ser bulto

domingo, 31 marzo 2013. Francis está leyendo, en la postura de loto, sobre un colchón que hay en el suelo. Al asomarme a la ventana veo que todos transeúntes que doblan la esquina, levantan las manos. Pienso que debe haber algún loco amenazándolos con una pistola. Al momento aparece un grupo de personas con pistolas de cañón largo y hacen que los transeúntes se metan en una casa. Le digo a Francis que se esconda rápidamente. Agarro de la mano a un niño que hay por allí y lo meto en un armario. Subo a una especie de buhardilla sin ventanas con muebles viejos. Me acurruco sobre la cama y me tapo con varios trapos, para que cuando entren sólo se vea un bulto. Oigo pasos, oigo que se paran junto a mí, oigo la respiración de alguien. Me pregunto si esa persona escuchará la mía y cuánto tiempo podré aguantar así.

ecuaciones

sábado, 30 marzo 2013. Tengo delante una mesa enorme de madera llena de papeles. Después de hacer un montón de ecuaciones y abrir y cerrar varias enciclopedias, llego a la conclusión de que el niño Jesús era chino. Dudo si debo dar la noticia.

sombrillas azules

martes, 26 marzo 2013. Alberto y yo caminamos pro el paseo marítimo, buscamos un sitio para cenar. Mientras una pareja se hace arrumacos en la terraza de un bar, Alberto prueba su comida. Está buena, nos quedamos. Los dos lo miran con más miedo que furia. Sólo hay una mesa, es muy pequeña y está mal encolada. Al poner las bebidas encima se rompe. La camarera, embarazada de ocho meses, se ríe a carcajadas. Nos vamos, llegamos a casa de Daniel. Está jugando con su hija. Os ha crecido mucho el pelo, le digo. Hablamos de quién ha perdido más pelo en todo este tiempo sin vernos. La casa está en obras, hablamos de cómo era antes. Nos cuenta que Clara tiene pesadillas y algunas noche lanza cuchillos mientras duerme. En realidad lanza camiones de juguete, pero ella cree que lanza cuchillos, dice. Salimos de la casa, es Navidad, todo está lleno de gente adornada con espumillón y matasuegras. Los camareros hacen bromas a la gente que pasa. Siempre me gustó Madrid, le digo a Daniel. Eso es porque no vives aquí, dice. Intento que Alberto me apoye, que le diga que yo fui muy feliz cuando vivíamos allí. Alberto dice que no, que me pasaba el día llorando. Eso sólo fue el primer mes, le digo. Bajamos con dificultad un terraplén de piedras. Ellos desaparecen. Cuando llego a la carretera intento adivinar qué camino han cogido. Para ir más rápido elevo los pies del suelo y me desplazo como si nadara a braza. Te adelantan todos, me dice con sorna una señora que empuja un cochecito de bebé. Demasiado hago, le respondo. Acabo en un barrio de casas apuntaladas con grafitis muy feos en los muros. Una niña me dice con señas que la siga. Va unos pasos por delante, al dar vuelta a una esquina se convierte en una especie de sombrilla azul de papel de seda y se clava en un jardín lleno de pequeñas sombrillas azules. Pienso que a Alberto le encantaría verlo. Entro en lo que parece un restaurante chino, donde espero encontrar a Alberto y Daniel. La estábamos esperando, dice con mucha ceremonia un camarero. Me hace pasar a una sala dorada ostentosa y fea. Hay dos chinos idénticos, vestidos igual, sólo que uno lleva la chaqueta puesta del revés dejando ver el forro de raso. Me siento junto al que lleva la chaqueta del derecho. El camarero vuelve. ¿Le traigo su café?, pregunta. Cortito, dicen los dos chinos a la vez. Y usted, ¿quiere tomar algo? Un café pequeño, gracias. Estoy muy cansada, le digo a los chinos y de momento me quedo dormida sobre los cojines dorados.

albornoces repentinos

domingo, 23 marzo 2013. Llego a la que era la casa de mi abuela. La cancela está cerrada por una gruesa cadena y un candado. Una niña me recibe como lo haría un cachorrito. No deja de hablar, dice que tiene muchas cosas que contarme. Le digo que pare, que no tengo tiempo, que debo ducharme, cambiarme e irme. ¿Dónde? A un retiro, sólo estaré fuera tres días. La niña responde que s imposible, que dentro de poco empezarán allegar los invitados. Y señala la calle. Efectivamente llegan tres personas que no reconozco a la primera: mi tía Pepa (que murió hace cuarenta años), Juan Carlos y un actor con bigote (del que no recuerdo el nombre). La niña les hace pasar, les ofrece platos de postre con lo que parecen dedos con las uñas pintadas. Corro hacia el interior de la casa, pienso que si el tubo extensible de la ducha llegara hasta el cuarto podría ducharme allí y mirar la fiesta desde la ventana, escondida tras las rejas y la hiedra. Finalmente voy al cuarto de baño. Cuanta más prisa me doy más lento sucede todo. La ropa se me pega al cuerpo, me cuesta desnudarme. Todo va quedando amontonado en el suelo, ropa y toallas. Al fin puedo ducharme, pero me doy cuenta de que otra niña (más pequeña) y Daniel, están dentro de la bañera. Sin tonterías que tengo prisa, les digo. Daniel me observa. Estás muy delgada, dice. La niña juega con una esponja. Alguien abre la puerta de repente. ¡No!, gritamos los tres a la vez. Oímos como alguien cuenta que hay tres personas en la bañera. Por una ventana horizontal de hojas correderas, que no existía, se asoma una monja. ¡Tranquilos, no están desnudos, los tres llevan albornoz!, grita la monja. Se oye un murmullo. Daniel y yo nos miramos, no entendemos nada. Los repentinos albornoces mojados nos pesan mucho. Ahora fuera, les digo. Intento secarrme, pero todas las toallas están mojadas, también mi ropa. Me cuesta ponérmela porque se agarra a la piel. Pienso que, si me doy prisa, quizá me dé tiempo a saludar brevemente a los invitados y llegar a tiempo al retiro, pero me quedo quieta, pensativa, mirando toda aquella ropa mojada en el suelo.

