cicatriz y gorila pequeño

miércoles, 28 enero 2009. Curioseo una casa antigua y destartalada. Encuentro un pasillo estrecho, las paredes están cubiertas de trozos de cristal. Al intentar atravesarlo uno se me clava en el brazo izquierdo. Parto el cristal como lo haría un herido de flecha. Tengo una hilera vertical de esquirlas a la altura del hombro. Me las voy sacando una a una. Al hacer un montón con ellas sobre la mesa, me acuerdo de un personaje de Chivite. Como en una película veo una escena en la que ella, de niña, se clava un cristal. Nunca pudieron sacárselo. Debe de tener una cicatriz horrible, pienso. Cuando voy a limpiarme la herida ya está cerrada y tiene el aspecto de cinco caracteres chinos.
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Encuentro a Héctor y Eliezer en un aeropuerto. Han comprado cómics de Liniers. Llevan algunos tomos repetidos. La dependienta dice que donde mejor se leen es en el suelo y nos señala una zona enmoquetada. Eliezer dice que Alberto acaba de llegar y me está buscando. Héctor saca ropa de una maleta y me disfraza para que no pueda reconocerme. Salgo de todos modos y corro tras él. El suelo se va convirtiendo en una pelota de pelo cada vez más grande que no me deja avanzar.
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Mi hermana abre la puerta sin mirar antes quién es. Una cría de gorila con las uñas muy afiladas me persigue por toda la casa. Intento refugiarme en el dormitorio de mis padres y pedir ayuda por teléfono. El teléfono no funciona y el gorila ha conseguido entrar. Cuando lo tengo encima me defiendo golpeándolo con unos zapatos de mi padre que he encontrado bajo la cama.

yeti y pijama manoto

martes, 27 enero 2009. Una especie de Yeti enorme me persigue por calle Cister. Al llegar a la Plaza del obispo, les digo a tres hombres que se den prisa porque va a alcanzarlos. Los tres llevan un mono azul y no se dan ninguna prisa.
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A la puerta de Carrasquilla, la tienda que había frente a la primera casa de mis padres, han sacado un mostrador a la acera. Todos los que pasan se paran a tomar una tapa, cada uno lleva un vaso de su propia casa. Elena Matamala me pregunta si Odila tuvo hijos. Dos, le digo. ¿Y tú?, pregunta. Tengo una hija de 17 años, le respondo. Siento una vergüenza enorme porque en realidad me refería a que mi hermana tiene 17 años. En vez de darle explicaciones, me despido y desaparezco lo más rápido posible.
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Mi hermana sale de la cama con un pijama hecho jirones. Me llama la atención que el pijama sea uno que tenía yo de niña, estampado con pajaritas de papel, y que la luz de la habitación sea azulada. La escena tiene un tono irreal. Mi madre aparece con un montón de ropa recién planchada y le regaña por haberse puesto el pijama "manoto", pero no le dice nada sobre que va medio desnuda. Le hago señas para que se tape, pero parece que nadie puede verme.

vecino

sábado, 24 enero 2009. Estoy en un restaurante y mi trabajo consiste en ir por las mesas donde hay familias con bebés. Si el bebé está llorando, lo cojo en los brazos y lo duermo. No tardo más de tres segundos. Al alejarme de las mesas, siempre oigo el mismo comentario: Es la mejor durmiendo bebés.
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Mi madre me enseña el jardín de un vecino. Se ríe de que haya puesto una barbacoa justo encima de la pista de tenis. La pista no es más que un cuadrado verde de cuatro metros cuadrados. Pienso que quizá la hubiera y que han construido encima. Entramos en la casa. En el sótano hay una habitación llena de flores en tonos pastel, y una pared con un gran perchero del que cuelgan jerseys para perros. Mi madre me explica que el dueño se dedica a pasear a los perros del barrio. Aparece el dueño. Salimos a desayunar. Yo llevo la boca llena, no pido nada. Él trata con familiaridad al camarero, lo llama por su nombre. No sé qué pensar de él. Por un lado me parece muy amable, pero por otro me da la impresión de que está actuando. Intento que me caiga bien, como si fuese mi obligación pero, sin querer, lo comparo todo el tiempo con Alberto y sale perdiendo. Salimos del bar por una escalera muy empinada y muy estrecha. Una vez en la puerta, veo que estoy sola y llevo una jarra de cerveza vacía en cada mano. En la calle hay gente disfrazada que esquivo como puedo. Llego a la playa. Es de noche, distingo piedras brillantes cerca de la orilla. Uso las jarras para meter las que me parecen más bonitas. Dos chicas de uniforme negro dicen que no puedo llevarme las piedras sin pagar. Me fijo entonces en que han dibujado un cuadrado con botellas de plástico vacías y todas las piedras están dentro.

