apellidos

sábado, 28 febrero 2009. Blanco y yo estamos sentados en el suelo, frente a frente. Una chica le trae dos botellas de gaseosa, a mí una de agua. Como si leyera mis pensamientos, me dice que ya hemos bebido suficiente alcohol. ¿Te acuerdas de tus compañeros de instituto?, pregunta. Le digo que he olvidado algunos nombres. Blanco hace una lista: Hurtado, Sissí, Zorrilla, Jurdao, Farfán, Aumesquet. La rubia que se sentaba al fondo estaba muy buena, dice. No entiendo cómo puede saber esas cosas porque él no estudió conmigo. Recuerdo a un chico, Carlos, se rompió los dos brazos a la vez y aun así seguía usando la moto, pero no recuerdo su apellido, le digo. Carlos dejó de hablarme y a veces, todavía, me acuerdo de él, le digo. Blanco se acerca para darme un beso, pero quito la cara.

cuchara

viernes, 27 febrero 2009. Paso por delante de un bar con paredes de cristal. Saludo a Camilo, pero no me ve. Me despierto, pienso que ha sido un sueño. Camilo está durmiendo a mi lado.
+
Una chica con aire años 20 me regala una horquilla plateada. La horquilla lleva varios adornos. Dice que así, cuando los mire, cada uno me traerá un recuerdo de ese viaje. Entre los cuatro o cinco adornos hay una cuchara.
+
Comparto mesa con tres desconocidos en un restaurante. Casi no probamos la comida. Tampoco hablamos. Una camarera nos da a elegir qué plato queremos llevarnos en un Tupper. El hombre canoso que tengo delante dice que se llevará el postre para su madre. A la salida venden planos de la ciudad y tebeos Pumby. Con los tebeos regalan un marcapáginas con la figura de Pumby. Rebusco alguna moneda en los bolsillos para comprarle uno a Héctor. Nada. Tampoco puedo comprar un plano de la ciudad. No sé donde estoy, no sé cómo voy a volver a casa.

carril bus

jueves, 26 febrero 2009. La cocina de mi madre está manga por hombro. Intento preparar una pastela. A la mesa me esperan más de diez comensales.
+
Juan Pardo Vidal está de pie en una parada de bus. Lo miro desde el final de la calle. Nos miramos, nos reímos.
+
Alberto, Salvador y yo hemos vuelto de la playa y estamos echados en un colchón. Por la ventana vemos a Cantos, está en un banco mirando una revista porno. Me llama la atención que lo haga en plena calle mientras pasa gente a su lado. Alberto dice que, según las estadísticas, un individuo tan primitivo es más interesante para los científicos. Hundo la cabeza entre las sábanas para que no noten que estoy llorando. Salvador me pregunta la hora, tengo los ojos llenos de lágrimas y no puedo verla. Me besa para consolarme.
+
En una tasca, oigo una conversación sobre carreteras cortadas por la nieve. Cuando me vuelvo, veo salir al escritor Chivite. Mide más de dos metros.
+
En el salón de la casa de mis padres hay una moto que debo limpiar de barro. Llevo una mochila que expulsa agua a presión. Después intento tender los trapos con los que la he secado, pero el tendedero sale de ventana en vertical, hacia el cielo.

juano y daniel

miércoles, 25 febrero 2009. Juano conduce. Yo voy en el asiento de atrás. Dice que tiene una cámara nueva que hace fotos en sepia sin necesidad de virarlas en el laboratorio. Y no sólo eso, dice entusiasmado, también sales ya disfrazado de época. Le digo que podemos hacernos fotos en la playa y seguro que salímos vestidos con bañadores antiguos. Se ríe tanto que suelta las manos del volante.
+
Al llegar a casa veo que en el pasillo hay una grieta en el techo por donde sale un chorro de agua. Daniel ha puesto un cubo debajo. No me saluda siquiera. Siento una tristeza enorme y salgo a llorar a la terraza. Si él supiera el trabajo que me ha costado llegar hasta aquí, pienso. Subo a hablar con las vecinas, le digo. Una familia enseña el piso para venderlo. Pregunto por las dos ancianas que vivían allí. Murieron. Todos bajan a ver la grieta, pero mi casa se ha convertido en un huerto enorme. Daniel cierra la puerta de su cuarto y pide que no lo molestemos porque tiene que estudiar. Recuerdo entonces que yo también me examino de Macroeconomía y ni siquiera tengo los apuntes.

