sexo en seco

lunes, 31 agosto 2009. Estoy en una casa rústica entre árboles. Alguien dice que tenemos que marcharnos urgentemente. Los que están por allí, incluida mi familia, se van. Yo decido meter en una bolsa algunas de mis cosas. Me cuesta elegir. Empiezo por las que me importan pero acabo cogiendo a puñados lo que encuentro por los cajones. La bolsa pesa cada vez más, me doy cuenta de que nadie de mi familia ha cogido ropa de abrigo y puede que la necesitemos. Abro todos los armarios pero dentro no hay nada mío. Salgo de la casa, los árboles han desaparecido, sólo queda un descampado de barro. Me pongo a cavar y de la tierra húmeda salen baratijas y juguetes de cuando era niña.
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Un tipo, al que nunca he visto, llama a la puerta de la casa de mi abuelo pero la casa de mi abuelo es un cuarto de baño enorme con varias puertas batientes y una bañera donde nos metemos vestidos. Los dos decimos a la vez que preferimos hacerlo sin agua. Sexo en seco, decimos a la vez y nos reímos. Después salimos por el balcón, bajando por una escala de cuerda.
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Tengo que llegar a una casa donde se supone que vivo, pero no recuerdo el camino. Encuentro un ascensor en mitad de la calle y subo. Dentro hay un chico al que le falta un brazo. Forcejeamos sin motivo, yo con cuidado porque pienso que podría hacerle daño. Justo antes de salir le digo que he leído su libro y me gustó mucho. Imposible, dice, mi libro no está publicado. Lo presentaste a un premio donde fui jurado, le digo. El chico sale corriendo y entra en una farmacia. Salgo del ascensor aunque no sé dónde voy. Hay una explanada enorme, sin embargo camino pegada a la pared entre las sillas de las terrazas de los bares, molestando a todos los clientes.

pañales

sábado, 28 agosto 2009. Alberto quiere cruzar hacia el paseo marítimo. Se me caen a la acera cosas que llevaba en el bolso, me entretengo a recogerlas. Alberto se enfada porque no he cruzado a la vez que él y se planta en mitad de la calzada con los brazos cruzados.
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Unas madres muy jóvenes cambian de pañales a sus hijos en una habitación acristalada cerca de la playa. Todo mi afán es robarles los pañales y los gorritos de lana. Mientras todo esto ocurre, el poeta Juan Marqués me observa desde la ventana, con las manos a los lados de la cara para hacerse sombra.

ambulatorio

jueves, 27 agosto 2009. En un ambulatorio las enfermeras dan cita para cortar el pelo. Me siento a esperar, no porque quiera cortármelo sino porque me gusta estar allí.
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Alberto gana un premio de cortometrajes que consiste en una estantería de metacrilato horrible con varias figuras doradas, entre ellas un balón enorme. Nos miramos y decimos a la vez: ¿Dónde lo vamos a poner?

descalzos

miércoles, 26 agosto 2009. Estoy con un grupo de amigos en un bar, poco a poco los amigos desaparecen, sólo quedamos Antonio Blanco y yo. Me quito los zapatos con disimulo bajo la mesa. Me fijo en que Blanco se los ha quitado con naturalidad y empieza a hurgar en el calcetín hasta hacerse un agujero. Quiero preguntarle cosas sobre sus viajes, pero no digo nada. Blanco dice que está harto de que yo sólo le cuente principios de historias, que debería aprender de una vez por todas a contar finales. No estoy muy segura de lo que eso quiere decir, pero con tal de que no se enfade conmigo, le prometo que a partir de ese momento sólo le contaré finales.