oso hormiguero

viernes, 23 enero 2009. Alguien ha pintado las paredes de rosa y los muebles de amarillo. Han dejado una paquete mal envuelto en el suelo. Temo que sea un animal pequeño y que una especie de osos hormiguero que se desplaza a saltos por la casa se lo coma. Sobre la tele hay otro paquete más pequeño que parece comida. Se lo doy al oso hormiguero y aprovecho para abrir el paquete grande con tranquilidad. Dentro hay un oso hormiguero igual, pero disecado.
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Juego con un niño pequeño junto a una ventana. La ventana está al ras del suelo. Vemos los pies de la gente que pasa e inventamos historias. Le pregunto qué es lo que más desea. Que me lleves contigo, dice. Eso no puede ser. Pues entonces una cometa con forma de botella de Fanta.

delfines

jueves, 22 enero 2009. Participo en una carrera de delfines, pero los delfines somos nosotros, los participantes. Nos atan los pies con cinta aislante y nos lanzan a una especie de acequia en cuesta que sube en espiral hasta la meta. Una vez en el agua pienso que voy a ahogarme. A los pocos metros ya estoy agotada. No sé cómo consigo salir y caigo en una calle con aceras de cemento, pero sin asfaltar. Se acercan dos personas. Antes de que puedan verme, levanto la acera como si fuera una sábana y me escondo debajo. Me quedo muy quieta, escucho sus voces, espero que se vayan. Pienso que en cualquier momento vendrá alguien a ayudarme. Comienza a amanecer, la luz atraviesa la acera y la convierte en una película blanca y cálida. No debo dormirme ahora, pienso. Alguien levanta la acera con cuidado y me palpa las piernas. No te preocupes, dice, ahora mismo te saco de aquí. Oír la voz de Iker Biguri me quedo tan relajada, que me duermo.

hielo milenario

miércoles, 21 enero 2009. Parece la típica tienda de museo, con paredes y estanterías blancas, cachivaches de porcelana y algunos dibujos enmarcados. Lo raro es que la atienden niños. Los dibujos también son infantiles. Una niña me ofrece unos pendientes, dos piedras rojas engarzadas en oro con forma de lágrima. Me empuja hacia un espejo. La veo tan ilusionada, que le digo con mucha delicadeza que son muy bonitas, pero que no soy yo de pendientes grandes. Las piedras me parecen preciosas, son de un rojo oscuro intenso, pero pienso que serían mucho más bonitas en su estado original. Como si la niña pudiera leer mis pensamientos, vacía sobre el mostrador una caja de piedras y cristales. Los cristales son blancos, transparentes y tienen forma de hueso. Me fijo en dos piedras azules. Azul iceberg, le digo asombrada. A pesar de tener aristas y parecer dos trozos de hielo, son suaves y cálidas. Tienes que decidirte, dice la niña. Pienso que me quedaré con las dos y así podré regalarle una a Chivite.