bellotas virtuales

martes, 24 febrero 2009. No sé si voy en una atracción de feria o es un juego de realidad virtual. Desde donde estoy, suspendida en el aire, veo copas de árboles y bellotas gigantes que me caen en la cabeza y debo ir sorteando.

ci-fi

lunes, 23 febrero 2009. Microbús destartalado. Un pasajero extravagante, antes de bajar, se presenta quitándose el sombrero. Me llamo Carl, dice. Antes de entrar a una especie de museo, dejo un cesto con manzanas en el armario donde guardan las fregonas. Nos hacen subir por una escalera muy estrecha. Los guías dicen que el recorrido será en un único sentido y que a nadie se le ocurra siquiera volver la cabeza. Salgo de la fila para decirles que me he dejado el cesto a la entrada. Los guías se miran y niegan con la cabeza. Les explico que si no recojo el cesto las manzanas se pudrirán. Me empujan hacia la escalera, pero mientras todos suben, mis peldaños bajan. Intento seguirlos, pero no puedo. Bajo hasta un sótano lleno de habitaciones separadas por paredes de cristal. Mi habitación me recuerda a la de Freud que vi en Viena. En la habitación de al lado, un chico sale de debajo de un montón de mantas. Le pregunto dónde estamos. Escribe algo en un papel y me lo enseña: "Nadie nunca ha podido salir de aquí".

tubo

domingo, 22 febrero 2009. Algo me molesta en la garganta, tiro con las dos manos, pero me duele. Intento cortar con una tijera el trozo que he conseguido sacar fuera de la boca. Me duele mucho. Doy un tirón seco con todas mis fuerzas. En el suelo, un tubo fino ensangrentado de medio metro.

caja tonta

sábado, 21 febrero 2009. Pilar Rubio, de "Sé lo que hicisteis", y yo llegamos a un hotel donde hay una fiesta. Me agarra de la cintura y me cuenta que acaba de recibir un sms de un chico muy joven que quiere pasar la noche con ella. Nos reímos. Justo antes de entrar se me cae algo. Es una pierna de aquella muñeca de trapo que hice en el colegio. La guardo en el bolso. A Pilar la saluda todo el mundo con admiración, yo me siento incómoda a su lado. Una vez en la fiesta se pone triste de repente porque el chico joven no está. Veo a Laura Picazo vestida de mimo sobre una columna y sospecho que su hermano también debe de andar por allí. Lo veo al fondo trajeado, justo como lo imaginaba. No sé cómo acercarme a él después de tantos años. Un chico me ofrece una copa, y pienso que es el amigo de Pilar Rubio. Me acerco al hermano de Laura que, según va hablando, envejece y se escarcha hasta congelarse. Cuando está completamente congelado, pienso que no era él.
+
Jordi Hurtado, de "Saber y ganar", como si tuviera que consolarme por algo, dice que soy joven y guapa, que tengo toda la vida por delante, no como él. Tienes dos hijas que cuidarán de ti, tu vida será mejor que la mía, aunque no me arrepiento de no haber querido tener hijos, le digo. Mientras hablamos, pincho con un alfiler bolsas de aire bajo el papel pintado. Mi abuela pasa cerca de nosotros y se le caen dos crías de pájaro al suelo. Los pájaros se me suben al pecho y me manchan la camiseta. Subo a cambiarme. Temo que mientras estoy arriba Hurtado se marche y me quede sin nadie con quien hablar.

andén

jueves, 19 febrero 2009. Al entrar en la estación del Cercanías me quedo dormida de pie. Pierdo el tren y me siento en el suelo a esperar el siguiente. Un grupo de cien policías ocupan una grada y se ponen a cantar. Después forman una rueda en el andén cogidos de la mano. Le pregunto a unas chicas policía para qué hacen eso. Piden menos horas de trabajo. Mi abuela también está sentada en el suelo. Me pide que la acompañe al servicio. El andén es ahora un camino de arena que lleva a un mirador desde donde veo una playa con piedras grandes y brillantes. Siento no poder bajar a coger alguna. Para volver debemos bajar por unos peldaños pegados a la pared, sin barandilla. Quiero decirle que tenga cuidado, pero la voz no me sale. Baja con la ligereza de una niña, mientras yo me quedo colgada de un brazo de uno de los peldaños sin saber cómo bajar. Desde allí la veo sentarse en un sofá, delante de la tele, feliz.

