casi diógenes

miércoles, 24 febrero 2016. Al pasar por una tienda de un centro comercial, veo que la está cerrando. Es una tienda de telas muy bonitas. Se supone que conozco a la chica y que ya hemos hablado antes. Le digo la pena que me da que la cierre. La tienda se convierte en la recepción de un hotel donde venden billetes de avión. Nos ofrece unos vuelos muy baratos. Salud compra cuatro, para ella y sus hijos, Nosotros también. Al ir a pagarlos nos dice que le debemos 600 euros. No entendemos nada. Dice que hemos tardado demasiado en pagar y las normas son las normas. Salud saca la cartera. Yo me indigno muchísimo porque ya la consideraba amiga. Salgo a la calle, noto como la ropa se me va quedando pequeña. Pienso que me estoy convirtiendo en La Masa y pronto la ropa me estallará y empezaré a romper cosas. Alberto me calma. Sólo es dinero, dice. Y la injusticia, ¿no te molesta?, le digo. De repente estamos en un coche, no es el nuestro, pero no digo nada. A mi lado, un chico al que no conozco. Le pregunto dónde lo dejamos. Vivo en la calle Coca-cola, dice. Me cuenta que en esa calle hay un psiquiátrico y se ha escapado. La cara del chica adelgaza por segundos. Llegamos a una playa con montones de piedras. Si subo por los montones se hunde. Cojo un par de ellas, pero al separarlas del montón dejan de parecer bonitas. Una señora abre una puerta con muchos pestillos. La playa continúa dentro de su casa, aunque el suelo ha dejado de estar cubierto de piedras, ahora hay botones. Parecen antiguos. Algunos son de cuerno, de madera. Cojo unos muy grande con forma de pezuña. También hay libros y agendas. Hago un pequeño montón con mi tesoro.  Según avanzo por la casa encuentro montones de collares. Le ofrezco uno a Begoña, Begoña grita, respira muy fuerte. Tengo un ataque de ansiedad, he llamado a la policía, dice. La señora me pregunta por qué grito y señalo a Begoña. Puedes coger lo que quieras, dice la señora. El siguiente pasillo está cubierto de pijamas, el siguiente de camisetas de rayas, pero me da asco coger ropa usada. Meto en mi bolso las piedras, los botones, los collares y algún libro. El loco de antes que ahora se ha convertido en un niño, quiere sacarlo todo y ordenarlo en el suelo. Ya no sé qué hacer con él para que me deje en paz. Entro en último salón de la casa de la señora. Hay varios sofás ordenados de frente al televisor y un espacio sin pared que da directamente a la calle. ¿Para qué tantos cerrojos por aquel lado, si en este no hay pared?, pienso, pero no le digo nada. Me siento junto a mi madre y le hago una señal como diciéndole: Cuando llegue a casa he cogido collares para ti.

portada morada

martes, 23 febrero 2016. Entro en una tienda con expositores verticales de alambre. parecen muy frágiles. Hay libros colocados haciendo equilibrios. Uno de ellos es una novela de Gabriel Noguera, pero con una portada diferente en colores morados, muy fea. Pienso que se lo han plagiado y convertido en un libro de semana santa. Pienso que si salgo de la tienda sin comprar nada, pensarán que voy a avisarlo. No sé cómo salir de allí.

concierto

lunes, 22 febrero 2016. El poeta Nacho Fernández tiene un grupo y tocan en un escenario. Me sorprende mucho porque lo tenía por tímido. En el cartel del concierto aparece la cara de Juan Pardo Vidal muy triste, como si estuviera a punto de llorar.

playas en pamplona

miércoles, 17 febrero 2016. El escritor Chivite ha venido con su familia a Málaga para enseñarme su nuevo proyecto: una app para encontrar playas en Pamplona. Dice que nadie ha tenido antes esa idea. No me extraña, pienso, pero no digo nada. En el sueño, además de sus dos hijas, tiene dos hijos. Un bebé de poco más de un año y otro muy alto y delgado que se parece a Beckett. Me llamo Nevado, dice, aunque todos me llaman Sam. Entramos en un bar. La mesa es muy larga y todos estamos muy separados. Tenemos que hablar a gritos. Nos vamos, dice Chivite. Habrá que pagar, les digo. Salimos con prisa por una puerta que hay junto a los servicios. ¿Hemos hecho un "simpa"?, pregunto, pero nadie me responde. Llegamos a casa de mis padres. No sé qué hacemos allí, no quiero estar allí, pero Chivite pasea observándolo todo como si estuviera en un museo. Me gustan mucho los cuadros que hay en el dormitorio de tus padres. Asiento, y espero que no haya visto el caracol de peluche que hay sobre la cama. Este era mi cuarto, le digo. Pero de repente me doy cuenta de que todos han desaparecido.

parade

viernes, 12 febrero 2016. Después de acompañar a un señor mayor al portal de su casa, nos encontramos con la calle llena de gente disfrazada. Una chica nos cuenta que se ha comprado una bata para andar del revés. A pesar de sus explicaciones no llego a entenderla. Están montando un escenario. Aparece Juano con su hijo. Le digo que lo agarre bien para que no se pierda. Juano me da unos papeles y nuestros meñiques se quedan enganchados. Alguien nos hace fotos desde un balcón.

reloj peonza

miércoles, 10 febrero 2016. Camino por la calle. Veo en la acera un reloj de bolsillo muy grande. Pienso que quizá le gustaría a mi padre. Vuelvo sobre mis pasos para cogerlo. La acera está mojada y el reloj en un charco. Me lo acerco para ver si funciona, pero el reloj se ha convertido en una peonza.

fiesta

martes, 9 febrero 2016. Llego muy cansada a casa y me acuesto con los zapatos puestos sobre la colcha. Noto un terremoto. Le pregunto a mi padre si lo ha notado. Claro, ha sido en México, dice muy contento desde la cocina. Miro la hora, en cada reloj marca una distinta. Intento llamar a Begoña, cuando al fin lo consigo me dice que es muy tarde, que ya han cenado y que como mucho escucharán música. Oigo voces conocidas de fondo. Me visto muy rápido, al ponerme los vaqueros se transforman en un pantalón blanco. Me miro al espejo, me veo de blanco y no parezco yo.

despacho

lunes, 8 febrero 2016. He quedado con Iker en un despacho bastante solemne. A la entrada una secretaria no deja de escribir a máquina. Al fondo, detrás de la que se supone es su mesa de trabajo, hay una chimenea apagada, pero que da una luz muy acogedora. Me habla de lo que ha hecho durante estos años sin vernos. Me confiesa que un cuento que me envió, firmado por un amigo, en realidad era suyo. Le digo que debería habérmelo dicho. Hay algo más, dice, mi madre murió. Me hecho a llorar desconsoladamente. Pienso en lo mal que lo habrá pasado sin que yo pudiera consolarlo. Lo abrazo. Le pido que no vuelva a ocultarme nada.