guardaespaldas feliz

martes, 25 agosto 2009. Estoy en un cine de verano. La película es un drama terrible, yo me río en cada escena. Encienden las luces, reparten bebida y comida mientras proyectan anuncios. La gente protesta de lo mala que es la película, yo explico que desde que me la tomé como comedia me estoy riendo mucho. Nadie me hace caso, como si fuera invisible. Sólo un chico, que se parece al músico Jordi Gil, me agarra los hombros, me los mide, y dice que debería operármelos porque resulto demasiado atlética. Dos chicas que trabajan de acomodadoras aparecen con unos petos amarillos y megáfonos. Protestan porque van a derribar el cine. Todo el mundo aplaude. En la calle hay mucha gente de un lado a otro, empieza a hacerse de noche y no reconozco el camino a casa. Noto que nadie puede verme, sólo un chico con pinta de extranjero que me persigue. Intento correr, incluso intento levantar el cuerpo del suelo para volar, pero sólo subo una cuarta. Me saco de los bolsillos unas piedras enormes y consigo subir unos centímetros más. Un hombre que también puede verme me dice: Te persigue un alemán, te persigue para matarte. Sólo me queda una piedra, pero no quiero tirarla porque pienso que puede servirme para defenderme. Llego a un hostal. El chico del mostrador puede verme, con sólo mirarme ya sabe lo que me pasa. Dice que, ahora que puedo volar, debería dormir en el tejado. Subo al tejado que se comporta como un barco en altamar. Pienso que he tirado todas las piedras y que no tendré nada para comer. Bajo a recepción y me siento junto al chico. Decido que esperaré allí la muerte. En ese momento aparece Mocito Feliz con un sombrero mejicano y una maleta. Pide habitación. El chico no quiere darle ninguna porque piensa que despertará a los clientes con sus canciones. Se me ocurre que si comparto habitación con Mocito, podrá protegerme del alemán. Como quieras, pero yo preferiría la muerte, dice el chico de recepción.

sombrillas y maratón poético

domingo, 23 agosto 2009. Mi prima Cristina intenta hacerme unas fotos. Mi madre le da instrucciones, coloca unas sombrillas de playa para que me den luz en la cara, pero lo que consigue es justo lo contrario. Mi prima dispara fotos con distintos objetos, nunca con una cámara, como si eso fuese lo normal. También se cambia de ropa para cada foto aunque ella es la que está detrás de la cámara.
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Alguien ha organizado un maratón poético en el aula magna de Económicas. Cuando paso por la puerta veo mi nombre en el cartel. No entiendo nada. El público que hay en la puerta me arrastra al interior. Al llegar al escenario mi amigo Purranki me empuja hacia arriba y le dice al poeta Francisco Javier Casado que no me deje escapar. Una vez allí, Casado me agarra desde detrás en la cola de poetas que van a leer, para que no me escape. Me sorprende que el aula magna se haya llenado por completo. Entre el público veo a algunos amigos, entre ellos Antonio Muñoz Quintana con la cara completamente quemada por el sol. Detrás del escenario hay poetas tumbados en el suelo, durmiendo, esperando su turno.

conejo llorón y piedras preciosas

sábado, 22 agosto 2009. En una clase al aire libre nos explican cómo filmar una carrera de coches de juguete. El profesor dice que tenemos que borrar de nuestras mentes la palabra Choque, porque físicamente es imposible que un choque se produzca. Todos toman nota. Sólo dos nos levantamos a protestar, yo y el poeta Francisco Javier Casado, que en vez de folios toma notas en un cuaderno para colorear. Cojo un puñado de tierra y lo lanzo contra la pared. Eso es un choque, le digo al profesor. Yo no he visto nada, dice él. Casado se levanta y voltea la mesa donde otros compañeros todavía tomaban apuntes. Un montón de tarjetas de visita se esparce por el aire. A mis manos llega una azul de un Dj. Todos se han ido, sólo quedan sobre la tierra folios sucios, tarjetas de visita y el cuaderno para colorear de Casado. La portada es amarilla con un dibujo infantil de un conejo que llora. En contraportada, el mismo conejo sonríe con un cesto lleno de frutas entre las patas.
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Mi cuarto es un caos. Sobre la mesa hay ropa amontonada. Entre la ropa hay una caja de tizas de colores abierta, lápices Alpino y rotuladores Makermoon sin capuchón. En el suelo hay varias cajas, una de cartón y varias de madera. También está abierto el maletín de los óleos. Busco entre tanto desorden el secativo de cobalto para que no estropee la ropa. Mi madre entra y se sienta en el suelo. Me pregunta si he visto su anillo de topacio. Nunca te he visto con un anillo de topacio, le digo. Ella abre la mano y me enseña uno. Uno como éste, dice. Pienso que es una trampa. De una caja de cartón enorme voy sacando objetos de lata y de plástico que no he visto nunca, y los ordeno por materiales en cajas pequeñas de madera. Al fondo de la caja de cartón empiezo a encontrar anillos. Se los voy mostrando a mi madre mientras digo sus nombres. Aguamarina, esmeralda. Ella va negando cada uno con la cabeza. No hay más, le digo. Mi madre coge las cajas de madera, con un leve toque las convierte en finísimas láminas y las va metiendo en la imperceptible ranura que queda entre el armario empotrado y el suelo. Y así se ordenan las cosas, dice. Pienso que después va a ser imposible sacarlas, pero no digo nada.

