lápida y terraza

martes, 30 septiembre 2008. Estoy sentada en el suelo entre dos sofás enfrentados. En uno está Héctor con Heliezer tapados con una colcha de croché, en el otro Daniel. Los miro desde abajo, los oigo hablar. Alberto me hace una seña desde la puerta, dice que nos vamos. Daniel se levanta para acompañarme, para consolarme, porque sabe que no quiero irme. Alberto nos guía hasta un jardín de dos metros por dos metros. Señala un nicho y nos dice que ahí está enterrado su padre. Justo enfrente hay una loseta de cuarto de baño, a modo de lápida, con un nombre escrito en unos caracteres que no reconozco. Daniel se agacha a leerlos y me dice: Eres tú, es tu nombre, estás enterrada aquí. Lo dice con alegría, para animarme, como si creyera que es lo que yo necesitaba oír.
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Héctor y yo estamos sentados en el suelo de una terraza con los pies colgando y la cabeza entre los barrotes. No hablamos. Intento que no note que estoy llorando.

fotos de carnet

lunes, 29 septiembre 2008. Ayudo a unas chicas a preparar una exposición de fotos de carnet. Mientras Alberto entrevista a las chicas salgo a pasear. Un chico con mochila se me acerca, me pregunta si es verdad que he hecho el camino desde el País Vasco a Madrid andando. Le digo que sí, pero que tenga cuidado porque sólo dejaré que me haga tres preguntas. Lo acompaño a la estación, unos niños me persiguen y me tiran caramelos que duelen como piedras. Alguien me dice que el autobús que busco está en la planta de abajo. Corro contracorriente golpeándome con otros pasajeros.
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Clara, la hija de Daniel resbala con una bolsa de plástico y cae. Agito otra bolsa en el aire para distraerla y que acostumbrarla a que no llore por una simple caída. Mientras, Ángeles se pinta las uñas de los pies de marrón oscuro.

salud y caína

domingo, 28 septiembre 2008. Salud y yo salimos de un bar. Vemos venir a Caína y nos extraña que haya salido de día. Las tres llevamos camisetas amarillas. La coincidencia me hace tanta gracia, que las abrazo y bailamos. Les propongo que cada vez que nos encontramos por casualidad por la calle, hagamos una coreografía para celebrarlo.

poeta de 50cm y paulina rubio

sábado, 27 septiembre 2008. Juan ha venido a casa a ayudarme a matar hormigas. Cada vez que vamos a aplastar una, se convierte en un gatito recién nacido que nos mira dulcemente. Juan dice que no puede matarlas y se pone a trabajar. El suelo está lleno de papeles que va llenando de poemas. En la otra habitación oigo a Alberto discutiendo con su madre y, después, un portazo. Corro tras él. Vamos juntos a la panadería. En el escalón están mis amigas de niñas. Te estábamos esperando, me dicen y me cubren de besos.
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Antonio dice que hay una lectura de poetas islandeses. Entre ellos está el poeta más pequeño del mundo, dice. ¡Sólo mide 50 cm!, grita de júbilo y para celebrarlo me regala una botella de vodka con el tapón de hielo.
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Oigo salir gas de algún sitio de la cocina de la madre de Alberto. Por más que miro todos los mandos están cerrados. Pienso que si no me doy prisa, se formará una bolsa de gas y explotará.
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Paulina Rubio hace autoestop. Alberto para el coche y dice que, como Paulina acaba de operarse, yo me siente detrás. Como se ha operado por gusto, me quedo delante, le digo. Llegamos al portal de casa. Nuestro buzón está roto y toda nuestra correspondencia abierta y tirada en el suelo. Paulina Rubio salta y baila sobre ellas.

amy winehouse y u2

jueves, 25 septiembre 2008. Del cuarto de baño de la casa de mi abuela salen las voces de Elisa y Paco. Pienso que están rodando un anuncio. El chorro de la ducha se oye chocar contra la puerta. Cuando salen, Paco me da dos besos y me pregunta si ya me han contado que ha abierto un estudio. Le respondo que nadie me ha hablado de él nunca. Subimos por una rampa al piso de arriba para visitar a mi abuela. Nos agachamos a la vez para recoger del suelo un anillo. Nos reímos. Arriba, está mi abuela tumbada sobre un tatami.
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Le pregunto a mi sobrino Diego qué piensa de mí. Me dice que le cae mejor Amy Winehouse.
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Veo salir de un almacén un gato con cinco cabezas. Una en su sitio y las otras cuatro a modo de zapatos. A las cinco le brillan exageradamente los ojos.
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Daniel está encogido junto al monitor de mi ordenador. Elías me dijo: Dale recuerdos a Bono. Daniel no se acuerda de que Elías le llamaba así por el cantante de U2. Siempre llevabas un gorro de lana, ¿tampoco te acuerdas de eso?, le digo.

