orina azul y arroz negro

viernes, 30 abril 2010. Encuentro a Carmen y Enrique en la estación de autobuses. Les cuento que acabo de ver cómo robaban dos coches, que me ayuden a avisar a la policía. Nada. Les pido que me ayuden a encontrar a Alberto. Señalan un autobús. Distingo a Alberto a través de los cristales empañados, le hago señas. Nada. Juan llega con una chica de la mano. En la otra lleva a un niño de unos siete años. El niño es Agustín. Sin mediar palabra me dice adiós con la mano. No sé qué hacen todos allí. No comprendo cómo ni siquiera me da un beso. Entro en los servicios de la estación. Están muy sucios. La chica que iba de la mano de Juan, orina de pie. Me pregunto si él sabrá que es un hombre. La imito para ver si una mujer puede hacerlo de pie. Puedo, pero la sorpresa es que mi orina es azul.
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(Siesta). No veo con el ojo izquierdo. Se lo digo a los amigos pero no me toman en serio. Entro en una habitación de hotel muy blanca, la luz me molesta el ojo bueno. Allí se hospeda el escritor Chivite. Me observa el ojo, me lo lava con cuidado. Dice que no me preocupe, que quizá sólo sea que se me ha dormido, como cuando se duerme una pierna, dice. Aunque también puede que lo hayas perdido por tantos dolores de cabeza, pero de todos modos creo que puede ser reversible, dice en tono muy profesional. Tenemos que ir urgentemente al hospital, haz la maleta, dice. Hay dos maletas sobre la cama, una con ropa, la otra llena de libretas. No tenemos bolígrafos, dice Chivite muy contrariado. Sin perder un segundo llama a recepción y pide que suban un arroz negro. De inmediato, una camarera aparece con una paella entre las manos. Sonríe exageradamente. Chivite dice que tenemos que darnos prisa. Ahora sólo tenemos que separar el arroz de la tinta, dice Chivite entusiasmado y se pone a prensar el arroz con las manos dejando caer la tinta dentro de la maleta. Lo ayudo sin mucha convicción.

hojas de hierba

miércoles, 28 abril 2010. Me obligan a escribir lo que veo desde una ventana. A cada rato vienen a ver si ya lo he escrito. Nada. No es que no quiera, es que no me gusta lo que veo, les explico. Lo que veo es a mi cuñada sentada sobre el césped, jugando con la hierba.

lengua

lunes, 26 abril 2010. Voy por la calle con Gallero. Me dice que me sienta mejor el pelo corto. Córtatelo como antes, dice. Nos despedimos, me besa, su lengua está muy dura.

lámpara

domingo, 25 abril 2010. En un escaparate hay una lámpara en dos partes. La parte de arriba es de cristal azul de forma cónica. La parte de abajo es una pantalla de cáñamo verde. Nunca me han gustado las lámparas de techo, pero a ésta la miro completamente fascinada.

kafka y barro

sábado, 24 abril 2010. Entro con unos amigos a una especie de librería-catacumba. Los libros están ordenados por nichos. Pienso que esa humedad no les irá nada bien. Lucas me dice que su libro de poemas está inencontrable porque lo ha editado con seudónimo, pero en esa librería sí lo tienen. ¿Qué seudónimo has usado? Kafka, dice.
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Camino por la acera, se hace de noche y empieza a llover de repente. Me vuelvo al escuchar un ruido muy extraño. Veo que un montón de cuerpos caen rodando por una cuesta, arrastrados por el agua. Todos se estrellan contra los muros de una iglesia. Todos agonizan cubiertos de barro.

fotocopias asador

viernes, 23 abril 2010. Bajo calle Victoria, llevo prisa, sorteo peatones. Una chica con el pelo muy corto me saluda. Al mirarla bien veo que es Ángeles que se ha cortado el pelo. Me alegro mucho de verla, le doy un abrazo. Va con una chica pelirroja que me suena. Le digo si nos hemos visto antes en algún entierro. Dice que sí con cara de pena. Le explico que no suelo acordarme de las personas que conozco en las bodas pero siempre de las que he conocido en algún entierro. Entramos en una fotocopiadora que se llama "Fotocopias Asador". Pienso que es una errata y que en realidad será "Fotocopias Amador". Ángeles saca unos documentos. Mientras el chico hace copias, su mujer asa pollos en una vitrina de cristal.