descansillo

miércoles, 18 febrero 2009. Mi hermana ha volcado una caja de bolitas de plástico de colores en el descansillo de la casa de mis padres. Empiezan a meterse por debajo de la puerta de la vecina. Intento barrerlas antes de que caigan también por la escalera. La vecina sube en ese momento y me pregunta qué ha pasado. Con ella suben varios perros que parecen hambrientos, les echo trozos de pan para que no suban. El descansillo se ha llenado de trastos viejos que también debo recoger. Entre ellos hay juguetes de cuando era niña y menaje de la casa de mi abuela. No tengo tiempo para elegir qué tirar y qué no. La vecina parece impaciente. Mi madre sale de casa en ese momento, se abraza a mí y llora desconsolada. Entre mis brazos parece una niña de 7 años.

49,300

martes, 17 febrero 2009. A ratos es un salón de actos, a ratos un restaurante de mesas corridas de madera. Creo reconocer a Eva, una niña del colegio a la que no veo desde 8º EGB. Lleva un abrigo azul a juego con un sombrero años 30. Azul Schiparelli, pienso. Eva pasa de largo. En mi mesa hay tipos barbudos con gafas, son directores de cine. Les pregunto si les molesta que les cuenten el final de la película, pero no responden. El único chico joven de la mesa me toma la cara con las manos y me da besos pequeños alrededor de la boca, como si quisiera consolarme. Una vez en la calle guío al grupo hasta la puerta de la librería Proteo. No conocen la ciudad, no saben a qué bar ir. Vamos al Village Green, les digo. Uno dice que prefiere un bar rociero donde pueda bailar. Al fijarme en él veo que es Juan Carlos, un novio que tuve con 15 años. Has adelgazado, me dice, ¿cuánto pesas? Cuarenta y nueve y medio, le digo. Aparece Andrés, la librería se transforma en una tienda de muebles. Andrés saca una agenda electrónica, pienso que apunta algo sobre los muebles, pero veo que escribe 49,500. Insisten en que me pese. Insisto en que peso lo mismo desde hace diez años. Me suben a una báscula de monedas. ¡49,300!, exclaman. Andrés dice que se va a su casa porque el Village Green no le gusta. Yo espero un poco más, por si el chico que me consolaba con besos diminutos aparece.

cajón y sal

lunes, 16 febrero 2009. Al fondo de un bar veo a Camilo de Ory. Cuando intento acercarme para saludarlo, una chica china entra con una maleta llena de baratijas y me interrumpe el paso. Camilo se arranca a cantar. Tiene una voz deliciosa. No podía imaginar que cantaras tan bien, le grito. Pero la chica china se ha puesto a aporrear la maleta como si fuera un cajón flamenco, y Camilo no puede oírme.
+
Antonio Muñoz Quintana y yo llegamos a una casa mata con jardín. La verja es verdosa y necesita pintura. Me gustan los jardines abandonados, dice Antonio. Nos abre una mujer muy guapa, secándose las manos en el delantal. Supongo que habéis venido por lo de las fotos, dice. Pasamos a la cocina. Dos niñas salen a saludar. Son muy vergonzosas. Aparece el escritor Chivite secándose el pelo con una toalla. Veo que ya conocéis a mi madre y a mis hermanas, dice. No hago ningún comentario, pero sé que no es así, que en realidad son su mujer y sus hijas. Chivite nos ofrece agua de una jarra enorme con cubitos de hielo. No tengo sed, gracias, sólo he venido por las fotos, le digo. Quiero irme de allí cuanto antes porque Antonio se ha puesto a arrancar la cal de la pared y ha hecho un agujero enorme donde se aprecian varias capas de pintura de distintos colores.

