sarria

viernes, 29 septiembre 2017. Participo en una gincana que se celebra en Sarria. La finalidad es encontrar al padre de Sonia. No sé por dónde empezar. Todo el mundo va de un lado a otro sin mucho tino. Me fijo en que en las yemas de los dedos tengo diez escudos en relieve. Pienso que, quizá, si voy encontrando las casas que tengan en la puerta cada escudo correspondiente, podría usar cada una de las yemas de mis dedos como llave.

niñatas

jueves, 28 septiembre 2017. Agustín y yo llegamos a un edificio de oficinas. Preguntamos a una chica dónde es la lectura de poemas. La chica nos da largas explicaciones sobre nada. Buscamos la sala por pasillos que parecen de hospital. En una que parece una tetería, hay un montón de chicas jóvenes sentadas en cojines. Hay mucho ruido de fondo a pesar de que cada una mira su móvil. Alejandro me llama desesperado. Dice que Sora está llorando y tenemos que ir a por ella. Me alegro de tener que irme porque no me apetece nada leer para esas niñatas con móvil.

bic naranja

miércoles, 27 septiembre 2017. Entro a una papelería y pido un boli Bic de cuatro colores de punta fina. Dos personas lo piden a la vez que yo. La dependienta apoya los brazos sobre el mostrador y la cabeza sobre los brazos, como si durmiera la siesta. Al cabo de un rato dice que volvamos al día siguiente, a las doce. Los tres le recalcamos que debe ser el boli antiguo, sin dibujos ni adornos. La chica casi se echa a llorar. Bueno, trae cualquiera y ya haré un apaño con uno gastado que tengo en casa, le digo para no agobiarla.

chinchetas, alfileres y julian barnes

sábado, 23 septiembre 2017. Chivite y yo miramos en un tablón los resultados de un test que, se supone, nos hicieron. Chivite se ríe al no reconocer su letra (escrita a toda prisa) y también de las respuestas. Ahora no contestaría lo mismo, se queja. Le digo que a mí me gustan los tests, que siento que necesito que alguien desde fuera me diga cómo soy. ¿Será inseguridad?, le pregunto. Chivite se encoge de hombros. El escritor Julian Barnes saca la cabeza por una ventanilla en forma de media luna que hay en la pared. ¡Todos los tests son mentira!, ¿quién podría responder lo mismo, dos veces seguidas, si le preguntan qué hora es? Chivite le da la razón. Yo me pongo muy seria y digo: Yo respondería lo mismo en dos casos: A) Si el reloj no tiene segundero. B) Si damos por supuesto que el tiempo es sólo una aproximación. Barnes cierra la persiana del ventanuco de un golpe. En el colegio me hicieron varios tests y fue un desastre, las monjas me echaron el cante porque el test decía "percentil 98" y yo suspendía todo, le cuento a Chivite mientras recogemos para irnos. Barnes ha dejado junto a la ventanilla unos papeles y dos cajitas circulares (parecen jaboneras) para nosotros. Las cajitas son blancas con un logo esquemático en negro de dos novios vestidos de boda cogidos del brazo. Debajo han escrito en minúsculas "matrimonio". Cuando Chivite se la guarda en el bolsillo, se oye chocar algo metálico. ¿Guardas chinchetas? Chivite mira hacia otro lado, esconde la cajita y la cabeza. No te preocupes, yo en la mía guardo alfileres, le digo.