rosa

martes, 23 septiembre 2008. Un bebé me muestra su enorme boca. Tiene todos los dientes cubiertos de plástico rosa.
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Para desplazarme por una galería llena tiendas me siento sobre un flotador y vuelo a un metro de suelo. Los dependientes me saludan. Justo antes de salir, veo a un bebé vomitando líquido espeso rosa.

suflé y bofetada

lunes, 22 septiembre 2008. Juan me enseña su última escultura. Es una especie de lenguado marrón con ramas secas que le salen del lomo. La toco y empieza a subir como un suflé. Después se desinfla y se convierte en un puñado de arena.
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Cena familiar en una casa en obras. La casa está en una colina aislada y rodeada de escombros. Entre los escombros encuentro un secador de pie, de peluquería muy antiguo. Una niña corre hacia él con una piedra y lo rompe. Le doy una bofetada y le digo que es todo lo que debe saber sobre "Instrucciones para conservar los recuerdos". Vuelvo a la casa en obras, todos cenan. Yo subo al dormitorio de Darío. Han pintado todas las paredes y todos los muebles de lila. Me horroriza ese color. Veo mi armario de cuando era niña al fondo, me abrazo a él y grito: ¡Éste no se pinta!

manta

domingo, 21 septiembre 2008. Marcos y yo estamos en el dormitorio de mi abuela, cada uno en una cama, separados por una mesilla de noche. No sé cómo le llega la mano hasta mi cama para acariciarme el pelo. Le pregunto si necesita una manta. Si vuelves a preguntármelo voy a tener de dejar de verte para siempre, dice. Te juro que no hará falta, le respondo.
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Paseo con mi tía Encarna por un solar en obras. Dice que ya recuerda cómo se tocan las castañuelas. Intenta enseñarme. Después corre hacia una tapia, choca, cae al suelo y se deja rodar. Tengo que parar su cuerpo con el mío. Le sacudo el polvo y camino con ella del brazo. Está llorando, dice que los enfermeros la despiertan muy temprano. Le digo que ya es hora de que vuelva a casa.

tinta de tinto

sábado, 20 septiembre 2008. Elena, mi sobrina, llega con s hija al bar donde estoy tomando el sol. Para coger en brazos a la niña tengo que dejar sobre la mesa un piano que llevo en los brazos. La niña corre descalza por la acera, temo que se corte. Corro tras ella y le pongo unos zapatos que saco del piano. Mientras, mi sobrina me cuenta lo que han subido los precios en el bar de la plaza de toros, su niña pide por su cuenta al camarero un plato de jamón y se lo come a escondidas.
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Álvaro García llega a casa de mis padres. Le digo a mi madre que lo entretenga mientras pongo la mesa. Sirvo vino en las copas, pero las copas son esferas del tamaño de una pelota de tenis con un agujero muy pequeño. Imposible llenarlas sin derramar el vino. Nos sentamos a la mesa, Álvaro me habla de mis poemas, pone un montón sobre la mesa y va tachando algunos versos con una pluma que, de vez en cuando, moja en la esfera de vino.
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Veo una película del día de mi comunión. Todas mis compañeras de clase van vestidas de rojo. Para las fotos, en vez de posar en posturas recatadas, dan saltos y bailan al ritmo del hip-hop. Yo no salgo por ninguna parte. Al cabo del rato, las niñas de rojo salen de la pantalla. Yo sigo esperando.