darío, clara, irina

domingo, 15 febrero 2009. En el suelo, sobre una alfombra, la cabeza de una chica se ofrece a chupar los pies de quien lo desee. Antes de que me dé tiempo a averiguar si hay truco o si lo hace por dinero, tengo que volver a clase. La clase ha empezado. Para entrar debo pedirle al profesor que se mueva, porque está sentado de espaldas justo debajo del marco de la puerta. Habla tan rápido y tan bajito que no se le entiende nada. Me siento en un pupitre, junto a Alberto. Me da un impreso para que lo firme, es de un banco. Dice que lo acaba de repartir el profesor y que lo firme cuanto antes. Pienso que es la primera vez que veo a Alberto casi asustado.
+
Parece un restaurante muy caro, sin embargo una mujer antes de sentarse a cenar se quita los zapatos sucios de arena y los coloca sobre la mesa. Los camareros, perfectamente uniformados, cuando retiran una botella de vino se beben los restos a morro. Una pareja, sentada junto a la ventana, pide que le traigan una cámara de fotos. Se la sirven en un plato de postre. Yo estoy pegada a la pared, junto a una mesa pequeña y baja, y tomo nota de todo. Una señora con sombrero se sienta a mi lado, me habla muy fuerte, quiere leerme un poema, el aliento le huele a vino. Un camarero me pregunta si el plato de jamón y queso que hay en el suelo es mío. Salgo de allí saltando por una ventana. Me arrepiento de inmediato: anochece y delante de mí hay una playa desierta donde ya empieza a llover.
+
Voy desde Salitre hasta Alcazabilla patinando sobre unos tacones altísimos. Como es de noche, pienso que cuanto menos tarde mejor. He llegado tan pronto que los bares están cerrados. No veo a ningún conocido y siento una tristeza enorme. Las aceras están llenas de huesos de aceitunas. Me doy cuenta de que llevo una bolsa de aceitunas en la mano. Me fijo en un escaparate lleno de bolsos. Los bolsos se transforman en ropa para bebés. Pienso en los hijos de mis amigos, en Darío, Clara, Irina con esa ropa puesta. La tristeza es mucho más que enorme.

examen

jueves, 12 febrero 2009. Tengo un examen, no sé a qué hora pero sé que llego tarde. Mi madre aparece con un libro de poemas para que se lo dedique a la nieta de la vecina. Le digo que no tengo tiempo. Insiste, me da un bolígrafo, el libro está mojado y es imposible escribir en él, además ya está dedicado por varias personas y no queda espacio para escribir nada. Salgo de casa y subo al vuelo en un coche de caballos. Cuando el conductor se vuelve resulta ser Manolo García, el de El último de la fila. Me pregunta si he estudiado. Le digo que no. Me fijo ahora en que todo a mi alrededor es demasiado blanco, una luz irreal en un paisaje irreal, vacío. Me bajo y huyo. Al doblar la esquina todo es normal, una calle con tráfico. Paro un taxi. No sé dónde ir, mientras lo pienso voy contando las monedas que tengo. Son monedas plateadas de aluminio, no pesan anda y no sé de qué país serán. Le digo al taxista que pare cerca de un cajero porque no tengo dinero para pagarle. El taxista está ahora sentado en el asiento de atrás, dice que puedo pagarle con tarjeta. La única tarjeta que llevo es de plástico blando y no creo que sea de ningún banco.

zach braff

miércoles, 11 febrero 2009. Estoy sentada y abrazada a alguien. Le digo que por favor no se vaya todavía. Cuando me separo un poco descubro atónita que se trata de Zach Braff.
+
Corro por la calle como si fuera a llegar tarde a una cita. Al parar en un semáforo me doy cuenta de que llevo una camisa blanca de hombre sobre la parka. En ese momento recuerdo que he olvidado ponerle a mi suegra la bandeja del desayuno. Mientras vuelvo a casa me voy quitando la camisa. Unos chicos se burlan de un mendigo, mientras camina hacia el puerto lo sigo con la mirada, como si eso pudiera protegerlo de algún modo. Entro en una oficina y me siento. Un bebé baja de una ventana recolgándose como un mono, hasta caer al suelo. Otros dos niños juegan en el suelo a intercambiarse los zapatos. Una chica le grita a alguien por teléfono que debe hace algo con su hermana porque todos sus hijos están locos y aún así sigue quedándose embarazada. La hermana entra en la habitación, son gemelas, la chica cuelga y saluda a su hermana como si no pasara nada. No sé qué hago allí.

marea

martes, 10 febrero 2009. Playa de arena. Desde lejos veo un montón de piedras. Me acerco. Son todas mis piedras. No sé cómo han llegado hasta allí. Están tan cerca de la orilla que si sube la marea me quedaré sin ellas. Mientras, Alberto está en la arena rodeado por unos gamberros. Corro hacia él para ayudarlo y cuando llego me dice que sólo son unos amigos que le están dando sombra. Miro hacia la orilla, pero mis piedras han desaparecido.

enfermos

lunes, 9 febrero 2009. Alguien me guía, como si estuviera ciega, a la cima de una colina. De allí sale una rampa con escalones anchos de piedra. A los lados, según voy bajando, veo asientos de avión ocupados por enfermos. En uno de los asientos veo recostada a mi prima Elisa, tapada hasta arriba con varias mantas. Enfermeras-azafatas reparten bandejas de comida. Qué bien que hayas venido, ahora puedes ocupar mi lugar y comerte mi cena, dice. No deseo en absoluto quedarme allí, pero lo hago porque pienso que donde ella debe estar es con su hijo. Al abrir la tapa de la bandeja, un plato de espaguetis rebosa manchándome las manos y las mantas.