la música contada y los autos locos

martes, 20 enero 2009. Estoy rodeada de gente en el hall del teatro Cánovas para entrar a "La música contada". Procuro pegarme a la pared para que no me arrasen. Un hombre me llama la atención por su traje de lino claro. Él también me mira y se acerca. Me gustaría hacerte unas fotos, dice. Héctor Márquez llega en ese momento. Los oigo hablar entre ellos. El hombre del traje dice que mi piel es natural y maravillosa, Héctor le explica que debe de ser porque nunca me he maquillado. Hablan como si yo no estuviera. Mientras, pienso que no entiendo nada ya que mi piel está llena de pecas.
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Alberto y yo hacemos una carrera de coches. Son coches huecos, dónde sólo hay volante. A la de tres, nos lanzamos por una cuesta. Intento frenar sacando un pie, pero temo quemármelo en el asfalto ya que voy descalza. Al final de la calle veo una señal blanca, cuadrada, con un rectángulo rojo. Como no sé qué significa, aparco y espero a Alberto sentada en el bordillo de la acera.

duffufet y pokemon

lunes, 19 enero 2009. Exámenes finales. Busco los libros porque no he estudiado. Están dentro del armario revueltos entre la ropa. Cuando los abro están recortados. Voy al teléfono a llamar a Rosamari, una compañera del colegio que no veo desde niña, para que me preste los suyos, peo en ese momento llega un hombre con mono y se pone a hablar. Mi madre me hace una seña desde la cocina para que no lo moleste. En mitad del salón hay unas cuerdas colgando del techo. Me siento y me columpio mientras espero, aunque sé que ya no me dará tiempo a estudiar.
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Alberto me espera a la puerta de la casa de la abuela de Odila en un cochecito de pedales. Dice que me dé prisa y suba, pero el coche sólo tiene el armazón. Me pasa el móvil, dice que hay una llamada para mí. En la pantalla veo un girasol. Al mirar al suelo veo un paquete de tabaco de pipa. Lo cojo porque sé que dentro habrá una lata antigua de rapé. Cuando lo abro, hay buganvillas secas y caramelos de la cabalgata de reyes. Pienso que Andrés los ha perdido. El coche echa a andar y un caramelo cae al asfalto. Un niño lo recoge y yo me alegro. Acto seguido su madre lo obliga a tirarlo. La escena me entristece muchísimo.
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Estoy en una fiesta donde no conozco a nadie, así que procuro acercarme a los pocos niños que hay. Una niña dice que espera que no le pongan agua. A mí tampoco me gusta el agua, le digo. No sabe a nada, decimos a la vez y nos reímos. Hablamos de la Fanta zero y de dibujos animados. Un camarero me pide que lo acompañe, porque han traído algo para mí. Es un regalo de navidad, dice. Dos floreros muy pequeños llenos de gelatina roja. Al moverlos aparece la palabra "Big". Cuando vuelvo a mi mesa la niña no está, y en su lugar hay cuatro hombres mayores enchaquetados. Todos llevan la servilleta atada al cuello.
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Alberto quiere tomar una cerveza en la plaza del obispo. El dueño de un bar le tiende dos jarras de cervezas y hace una seña para que el camarero nos busque mesa. Nos sienta en la misma mesa que dos extranjeros rubios malencarados. No quiero estar allí, así que me bebo la cerveza de un sorbo. El camarero dice que la cerveza era gratis, pero que ahora tenemos que pedir un menú completo. Alberto pide helado y yo ensaladilla rusa. Le importa que le traiga mejor pulpo, dice. Sospecho que vamos a tener problemas. No quiero estar allí.
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Estoy sentada con mi suegra en una habitación de paredes blancas y techos muy altos. Dice que tengo que comprar limpiametales porque lo ha gastado todo en la lámpara. La lámpara, que antes era de bronce, parece pintada con Titanlux de color mantequilla. Le pregunto si no le gustaba más antes. Como se enfada muchísimo por mi comentario, ya no me atrevo a preguntarle si también ha frotado los cuadros, que ahora son una mezcla entre Dubuffet y un Pokemon.