time to go

jueves, 21 septiembre 2017. Javier, José Antonio y yo llegamos a una celebración. A la entrada nos piden las invitaciones. Cada uno entrega un palillo de dientes. Nos sientan en una mesa redonda enorme con mantel blanco. No hay nada más, ni cubiertos, ni adornos, ni comida. Miro las demás mesas. Mientras oigo de fondo hablar a Javier. Todas tienen de todo menos la nuestra, les digo. Javier calla de repente, José Antonio llora.
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Mi tía le dice a mi hermana que ya tiene listos los papeles que debe presentar para saber si es hija de mis padres. Mi hermana dice que pasa. Mi tía insiste en que es muy fácil. Le digo al oído a mi hermana que no tiene por qué hacerlo. Mi hermana no parece mi hermana, lleva el pelo recogido en una trenza muy larga.
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Voy en un coche con gente que no conozco. Vamos muy apretados. También van Ferran y Sonia. Una señora comienza a cantar. Quiere que todos cantemos. Es lo que se hace en los viajes, dice. Cantamos sin ganas. El coche se ha convertido en un salón de actos. La señora canta micrófono en mano. Nos mira, quiere que cantemos el estribillo de uno en uno y nos pasa el micro. Cuando llega el turno del tipo que está a mi lado, se hace pasar por Alberto, dice que no piensa cantar y me pasa el micrófono. El micrófono tiene flecos, me da asco. Me enfado muchísimo. Cuando llega el turno de Sonia, se echa todo el pelo hacia la cara, dice que no quiere cantar, que no sabe qué hace allí, que no conoce a nadie. Time to go, le digo. Antes debo recoger en el guardarropa un montón de folios que se supone son muy importantes.
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Alberto quiere llegar a tiempo a algo. Camina delante de mí con una mochila. Yo camino junto a varias señoras mayores, temo dejarlas solas, no avanzan. Alberto desaparece. Las señoras, en vez de caminar por la acera, trepan por contenedores de basura y se meten en charcos de lodo. Alguien nos tira cañas de pescar como si fuesen jabalinas.

dragón

miércoles, 20 septiembre 2017. He madrugado para ir a correr. Todavía no ha salido el sol En el parque me cruzo con mi madre y mi hermana que vuelven a casa. Al parecer han pasado la noche en una cola para comprar una figura de un dragón. Mi madre señala al cielo. se la ve agotada. En el cielo hay un holograma de la cabeza roja de un dragón. Miro a mi hermana, no sé bien qué decirle. Mi madre se arruga en el el suelo a dormir. Es que si compraba el dragón hoy era más barato, dice mi hermana.
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Mi padre corta tomate en un tabla de madera. Me extraña verlo en la cocina. Me pregunta si iré a la comunión de Abel. Lo había olvidado, le digo. Es a las nueve, dice. Corro hacia mi casa, tengo que arreglarme. Mi casa está en obras. Las distribución de las habitaciones ha cambiado. Al abrir una puerta, hay dos albañiles liados. Cierro con cuidado. Encuentro unos tacones en una alacena. Son morados (no sé de dónde han salido). No me gusta el morado. Veo en un reloj de pared (que tampoco sé de dónde ha salido) que ya son las nueve y media. Vuelvo a casa de mis padres. El ascensor no funciona. Llegan vecinos, apilan sillas de guardería, dicen que suelen usarlas cuando el ascensor se rompe. Trepo, casi me caigo. Los niños jalean, quieren que cante una copla. ¿Dónde habéis aprendido copla? los niños nombran unas cuántas, pelean por cuál debo cantar. No pienso cantar, digo y me bajo de las sillas. Mi padre sigue en la cocina. Masculla algo sobre la soledad y el desorden de la casa. Los muebles están cambiados de sitio.

verbena

martes, 19 septiembre 2017. Tengo que llegar a tiempo a la casa de mis padres. Intento un atajo de calles que no conozco. No hay nadie a quien preguntar si me pierdo, pienso. Eso me tranquiliza y me agobia a la vez. Las calles se quedan sin calles y debo avanzar recolgándome de una reja a otra. Un chico llora junto a la ventana de un bar. No me abren, dice. Está borracho, pienso. Dice que quiere acompañarme. Al dar la vuelta a la esquina hay una gran verbena. Un tipo nos pregunta si lo conocemos. Hago un tubo con las manos para taparle el pelo. Tu cara me suena, el pelo no, le digo. Seguimos buscando un atajo, pero acabamos en un descampado donde varios camiones descargan arena.

diamantes

domingo, 17 septiembre 2017. Camino por una explanada de tierra. Al fondo hay una iglesia enorme. Se supone que hay una reunión de alumnos. Veo que, los que se van a cercando, llevan el atuendo de su religión. Saco un paño de cocina (no sé de dónde) y me lo pongo a modo de toca. Es un paño de Ikea (blanco con unas bandas azules). Pienso que debo parecer la Madre Teresa de Calcuta. Me río para mis adentros. Entro en la iglesia. Está hasta arriba. Busco a Jota. Pienso que lo reconoceré aunque nunca nos hayamos visto. Sólo sé que es alto. Lo imagino con gafas y cara de sueño. Nada. Me largo, pienso. En una especie de sacristía sin muebles hay un tipo bajito con gafas y gorra. Parece un golfillo de película muda. Fuma sin parar de andar de una pared a otra. ¿Caína?, pregunto sorprendida. No dice nada. Jota no está dentro, le digo y me voy.