pelos y bodas

jueves, 22 abril 2010. He ido a ver a mi amiga Begoña. Está sentada en un sillón de espaldas al dormitorio de su hijo mayor. Dentro, veo a Jorge despertándolo. De la cama salen dos niños, su hijo y otro muy pequeño, en calzoncillos, con pinta de macarra que no es Álvaro, su hijo pequeño. Estamos calladas y quietas, esperando que se marchen los tres. Cuando nos quedamos solas, Begoña me cuenta que está harta de que su hijo mayor traiga amigos a dormir a casa, sobre todo a ése que es el peor de todos. Le digo que tenía razón con su pelo, que en las fotos que tengo suyas, primero tenía mucho, después casi nada y ahora ha vuelto a recuperarlo. Me caes bien, dice. En ese momento, Alberto sale de detrás del sofá y le tiende un papel. Aquí tienes la lista de psiquiatras que me pediste, le dice.
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Me pruebo vestidos de fiesta en el dormitorio. Los hay negros lisos y de rayas de colores. Los negros están hechos de bandas de goma, demasiado ajustados. Los de rayas son de punto, demasiado sport. La ropa que me pruebo va quedando en dos montones en el suelo. Un montón negro y otro montón de colorines. Cada vez que me pongo una prenda, salgo a la terraza a mirarme en un espejo enorme que hay entre los ficus. Es realmente agotador.
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Un hombre que vende baratijas junto a la Alcazaba, se acerca a nosotros y nos pregunta de qué pueblo somos. Le decimos que no somos turistas. Muy bien, dice, nunca se debe decir el pueblo del que es uno y si alguien lo adivina hay que negarlo. Le digo que yo nunca lo negaría. El hombre tira de Alberto para apartarlo de mí, se sientan en una terraza y el hombre saca dos vasitos pequeños con un líquido rosa. Reparte entre los dos vasos un sobrecito de lo que parece un medicamento y se lo toman. No deberías haberte casado con ella, dice. Mientras tanto, en segundo plano, va a celebrarse una boda. Los invitados llegan en coches de caballo. Lo raro es que los novios llegan los últimos en un coche amarillo, bastante ridículo, tirado por ponis. Una de las invitadas es Rafaela Carrá, vestida de azul eléctrico, con falda muy corta y un liguero azul a juego. Baja las escaleras y se tira al suelo haciendo una figura con su cuerpo. Todos los que están allí aplauden. Mi madre dice que este año se lleva enseñar el liguero y que ya podía ponerme yo uno para la boda que tengo en mayo. Una de mis tías, como si yo no estuviera delante, le dice a mi madre que no se esfuerce, que iré como siempre hecha un mamarracho, y después critica mi pelo. Me hago una coleta, la coleta se me queda en la mano y se la doy. Estarás contenta, le digo.

megáfono y tres besos

miércoles, 21 abril 2010. Alberto aparca el coche cerca de la casa de su madre, se sienta en la acera y habla con ella a través de un megáfono, pero no dando gritos, usándolo como si fuera un teléfono. Un gorrilla le pide dinero, Alberto le señala el megáfono como diciendo que está ocupado. El gorrilla lo insulta, le da patadas a las ruedas. Alberto sigue hablando con su madre como si nada.
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Estoy cosiendo a mano una prenda de mi hermana. Ella está de pie, callada, pero suficientemente cerca para hacerme saber que tiene prisa por que acabe. Llaman al portero. No abras, puede ser Gabriel, le digo. Gabriel fue un novio que la hizo sufrir mucho. Mientras le hablo no sólo ha abierto el portal, también la puerta de casa. Corro al cuarto de baño a cepillarme los dientes. Cuando salgo, empuñando el cepillo como si fuera un arma peligrosísima, veo que quien ha llegado es Hero, su marido, que como de costumbre me da tres besos.