diputados y ángel de la guarda

viernes, 19 septiembre 2008. En el Congreso de los diputados todos van vestidos con anoraks verde caqui. Cuando los de un partido hablan, los del otro se suben la capucha para no escuchar. Pienso que tengo un anorak igual y que si se pone de moda por culpa de los diputados, no podré ponérmelo cuando llegue el frío.
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Llego a casa de mis padres muy tarde y cansada. Mi madre dice que no me relaje demasiado porque tengo clase de historia y matemáticas. Cena rápido y te vas, dice. Me cambio de zapatos, me pongo unas botas de boxeador.
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Una chica sube por calle María. Es de noche y todas las farolas están apagadas. Camino unos pasos atrás como si fuera su ángel de la guarda. La chica ve llegar un coche y se detiene delante de la puerta de Rosamari. Le digo telepáticamente que no tenga miedo, que sólo es el padre y el hermano de Rosamari. La chica los saluda y entran todos a casa. Juanito, el hermano, me ve y me abraza. Cuánto tiempo sin verte, dice, por lo menos tres años. Tres no, treinta, le respondo.
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Entro a casa de mis padres por una ventana. Todos están alrededor de una mesa. Parece el día de Navidad. Me recibe un niño, me abraza, me cuenta que se ha pasado el día jugando con el maquillaje de mi madre. Todos se escandalizan. ¿Es que existe alguien a quien no le guste jugar?, les pregunto. Mi padre levanta la mano el primero, después toda la familia.

vela

jueves, 18 septiembre 2008. Francis y Cocó se meten en su cache y colocan a sus hijos en la bandeja trasera. Los dos son bebés y apenas se llevan unos meses. Cuando cierran el coche, la bandeja queda fuera, a ras del suelo. Rápidamente cojo a los niños en brazos. Ellos no se dan cuenta. Al echar a andar, el coche despliega una gran vela blanca, el viento hace que el coche de tumbos. Les hago señas, pero siguen avanzando a trompicones por la carretera.

electroshock

miércoles, 17 septiembre 2008. Una mujer inglesa exquisitamente arreglada, me mira la dentadura en la zona de embarque del puerto. Después me ata los pulgares de las manos y me dice que espere. Le hago señas a Alberto, pero no consigo que me vea. Daniel está en la cola para embarcar, y me acerco a él sigilosamente. Pienso que así me llevarán a la misma ciudad que él. Del puerto, pasamos directamente a un centro donde nos tratan como a locos. El hijo de la inglesa nos saca a pasear por las tardes a una galería muy lujosa. Nos enseña libros de arte y habla con nosotros, con Daniel y conmigo, muy despacio porque nadie le ha dicho que hablamos su idioma. Nosotros no decimos nada porque nos han prohibido dirigirle la palabra, sólo atendemos a sus explicaciones. En uno de los paseos, intento decirle telepáticamente que su madre nos tiene secuestrados, que nos han puesto varias sesiones de electroshock y nos tratan como a animales. De repente él me mira asustado porque ha entendido todo lo que le dicho. Eso no puede ser verdad, dice y mira a Daniel para que confirme mis palabras. Pero Daniel no dice nada. Se han cargado su cerebro, le digo mientras me hago un nudo en la falda.

el adoquín blanco

martes, 16 septiembre 2008. En un balcón de un primer piso, un grupo de niños canta y baila. La gente que pasa por la calle se sienta debajo para verlos. Cuando terminan nadie aplaude, sólo yo. Todos se levantan y van hacia una casa donde hay una fiesta. Alberto y yo nos miramos como diciendo que mejor nos vamos a casa. Nos despedimos de varias parejas. Antes de marchar, Alberto rompe un cristal de un colegio y roba unos periódicos. Se los da a un chico. No querías "El adoquín blanco", pues aquí lo tienes.

incendio y ascensor

lunes, 15 septiembre 2008. Hay un incendio en un hospital, entro en cada una de las habitaciones para ver si queda alguien. Pienso que quizá haya alguna persona sorda que no haya oído la alarma. Después intento comprobar, con una lista que llevo escrita a mano, si todas las personas que salvé están ya en sus casas.
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Alberto y yo subimos una cuesta en forma de curva. Un coche pasa a toda velocidad y casi atropella a una madre y a su hijo. ¿Dónde nos escondemos, bajo la cama o bajo una manta?, le pregunta el niño a su madre. Alguien nos dice que si pasamos por esa calle, el loco del coche nos cobrará. Si no le pagas te persigue hasta atropellarte, dice. En vez de subir la calle por la acera, pasamos agarrándonos a los barrotes de hierro de una verja. Cuando llegamos arriba, Alberto entra en un portal con alguien. Pienso que quiere ver la escena desde arriba y le ha pedido a un vecino subir a su casa. Justo antes de que se cierre la puerta, consigo entrar en el portal, pero ellos ya no están. Le pregunto a una chica que baja dando zancadas, dónde vive un chico moreno y bajito. En el primero, dice. Antes de que me diga la letra, ha dado dos zancadas y ha desaparecido. Entro en el ascensor, noto una sombra a mi lado, y a mirar, veo a un chico delgadísimo pegado al rincón del ascensor. Es tan alto que el cuello se le dobla y la cabeza le queda pegada, en horizontal, al techo. Va vestido de gris, la piel también es gris. Pienso que debe de llevar tanto tiempo allí dentro que se le ha vuelto color ascensor.

