despacho

lunes, 8 febrero 2016. He quedado con Iker en un despacho bastante solemne. A la entrada una secretaria no deja de escribir a máquina. Al fondo, detrás de la que se supone es su mesa de trabajo, hay una chimenea apagada, pero que da una luz muy acogedora. Me habla de lo que ha hecho durante estos años sin vernos. Me confiesa que un cuento que me envió, firmado por un amigo, en realidad era suyo. Le digo que debería habérmelo dicho. Hay algo más, dice, mi madre murió. Me hecho a llorar desconsoladamente. Pienso en lo mal que lo habrá pasado sin que yo pudiera consolarlo. Lo abrazo. Le pido que no vuelva a ocultarme nada.