300 años

domingo, 8 febrero 2009. Una librería que parece un garaje. O al revés. Cuando voy a pagar me doy cuenta de que llevo cinco libros de Vonnegut que ya tengo y un diccionario de personajes mitológicos que no me interesa nada, pero me da apuro decirle a la chica que no los quiero. Una compañera del colegio, con la que nunca tuve amistad, se me acerca muy cariñosa y me pide el teléfono para poder quedar. Me da un boli pero no pinta, me da un lápiz que se parte al intentar escribir, me da otro lápiz al que le sale la mina ardiendo. No está de dios, le digo. ¿Llevamos 300 años sin vernos y no quieres quedar?, dice. Un chico muy joven se me acerca y me dice al oído: Chivite llega el miércoles. Me pregunto si también por él habrán pasado 300 años.

hermanos

viernes, 6 febrero 2009. Marcos se come en la cocina un plato de gelatina con forma de naranja. le ofrezco una naranja de verdad que, abierta, parece una granada. Hay frutas que parecen joyas, le digo. No me hace caso. Jurdi, su hermano, entra en la cocina vestido como Jesucristo. Sin saludarme siquiera, me quita la naranja y se la come. Hablan entre ellos como si yo no existiera.

bungalow

jueves, 5 febrero 2009. Varios amigos se hospedan en bungalows. Voy recorriendo cada uno de ellos recogiendo mis cosas. Cuando llego al último, al de Pablo, me dice que me lleve también las sábanas. Esa falda tan corta no te pega nada, me dice antes de que salga por la puerta. Su comentario me entristece desproporcionadamente. Salgo con un montón de ropa en los brazos, tanta que me impide ver el camino. Cuando me quiero dar cuenta no sé dónde estoy. Ni rastro de los bungalows, sólo un camino de gravilla suelta que, al caminar, salta y se me mete en los zapatos.

apisonadora


miércoles, 4 marzo 2009. Subo por la Plaza de la Merced. Me doy cuenta de que en vez de bolso llevo una bolsa de agua caliente en la mano. Entro por una judería con casas reconstruidas que nunca había visto. Me siento en un hueco que da a un patio donde hay hombres disfrazados de moros y cristianos haciendo una pantomima de cambio de guardia. Por una parte, como estoy con los pies colgando sobre el escenario, tengo miedo de caer en cualquier momento, pero por otra siento una serenidad inmensa. De golpe he llegado a casa. Andrés está con mi familia viento en la tele un programa donde Caína está en una playa de chocolate, cubierta de chocolate de los pies a la cabeza. Sólo se le distinguen los ojos y los dientes. Saco cosas del bolso y las reparto. Algunas no sé qué son. Andrés dice que son artículos de sex-shop de muy mal gusto. Lo miro con asombro porque sólo son horquillas para el pelo. Un calzador cae al suelo con gran estruendo. Cada uno lleva lo que quiere en el bolso, me defiendo. De golpe estamos a punto de cruzar una calle. Mi hermana se adelanta porque ha visto un juguete en un escaparate y casi la atropella una apisonadora. Andrés me abraza. No puedo dejar de temblar.
+
Alberto y un chico muy joven entran sin avisar y corren las cortinas. Una luz blanca irreal llena la habitación. El chico se tumba a mi lado, me besa y me acaricia con naturalidad, casi distraído, mientras Alberto nos cuenta asombrado que Antonio Cantos está desayunando dentro del coche con una mujer mucho mayor que él. No entiendo nada, ni quién es este chico, ni qué hace en mi cama, ni por qué me despiertan con noticias tan absurdas.