nocilla y el virus

domingo, 14 septiembre 2008. Estoy e un mercado. Un chico muy alto con pelo rizado se me acerca y comienza a caminar a mi lado. Le digo que si se porta bien, le compraré un paquete de pastelitos de Nocilla. Nos paramos delante del mostrador de una panadería. Pienso que sólo llevo en el bolsillo 1,10 euros y si los pastelitos cuestan más no podré cumplir mi promesa. Todo el mundo intenta colarse, alguien se da cuenta y, sin que yo diga nada, me tiende el paquete de pastelitos y me dice, son 1,10 euros.
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Estoy en un patio donde han puesto un mercado. Todo está muy sucio. Una mujer saharaui busca una silla para sentarse mientras espera su turno. Le pregunto si se encuentra bien. Me guiña a modo de respuesta. Cuando le toca, pide un biberón. Dice que es para su nieta. Cuando la mujer se ha ido, aparece Elisa con su bata de médico y toma una muestra de una mancha en el suelo con la yema del dedo. Sangre, dice. La tendera cierra la tienda y me hace señas. Seguro que da con ella, le llaman "el virus", me dice.

esposas y vestidos jipis

sábado, 13 septiembre 2008. Estoy en una casa con pasillos muy largos. El suelo está lleno de juguetes como si en esa casa vivieran varios niños. En el pasillo me encuentro a Alberto Tesán. Me alegro muchísimo de verlo y pienso que al final ha podido venir a mi lectura. No puedo quedarme ni un minuto más, dice abrazándome. Lo acompaño a la puerta. No entiendo cómo ha venido desde Barcelona sólo para un minuto. Cuando va a salir, nota que se le ha pegado algo a la suela de los zapatos. Son unas esposas doradas. Se ríe y me pide que me las ponga. Le explico que no son mías, que son de juguete, que deben de ser de los niños. Se ríe socarronamente, tú no tienes hijos, dice. Estoy tan triste por que se vaya, que no le doy explicaciones, ni siquiera le digo que esa no es mi casa. Me pongo las esposas pero se rompen. Vuelve a abrazarme y dice que tiene que irse inmediatamente. No quiero que note que estoy llorando, pero se da cuenta porque le he mojado la camisa. Siento una vergüenza enorme.
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Entro con Alberto y David González a una tienda de ropa jipi. David se quita inmediatamente la ropa y empieza a probárselo todo. Alberto me trae varios vestidos largos, muy bonitos, pero a todos les saco faltas. Unos tienen demasiado escote, otros son demasiado largos. Me pone por encima uno rojo y yo me lo remango hasta las rodillas. Este puedo cortarlo, le digo. Se pone muy contento y va a pagarlo. Mientras, entro en una habitación, pensando que es el servicio, pero es un dormitorio muy austero, como de convento. Sobre la cama está toda la ropa de David. Hago fotos de algunas cosas, un lavabo roto, una figura de Juana de Arco, el pomo de un cajón de un escritorio. Afuera oigo voces y pienso que si las monjas que viven allí me ve, no me dejarán salir nunca. Me asomo a la ventana por si puedo saltar a la calle, pero estoy en un piso alto. Sobre la cama hay cada vez más ropa, pienso que es de David y no puedo dejarla allí. La meto en una maleta, pero según voy guardando, la ropa parece reproducirse, cada vez hay más. También hay carpetas con folios escritos, que imagino son poemas de David. Lo guardo todo con cuidado y espero a no oír voces en el pasillo para salir. En el rellano hay varias puertas y ni rastro de la tienda jipi. Temo equivocarme y abrir la que no es. Empujo una puerta blanca sin manilla, y salgo a una escalera. Bajo a todo correr. En la calle, no veo a Alberto ni a David, sólo a antiguas compañeras de colegio, desayunando en un bar.