museo

martes, 20 abril 2010. Visito un museo. El guía quiere que nos demos prisa. En una de las salas alguien se ha dejado una cámara de fotos. Se la doy a un vigilante que, sin mirarme, se la mete en el bolsillo. El guía dice que no me entretenga y que si quiero saber lo que es el frío suba la escalera. Arriba no hay más que una ventana con los cristales rotos. Paso los dedos por los cristales y efectivamente noto mucho frío. Bajo chorrándome por la barandilla para ir más deprisa. El resto del grupo come tarta. El guía dice que ya no queda más. En la calle todos llevan un plato con tarta, incluso los que van en coche, incluso los que van conduciendo.

poemas en madrid

como soy infatigable
por no decir más terca que una mula
os recuerdo:

viernes 23 de abril
19.00h fnac de callao, madrid
antología femenina (13 féminas 13)
"la manera de recogerse el pelo (generación blogger)"
ed. bartleby (libro + dvd)

pepo paz
david gonzález
josé ángel barrueco
patty de frutos

y las 13 poetas
no todas, pero algunas

yo sí
y tú?

paisaje con anciana

domingo, 18 abril 2010. Laura y Pateta van con sus hijos por la calle. Los saludo por no me ven. Sólo su hijo me señala y dice ¡Pocoyo! Me fijo en que llevo una falda azul eléctrico que no sé de dónde ha salido. Subo a un autocar, saludo, pero tampoco nadie parece verme. Desde la ventanilla veo pasar a Marcos, muy diligente por la calle, con una nariz roja de payaso. Le hago señas, pero tampoco me ve. El autocar da una curva cerrada y entra en un garaje particular, convertido en cuarto de estar, donde varias personas están comiendo. Una de las pasajeras dice que ella también se comería ahora mismo un plato de macarrones. Todos bajan, el conductor dice que pararemos media hora. Ya que nadie puede verme, doy una vuelta por el interior de la casa. En una vitrina veo dos copas idénticas a las que compré en una tienda de beneficencia en Edimburgo. Me gustaría contárselo a alguien, pero nadie me ve ni me escucha. Yo sí te veo, dice una anciana. La anciana está metida en una cama pero, del revés, con los pies en el lado del cabecero. Dice que las copas están en venta como todo lo demás. Dice que no hablaba con nadie desde hacía años, que todos la tratan como si ya estuviera muerta. Me pregunta por los zapatos que llevo. Son unos tacones de ante gris que jamás había visto. Le cuento que deben de ser de mi madre porque me quedan pequeños. Me los quito y se los ofrezco. Se levanta de la cama con agilidad de niña y se los prueba. Me fijo en sus ojos, los tiene vivos y brillantes. Se lo digo, le digo que seguro que fue la moza más guapa del pueblo. Se ríe mientras se pone los tacones. No haga caso, usted no va a morirse, ¿cómo va a morirse llevando esos zapatos?, le digo.

gemelo, kafka y ropa vieja

sábado, 17 abril 2010. Un chico, que se supone que es mi hermano gemelo, y yo estamos tomando el sol de la mano, pero en vez de hacer sol llueve. No abro los ojos ni le digo nada, pero me preocupa que la lluvia una nuestras manos para siempre como une con óxido un tornillo a su tuerca. También pienso que la lluvia volverá transparente mi blusa y, cuando abra los ojos, él se dará cuenta de que mis pechos son grandes.
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Intento una y otra vez, sin conseguirlo, colocar una piedra sobre la tumba de Kafka. Como el monolito acaba en punta las piedras resbalan y caen a la tierra. Hacen un sonido de goterón de aceite sobre un cubo de zinc. Me alejo de allí mirando hacia atrás, pensando que Kafka puede despertarse en cualquier momento.
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Mi suegra y dos de sus amigas están en la terraza de un café. Llevan bolsas de papel con ropa para reciclar. Me piden que las lleve al contenedor. Pero antes, dice una, mira si hay algo para ti. Cuando voy sacando la ropa, aplauden lo bien que me sentaría. Es ropa muy fea y además todas las prendas están forradas con papel de periódico.