helsinki

lunes, 2 febrero 2009. Mientras Elena, mi sobrina, se prueba una chaqueta de pelo de cabra, su hija duerme en mis brazos. Le pregunto cuándo tendrá oportunidad de ponerse una prenda de tanto abrigo. Cuando viva en Helsinki, dice. Prométeme que me traerás una piedra, le digo. Después le pfrezco semillas de pimiento, las comemos despacio con el miedo y la esperanza de encontrar una que haga que nos ardan los labios.
+
Alberto y yo recogemos ropa tendida que hay detrás de la cortina del dormitorio. En vez de estar sujeta con pinzas, lo está por rotuladores. Amontonamos todo sobre la cama. Oímos una conversación en la calle. Una madre no sabe dónde celebrar el cumpleaños de su hija. ¡Aquí hay sitio de sobra!, le grita Alberto. Si suben me marcho para siempre, le digo.
+
Busco un anillo hecho con cuatro conchas y una goma azul. No es bonito y además te hace daño, dice Alberto. Me lo regaló Begoña, le respondo.
+
La casa de Blanco está llena de gente. Supongo que es una fiesta, aunque más bien parece una calle muy transitada, ya que nadie habla con nadie. Se me acerca como puede y me dice que estoy demasiado delgada. La gente desaparece y la casa es ahora un patio donde varios camareros apilan cajas de botellas vacías. Hay un escaparate con sandalias de verano. Cruzo el comedor de un restaurante y salgo a una carretera sin asfaltar. Una monja me pregunta si vengo de misa. Acabo de salir de clase, le respondo. La monja me acompaña durante un tramo sin dejar de hablar. Al llegar al final de la calle le doy esquinazo. Oigo conversaciones y procuro retenerlas cerrando los ojos. Al abrirlos de nuevo, me veo reflejada en un escaparate, llevo una camiseta negra de tirantes que efectivamente me hace extremadamente delgada.

el rayo verde

domingo, 1 febrero 2009. Alberto está leyendo el periódico en la terraza de la casa de mis padres. No comprendo cómo está de espaldas al paisaje porque donde antes estaba la cuesta que lleva al Conservatorio, ahora se ve el mar. El sol está a punto de ponerse, le digo. ¡He visto el rayo verde!, grito entusiasmada. En ese momento la duquesa de Alba aparece en la terraza y sin mediar palabra se lanza por la barandilla. Me asomo muy despacio por no ver de sopetón su cuerpo estrellado en la terraza del primer piso. Ahora hay una playa, y la duquesa sale feliz con la parte de arriba del bikini en la mano. Pues sus tetas al natural no son tan feas, pienso.
+
Al entrar en el portal de la casa de mis padres me cruzo con Maripaz, una compañera del colegio con la que no tuve mucho trato. Me saluda muy sonriente y se ofrece a ayudarme a sacar la correspondencia del buzón. No entiendo nada. Efectivamente, cuando abro el buzón la mano no me cabe. Maripaz estira su brazo como un chicle y saca un buen montón de cartas que, al caer al suelo se hacen añicos como si fueran de porcelana. Recógelo rápido que viene el portero, dice. Hago un hueco con la falda, que también se estira como un chicle, y metemos todos los pedazo de papel dentro.
+
Mi suegra gira como una peonza en la cocina. El suelo está mojado y sé que va a caer tarde o temprano, pero se lo está pasando tan bien que no le digo nada. Cuando está a punto de caer, levanto los brazos hacia ella con gesto de mago y ella cae a cámara lenta. El suelo se amolda a su cuerpo como un colchón.
+
Mi madre nos guía, a mi padre y a mí, por una zona de hierba muy mullida que tiene la forma del mapa de América central. Eso es cuba, dice mi madre mirando sus apuntes, y aunque parezca que se puede llegar nadando está muy lejos. Nos tumbamos en la hierba. Le pregunto a mi padre si se siente cómodo cuando no tiene nada que hacer. No me responde, pero sé que, como yo, está pensando que ese momento feliz se acabará de un momento a otro. Mi madre dice que a partir de ahora no haremos fotos sino que dibujaremos el paisaje en un cuaderno. La veo mirar una torre de piedra y dibujar una cafetera. No digo nada. Mi padre me cuenta que, de niño, su abuelo le hacía comerse las cascarrias que se sacaba de la nariz. Mi madre interrumpe para ponernos protector solar en la cara.

deseos

viernes, 30 enero 2009. Joan acaba de regresar de un viaje. Mientras caminamos haciendo equilibrio por el borde de una fuente, me cuenta lo que ha visto y me dice que tiene un regalo para mí. Saca una moneda del bolsillo y me la entrega. La moneda está a punto de caer en la fuente, pero la agarro al vuelo. Menos mal, le digo, porque todos mis deseos están cumplidos.