espumillón, camuflaje poco acertado y confeti

jueves, 20 agosto 2009. Mi madre, mi hermana y yo estamos esperando a Carmen Beltrán en, la que se supone, su casa. Me sorprende mucho que la distribución y los muebles se parezcan a los de la primera casa donde vivieron mis padres. Llaman al timbre continuamente, pero nunca es ella, aparecen personajes variopintos, entre ellos un chico muy callado que nada más entrar se sienta a recortar revistas y a hacer collages. Otro ha puesto espumillón alrededor de todos los cuadros. Le pregunto a mi madre cómo se llaman esas tiras de colores brillantes, porque no recuerdo la palabra espumillón. Me dice otra palabra, lo mismo me pasa con mi hermana. El chico de los collages ni siquiera me responde. Otro que hay junto a la ventana observando un ladrillo con gesto de Macbeth ni siquiera me mira. Oigo ruido y me acerco a la puerta, está abierta, Carmen entra con el pelo mojado, como si en la calle estuviera lloviendo. Nada más entrar la abrazo y, ella, sin decir siquiera Hola me dice muy sonriente: Espumillón.
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Entro al garaje a por el coche y veo pasar a uno de los hijos de la Duquesa de Alba. Camina delante de mí vestido con una traje beige, chaqueta y falda, y tacones y bolso a juego. Pienso que tiene las piernas demasiado musculosas de tanto montar a caballo y me pregunto dónde habrá encontrado medias de su talla. Alguien me empuja, son unos periodistas persiguiendo al jinete. Abren el maletero de su coche y lo encuentran besando a una chica preciosa. Le hacen fotos. Les grito que no tienen vergüenza. Dos de ellos se vuelven y me meten a empujones en una ambulancia.
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Tengo que barrer la cocina de pétalos de geranio, me da mucha pena hacerlo porque parecen confeti. Mi suegra está en la puerta de la cocina observándome, dice que si no me deshago de ellos quemará mis libros.

vien

miércoles, 19 agosto 2009. Tengo que vestirme para ir a la presentación de un libro de José María Parreño. Javier La Beira dice que me dé prisa, que llegamos tarde. Por más que saco ropa del armario toda está arrugada o comida por las polillas. Al final me pongo cualquier cosa, prendas que parecen prestadas. Parreño lleva unas patillas enormes que le cruzan la cara. Lo felicito por su libro. Se asombra de que ya lo haya leído. Tuve que leerlo para corregir las erratas, escribiste Bien con V, le digo.