besos al oído

viernes, 16 abril 2010. Estoy sentada ante una mesa enorme, en una sala donde va a presentarse un libro. El poeta David González llega por sorpresa, me alegro muchísimo de verlo, quiero levantarme para darle un abrazo pero alguien ha empujado la mesa y estoy atrapada entre ella y la pared. David se sube tumba sobre la mesa, se acerca, me retira el pelo de la cara y me da muchos besos pequeños en la oreja. ¡Me das besos sin ruido para no dejarme sorda!, le digo entusiasmada. Me pasaría así toda la vida, dice.
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Mi suegra quiere limpiar la casa con un utensilio extrañísimo. También quiere que saque todo lo que hay en los armarios. Dice que soy muy lenta. No le digo nada, pero estoy cansadísima porque no he dormido en varias noches. Además, como no puede andar, mientras limpio unas alfombras debo llevarla a la cuestas sobre la espalda. Veo pasar a Alberto, de niño, con una lámpara granadina en la mano. No comprendo cómo estoy viviendo con su madre si, él y yo, todavía no nos hemos conocido.

la gata ramiro

jueves, 15 abril 2010. Un grupo se sienta a mi lado en un bar. Ellas hacen punto con agujas de madera, ellos hablan de fútbol, sus hijos corren entre las mesas. Uno de ellos me habla de una revista que hace. Si tú supieras lo que se siente al publicar un libro, dice. No digo nada y sonrío. Saca unas piedras y las pone sobre la mesa como si fuera a pagar con ellas. Yo también colecciono piedras, le digo. Saco una del bolsillo. La piedra se parte en dos en la palma de mi mano.
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Ramiro, la gata que tenía en casa de mis padres, está en la terraza. Tengo que salir y la llamo para que entre. Nada. Le pongo un cuenco con agua. Nada. Junto al cuenco pongo un libro, a ver si así entra de una vez.

modelos y manguera

miércoles, 14 abril 2010. Un grupo de modelos en ropa interior hacen cola para maquillarse delante de un mostrador metálico, como el que ponen en las ferias. Me empujan hacia la cola, les digo que ni soy modelo ni he usado maquillaje en toda mi vida. Entre dos chicas me ponen un pegote rosa en cada pómulo y me dicen que lo extienda con los dedos. Más que extenderlo trato de hacerlo desaparecer. Josemari llega con una manguera y las modelos escapan entre ridículos grititos. Yo sigo allí, mirando cómo limpia el suelo de cemento. Le pregunto si me dejaría hacerlo. Me pasa la manguera y se sienta a leer un libro enorme de tapas duras. Los mostradores se han convertido en somieres con colchón, sin sábanas. Paso el agua a toda presión entre las patas.

hombres fregona

martes, 13 abril 2010. Llego a una cabaña junto a un río. Unos niños juegan con pelotas deshinchadas. Yo también llevo una en la mano. Los niños me atacan y uso la mía para defenderme. Entro en la cabaña que es como decir "casa" y ya no pueden hacerme nada. Un hombrecillo cubierto de pelo hasta los pies, parece una fregona de hierba seca, me sigue. Según avanzo por la cabaña me voy defendiendo con lo que encuentro, una escoba, una maceta, una regadera de metal. Consigo que el hombre retroceda hasta el río. Al mojarse se convierte en un hombre normal. Lo ayudo a levantarse. Me sorprende ver que es Juano. ¿Quieres un té?, dice. ¿De qué? Es té de tomate, lo recolectamos nosotros mismos. Supongo que se refiere a otros hombres fregona. De repente ya no estoy con él, estoy en un salón de actos. Todo es blanco y con formas redondeadas. Parece un decorado de ciencia ficción. Todos los que están en el salón empiezan a salir. Oigo decir a alguien que hay hombres fregona a partir del piso tres, que es imposible irse a casa. Se forman largas filas para volver a entrar al salón de actos. Trato de organizarlos, de contarles que con una manguera, por ejemplo, convertiríamos a los hombres fregona en hombres normales. Algunas chicas me siguen, incluso me abrazan y me dan ánimos, pero nadie quiere acompañarme. Desde lo alto de la escalera se les oye roncar. Ahora duermen, sería el momento perfecto para mojarlos, les digo. Pero nadie me hace caso. Se han vestido de gala y están sentados en el salón de actos, como si esperaran un gran espectáculo. A un grupo de chicos con gafas que hay sentados en el suelo les pregunto si saben cuántos hombres y cuántas mujeres trabajan en esa empresa. Dos hombres por cada mujer, me dicen después de hacer unos cálculos. Si bajan mujeres las atacarán y si bajan hombres se convertirán en fregona, dice uno de ellos. Me tumbo, pongo la oreja en el suelo para oír si siguen durmiendo. Pero sólo escucho el ruido de la fiesta en el salón de actos que, parece, ya ha comenzado.