Llego a lo que parece una sala de despiece. Marcos está sentado detrás de una mesa de despacho enorme. ¿Qué desea?, dice en tono profesional. Imagino que estamos jugando a las profesiones. Me siento delante de él y le expongo mi problema. Verá, tengo estos diamantes (y pongo un puñado de cuentas de cristal de colores sobre la mesa) y mi problema es que tengo un saco lleno y no sé cómo unirlos para que me quede una buena novela. ¡Eso es!, dice marcos emocionado. ¡Escriba una novela! ¡Siguiente!

doraemon el estilita

viernes, 15 septiembre 2017. Paseo con Alberto y Marcos por una calle llena de barecillos. En uno de ellos hay un pájaro en una jaula. Marcos se acerca, la abre y deja que el pájaro vuelve por el bar. Alguien le grita que hay niños durmiendo y que el pájaro los despertará. Marcos corre tras el pájaro, tropieza con sillas y mesas. Pienso que el grito de advertencia y los trompicones de Marcos sí que habrán despertado a todos los niños del barrio.
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Mi madre, por hacer una gracia, ha colocado a un Doraemon (que, se supone, es mío) sobre una columna muy estrecha de unos cinco metros que hay delante de unas ruinas (se supone que estamos en Grecia). Se ríe, se la ve orgullosa de su hazaña. Para recuperarlo golpea la columna. Es tan fina que temo que se parta (y parece muy antigua). El Doraemon, que tiene el tamaño de uno niño de seis años, cae, rebota y vuelve a rebotar sobre una carretera, para acabar sobre un grupo que hace camping entre eucaliptos. Desde arriba, veo cómo lo esconden bajo un banco de madera. Bajo por un terraplén de guijarros muy resbaladizos. Mi madre me sigue. Le digo que me espere arriba. Nada. Por una parte estoy enfadada con ella, por otro, me hace gracia que sea tan osada. La familia me recibe sonriente, quieren invitarme a comer. Les digo (sabiendo que lo esconden) si han visto un gato azul cabezón. Niegan. Insisto. Nos ha caído un oso del cielo, dicen finalmente. Les explico quién es Doraemon y que es mío. Como respuesta, una señora abre una caja enorme de bambú y me explica que es una barbacoa que ella misma ha inventado. ¡Y no pesa nada!, jalean todos felices.
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Enrique nos espera a la salida de una casa que se parece a la que yo iba en verano de niña. El jardín da directamente a la arena de la playa. Hay mucha luz. Caminamos pegados a un muro encalado que se vuelve amarillo con el sol. Casi no hablamos, se está bien.

pánico

miércoles, 13 septiembre 2017. Soy un dibujo animado y bajo dando volteretas con Homer Simpson a mi lado, por las escaleras del que era mi colegio. Están forradas de gomaespuma. Parece divertido, pero no lo es. Los dos llevamos cara de pánico. Al llegar abajo nos convertimos en personas y nos meten a cada uno en una jaula. Yo consigo escapar. Llego a todo correr a la casa de mis padres y me escondo en el cuarto de baño. Me alegra ver que el mueble, la estantería y las piezas son nuevas, aunque están cambiadas de sitio y el inodoro del revés.

lana amarilla

domingo, 10 septiembre 2017. Vamos con prisa, hay que cruzar la calle. No hay coches, pero los semáforos están a punto de cambiar. Según avanzamos la calle se hace más ancha. Mi sobrina Yasmina arrastra un cabo de lana amarilla. A mitad de la calle se acaba y cae hacia atrás. Le digo que la suelte, pero ella intenta seguir cruzando. Un hombre con mono azul se nos acerca, tira del cabo y arrastra la madeja entera que tiene las dimensiones una manguera. Nos regaña como si las dos fuésemos niñas.