libros primos y día del manga

martes, 18 agosto 2009. Un hombre me pregunta por el número 18 de una calle. Veo que estamos a la puerta del 15. Pienso que el 18 estará justo en frente, cruzamos, pero los números de las casas no siguen ningún orden. Tomando cinco números de cada acera, trato de hallar la secuencia lógica aplicando fórmulas matemáticas. Nada. El hombre dice que es culpa de los libros primos. ¿Números primos? No, libros primos, repite y abre una furgoneta cargada de ladrillos. Los ladrillos tienen páginas. El hombre abre uno y me cuenta una historia sobre el número 7 y los árabes. Le digo que acaba de inventársela porque las páginas del ladrillo están en blanco.
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Estoy en una librería con las paredes de piedra, la decoración imita a un castillo. El chico de la caja da la salida con un silbato. Los clientes corren de un lado a otro cogiendo todos los cómics que pueden, después se ponen a la cola. Yo estoy junto a la caja. A cada uno le cobra sólo tres aunque lleven más de veinte y, además, les regala una figura manga. El chico de la caja me mira y me da una figura. Le doy las gracias pero le digo que no la quiero porque no conozco al personaje, que mejor se la dé a alguien que vaya a apreciarla. Una niña pequeña me la pide, dice el nombre del personaje y en qué libro aparece. Cuando se la doy, el pelo de la niña cambia de color de felicidad. El chico de la caja me pregunta si me gustan los niños. La librería se ha convertido en un restaurante y tres chicas, entre ellas mi amiga Salud, me están esperando para cenar. Salud tiene el pelo muy largo y pelirrojo, lleva un vestido con adornos plateados y dorados. Las otras chicas también visten ropa extravagante, pienso que se han disfrazado para celebrar el Día del Manga.

besos por sellos

lunes, 17 agosto 2009. Voy hacia Correos y un tipo se pone a caminar a mi lado. Lo miro de reojo, no estoy segura de si es Lou Reed o Leonard Cohen, pero no le digo nada. La chica del mostrador está muy agobiada porque hay mucha gente esperando y no le quedan sellos para todos. Le tiendo un libro y una camiseta. La chica plancha la camiseta borrándole el dibujo, pero no le digo nada porque pienso que se va a agobiar más. Intenta meter el libro y la camiseta en un sobre pequeño, el sobre se rompe y la chica se echa a reír. Béseme, dice al primero de la cola. El chico, muy sorprendido, la besa. Ella le mete el índice en la boca y le cuenta las muelas. Su jefa sale de repente de su despacho y dice que va a despedirla. El chico reclama más besos, y yo corro hacia el mostrador para recuperar el libro y la camiseta.

semáforo y vasos escondidos

domingo, 16 agosto 2009. Unos peregrinos suben hacia la Iglesia de la Victoria. Alguien dice que van al entierro de una actriz de teatro. Me fijo en una señora que pretende cruzar el semáforo en rojo varias veces, pero cada vez que lo intenta en vez de andar hacia delante da unos pasos hacia atrás. Finalmente desiste y se marcha. Dos señoras de su edad cuchichean. De espaldas parece que tenga doce años, dicen.
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Estoy con Alberto en una tasca tipo irlandés, todo es de madera y huele a humedad. Los parroquianos entran, buscan su vaso en los sitios más inverosímiles y beben alegremente. Al parecer, en este bar, antes de irte a casa debes dejar tu vaso escondido para la próxima vez. Todos tiene uno menos yo. Antonio Blanco se sube a un taburete y saca un vaso enorme de una lámpara del techo. Aquí está el mío, dice y se sirve una cerveza desde detrás de la barra. Noto que Alberto quiere irse a casa. Me levanto y hago un gesto de despedida. Blanco se encarama a la barra para darme un beso. Sus labios están helados por la cerveza. ¿Estás de acuerdo?, me pregunta.

bicicletas en bandada

sábado, 15 agosto 2009. Quiero cruzar por la Plaza del Hospital Noble, pero pasan coches en todas las direcciones. Alguien me coge del brazo para ayudarme a cruzar. Vamos tan juntos andando entre los coches que no puedo ver quién es. Una vez en el parque, me separo un poco para ver quién es. Antonio Blanco me dice, no te separes mucho.
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Un coche con altavoces pasa por el paseo marítimo, suenan canciones de Neil Young que funcionan como flautista de Hamelin: miles de personas en bicicletas idénticas persiguen al coche. Yo estoy sentada en el paseo y miro las bicicletas ir y venir como si fueran bandadas de pájaros. De repente estoy en un despacho en penumbra. Un hombre a contraluz me cuenta cosas de su vida. Cuando me fijo en él veo que es Neil Young y, como si pudiera leerme el pensamiento, dice que sólo han puesto altavoces para que los fans lo dejen en paz. Pregúntame lo que quieras saber, dice. Me encojo de hombros, él se ríe. Eres la única persona del mundo que no quiere hacerme preguntas, dice. Eso es porque vas descalza, dice. En ese momento me doy cuenta de que me he dejado las alpargatas en el paseo marítimo.