hotel, armario, confeti y fantasmas

lunes, 12 abril 2010. Habitación de hotel, hay amigos durmiendo por el suelo y en butacas. Yo leo una revista a oscuras. En la revista hay una foto de una actriz antigua subida a un árbol. Blanco llega, se sienta en un sofá para dormir, pero antes le digo si sabe quién es la chica de la revista. Claro, tu actriz favorita, dice. Es el único que lo sabía, porque en el sueño consta que ya se lo pregunté a los demás y no tenían ni idea. De repente me siento tan feliz de que Blanco sepa la respuesta, que me tumbo en la moqueta a dormir, por fin.
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Estoy viviendo con una familia numerosa, todos los días hacen fiestas. Van vestidos estilo "La casa de la pradera". Cuando uno de ellos grita ¡Que viene el Landlord!, me esconden en un armario de puestas correderas. Alguien abre el armario y el hombre puede ver mi reflejo en el un espejo. Me tiro al suelo, intento esconderme detrás de unas botas enormes de charol.
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Barro el pasillo y la cocina de la casa de mis padres. Todo está lleno de confeti y serpentinas. Mi hermana discute con mi cuñado por una tontería. Él no dice nada, nos mira a los demás buscando ayuda. Le digo que no se preocupe, que ya debería estar acostumbrado a que mi hermana le eche la culpa de todo. Al tirar lo el confeti a la basura se convierte en trozos de revistas del corazón.
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Una mujer dibuja el plano de su casa en papel cebolla. Le pregunto si su casa es la que queda justo enfrente de la playa, sostenida por unas columnas. Dice que sí agachando la cabeza. Le digo que no se avergüence, que yo misma quise comprar esa casa, que es la casa más bonita de toda la ciudad. ¿Y al final es verdad que en ella viven fantasmas?, le pregunto.

lluvia en la despensa

domingo, 11 abril 2010. Muñoz Quintana me ayuda a poner la mesa en la cocina de la casa de mi suegra. Es una mesa grande que ocupa casi todo el espacio. Mientras busco hierbas para ponerle a la carne, Antonio abre la despensa para sacar el vino, pero sólo encuentra cubetas llenas de agua. No te preocupes, es agua de lluvia, puedes tirarla por la ventana, le digo.

bitter kas y otros viejos amigos

viernes, 9 abril 2010. Alberto y yo entramos en un bar muy cutre. Nos sorprende que esté tan lleno. Al fondo vemos a Yolanda y Joaquín, unos amigos a los que hace años que no vemos. Alberto pide una cerveza. Cuando le pido un Bitter Kas al camarero, todo el bar se calla de repente y me mira asombrado.
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He quedado con Elías, un amigo de la facultad al que hace años que no veo, para comer en la playa. Desde la cama me miro al espejo. Me ha crecido el pelo hasta la cintura. Mi madre asoma la cabeza por la puerta. Si estás pensando que estás demasiado delgada la respuesta es sí, si estás pensando en ir a la playa la respuesta es que está lloviendo, dice y se va. A través de la pared oigo a Odila, una amiga del colegio a la que hace años que no veo, hablar con su madre de la herencia de su abuela. Odila dice que le dé al menos un recuerdo. Dame el cuchillo de cocina, dame eso al menos, la oigo decir casi llorando.

