lunes, 19 enero 2009. Exámenes finales. Busco los libros porque no he estudiado. Están dentro del armario revueltos entre la ropa. Cuando los abro están recortados. Voy al teléfono a llamar a Rosamari, una compañera del colegio que no veo desde niña, para que me preste los suyos, peo en ese momento llega un hombre con mono y se pone a hablar. Mi madre me hace una seña desde la cocina para que no lo moleste. En mitad del salón hay unas cuerdas colgando del techo. Me siento y me columpio mientras espero, aunque sé que ya no me dará tiempo a estudiar.
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Alberto me espera a la puerta de la casa de la abuela de Odila en un cochecito de pedales. Dice que me dé prisa y suba, pero el coche sólo tiene el armazón. Me pasa el móvil, dice que hay una llamada para mí. En la pantalla veo un girasol. Al mirar al suelo veo un paquete de tabaco de pipa. Lo cojo porque sé que dentro habrá una lata antigua de rapé. Cuando lo abro, hay buganvillas secas y caramelos de la cabalgata de reyes. Pienso que Andrés los ha perdido. El coche echa a andar y un caramelo cae al asfalto. Un niño lo recoge y yo me alegro. Acto seguido su madre lo obliga a tirarlo. La escena me entristece muchísimo.
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Estoy en una fiesta donde no conozco a nadie, así que procuro acercarme a los pocos niños que hay. Una niña dice que espera que no le pongan agua. A mí tampoco me gusta el agua, le digo. No sabe a nada, decimos a la vez y nos reímos. Hablamos de la Fanta zero y de dibujos animados. Un camarero me pide que lo acompañe, porque han traído algo para mí. Es un regalo de navidad, dice. Dos floreros muy pequeños llenos de gelatina roja. Al moverlos aparece la palabra "Big". Cuando vuelvo a mi mesa la niña no está, y en su lugar hay cuatro hombres mayores enchaquetados. Todos llevan la servilleta atada al cuello.
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Alberto quiere tomar una cerveza en la plaza del obispo. El dueño de un bar le tiende dos jarras de cervezas y hace una seña para que el camarero nos busque mesa. Nos sienta en la misma mesa que dos extranjeros rubios malencarados. No quiero estar allí, así que me bebo la cerveza de un sorbo. El camarero dice que la cerveza era gratis, pero que ahora tenemos que pedir un menú completo. Alberto pide helado y yo ensaladilla rusa. Le importa que le traiga mejor pulpo, dice. Sospecho que vamos a tener problemas. No quiero estar allí.
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Estoy sentada con mi suegra en una habitación de paredes blancas y techos muy altos. Dice que tengo que comprar limpiametales porque lo ha gastado todo en la lámpara. La lámpara, que antes era de bronce, parece pintada con Titanlux de color mantequilla. Le pregunto si no le gustaba más antes. Como se enfada muchísimo por mi comentario, ya no me atrevo a preguntarle si también ha frotado los cuadros, que ahora son una mezcla entre Dubuffet y un Pokemon.
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Alberto me espera a la puerta de la casa de la abuela de Odila en un cochecito de pedales. Dice que me dé prisa y suba, pero el coche sólo tiene el armazón. Me pasa el móvil, dice que hay una llamada para mí. En la pantalla veo un girasol. Al mirar al suelo veo un paquete de tabaco de pipa. Lo cojo porque sé que dentro habrá una lata antigua de rapé. Cuando lo abro, hay buganvillas secas y caramelos de la cabalgata de reyes. Pienso que Andrés los ha perdido. El coche echa a andar y un caramelo cae al asfalto. Un niño lo recoge y yo me alegro. Acto seguido su madre lo obliga a tirarlo. La escena me entristece muchísimo.
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Estoy en una fiesta donde no conozco a nadie, así que procuro acercarme a los pocos niños que hay. Una niña dice que espera que no le pongan agua. A mí tampoco me gusta el agua, le digo. No sabe a nada, decimos a la vez y nos reímos. Hablamos de la Fanta zero y de dibujos animados. Un camarero me pide que lo acompañe, porque han traído algo para mí. Es un regalo de navidad, dice. Dos floreros muy pequeños llenos de gelatina roja. Al moverlos aparece la palabra "Big". Cuando vuelvo a mi mesa la niña no está, y en su lugar hay cuatro hombres mayores enchaquetados. Todos llevan la servilleta atada al cuello.
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Alberto quiere tomar una cerveza en la plaza del obispo. El dueño de un bar le tiende dos jarras de cervezas y hace una seña para que el camarero nos busque mesa. Nos sienta en la misma mesa que dos extranjeros rubios malencarados. No quiero estar allí, así que me bebo la cerveza de un sorbo. El camarero dice que la cerveza era gratis, pero que ahora tenemos que pedir un menú completo. Alberto pide helado y yo ensaladilla rusa. Le importa que le traiga mejor pulpo, dice. Sospecho que vamos a tener problemas. No quiero estar allí.
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Estoy sentada con mi suegra en una habitación de paredes blancas y techos muy altos. Dice que tengo que comprar limpiametales porque lo ha gastado todo en la lámpara. La lámpara, que antes era de bronce, parece pintada con Titanlux de color mantequilla. Le pregunto si no le gustaba más antes. Como se enfada muchísimo por mi comentario, ya no me atrevo a preguntarle si también ha frotado los cuadros, que ahora son una mezcla entre Dubuffet y un Pokemon.