asco

jueves, 13 agosto 2009. En una habitación hay varias personas mayores viendo la tele. El ambiente es lúgubre. Me siento un segundo en un sillón con varios almohadones muy sucios, el asiento está caliente como si alguien acabara de levantarse. Digo que necesito ir al baño. En ese momento una mujer muy mayor corre hace el baño para llegar antes que yo. En el salón contiguo hay un váter entre sillas y mesas, pero todo está tan sucio que desisto.
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Mi suegra ha preparado un montón de bolsas de basura, dice que son para que las llevemos a reciclar porque donde vive su hija no hay contenedores. Delante de nosotros se abre la imagen de la calle donde vive mi cuñada y cuento en voz alta hasta veinte contenedores.

marcapáginas, collages y ferran fernández

miércoles, 12 agosto 2009. Estoy en una especie de museo, pero no hay nada en las paredes. En la última sala, cerca de la salida, hay un mostrador con marcapáginas. Cojo dos de cada para Antonio Muñoz Quintana. Una chica aparece de la nada, me los quita de las manos y me entrega una bolsa. La bolsa está llena de retales.
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Meto el ordenador en el congelador para hacerle unas fotos. Quiero terminar el carrete que tiene la Lomo. Por más fotos que hago, el visor me dice que siguen quedando más. En el pasillo hay una mujer oriental muy maquillada vestida de monja. La luz que entra por una rendija le da justo en los ojos. Le pregunto si puedo hacerle una foto. Sonríe coqueta pero no responde. De repente me doy cuenta de que el carrete se ha salido y lleva un rato en el suelo. También veo unas latas de pintura roja. Han dejado cercos por todas partes, incluso en la colcha. Sobre la colcha también hay recortes de periódico, figuras, que iba a usar para hacer collages. Miro esos recortes y pienso que eso es la felicidad, que me dan igual las manchas de pintura. tengo recortes y puedo hacer collages y esto es todo, le digo a la monja que sigue sonriendo desde el pasillo.
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Ferran Fernández y yo cruzamos la Plaza de la Merced. Buscamos un bar para almorzar pero todos están llenos. La plaza está llena de charcos de cerveza del botellón de la noche anterior. Ferran, para evitar que me moje los zapatos, me coge de la cintura, pone el brazo en jarras, y me lleva colgando como si fuera un bolso. Le pregunto si le peso. Dice que no peso nada y que por eso me lleva a almorzar, que Antonio Blanco tiene razón cuando dice que estoy demasiado delgada. Por la postura que llevo, mi cabeza está muy cerca del suelo. Casi rozo a un perro que hay tumbado en la plaza. Lo miro a los ojos y el perro canta con voz de persona "Cumpleaños feliz". No se lo digo a Ferran porque pienso que no me creería. Ferran sigue buscando un bar para comer, pero no hay mesas libres. Todo está lleno de sevillanos, protesta.

tallas de estraperlo y el hombre insecto

martes, 11 agosto 2009. Estoy buscando unos vaqueros de mi talla, todos me quedan grandes. Una chica me dice que han prohibido la talla 36. Acompáñeme, dice y me guiña. Abre una puerta y se deja caer. El escalón medirá unos diez metros en caída libre. Le digo que no con la mano. Al parecer venden pantalones de estraperlo en la trastienda, pero la trastienda es un pedregal. Otra chica cierra la puerta y me recrimina que esté poniendo en peligro el gran secreto de la tienda. Cuando dice El gran secreto, no puedo evitar echarme a reír.
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Una periodista dice que va a entrevistar al hombre trepador. Un hombre muy delgado con piernas y brazos escuálidos que sube sin dificultad por troncos de árboles y fachadas. El hombre sale de una casa tipo inglés, sube a un árbol sin ningún esfuerzo ayudado sólo de sus dedos. Cuando baja, su cuerpo está cubierto de bichos redondos y negros. Entonces, ¿es verdad que es usted el hombre trepador?, pregunta la periodista. No, yo soy el hombre insecto.