materpaternidad y el bicho

viernes, 12 septiembre 2008. Mi padre está en la cama tapado hasta las orejas. Mi abuela llega con un bebé recién nacido y lo coloca a su lado, como si fuera él quien acabara de parirlo. Mi padre dice que ahora su única obligación es dormir por las mañanas y comer por las noches.
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Mi hermana me enseña fotos de cuando éramos pequeñas. Le voy preguntando qué fue de cada cosa que veo, un bolso de paja, una chaqueta, un plato verde. Se lo comió el bicho, me va respondiendo cada vez.

hotel y alberca

miércoles, 10 septiembre 2008. He quedado con mis amigas, estamos las cuatro sentadas, cada una en el sofá del hall de un hotel. Begoña a mi izquierda, Carmen frente a mí y Salud a mi derecha. Las tres está muy guapas. Las tres tienen el pelo muy largo y brillante y la piel de sus caras resplandeciente, como si tuvieran 15 años. Les digo lo guapas que están. Se ponen muy serias, no dicen nada, ni siquiera se mueven. Salud, finalmente dice que tiene que cortarse el pelo. Le digo que efectivamente ese moño no va con la tersura juvenil de su piel. Se levantan las tres a la vez, dicen que vamos a dar un paseo. Abro un armario que hay junto a uno de los sofás y busco mis zapatos, pero sólo hay cajas vacías. Les pregunto por ellos, pero no me responden. Salen del hotel. Dudo si seguirlas descalza. Finalmente me pongo unas manoletinas doradas muy feas varios números más grandes, pero cuando salgo a la calle, ya no están.
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Presencio una escena como si fuera una película. Yo estoy en bikini, sobre una toalla de playa junto a una alberca, comiendo algo de una lata. Parece pescado en conserva, lleva muchos granos de pimienta que escupo sin cesar. Temo que los granos lleguen a la escena que observo. La escena es: un padre y una madre quieren casar a su hijo con una chica y vigilan sus movimientos. El chico no quiere casarse con esa chica, y persigue a otra. Esa otra, a la que no encuentra, está dentro de la alberca. Yo intento hacerle señas al chico, para la busque, pero también pienso que la chica lleva tanto tiempo bajo el agua que ya debe de estar muerta.

gorra

lunes, 8 septiembre 2008. Voy por la calle y noto que la gente escapa de algo. Muy al fondo veo militares armados. Alguien dice golpe de estado. Subo la cuesta de Carrión en busca de un portal abierto donde esconderme, pero todas las puertas están cerradas. Entro en una tienda de fotografía y pregunto si hacen marcos a medida, para ganar tiempo. Cuando salgo de la tienda intento llegar a casa de los padres de Daniel, pero me secuestran. Nos llevan a todos a una plaza y hacen que nos sentemos en el suelo. Dos chicas, ajenas al peligro que todo eso puede suponer, hacen bromas con una gorra de plato. Acaban poniéndomela, se ríen. Al cabo de un rato nos llevan a un sótano. Cuando me toca bajar a mí, un soldado dice que me vaya, que para entrar tendría que llevar la camiseta reglamentaria de rayas. Llevo una camiseta de rayas bajo la chaqueta, pero no digo nada. Pienso que gracias a la gorra me ha confundido con un militar. Salgo a la calle, está desierta, y se ha hecho de noche.

calcetines y horma

domingo, 7 septiembre 2008. Tengo que limpiar la muralla china. Paso a uno de sus tramos por un arco. A los dos lados hay una doble fila de asientos de avión. Miro debajo de cada uno, y voy echando en un cubo de basura lo que encuentro. Lo que más hay son calcetines de color claro y camisetas. Todo sucio. Sobre cada asiento que he dejado limpio, coloco un pastelito de arroz envuelto en alga Nori. Debajo de uno de los asientos, hay un maletín. Lo abro con cuidado. Dentro hay exquisitamente ordenados tres pares de calcetines negros. Alberto se me acerca y me dice muy alegre: Mis calcetines, me alegro de que los hayas encontrado tú.
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Llevo un cinturón de tela a una tienda, como si se tratara de unos zapatos, para que lo metan en la horma. Espero delante del mostrador con dos monedas en la mano. Le hago un gesto a la chica, pero me dice que no estará listo hasta la hora de cerrar. Salgo de la tienda y pienso que mientras iré a ver a Clara, la hija recién nacida de Daniel. Aunque dudo si será un buen día porque Daniel cumpleaños y estará toda su familia en casa.