matar al rey

domingo, 18 enero 2009. Una chica vive en el bosque, bajo un montón de ramas y hojas secas. Cuatro hombres trajeados entran en su refugio para decirle que han traído el cadáver de su hermana. Despídete de ella, dicen. Su hermana está tendida en el suelo, envuelta en una sábana.
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Antes de dormirme, Diego Medina me cuenta que se lleva muy bien con su hija Marina, hasta el punto de que planearon juntos matar al rey.
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Alberto y yo estamos esperando a Blanco. Dice que ya está listo, pero a cada rato sale por la ventana a hablar por el móvil. Blanco dice que necesita comprarse un pijama. Le digo que yo misma puedo hacérselo, que soy una experta en pijamas. Entro en una tienda de telas que ya está cerrada. A oscuras, busco entre todos los rollos pero sólo reconozco al tacto telas para fundas de colchón.

pelánganos

sábado, 17 enero 2009. Ni siquiera en el sueño tengo claro si estoy en un bar o en el vagón de un tren. Hay una mesa larga y unos metros más allá veo a Odila. Su abuela está sentada a mi lado. Le digo que su nieta está muy guapa. Dice que acaba de regresar de Miami. Pienso que no tiene ni idea porque de donde ha vuelto es de Barcelona. Pienso también que desde que vive allí viste mucho mejor. Odila lleva unas medias con dos rayas verticales a los lados de las piernas y unos zapatos de cordones preciosos. Recuerdo cuando niña siempre decía que no le gustaban sus "pelánganos". Ahora, pienso, tiene un pelo precioso. Quiero acercarme a saludarla, pero un tipo que hay a mi lado me tiene agarrada del brazo y me cuenta que ha hecho películas porno. Le digo que no me lo cuente. Dice que ahora o nunca, y que si voy a una tienda y veo su cara en las carátulas, no me enfade con él. Cuando intenta explicarme si es porno gay, le grito que me deje en paz y salgo del vagón. La calle está sucia como si hubiera habido una fiesta. Hay borrachos en los escalones. No sé bien dónde voy ni reconozco la ciudad. Un perro blanco se me acerca. Hago un gesto para retirarlo de mi camino y lo lanzo sin querer hacia un balcón. En el balcón se ha convertido en dos perros idénticos más pequeños. Al fondo de la calle veo luces y una indicación que dice "Calle de la feria". Sigo sin saber dónde estoy y pienso que tengo que darme prisa o perderé el tren.

piedra verde

viernes, 16 enero 2009. Camino hacia la playa por una calle peatonal de casas encaladas con puertas de madera pintadas de colores. En un cruce hay un móvil de Calder rodeado de cajas llenas de piedras. Pienso que alguien las ha puesto allí para mí. Busco entre todas una piedra verde, ya que nunca he visto una. Sin querer rompo el móvil. Una chica baja desde su balcón por una cuerda y lo arregla en un momento. Se vuelve a su casa sin decir nada. En ese momento me fijo y en cada ventana de cada casa hay una persona mirándome.

bragas

jueves, 15 enero 2009. Un hombre tiene un problema en las piernas. Su mujer, que debe de ser médico, lo mete en un tanque lleno de líquido con unos cables. Me extraña que a pesar de estar desnudo no le hayan quitado las gafas. El hombre se queja de que le queman las piernas. No soporto la imagen y salgo de la habitación. La mujer pulsa botones sin parar y le dice al hombre que va a morir sin sufrimiento, pero lo oigo quejarse hasta el momento justo de morir. Vuelvo a entrar y en vez de tanque hay un ataúd cerrado. La mujer explica, como lo haría ante una cámara, el proceso de la enfermedad y muerte de su marido. Se pone en cuclillas y va sacando de una maleta una serie de artilugios supuestamente médicos, entre ellos una bocina. Por más que intento prestar atención sólo soy capaz de fijarme en que está enseñando las bragas sin ningún pudor. Me acerco a mi hermana y le pregunto por mi madre. La buscamos por la casa. Le digo que tenemos que decirle que papá ha muerto. Detrás de una ventana sellada con un plástico y chinchetas, está mi madre tumbada en la terraza, tomando el sol aunque es de noche. Miro a mi hermana y, sin decirnos nada, acordamos que no vamos a decirle que papá ha muerto. Entre los vecinos hay una competición de insultos cantados. Cada uno desde su terraza insulta a los de enfrente. Cuando mi hermana pretende intervenir, la tumbo en el suelo y le ruego que no participe en semejante ordinariez.