alcayatas y tostadas

lunes, 10 agosto 2009. Voy en autobús, el autobús pasa junto a un estadio donde hay un concierto. Me tapo la cara. En realidad no es un autobús, voy sujeta a un muro que se mueve por tres alcayatas. Pienso que cuando llegue mi parada no sabré bajarme.
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Me despiertan ruidos en el pasillo. Busco a tientas una camiseta, pero está acartonada y no puedo ponérmela. Cojo una rebeca larga y salgo. Alberto está en el pasillo untando tostadas con mantequilla. Me extraña que haya venido desde el trabajo para desayunar, pero no digo nada, me siento con él y nos comemos las tostadas. Cuando me fijo en la rebeca veo que no es la mía, color caqui, sino verde muy pálido.

moqueta

domingo, 9 agosto 2009. Habitación con mesa de reuniones. Seis sillas alrededor. Seis sillas que debo ordenar. Las sillas pesan, se cambian de sitio solas y debo volver a empezar. Todo eso me parece normal. A pesar de ser un trabajo duro disfruto tanto haciéndolo, porque la moqueta es suave y voy descalza, que no deseo terminar nunca.
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Jurdi dice que tiene que ensayar posturas para su nueva película. Quiere que le ayude. Cuando voy a desnudarme para empezar, me dice que no hace falta, que podemos practicar vestidos ya que sólo es un ensayo.

gritos y tablas silenciosas

jueves, 6 agosto 2009. Camino por una calle empedrada, las casas son muy blancas. Una mujer me sigue, si me paro se para, si me vuelvo, se pone a llamar a una puerta para disimular. No me da miedo, es una mujer mayor, pero me molesta que me siga. Me vuelo, le grito que sé lo que pretende y no va a conseguirlo. No sé lo que pretende, pienso mientras lo digo. Ella niega con la mano. Aprovecho una cuesta arriba para correr y esconderme en un portal. La mujer aparece al cabo del rato, fatigada. Salgo de mi escondite y le grito: ¡Sabía que me seguías!
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Estoy en un cuarto de paredes rojas, sosteniendo unas tablas también rojas. Mi madre llama a la puerta, dice que tiene un recado para mí. Haciendo malabares para que no caigan las tablas al suelo, salgo a escucharla. Dice que ha llamado Juan Pardo Vidal y que ha dicho algo sobre la dedicatoria de un libro de Uberto Stabile. Me fijo en su vestido, es un vestido rojo de seda hasta los pies. Las tablas que sostenía se me caen al suelo pero no hacen ningún ruido.

casa salmón

miércoles, 5 agosto 2009. Jurdi vive en una casa perdida en un bosque. Me alegro mucho de verlo, lo abrazo y oigo una música que sale de sus gafas. Es un mp3 incorporado a las patillas, dice. Todavía no has aprendido a abrazar, le digo. Me da una caja, quiere que me pruebe ropa interior de una antigua novia mientras limpia la cocina con su madre. Unas chicas muy guapas llegan al dormitorio y se intercambian los tacones. El suelo cruje, está hecho de tablones sin ajustar. Pienso que no pinto nada allí, escribo una nota para despedirme, pero de repente estamos fuera de su casa. Me enseña un cine que han construido junto en frente, en mitad del bosque. Pienso que tengo que volver cuando esté solo y que el cine será mi referencia. La casa salmón frente al cine del bosque, pienso.
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Voy en el asiento de atrás de un coche, no puedo ver la cara de quien conduce. Salimos muy rápido de un descampado para echar una carrera con tres chicas que van en otro coche. Le digo al conductor que vaya despacio porque las tres chicas son fantasmas y nos ganarán de todos modos.