de prestado

sábado, 9 septiembre 2017. Camilo nos lleva a su casa. Es un loft con ventanales enormes. Nos sirve algo en cuencos. No sé qué es pero está muy bueno. De fondo, una música suave y relajante. Me fijo en algunas fotos. No me cuadra que sea su casa. Como si me hubiera leído el pensamiento, me dice: La casa no es mía, es de Julio de la Rosa. Pienso que en realidad es de una chica, por los adornos. La casa comienza a llenarse de gente. Me doy cuenta de que tengo tinte en el pelo y debería quitármelo. Me voy a la peluquería, les digo poniéndome una rebeca verde enorme que no parece mía. Ya en el ascensor, pienso que podría haberme quitado el tinte en la ducha.

En la calle están rodando una película sobre el 15-M. Errejón es uno de los entrevistados. No sé si sólo están ensayando porque sólo dice a cámara: Bla bla bla bla bla. Le han pegado barba postiza. Una chica le dice a Nancho Novo: Aquí, quien encuentra a alguien que no está amargado, compra. Novo la besa. Primer plano. Después ruedan como choca una furgoneta contra una farola. ¡Corten!, grita alguien y todos se levantan y aplauden.

a destiempo

viernes, 8 septiembre 2017. Llego con prisa, como si legara tarde. Me recibe Eduardo. Su casa está en penumbra, con las persianas bajadas, como si también él acabase de llegar. Hay cajas por todas partes. Mira a su alrededor y se encoje de hombros. Sonríe. Entiendo que acaba de mudarse. La casa tiene varios pasillos en L. Los recorremos tocando las paredes. Noto con los dedos que están empapeladas. ¿Será la definitiva? Vuelve a encogerse de hombros. Sonríe.
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Estoy en la terraza de un hotel, en una hamaca a la sombra. El resto de turistas están al sol, pero empiezan a rodearme. Un hombre fuma muy cerca, me molesta el humo pero no le digo nada. Otro hombre muy gordo y peludo, con un bañador negro pequeñísimo, me pregunta si una colilla sin apagar el mía. Nunca he fumado, le digo. El hombre me suelta todo un discurso sobre el mundo actual. En segundo plano, veo que empieza a entrar gente al hotel. Se supone que habrá una lectura de poemas y puestos con libros. Distingo a lo lejos a Simón Partal. Lleva la cabeza llena de trenzas afro. Me ve, se acerca, me abraza. Vas a tener que raparte la cabeza, le digo. Me pregunta qué he hecho todo este año. No sé muy bien qué decirle. Un poeta muy mayor se me acerca con un montón de sobres. Te he traído tu libro porque me lo han devuelto, dice. Veo que en el sobre ha escrito la dirección de Madrid donde vivía allá por el 89.

vecinos

martes, 5 septiembre 2017. Estoy en una casa en forma de cubo, aislada en el campo. Sin embargo, un tipo que camina sobre las tapias haciendo equilibrio me alerta con gestos de los vecinos. Oigo gritos. El hombre vuelve a decirme con gestos que ya han matado a seis personas y que me esconda en la casa. La casa por dentro es un laberinto de puertas viejas y oscuras que chirrían. Alguien me sigue. Llego a una habitación que parece la sala de un cine y que, inmediatamente se convierte en un autobús. Delante de mí va una pareja muy joven que presume de haber matado a seis personas. Llamo a la policía a escondidas. Una mujer llora al otro lado, dice que teme por mi vida, que intente hacer una foto de los asesinos y se la envíe. Mi móvil no tiene cámara, intento decirle, pero ya ha colgado. En ese momento, la parejita me pide que les haga una foto.

