lentejuelas ionizadas

sábado, 29 octubre 2016. Parece una procesión o una verbena de barrio. Hay banderitas de balcón a balcón y mucha gente comiendo en la calle, en mesas improvisadas. Un tipo con pinta de usurero le dice a una chica rubia que hoy han sacado mucho. Los veo alejarse entre el bullicio y entrar en una pensión. En el suelo, a mis pies, hay una bolsa de tela. Dentro, varios rollos de billetes que no reconozco y dólares. Pienso en entregarlo a la policía, pero también hay dos paquetes de papel de seda con bolitas de hachís. Pienso que si entrego el bolso puedo meter a alguien en un lío. Por otra parte, supongo que la bolsa era del usurero y no me ha caído nada bien. Camino entre la gente hacia la pensión, pensando que quizá la bolsa no sea suya. Por el camino, que se me hace muy largo, un chico muy joven intenta ligar conmigo. Le digo que estoy casada. Pues no llevas alianza. Pero podría ser tu madre, no: tu abuela. De repente las luces de la calle se encienden, el chico me mira y se va. Sigo pensando en cómo hacer para que todo ese dinero llegue a su verdadero dueño. Me siento en la terraza atestada de un bar y aparece Antonio. Sin saludar siquiera, como si hubiéramos dejado la conversación hace un minuto, me dice que ya tiene las lentejuelas ionizadas que le pidió Esther. No sé quién es Esther ni sé lo que son las lentejuelas ionizadas, pero me alegro tanto de verlo que no le pregunto. Las lentejuelas son para que las cosa en las bocamangas, parecerán escamas, me explica con un gesto. Se le ve feliz. Le cuento mi historia del dinero. Caminamos. Dice que lo mejor es poner un anuncio en la radio, que él es mucho de radio. De repente es de día y ya no queda nadie en las calles, sólo papeles en el suelo. Mientras lo oigo hablar, me pregunto cuándo me dirá que tien que irse.

las mejores intenciones

viernes, 28 octubre 2016. Alguien enviaba un bebé, de otro planeta o de otro tiempo, para matarme. Y yo lo adoraba de inmediato y lo cuidaba como si fuera inofensivo y mío.
(Dedicado a mi amiga Begoña Paz).

semillas sueltas

jueves, 27 octubre 2016. Hay un casting. Las chicas no son precisamente modelos. Yo llevo un vestido demasiado corto y un bolso enorme. No sé qué hago allí, pero le digo a alguien que me quedaré para saber si la han elegido. Las chicas se depilan sin pudor unas delante de las otras, no saben caminar con tacones, son demasiado jóvenes, pienso. De repente estoy en una calle con mucho tráfico. Una chica me pregunta si le presto mi táblet. No tengo táblet, le digo y sale  corriendo, baila entre los coches que pasan a toda velocidad. De repente estoy en el patio de la casa de mi abuela. Una niña me pregunta qué llevo en el bolso. El bolso es ahora una bolsa enorme de tela. Llevo una botella de cristal vacía, un puñado de semillas sueltas, restos de comida. Un desastre. Intento ordenarlo todo. La niña me dice que ahora vuelve, que va a la farmacia y después me dará una sorpresa. Pienso que quizá vaya a recoger los resultados de un test de embarazo. Pienso que espero que la sorpresa no sea que está embarazada.

careta

viernes, 21 octubre 2016. Una chica quiere enseñarnos su casa. En realidad no es suya, dice que acaba de comprarla para su madre y que sólo tiene un dormitorio. El cuarto de baño está entre las dos plantas, dice. La casa, vista desde fuera, sólo tiene una planta.
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Carlos me dice que va a participar en un concurso y quiere que cante con él. No sé sí sé cantar, le digo. No sabe si hablo en serio o en broma. Cantaré contigo si puedo llevar careta, le digo.

