miércoles, 22 julio 2020. Llego (tarde) a la proyección de una película en un salón de actos enorme y a oscuras. Alguien me dice que sólo hay sitio en la primera fila, me acerco, pero no me dejan pasar. Les digo que formo parte del jurado. Nada. Salgo. Camino por una calle igual de oscuras que la sala. Podrían dar miedo (incluidas algunas personas que acechan en cada esquina, pero son ellas quienes parecen temerme y se apartan. Llego a una explanada en mitad del campo. Parece una estación de metro. Alguien dice que me dé prisa y suba a la plataforma porque el metro va a salir. Se supone que no hay vagón y, aunque la plataforma no se mueva , ya estamos viajando (aunque el paisaje tampoco cambie). Van sucediéndose personajes. Entre ellos Sr. Chinarro que, como en todos los sueños, intenta cuidar de mí. Dice que su amigo tiene un plano y podrá indicarme cuál mi parada. El amigo no tiene ni idea, da vueltas al plano (me recuerda a Woody Allen haciendo de las suyas). Finalmente dice que estamos muy lejos de donde quiero ir y que no hay línea que llegue hasta allí. Pues me voy andando, le digo. No puedes, llevas zuecos de claqué. Me miro los pies. Efectivamente llevo unos zuecos (que vi antes de ayer en Natura). Una chica se acerca, al parecer se ha enterado de que era jurado y me hace la pelota para que la película de su amiga gane. Incluso se ofrece a llevarme en su coche donde yo quiera si antes nos tomamos algo. ¿Después de beber me vas a llevar en tu coche? Están todos sentados alrededor de una mesa, bebe y se ríen. Empiezo a sospechar que eso no es un vagón ni estamos moviéndonos. Intento bajar pero hay algo, como en El Ángel exterminador, que no me lo permite.