schumman y la falda de vuelo

miércoles, 14 enero 2009. Estoy sentada delante de una mesita de piscina de plástico blanco. Toco el borde extendiendo los dedos, como si tocara las teclas de un piano. Increíblemente suena un estudio sinfónico de Schumman.
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Al mirarme en el espejo veo que llevo una falda blanca de vuelo. Me extraña verme con una falda, además, blanca. Por más que intento quitármela, no lo consigo.

bar flor y la hora chanante

martes, 13 enero 2009. Camino cerca de la plaza de toros y veo a Javier Labeira sacando una cámara enorme del maletero de su coche. Hay una lectura en el bar "Flor". Entro a saludar Héctor Márquez, que anda colocando los micrófonos. Al fondo de la sala veo a su amiga Esperanza con un poncho de rayas que le cubre una barriga de seis meses.
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Festival de "La hora chanante". Estoy sentada en un palco sin barandilla, que más bien parece un nicho encalado. A mi lado está Martí Lloveras, a quién no veo desde hace once años. Alguien desde el escenario dice que ahora cantará Martín. Le doy un empujón con el codo y nos reímos. Por debajo del palco pasa un niño pequeño con el pelo muy negro cortado a tazón. Le pregunto, en broma, si también se llama Martín y si va a cantar. ¿Quieres que cante?, me dice. Sube al escenario y levanta las manos. Por arte de magia aparece en una pantalla gigante un vídeo donde se ve al niño buceando y cantando con varios delfines. Cuando se encienden las luces no queda nadie en el patio de butacas, y el patio de butacas es un jardín con un aspecto desolador. Sólo queda Joaquín Reyes detrás de una barra de bar. Me acerco a él y hablamos de cómics. Me cuenta que en casa eran cinco hermanos y tenían que turnarse para leer. Conseguir un cómic era conseguir un tesoro, dice. Le ofrezco mi colección de cómics antiguos. Los tengo todos, le digo. ¿Y no están recortados?, me pregunta. Le digo que están intactos porque soy muy cuidadosa y muy maniática. Muñoz Quintana se acerca y dice que tenemos que marcharnos. No quiero irme y le digo a Muñoz que no pienso ir al día siguiente a clase, que no pienso volver a estudiar nunca más. Han organizado una excursión a una fábrica de inodoros, dice. No pienso madrugar para eso, le digo. Reyes nos despide disfrazado de vieja de pueblo. Lleva mi mantón negro de lana sobre los hombros. Eso es mío, le digo. Me ofrece una manta de rayas bastante cutre. Quiero el mantón, lo hizo mi abuela especialmente para mí. Se lo quita y me lo da. Muñoz ha desaparecido y estoy en una habitación de hotel completamente desnuda. Javier Laberia trata de taparme con su cuerpo, pero le digo que se marche. Intento cerrar la puerta de la habitación y no lo consigo. Todo mi interés es cerrar la puerta para poder ducharme y vestirme de una vez. No sé para qué quiero cerrar la puerta porque la habitación no tiene paredes, la habitación es el jardín desangelado de antes. Me meto en un armario y busco champú, pero sólo encuentro frascos vacíos.

zuecos

domingo, 11 enero 2009. Estoy en la cama y me siento completamente agotada. Oigo ruidos en la cocina. Pienso que alguien se ha puesto mis zuecos y está dando zapatazos en la cocina. Decido que no voy a levantarme.

secundarios

sábado, 10 enero 2009. Varios personajes llegan a una casa con jardín. Se supone que han quedado aunque nada tiene que ver unos con otros. Yo llego en el cuerpo de una chica joven y bonita, pero al cabo de un rato estoy en el cuerpo de un hombre cubano. A veces soy incluso los dos a la vez. La chica y el cubano pasean de la mano cuando nadie los mira. Yo los veo pasear, pero ya no estoy dentro de ningún cuerpo.