césped falso y cascarilla

lunes, 4 septiembre 2017. Alberto, Andrés y yo paseamos por un barrio de chalecitos con jardín. Miro a Alberto y sé que estamos pensando lo mismo: nos gustaría vivir en un sitio así de tranquilo. Incluso el asfalto no es asfalto, está forrado de césped falso. Es como caminar sobre moqueta, les digo. Alberto de repente va en bañador y nada en el aire, a un metro sobre el césped falso. Dice que deberíamos volver, que todavía tiene que entrenar. Se nos ve muy felices. Por el contrario, Andrés ha ido todo el tiempo quejándose, diciendo que se aburre y que está cansado de andar por andar.
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Camino con Francis por unas calles secundarias. Tengo la sensación de que no nos conocemos demasiado, de que improviso conversaciones. Le hablo de en tal casa había una imprenta, en la otra una fábrica de chocolate. Le digo que mejor no pruebe el chocolate que se fabrica porque sabe a tierra. Nos reímos. Le cuento cómo me sentí de niña al descubrir lo que significaba Milkybar y que, entonces, se escribía Milkibar, me quejo de que tendemos a americanizarlo todo. Francis, de repente, se me adelanta con una bici de carreras y cruza la calle hacia mi casa. Yo intento seguirlo, pero pasan muchos coches. Un tipo se para a mi lado y me dice que en Galicia ya no venden cascarilla. Mi madre dice que sólo queda en Valencia, le digo. Él se ríe. Se ve que desayunabais migote, dice satisfecho.

columpio

domingo, 3 septiembre 2017. Paso por un parque infantil. Hay niños jugando, pero una está ahorcada en la barra de los columpios. ¿Estás muerta o estás jugando?, pregunto. Jugando, dice. Pues no deberías jugar a eso, ¿dónde están tus padres? la niña no contesta. Los busco con la mirada, pero el parque se ha quedado vacío y desierto. No hay nada más que un solar con esas barras y esa niña ahorcada.

tren

sábado, 2 septiembre 2017. Estoy en la primera planta de un edificio antiguo junto a las vías del tren. Todo está muy oscuro, en el andén sólo hay dos farolas que dan muy poca luz. Me asomo a la ventana varias veces. Al otro lado de la vía hay árboles. Distingo a duras penas la curva por donde debe entrar el tren. Se supone que Antonio debe cogerlo y estoy pendiente de verlo llegar a la estación. De repente está sentado delante de mí, al otro lado de la mesa. No hace falta que me esperes, dice, cuando quieras verme aquí estaré. Oigo llegar al tren, me asomo a la ventana y veo a Antonio entrar en uno de los vagones, lleva una maleta enorme. Lo acompaña una chica. El tren se va, vuelvo a mi mesa y ahí sigue Antonio. Al ver mi cara de sorpresa, dice: Te lo dije.

wonderland

viernes, 1 septiembre 2017. Unos niños (se supone que son nuestros vecinos) le dicen a Alberto si quiere ir a su casa a ver un documental. Alberto me pregunta si ya habrán visto "Wonderland". Le digo que creo que los niños se referían a poner ellos uno y, además, "Wonderland" es una película. También, que vaya él, que prefiero irme a casa porque estoy agotada. Esa conversación ocurre en una calle de muros blancos tan estrecha que, mientras hablamos tenemos que caminar de lado. Al salir ya estamos en la casa de esos niños. La madre va vestida de saharaui, el niño me ofrece almendras recién fritas. Me gusta cómo brillan. La niña dice que las fríe ella según le enseñó su abuela, y señala a una señora que toma café.

La abuela se transforma en la tía de Alberto (aunque no se parece en nada). Está muy joven y muy maquillada. El tío de Alberto está a su lado y pasa las páginas de un álbum de fotos donde aparece él con sus amigos. Todos están muertos, qué bien lo pasábamos, dice. Le digo a Alberto que le haga una foto a su tía. Dice que no tiene cámara y desaparece muy triste.

En la tele están poniendo la serie "Modern family". Sofía Vergara lleva un cerdo entre los brazos como si fuera un bebé. Tiene el hocico rosa con dos rayas que parecen dibujadas con rotulador gordo. Vergara se quita la camiseta y en cada pezón tiene un hocico igual al del cerdito. Pienso que es una treta de los americanos para poder enseñar pezones sin que se vean.

Mi padre, en un rincón, baña a una niña en un bidé. Me sorprende lo bien que se maneja. Le acerco una toalla, la siento sobre mis rodillas, la seco con mucho cuidado. La niña llora y llama a su madre. ¿Quién es su madre?, le pregunto a  mi padre que, también se levanta muy triste, y desaparece. Llega mi sobrina Elena. ¿Es tuya?, le pregunto. Se encoge de hombros. Me veo reflejada en un cristal. Llevo una camiseta enorme, que no es mía, y se me transparenta un sujetador que tampoco es mío. Así no puedo salir a la calle, pienso.