martes, 25 agosto 2009. Estoy en un cine de verano. La película es un drama terrible, yo me río en cada escena. Encienden las luces, reparten bebida y comida mientras proyectan anuncios. La gente protesta de lo mala que es la película, yo explico que desde que me la tomé como comedia me estoy riendo mucho. Nadie me hace caso, como si fuera invisible. Sólo un chico, que se parece al músico Jordi Gil, me agarra los hombros, me los mide, y dice que debería operármelos porque resulto demasiado atlética. Dos chicas que trabajan de acomodadoras aparecen con unos petos amarillos y megáfonos. Protestan porque van a derribar el cine. Todo el mundo aplaude. En la calle hay mucha gente de un lado a otro, empieza a hacerse de noche y no reconozco el camino a casa. Noto que nadie puede verme, sólo un chico con pinta de extranjero que me persigue. Intento correr, incluso intento levantar el cuerpo del suelo para volar, pero sólo subo una cuarta. Me saco de los bolsillos unas piedras enormes y consigo subir unos centímetros más. Un hombre que también puede verme me dice: Te persigue un alemán, te persigue para matarte. Sólo me queda una piedra, pero no quiero tirarla porque pienso que puede servirme para defenderme. Llego a un hostal. El chico del mostrador puede verme, con sólo mirarme ya sabe lo que me pasa. Dice que, ahora que puedo volar, debería dormir en el tejado. Subo al tejado que se comporta como un barco en altamar. Pienso que he tirado todas las piedras y que no tendré nada para comer. Bajo a recepción y me siento junto al chico. Decido que esperaré allí la muerte. En ese momento aparece Mocito Feliz con un sombrero mejicano y una maleta. Pide habitación. El chico no quiere darle ninguna porque piensa que despertará a los clientes con sus canciones. Se me ocurre que si comparto habitación con Mocito, podrá protegerme del alemán. Como quieras, pero yo preferiría la muerte, dice el chico de recepción.