dylan y los okupas

viernes, 9 enero 2009. Voy hacia la playa por unas callejuelas que me recuerdan a Tarifa. Voy comiendo pipas y escupiendo las cáscaras en el suelo. Las cáscaras son de plástico, unas veces verdes, otras rojas. Al salir al parque, veo en un kiosco revistas del corazón. En una de ellas dice: "Isabel Bono deja a su marido, después de 28 años juntos, por Bob Dylan".
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Alberto y yo hablamos con una chica que tiene dos hijos. Igual estamos dentro de una tienda de ropa, como junto a un puente. La chica habla en inglés. Sus hijos son tan pequeños que no deberían saber hablar, pero nos entienden y responden en español. Un grupo de okupas se acerca a un edificio ruinoso y pega un explosivo en la puerta. Entramos en un hotel y cerramos las ventanas, escondemos a los niños bajo almohadas. Oímos una leve explosión y nos demos que no era para tanto. En la calle, los okupas caminan en perfecta fila de a uno hacia otro objetivo. Nosotros caminamos con ellos.

paisaje

jueves, 8 enero 2009. Abro la ventana. El escritor Fernando Luis Chivite está de pie, quieto, en mitad de la nieve.
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Parece que nos preparamos para una clase de gimnasia en el colegio, pero nos piden que salgamos en fila por la calle en bañador. Nos miden y nos pesan antes de saltar a la piscina. Ayllón y Andrés están por allí, no sé si de espectadores. Dejo al grupo y voy con ellos a ver la tumba de una escritora. Quiero hacer unas fotos, pero una familia se ha tumbado delante. Veo la escena desde arriba, una especie de balcón sin baranda, y le pido a Andrés que me sostenga mientras echo el cuerpo hacia delante para tomar la foto.

huesos y escáner

miércoles, 7 enero 2009. Voy con un grupo de gente que no conozco por una carretera de tierra. La carretera acaba. Hay un cortado cubierto en tres partes por piedras, pescados muertos y corderos. Cada cuál elige bajar por uno. Por las piedras, veo cómo resbalan y caen, los pescados me dan asco y los corderos me dan pena porque están vivos. Una mujer mayor me dice que no me preocupe por ellos porque están enfermos y van a morir de todos modos. Otra mujer, al ver que no me decido me ofrece otro paso, un puente hecho de huesos rotos. Como no hay más opciones, camino junto a ella sobre los huesos, que crujen bajo nuestros pies. Noto cómo el polvo de hueso se me va metiendo en la boca. Al llegar al final del puente, tengo una masa blanda, crujiente, del tamaño de una pelota de golf, que escupo con verdadero asco.
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Alberto y yo dormimos en camas separadas, aún así noto cómo da varios respingos. Pienso que está teniendo un infarto. ¿Estás bien? Sí, es que acabo de soñar que había recibido un adjunto que daba miedo, dice. Pues no me lo reenvíes mañana, le digo.
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Estoy en unos grandes almacenes. He comprado una barra de labios, un Rotring y una libreta. En el ticket veo que o la barra es carísima y pienso que la dependienta se ha equivocado. Quiero devolverla. De repente se forma una cola enorme. Incluso Alberto y su madre se cuelan. Cuando les digo, medio en broma, que se han colado, la madre de Alberto me empuja e insulta. Al fin una chica accede a atenderme. Después de mirar con detenimiento la barra de labios y el ticket, me inmoviliza entre sus piernas y me pasa un escáner por la cabeza. Dice que así podrá leer en mi cerebro si el ticket está escrito con tinta envenenada. Cada vez que me pasa el escáner la luz me quema y siento un dolor tremendo. Cuando pretende pasármelo también por las manos, escapo.
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Mi madre, mi hermana y su marido viven en una habitación enorme, muy desordenada. De la pared sale un grifo. Está abierto. Intento cerrarlo, pero no lo consigo. Les pregunto por qué no llaman a un fontanero. Dicen que no conocen a ninguno. Me acuerdo de que Tony es un manitas y podría hacerlo. Voy a llamar a un amigo para que lo arregle, les digo. Mi madre me pregunta cuál es su teléfono. Le digo un número. No me gusta, dice. Mejor, porque me lo he inventado, le respondo.

