miércoles, 12 agosto 2009. Estoy en una especie de museo, pero no hay nada en las paredes. En la última sala, cerca de la salida, hay un mostrador con marcapáginas. Cojo dos de cada para Antonio Muñoz Quintana. Una chica aparece de la nada, me los quita de las manos y me entrega una bolsa. La bolsa está llena de retales.
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Meto el ordenador en el congelador para hacerle unas fotos. Quiero terminar el carrete que tiene la Lomo. Por más fotos que hago, el visor me dice que siguen quedando más. En el pasillo hay una mujer oriental muy maquillada vestida de monja. La luz que entra por una rendija le da justo en los ojos. Le pregunto si puedo hacerle una foto. Sonríe coqueta pero no responde. De repente me doy cuenta de que el carrete se ha salido y lleva un rato en el suelo. También veo unas latas de pintura roja. Han dejado cercos por todas partes, incluso en la colcha. Sobre la colcha también hay recortes de periódico, figuras, que iba a usar para hacer collages. Miro esos recortes y pienso que eso es la felicidad, que me dan igual las manchas de pintura. tengo recortes y puedo hacer collages y esto es todo, le digo a la monja que sigue sonriendo desde el pasillo.
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Ferran Fernández y yo cruzamos la Plaza de la Merced. Buscamos un bar para almorzar pero todos están llenos. La plaza está llena de charcos de cerveza del botellón de la noche anterior. Ferran, para evitar que me moje los zapatos, me coge de la cintura, pone el brazo en jarras, y me lleva colgando como si fuera un bolso. Le pregunto si le peso. Dice que no peso nada y que por eso me lleva a almorzar, que Antonio Blanco tiene razón cuando dice que estoy demasiado delgada. Por la postura que llevo, mi cabeza está muy cerca del suelo. Casi rozo a un perro que hay tumbado en la plaza. Lo miro a los ojos y el perro canta con voz de persona "Cumpleaños feliz". No se lo digo a Ferran porque pienso que no me creería. Ferran sigue buscando un bar para comer, pero no hay mesas libres. Todo está lleno de sevillanos, protesta.
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Meto el ordenador en el congelador para hacerle unas fotos. Quiero terminar el carrete que tiene la Lomo. Por más fotos que hago, el visor me dice que siguen quedando más. En el pasillo hay una mujer oriental muy maquillada vestida de monja. La luz que entra por una rendija le da justo en los ojos. Le pregunto si puedo hacerle una foto. Sonríe coqueta pero no responde. De repente me doy cuenta de que el carrete se ha salido y lleva un rato en el suelo. También veo unas latas de pintura roja. Han dejado cercos por todas partes, incluso en la colcha. Sobre la colcha también hay recortes de periódico, figuras, que iba a usar para hacer collages. Miro esos recortes y pienso que eso es la felicidad, que me dan igual las manchas de pintura. tengo recortes y puedo hacer collages y esto es todo, le digo a la monja que sigue sonriendo desde el pasillo.
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Ferran Fernández y yo cruzamos la Plaza de la Merced. Buscamos un bar para almorzar pero todos están llenos. La plaza está llena de charcos de cerveza del botellón de la noche anterior. Ferran, para evitar que me moje los zapatos, me coge de la cintura, pone el brazo en jarras, y me lleva colgando como si fuera un bolso. Le pregunto si le peso. Dice que no peso nada y que por eso me lleva a almorzar, que Antonio Blanco tiene razón cuando dice que estoy demasiado delgada. Por la postura que llevo, mi cabeza está muy cerca del suelo. Casi rozo a un perro que hay tumbado en la plaza. Lo miro a los ojos y el perro canta con voz de persona "Cumpleaños feliz". No se lo digo a Ferran porque pienso que no me creería. Ferran sigue buscando un bar para comer, pero no hay mesas libres. Todo está lleno de sevillanos, protesta.