chivite futbolista

jueves, 8 abril 2010. El escritor Chivite dice que se retira del fútbol. Sale del dormitorio de mis padres vestido con traje en tonos claros, muy elegante, lleva un balón en la mano. Me pregunta, muy tímidamente, si puedo hacerle un vídeo dando unos toques al balón, de recuerdo, dice. En el salón de la casa de mis padres hay varios directores de cine con cámaras enormes. Todos quieren filmarlo. Chivite da varios toques seguidos sin que el balón se le caiga. Los directores aplauden su destreza, pero lo hacen de un modo que no me gusta, casi forzados, exagerando los gestos. Chivite no se d cuenta porque mira hacia el balón concienzudamente. Allí los dejo y salgo hacia el campo. Hay mucha gente por la calle, le pregunto a unos albañiles si saben cómo va el partido. El Málaga le ha metido seis goles al Barça, dice. Saltamos juntos de alegría. Corro hacia el campo pero las gradas ya están vacías. Veo a Chivite a lo lejos, de espaldas, es fácil reconocerlo por su traje color claro. Intento alcanzarlo pero se pierde entre la gente.
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Un niño de dos años da saltos en una cama, no quiere dormir, da gritos y patadas. Mi madre tiene la cara de cansada, mi padre no hace nada por que le tiene miedo. Saco al niño del dormitorio y le digo que conmigo no juegue, que yo no soy como ellos. El niño me pide un juguete. Sólo te lo daré si prometes no gritar nunca más. El niño me abraza y dice que su juguete está detrás de la puerta. Me arrastro por el pasillo de la casa de mi abuela hasta el dormitorio que había junto al jardín. Desde detrás de las cortinas veo a una pareja, se han colado y están besándose. Procuro no hacer ruido para no molestarlos. Busco el juguete del niño, pero no lo encuentro. Al salir del dormitorio, veo que mi bolso está colgado de la puerta, por dentro, y que la pareja ha metido las manos por el postigo e intentan robármelo. Les grito que se vayan, que encima que los dejo usar el jardín intentan robarme. Me siento muy triste, el jardín empieza a elevarse sobre la calle y veo que unas mujeres gitanas los acosan para que compren romero.
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Sigo en casa de mi abuela. Sentada en la silla que había junto al teléfono negro que colgaba de la pared, detrás de la puerta de cristales color ámbar. Pienso que la luz no ha cambiado, como si supiera que esa casa ya no existe y sólo he viajado en el tiempo. Lo miro todo como si hubiera viajado en el tiempo. Espero una llamada. Un tipo me dice por teléfono que El director quiere hablar conmigo, pero que mientras me pondrá algo de música. No sé de qué director habla y no me da pie a interrumpirlo para decirle que ése no es mi teléfono, que en unos segundos volveré a mi época.

fuegos

miércoles, 7 abril 2010. Mi hermana duerme en la cama de mis padres. Todo el cuarto está revuelto. Oigo que mi padre llega e intento entretenerlo para que no vea el desorden. Le digo que los mandos de la cocina están rotos y el gas se escapa. Mi padre se agacha y acerca una cerilla para comprobarlo. Mientras repasa cada fuego me abrazo a él y le digo que tenga cuidado.

monedas mojadas

lunes, 5 abril 2010. Voy encontrando por la calle monedas de países que no existen, medallas de vírgenes y pequeñas chapas con números. Como las aceras están mojadas, tengo que secarlas sobre el pantalón. Cuando tengo un buen puñado se las doy a Darío, mi sobrino, que las mira sin saber muy bien qué hacer con ellas.

