompe todo lo que encuentra a su paso. Agarra un cuchillo enorme y destroza unas tartas gigantes. Después sube al piso donde tiene su dormitorio y corta por la mitad a su marido y a su hija. Después corre al último piso, donde hay un montón de bolsas de papel. Se lanza al vacío, pero cae sobre más bolsas. Me asomo a ese vacío y descubro una imprenta clandestina. El local está lleno de maletas viejas con revistas y libros antiguos. Veo trabajar a un centenar de mujeres, ordenando y encuadernando papeles. Ni rastro de la chica rusa.
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Estoy en La chancla tomando café. Veo a Jurdi pagando al camarero en una mesa cercana. Me acerco a saludarlo. Parece que hace mucho que no nos vemos. Estás muy guapa, me dice. El otro día vi a tu hermano, le digo refiriéndome al sueño anterior donde veía a Marcos por la calle. No dice nada. Nos abrazamos.