fotocopias

sábado, 6 septiembre 2008. Entro con Juan Pardo Vidal en una iglesia. La misa ha empezado. Nos sentamos en un banco lateral para no molestar demasiado, con la espalda pegada a la pared. En vez de pasar el cesto para las limosnas, nos pasan un bebé. Juan me dice que lo entretenga para que no llore. Juan se levanta y se acerca al cura, que está en mitad de la homilía, y le pide que le haga unas fotocopias. El cura abre una máquina de fotocopias que hay junto al altar y le pregunta cuántas quiere. Juan vuelve, dejamos al niño en una silla de bebé que hay a la puerta de la iglesia y caminamos muy deprisa por la calle. Se ha hecho de noche.

cafetera

viernes, 5 septiembre 2008. Hay visita en casa de mi suegra. Me asomo por la ventana de la terraza y los veo a todos sentados alrededor de la mesa. Eres muy tranquila, me dice mi suegra con tono de reproche. Me dice que llevan esperando el café hace un rato. Por más que busco no encuentro la cafetera, sólo piezas sueltas que no se corresponden. La casa tiene varias cocinas, las recorro todas en busca de más piezas. Oigo la voz de Alberto, ha llegado de trabajar y está con las visitas en la terraza. Voy de una cocina a otra. Lo encuentro por fin delante de uno de los fuegos, está hirviendo un libro rojo de pastas duras. Le pregunto por qué no ha venido a darme un beso. Señala el libro como única explicación. Elena, mi sobrina, me dice que ha encontrado una cafetera. Está desarmada y sucia. Me doy por vencida, pego la espalda a la pared y me quedo muy quieta, mirando unos dibujos de Alberto, donde aparecen unas chicas que se bañan en la playa con tacones y guantes. Andrés se asoma por la ventana de la terraza. No sé cómo ha entrado ni qué hace allí. Está muy triste, dice que tiene que contarme una cosa. Le advierto que no es buen momento, que no podré animarlo.

casas vacías

jueves, 4 septiembre 2008. Estamos en casa de Héctor. Es una casa con habitaciones cuadradas enormes, con tan pocos muebles que parece que el sueño es el blanco y negro. En mitad de salón hay una mesa de camilla cuadrada del tamaño de una cama de matrimonio. Cenamos. Mientras hablo con un chico que no conozco, pienso que se parece mucho a Juan Ramón. Me dice que va a preparar la cena. No entiendo nada, porque ya hemos cenado. Como si Héctor pudiera saber lo que estoy pensando, se acerca y me dice que lo de antes era una merienda-cena y ahora llega la cena de verdad. Justo en ese instante, el falso Juan Ramón intenta meterme un chanquete crudo en la boca. Aprieto los labios. Se ríen. Le digo que no como chanquetes porque soy vegetariana. Alberto me hace una seña desde la puerta, me despido de todos con la mano y salimos a la calle. La calle es una escalera con arriates llenos de flores, que pisamos sin darnos cuenta porque todavía es de noche. Buscamos el coche, pero no damos con él. Recorremos todo el pueblo hasta que empieza a amanecer. Cruzamos de una calle a otra por una iglesia protestante donde en vez de velas hay huevos de pascua de colores. Al salir, en la otra calle, unos estudiantes están levantando el asfalto y colocando en su lugar piedras de la playa y canicas. Pasamos de puntillas para no estropearlo. Llegamos a un descampado, ha amanecido y seguimos sin encontrar el coche, así que nos sentamos en la cuneta a descansar, junto a un montón de aisladores de cerámica blanca con forma de flores. Decidimos quedarnos a dormir, subimos a un piso con una cristalera enorme que da al mar. No hay muebles ni cortinas. Una tormenta, le digo a Alberto. Pero al acercarnos al cristal para verla mejor, vemos que en realidad es una feria, y lo que parecían rayos son fuegos artificiales.