zumo de poeta y departamento astucia

domingo, 4 abril 2010. Hay grandes colas para entrar en un supermercado. La gente me arrastra hacia adentro. Le pregunto a una chica, que lleva un bebé en brazos, a qué viene tanto revuelo. Es por los zumos, han sacado nuevos sabores, dice. Me da a probar un poco en un tapón. Mandarina, le digo. La chica sonríe satisfecha. En una estantería hay sabor Vics vapor-up y sabor Poeta Góngora. En un panel explican con dibujos cómo los consiguen. Para Poeta Góngora inyectaron serrín a una polilla.
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Entro en un autobús, sólo queda un asiento al fondo. Veo a Blanco, no me reconoce, va haciendo fotos de los pasajeros. Todos van vestidos de negro. Parece una excursión de colegio. Intento leer, pero el libro que llevo en el bolso es una agenda. Antonio Soler se sienta a mi lado, quiere que se la dedique. Es sólo una agenda, le digo. Mejor. Escribo algo parecido a un poema en la primera página mientras él me habla de mi madre. Un chico se nos acerca, pregunta si iremos con ellos hasta La habana o nos bajaremos antes. Le digo que yo ya he estado y mejor me bajo. Soler envuelve la agenda en un papel de seda y desaparece.
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Parece un decorado para una película expresionista, pero en colores pastel. Esos colores lo hacen aún más siniestro, parece que quiera confundirnos. Las casas están mal colocadas, las calles no son rectas, las ventanas son cuadros con marcos en forma de trapecio, ninguno es cuadrado ni rectangular. Cada casa tiene un nombre. Nombres raros como Ojo de Buey, Taberna Dolores, Departamento Astucia, Jardín de Infancia Oblicuo. Todos los letreros están escritos en alemán. Busco Primera Casa, un hospital. Dentro no es más que una nave llena de camas metálicas. En la primera está mi suegra muy sonriente. Cuando mes ve se levanta. Puedo agacharme y ponerme sola las zapatillas, dice.

teatro español y rotuladores

sábado, 3 abril 2010. Alberto quiere ir al teatro. Me extraña. Dice que al menos una vez en la vida hay que ver teatro español. Lo dice tan entusiasmado que voy con él. Han hecho reformas y ahora el edificio es moderno. No nos gusta y además los escalones están altísimos. Para bajar al patio de butacas han puesto, incluso, unas bandas elásticas para poder entrar. Unas azafatas me las enredan en las piernas y me empujan. Caigo en puenting y las bandas elásticas me hacen subir hasta el techo. Todos aplauden. Finalmente consigo llegar a mi asiento. Todo está sucio de palomitas, gusanitos y bolsas vacías. Cuando apagan las luces todos corren a cambiarse de sitio.
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Busco una calle, pero donde debería estar hay una tienda muy antigua con señoras muy rancias mirando rollos de tela. Oigo a una de ellas decir que hay una salida en la plata de abajo. La sigo, por si es la calle que busco. Cuando estoy a punto de salir, Alberto entra en la tienda con una sonrisa enorme. Mañana no tengo que ir a trabajar y podremos ir a comprarte rotuladores, dice.

gato tenor

viernes, 2 abril 2010. Llaman a la puerta. Es Maldonado y trae un bastón de peregrino. Le digo que espere un momento. Se sienta mientras intento dibujarle algo a una bombilla con una barra de labios. He puesto un taburete de baño sobre otro de cocina. Le digo a Alberto que me sostenga porque puedo abrirme la cabeza. Se ríe y se tumba para verme mejor. Maldonado dice que estoy mucho más guapa que la última vez que nos vimos. Es porque estoy desnuda. Efectivamente estoy completamente desnuda. Caigo varias veces de los taburetes y vuelvo a subir, hasta que me rindo. Alberto dice que el coche lo tiene aparcado en la gasolinera de la playa. Lo esperamos en el paseo marítimo, sentados sobre el muro. A nuestro lado un gato toma el sol. Una pareja de ancianos se queda mirando el bastón de Maldonado y nos dicen que ni se nos ocurra darle con él al gato. El gato en ese momento se pone en pie sobre las patas traseras y empieza a cantar ópera en un perfecto italiano. Le digo a la pareja que parece que ese gato sabe defenderse solo. La pareja dice orgullosa que en casa tienen un pez que canta igual de bien.