mudo

martes, 6 enero 2009. Alberto, Muñoz Quintana, Joan Masip y yo estamos en un McDonald’s. Las camareras han apagado la luz y están cerrando las persianas. Aún así, ellos tres siguen hablando como si nada. Recojo los vasos de la mesa y los llevo al mostrador. Pago y salgo. Joan dice que ha quedado con su amigo "el mudo". Su amigo aparece al momento con una maleta enorme y un colchón enrollado que arrastra con cuerdas. Me fijo en que Joan lleva la cabeza rapada, pero sobre la frente le cae un mechón de flequillo. Su amigo le pregunta si todavía le duele. Tiene una brecha enorme en la frente. La escondí para no preocuparte, me dice y se quita el flequillo de un tirón. El mudo cuenta riéndose, casi orgulloso, que se la hizo el portero de un bar de una patada. Joan se queda muy serio y muy triste, y pienso que nunca lo había visto tan sombrío y que el mudo parece él.

footing y gatos parlantes

lunes, 5 enero 2009. Bajo desde casa de mi abuela por calle Cristo. Me extraña que haya tanta gente paseando porque es de noche. Camilo de Ory sube haciendo footing por la acera. A pesar del frío lleva pantalón corto. Yo voy muy abrigada, con leotardos de lana y bufanda. Intento echar a correr para que no vea lo friolera que soy, pero las piernas no avanzan.
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Una calle llena de gatos que hablan, que te piden dinero o que los adoptes. Una tienda donde venden juguetes de mi infancia. Los dependientes también son gatos, y usan cámaras y altavoces para comunicarse con los clientes. Intento comprar unos corchetes pequeños que hay en una vitrina. Por el altavoz, un gato me dice que sólo le quedan grandes.
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Carmen Beltrán y Enrique Kb se han casado pero celebran la boda cada uno por su cuenta. Un chico me dice que Carmen le ha pedido que me cuide hasta que llegue el momento de la celebración ya que no conozco a nadie. El chico me habla de artes marciales y de que mataría por defenderme llegado el caso. Mientras me habla, miro una sala contigua donde Francisco Ribera Ordóñez celebra su cumpleaños. Físicamente es él, pero tiene la voz de mi amigo Elías Morillas. Elías dice que querría que le hubiesen regalado una postal antigua usada. Pienso que tengo varias en casa y que tengo que enviárselas. Mientras, la fiesta de Carmen ha comenzado, en mi mesa hay tres chicas. Carmen sirve la comida vestida de novia. Trae dos fuentes de hojaldres y una de pescado cocido. Una de las chicas se abalanza sobre el pescado, se va a un rincón de la mesa y se lo come con las manos. Carmen habla de la amistad y me pide que la defina. Es como llegar a casa, le digo.

agua y bagatelas

domingo, 4 enero 2009. Estoy durmiendo en el sofá. José Leandro Ayllón se tumba a mi lado. Toma un buche de agua y lo pasa de su boca a la mía. Aprieto los labios y el agua se derrama. Ayllón me lame la cara y los hombros, dice que tiene mucha sed. Llegan mis padres y le dan en una bolsa de plástico una jarra y una botella de cristal vacías. También una fuente pequeña y cuadrada que siempre me gustó, y que mi madre usaba para servir aceitunas. Ayllón dice que sostenga la bolsa mientras se viste. La bolsa resbala de mis manos y la botella se rompe. Marcos, que al parecer ha estado sentado todo el tiempo en el sofá observando la escena, dice que yo tengo la culpa y desenvuelve dos pastillas de jabón que hay sobre la mesa. Ahora no sabrás cuál es cuál, dice. La envoltura de los jabones parece muy antigua y siento pena por que los haya destrozado sin motivos.
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Estoy en una clase sentada en primera fila. Tengo delante un libro enorme con fotos de interiores. En la cubierta hay una pegatina horrible que dice "Gratis", pero en la página de respeto han escrito a mano "6 euros". De cualquier modo me parece muy barato. Lo miro sin ganas, pero no dejo de mirarlo para que la profesora no me diga nada. En un descuido salgo de la clase y busco otra clase vacía para echarme a dormir. Por el pasillo oscuro noto cómo los ojos se me cierran, casi no puedo avanzar. Junto a la escalera hay una clase vacía. Entro y coloco la cabeza sobre la mesa. Cuando abro los ojos hay varias familias chinas comiendo y bebiendo. Han roto las sillas y todo está lleno de cubos de agua teñida de colores. Me tiran agua para despertarme, se ríen. Intento volver a la clase de entes, pero el libro me pesa tanto que no consigo avanzar.
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En el escaparate de una tienda leo "Ofertas en bagatelas". Pienso que la palabra bagatelas es muy bonita. El cartel está al ras de suelo y tengo que tumbarme en la acera para leerlo y para ver los pendientes y anillos de colores. Me llaman especialmente la atención unos colgantes con forma de hígado. Pienso que son exvotos de lujo. Una dependienta sale al verme tumbada en la acera y me pregunta si quiero algo. Le digo que a qué huelen las colonias. Las colonias son tres frascos con unas etiquetas antiguas que representan, cada una, a un rey mago en su camello. No se venden, son fondo de perfumería, dice.