un paseo

jueves, 21 marzo 2013. Estoy en una especie de claustro donde va a celebrarse una lectura. La chica que lo organiza dice que leeré en segundo lugar y que si sé algo sobre la vida de Picasso. Todo, le respondo. Pues dime la fecha de nacimiento y divídela por diecisiete, dice. Ciento once, le digo. Estupendo. Una chica sube al escenario y proyecta algo. Me levanto para ir al servicio. Para no hacer ruido entro por una ventana que hay a mi izquierda. Parece una celda de un monje. Al salir, un monje muy viejo está barriendo el pasillo. Le digo que busco el servicio. Dice que no hay, que tendremos que andar un poco. Salimos del monasterio y caminamos campo a través. A veces cruzamos ríos que nos mojan hasta las rodillas. Junto al río hay pieles de cordero secándose al sol. Veo que no me dará tiempo, que pasarán mi turno. Volvamos, le digo. El hombre intenta convencerme de que me quede en el monasterio, que allí la vida maravillosa. No sabía que admitieran mujeres, respondo. me mira como si me viera por primera vez.

cigarrillos

lunes, 18 marzo 2013. Chivite y yo hablamos sentados en el suelo del que era mi cuarto en la casa de mis padres. Me cuenta cuántos cigarrillos se fuma al día. Yo pongo cara de dibujo animado que se enfada. Nos reímos. En el sueño consta que es mi cuarto, pero al final del sueño es una habitación sin muebles, muy blanca, con un zócalo de azulejos también blancos.

una calle amarilla

domingo, 17 marzo 2013. Antonio y yo llegamos a lo que parece un museo de objetos de labranza. Sobre el suelo de tierra hay señales que indican dónde se puede o no pisar. No sé muy bien cómo ni por qué hemos llegado hasta allí. Un tipo me mira mal. Le oigo decir entre dientes que me odia, que quiere que me echen. Le hago una seña a Antonio y salimos por una ventana. No sabemos dónde estamos, la calle es estrecha con paredes amarillas y desemboca en una enorme plaza de estética soviética. En la calle hace sol, en la plaza está nublado. Veo una mesa y dos sillas. Me siento y sobre la mesa aparece una cerveza y un plato de aceitunas. Ya está, pienso.

regreso

miércoles, 13 marzo 2013. Llego a casa de mis padres. La que fue mi habitación está desordenada, la cama deshecha como si alguien hubiese estado durmiendo un mes sin cambiar las sábanas. Junto a la cama han colocado una bañera con mampara. La abro, me asomo, está sucia, parece que hayan vomitado dentro. Bajo el vómito distingo varios pares de zapatos de tacón en tonos pastel que no sé de quién son. En el suelo se amontona mi ropa. Intento doblarla, pero mi hermana me habla de su nuevo corte de pelo. Dice que durante mi ausencia ha dormido en mi cama. No le pregunto por qué no ha usado el suyo, sigo doblando ropa. Mi madre se asoma y nos dice si queremos intercambiar los dormitorios. ¡No! , gritamos las dos a la vez.

la visita

domingo, 10 marzo 2013. Voy a visitar a Odila, una amiga del colegio a la que no veo hace años. Vuelve a vivir en la casa de sus padres, jardín con jardín, con la que fue la casa de mi abuela. Justo antes de llamar pienso en el miedo que siempre me dio esa casa cuando estaba vacía. Odila me recibe en kimono, un bonito kimono de estampado rosa, que la hace parecer aún más triste. Nos abrazamos, le digo cuánto me alegro de que haya vuelto. La mesa del comedor está vestida para una fiesta. Hablamos como si nos hubiéramos visto el día anterior.

una mesa muy sólida

lunes, 4 marzo 2013. Un chico, idéntico a Pacho cuando era más joven, se sienta a mi lado. Estamos frente a una enorme mesa de madera. Me recuerda a la que Irazoki tiene en su casa. El chico intenta convencerme de que siga escribiendo y publicando poemas. Yo le cojo las manos, se las miro, como si esa fuera mi manera de decirle que no tengo ni idea de lo que haré en un futuro. En ese momento veo pasar a Daniel con su hija de la mano. Le hago señas, se acerca, se sienta junto al chico. Pienso que no comprendo cómo Daniel pudo dejar de escribir. No levantamos la vista de la mesa. No decimos nada.

nada de sombras

viernes, 1 marzo 2013. Camilo ha convocado en su casa a varios amigos. A cada uno nos mete en un cuarto y nos explica a través de un vídeo lo que espera de nosotros. Al cabo de un rato, entra y me deja en el suelo unos carteles. Aprovecho para preguntarle si lo he entendido bien. ¿Quieres que entre los cuatro escribamos una novela, que presentarás como tuya en la fecha que pone en el cartel? Sí. ¿Y no crees que se notará mucho que son cuatro estilos completamente diferentes? Sí. ¿Y no te importa? No, eso es justo lo que quiero. Sólo hay una norma, dice, debe ser una historia sin sombras. ¿Sombras metafóricas? Sombras de la luz sobre las cosas. En mi novela nada tendrá sombras, dice entusiasmado.