sombrillas

miércoles, 19 octubre 2016. Al salir de un bar, un tipo me dice que acaba de recordar que su mujer cumple 50 años y no le ha comprado nada. Le digo que es una fecha muy señalada, que debería regalarle algo. Se acerca a mirar el precio de una botella que hay un estante. Para eso se encarama a gatas sobre la barra y sobre las personas que están allí bebiendo. La botella es perfecta porque es del 88, pero es muy cara. No comprendo por qué es perfecta, las cuentas no me salen. Salimos a la calle, hay mucha gente, todas las mujeres llevan sombrilla. Temo perderme. Ese sí sería un buen regalo, pienso.

iluminación ecológica

lunes, 17 octubre 2016. Una chica me presenta a su novio y me enseña su jardín. Me cuenta cómo le gustaría que fuera la ceremonia. Sospecho que me confunde con una decoradora. Cada vez que se vuelve, el novio hace gestos, la imita, se ríe de ella. A pesar de todo el novio me cae mejor que la chica. De repente noto algo en la boca, algo amargo. Busco una maceta vacía y lo escupo. Es un puñado de cristales azules. Brillan. El gesto de los novios va de la sorpresa al asco. Y esta es mi propuesta para iluminar el jardín, les digo, cristales fluorescentes completamente ecológicos. La maceta está iluminada, ellos aplauden.

funambulista

domingo, 16 octubre 2016. Parece una ciudad en obras o en ruinas. Salto de un montón de escombros a otro. Mi madre me espera al final de la calle. Dice que crucemos el puente, que nos esperan para comer. El puente es una especie de cornisa de cristal o metacrilato de unos 20 centímetros de ancho. Pienso que mi madre puede caerse. De un brinco se sube a la baranda y camina como un funambulista. Apúrate, me dice, o llegaremos tarde.

la eternidad no es divertida

sábado, 15 octubre 2016. Llevo un rato escondiéndome por diferentes habitaciones, casas, ciudades. Salgo de una caja de madera muy frágil, como esas que se usaban para transportar naranjas, y me escondo bajo un montón de ropa que hay sobre una silla. Alguien me saca de allí en el momento que van a encontrarme. Es Jurdi. Podemos hacer dos cosas, me dice, te pincho con mi una metálica en la espalda y te pincho en el cuello y entonces te convertirías en uno de nosotros. Pínchame en el cuello, le pido. La inmortalidad no tiene nada de divertido, me dice. No me importa. Me pincha. Quienes venía a por mí se dan media vuelta. ¡Funciona! Claro que funciona, pero ahora vagarás toda la eternidad. Lo pasaremos bien juntos. Ya te he dicho que esto no es divertido, me voy. Jurdi desaparece. Veo a Daniel, lo están persiguiendo. Lo agarro de la mano y corremos a escondernos detrás de unos coches. Pienso si debo pincharlo e la espalda o en el cuello.

móvil de lana

domingo, 9 octubre 2016. Estoy con mis padres y Jonás en una especie de parque de atracciones que simula calles famosas de ciudades emblemáticas. Los tres llevan maletas. Tengo que estar pendientes de que no se las vayan dejando en cualquier sitio. A ratos Jonás se convierte en Paco, mi amigo de la infancia. Mientras se hace fotos en un decorado que simula un café de Viena, yo no lo pierdo de vista desde una azotea. Intento seguirlo apuntándolo con el zoom de mi cámara. Desde allí arriba, me distraigo con una monja que se ha tumbado sobre el asfalto a tocar la guitarra. Cuando vuelvo a enfocar a Jonás-Paco, ya no está. Temo haberlos perdido. Intento llamarlos pero mi móvil se ha convertido en un móvil de lana.

abrazo de lana

lunes, 3 octubre 2016. Alberto y yo hemos quedado con Antonio. Acuérdate de que no sabe que está muerto, me advierte Alberto. Al verlo, me lanzo sobre él a darle besos, lo abrazo muy fuerte. Me extraña que lleve un jersey muy grueso de lana, con lo caluroso que suele ser. Se ha afeitado la barba y parece mucho más joven. Le pregunto cómo ha venido. En moto, responde muy sonriente, y señala una moto aparcada sobre la acera. ¡Tengo tantas cosas que contarte!, le digo. No me atrevo a preguntarle cuánto tiempo podrá quedarse.