oslo y decotec

sábado, 3 enero 2009. Camino forestal. Abajo veo una aldea con casas de piedra. Distingo cintas de colores y gente que va y viene. Blanco me saluda. Es una figura diminuta entre la gente. Lleva un libro en la mano y pienso que ha salido de su clase de inglés. Me hace señas para que baje. Por más que busco un camino todo son piedras cortantes. Intento bajar por una ladera mullida, pero al agarrarme al musgo se desprende de las paredes y caigo. Me dejo caer, ruedo hasta el borde de la aldea. Me alegro mucho de verlo, quiero darle un abrazo, pero estoy dolorida y sucia. Blanco no se fija en mis magulladuras, dice que he tardado mucho. Si hubieses bajado antes hubieras visto la frontera de Oslo, pero ya se la han llevado, dice.
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Entro en una tienda de calle Alcazabilla, donde en los años 80 estaba "Decotec". Ahora venden congelados de diseño. Dejo dos bolsas bajo el mostrador y hago tiempo porque he quedado con Alberto y Tony en la parada del bus. Le pregunto algo a la dependienta que, a pesar de tener a varias personas esperando, atiende con amabilidad mis preguntas para nada. Le digo que es muy amable y que nunca he visto a nadie que haga tan bien su trabajo. Miro unos caramelos, recojo mis bolsas, y al salir de la tienda la chica me da las gracias por haber hablado bien de ella delante de su abuela. En la calle hay una cola enorme para el bus, las bolsas me pesan tanto que no soy capaz de cruzar la calle. Caigo de rodillas por el peso y un coche está a punto de atropellarme. Emilio aparece en ese momento y me ayuda con las bolsas. Buscamos a Alberto y a su hermano. Una vez dentro del bus, nos sentamos en mesas de cuatro, como si fuera un bar. Al fondo hay chicas con pelucas de plástico. Cuando digo que una se parece a Carla Bruni, todos me chiflan y se ríen. Odila está sentada a mi lado. De un bolsillo le sale una cartulina. Es un título a nombre de Ernesto Pérez Zúñiga, donde dice que ha ganado un premio de novela. Al título le falta un pedazo rectangular. Le pregunto a Odila de qué conoce a Zúñiga y por qué el título está roto. No está roto, le falta el cheque, dice.

dulces rayos

Parece mentira. Un año ya soñando en público. Mientras escribir siga siendo mi juguete favorito aquí seguiré. Aquí o en otro lugar. Gracias a los amigos que hacen piruetas para mí cada día, aunque sólo sea para que algún residuo quede en mis neuronas de arena y verse al día siguiente bailando en una cornisa o salvándome de morir atropellada. Gracias a los amigos que me animan a seguir contando lo que sueño porque le dan, de algún modo, sentido a cuando no sueño. Os doy las gracias con los ojitos cerrados. Como dice Patti Smith, "Dormid bien, dulces sueños, dulces rayos".