la fiesta de la gaseosa

martes, 4 agosto 2009. Estoy en la fiesta de la gaseosa. Me recibe Purranki. Me llama la atención su nuevo look, melena pelirroja hasta mitad de la espalda, pero no le digo nada. Sus ojos azules resaltan mucho más con ese pelo rojo. Me sirve varios vasos de gaseosa para que los pruebe, pero todos me saben igual. Uno de los vasos se me hace añicos al beber y la boca se me llena de cristales. Piensa que es hielo, dice Purranki muy sonriente. De repente estamos en una piscina, el color del agua es azul intenso. Sobre la superficie flota una canica transparente, no entiendo cómo puede flotar siendo de cristal. Al salir del agua, un perro me muerde la mano, por más que quiero deshacerme de él, se ha quedado enganchado con los colmillos a mi dedo índice.

concierto

lunes, 3 agosto 2009. He quedado con los amigos en un bar antes de ir a un concierto de El niño gusano. En vez de ir andando voy flotando a unos 50 metros del suelo, ayudada de un palo muy largo que me sirve de bastón. Desde allí arriba oigo conversaciones, una chica le cuenta a otra que tienen más de cien sillas de ruedas listas para distribuir entre quienes las necesiten. Veo a Héctor Márquez e intento guiarlo desde mi altura señalándole el camino más corto con el palo. Después de sortear a varias personas en silla de ruedas llego a un restaurante que no conozco, entro trepando por la reja de una ventana. Le pregunto a una chica si mis amigos han llegado. La chica me habla de su nariz y de si debe operársela. Me gustan las narices grandes, le digo. Al salir veo a Alberto, viene del fútbol, todavía lleva la bufanda del Málaga puesta. Dice que Luciano me ha dejado varios mensajes, me están esperando en el bar. Ni sé usar el móvil ni sé dónde está el bar, le digo. En la puerta del bar hay tres americanos grandes y rubios, uno está borracho tirado en los escalones. Go home!, les digo. Antes de que intenten pedirme explicaciones hemos llegado a las puertas del colegio de los maristas, el concierto es allí. Hay carteles por todas partes. Como Sergio Algora, el cantante del grupo, murió, lo han reemplazado por el poeta Sergio Franco. Me pregunto si Daniel llegará a tiempo.

hueca

domingo, 2 agosto 2009. Voy andando por la calle con un niño en los brazos, el niño se tira al suelo continuamente para coger unas bolitas del suelo. Pienso que son cuentas de collar, pero cuando las miro de cerca veo que son pequeñas cabezas de muñeco. No tienen pelo, sólo ojos y boca. Mientras camino, noto que la mitad de mi cuerpo está hueco, pero que es precisamente esa mitad la que más me pesa. Cuando llego a casa, dejo al niño en el suelo. En la casa hay una academia de idiomas, me siento y escribo en una libreta "Vocabulario".

muebles

sábado, 1 agosto 2009. Camino con Rosamari, una niña del colegio a la que no veo hace 30 años, hacia la plaza de toros. Vamos a un concierto de Sr. Chinarro. Rosamari sigue siendo una niña, me dice que está cansada y que quiere volver a su casa. Le digo que aguante un poco más, porque Sr. Chinarro me ha prometido por mail que va a dedicarle una canción.
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Estoy sentada en el alféizar de una ventana, está bastante alto, llevo un niño pequeño en el brazo derecho, con el izquierdo me agarro como puedo a la reja de la ventana porque cada dos por tres el niño patalea y caemos. Casi todo el tiempo estoy colgada del brazo izquierdo sobre las cabezas de la gente que pasa.
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Una chica ha sacado todos sus muebles a la calle. Me pregunta si puedo decirle cómo son. Le digo que me parecen muebles de vacaciones, no para arreglar una casa estable. Hay muchas butacas estilo colonial y cómodas blancas lijadas. Me gustan sus muebles, imagino su vida y también me gusta. Ella, como si leyera mi pensamiento, me dice: No te creas, siempre estoy huyendo. Y dicho eso, agarra una maleta, sale corriendo y me deja en la calle rodeada de todos sus muebles.