cantera y abrigo de piel

miércoles, 3 septiembre 2008. Estoy mirando una cantera abandonada. Me alegra que los del pueblo vecino hayan construido una especie de pantano donde van a bañarse. Los miro desde lo alto. Como siempre que vuelvo a casa desde esa cantera, las imágenes se vuelven en blanco y negro según me alejo. Siempre siento lo mismo en el camino de vuelta: un poco de temor a que el coche caiga por un barranco, temor a volver a casa y que la casa no esté, temor a haber olvidado algo en esa cantera.
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Mi abuela está al cargo de mi hermana y mis primas. Son muy pequeñas y corren por la casa sin parar y sin querer acabarse la comida. Alberto y varios amigos dicen que se van al fútbol. Saco de una sopera mi entrada y se la cedo a Hero, el marido de mi hermana, para no dejar a mi abuela sola con las niñas. Una de las niñas, que cada vez son más, me pregunta quién era "el minino". Le explico que era un vecino de la abuela de Odila y que le llamábamos así porque, como no comía, no llegó a crecer. La niña sale corriendo y vuelve con un yogur. Antes de que yo le diga nada, me dice que el yogur lleva proteínas, que lo ha leído y que me ahorre las explicaciones. De la casa de Odila vemos salir a toda la familia. Llevan a un bebé en los brazos. Odila lleva un abrigo de piel. Entran todos en el coche para ir a bautizarla. Mi hermana, que hasta el momento era una niña muy pequeña, sale de casa vestida de fiesta con una falda de garras y se mete también en el coche. Mi abuela se lamenta de que nunca me ha visto bien vestida. Nunca te he visto con abrigo de piel, dice. Mamá lo tiró a la basura, le respondo. Lo que no le digo es que recuperé el abrigo de la basura y lo escondí en el altillo del armario.

espumillón

martes, 2 septiembre 2008. Llego a la puerta de Carrasquilla con un bebé en los brazos. Lo siento en el escalón del escaparate. Ahí me sentaba yo, le digo a pesar de que sé que no puede entenderme. Dentro de la tienda hay gente haciendo compras con prisa. Mi madre se acerca y me pregunta qué hago allí con ese niño. Le señalo una caja adornada con espumillón y le digo que me gusta mirarla. Mi madre coge al niño y se lo lleva.

rabo karabekian

lunes, 1 septiembre 2008. Hablo por teléfono con Javier La Beira desde una terraza enorme. El teléfono está colgado en la pared al lado de una manquera. Javier me pregunta cómo estoy y le respondo que sigo perdiendo la memoria, que por ejemplo ya no recuerdo quiénes eran los mongoles. De repente me quedo callada y le pregunto qué me había preguntado. Javier no dice nada. Yo intento que no note que estoy llorando.
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Estoy en la cama y oigo cantar a un pájaro. Más que cantar parece que habla. Noto que el pájaro se va acercando a la puerta del dormitorio que da a la terraza. Para no asustarlo, me escondo debajo de la cama.
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Una chica con los ojos muy redondos, que en el sueño se supone que es mi hermana, se sube con zapatos a la cama para salir del dormitorio y pisa mi vestido. Le deja dos huellas impresas. Discuto con ella, le digo que se comporta así porque jamás ha pensado en los demás. Ni se inmuta. Entro en una cocina de suelo de barro y sin paredes. La cocina da directamente a un monté de piedras del mismo color que el sueño. Me pongo a barrer. Según paso el cepillo del suelo brota aceite. Miro en el recogedor y encuentro un fajo de dólares, unas quinielas y un pasaporte caducado de mi suegro. Le pregunto a Alberto si puedo quedármelo de recuerdo. En él, sale su padre muy joven vestido de militar. Mientras tanto, Ayllón desde detrás de la puerta me pregunta dónde está el libro "Barbazul" de Vonnegut. Date prisa, está aquí, dice. ¿Rabo Karabekian está aquí?, le pregunto sorprendida.
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Muñoz Quintana y yo estamos sentados en una plaza, tapados con una manta, mirando cómo un montón de gente baila espasmódicamente. Son franceses, le explico, y los franceses bailan así. Voy traduciéndole la canción. Ayllón aparece con un tipo vestido de celeste, muy cursi, y dice que le guardemos algo. Nos entrega un papel de seda rosa que parece de una tintorería. Pienso que va a meterse en un lío. Le doy el papel a Muñoz Quintana y le digo que lo guarde él porque yo seguro que lo pierdo.
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Alberto está de pie en la acera de enfrente resguardándose de la lluvia, pero en realidad no llueve. Le señalo el suelo. A su lado hay un plato lleno de estampas de futbolistas. No las coge. Algo me impide cruzar la calle para estar con él. Llega mi prima Cristina cargada con carpetas y comienzan a andar calle abajo. Pienso que si dejáramos de vivir juntos, necesitaría seguir viéndolo al menos un rato cada día.