sábado, 1 agosto 2009. Camino con Rosamari, una niña del colegio a la que no veo hace 30 años, hacia la plaza de toros. Vamos a un concierto de Sr. Chinarro. Rosamari sigue siendo una niña, me dice que está cansada y que quiere volver a su casa. Le digo que aguante un poco más, porque Sr. Chinarro me ha prometido por mail que va a dedicarle una canción.
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Estoy sentada en el alféizar de una ventana, está bastante alto, llevo un niño pequeño en el brazo derecho, con el izquierdo me agarro como puedo a la reja de la ventana porque cada dos por tres el niño patalea y caemos. Casi todo el tiempo estoy colgada del brazo izquierdo sobre las cabezas de la gente que pasa.
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Una chica ha sacado todos sus muebles a la calle. Me pregunta si puedo decirle cómo son. Le digo que me parecen muebles de vacaciones, no para arreglar una casa estable. Hay muchas butacas estilo colonial y cómodas blancas lijadas. Me gustan sus muebles, imagino su vida y también me gusta. Ella, como si leyera mi pensamiento, me dice: No te creas, siempre estoy huyendo. Y dicho eso, agarra una maleta, sale corriendo y me deja en la calle rodeada de todos sus muebles.
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Estoy sentada en el alféizar de una ventana, está bastante alto, llevo un niño pequeño en el brazo derecho, con el izquierdo me agarro como puedo a la reja de la ventana porque cada dos por tres el niño patalea y caemos. Casi todo el tiempo estoy colgada del brazo izquierdo sobre las cabezas de la gente que pasa.
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Una chica ha sacado todos sus muebles a la calle. Me pregunta si puedo decirle cómo son. Le digo que me parecen muebles de vacaciones, no para arreglar una casa estable. Hay muchas butacas estilo colonial y cómodas blancas lijadas. Me gustan sus muebles, imagino su vida y también me gusta. Ella, como si leyera mi pensamiento, me dice: No te creas, siempre estoy huyendo. Y dicho eso, agarra una maleta, sale corriendo y me deja en la calle rodeada de todos sus muebles.