veinte metros

miércoles, 25 febrero 2015. He quedado con carmen y Enrique en el paseo marítimo. Los veo sentados sobre unas ruinas romanas. El cartel dice "No pisar", pero no dice "No sentarse", pienso. Helena corre hacia mí y me abraza. Está muy alta y lleva una melena lisa hasta la cintura. No te puedes imaginar el regalo que te he traído, le digo.
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Salo por un puerta muy pequeña al que era el recreo de mi colegio. Voy con dos personas más, llevamos unas bolsas de deporte enormes. Se quejan del frío, quieren marcharse. Me quito la ropa de abrigo e intento convencerles de que ya que hemos legado hasta allí, tenemos que hacerlo. Saco unas barras paralelas de la bolsa, armo en cuestión de segundos una especie de andamio. ¡Nos han pillado!, dicen y huyen. Sólo veo a lo lejos a unas niñas de uniforme. Las personas que me acompañaban han trepado por el andamio y entrado en el colegio por una ventana. Los sigo. La habitación está vacía y no hay puertas. Imagino que han escapado por la otra ventana. Calculo los metros hasta el suelo: 20 metros, me digo. Ya he saltado por esta ventana otras veces, pienso. Hay gente que pasa por la calle, algunos me señalan. Les digo que se aparten para no hacerles daño.

la ley de la levedad

viernes, 20 febrero 2015. Busco bajo la cama un anillo que he perdido. Encuentro tornillos sueltos de pendientes, trozos rotos de cadenas y hasta una corona con perlas falsas. Cada vez aparece más bisutería rota, como si alguien la estuviera echando a propósito para hacerme perder tiempo. Pienso que van a cerrar la joyería donde debo llevar el anillo para que le graben unas palabras. Ganas de gritar.

autos locos

jueves, 19 febrero 2015. Despierto en una acera de la calle Larios. La gente pasa a mi alrededor como si yo fuera invisible. Entro en una tienda a ducharme. Me apetece muchísimo un café con leche. Podría desayunar con mis padres, pienso. Por el camino encuentro obstáculos: coches amontonados en las aceras, terrazas de bar llenas de mesas y gente. Tengo que sortearlos subiéndome a algunos coches. Uno de ellos es un almendrón celeste. Rompo el capó al saltar sobre él. Miro a mi alrededor buscando testigos. Sólo hay una mujer encaramada a la barandilla de su terraza, tachando algo escrito en un cartel. Se va a caer, pienso y en ese momento veo una figura de escayola de una Inmaculada en la barandilla de al lado. De repente voy en coche. Los pies no me llegan a los pedales. Al fondo hay una piscina con unos adolescentes. ¡No!, oigo gritar. Consigo que el coche gire, pero cae de espaldas al agua. Antes de hundirme oigo decir: No la ayudes a salir, para que aprenda.

de locos

jueves, 12 febrero 2015. Mi madre ordena una habitación para mi hermana. No sé de dónde habrá sacado los muebles. Ella sola ha metido cuatro camas, varios armarios y tres mesas. Le pregunto si puedo reordenarla y quitar camas, por ejemplo para que haya espacio para moverse. Discutimos. A mí tampoco me cuesta mover muebles enormes. Mi hermana dice que está acostumbrada a tener cuatro camas. ¿Pero para qué? Vuelvo a dejarlo todo como estaba. Yo no pondría el ordenador junto a la ventana, digo. Si me lo roban ya compraré otro, dice. Salgo de allí muy triste.
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Tengo que leer poemas en un manicomio. Alberto dice que llegamos tarde y para acortar camino intenta bajar deslizándose por el tronco de un eucalipto. Desiste. Cuando llegamos ya es de noche. Mi hermana está en la puerta, esperando. Al acercarme se convierte en una niña de cinco años. Mientras Alberto busca la entrada, veo como algunos locos han escapado. Me pego al muro y protejo a mi hermana, le digo que no los mire a los ojos.

pendiente

miércoles, 11 febrero 2015. Parece un restaurante decorado como si fuera una cabaña de madera. Entra un niño y se sienta con varias mujeres. El niño es el escritor Chivite. Me extraña que lleve un pendiente. Me extraña doblemente, por ser un niño y por ser él. Pienso que cuando me vea se acercará a mi mesa a saludarme, pero pasa el tiempo y no me reconoce. La gente en la calle se agolpa porque va a pasar el Papa.  En el restaurante todos se acercan a la ventana. Yo aprovecho para ir al servicio.

pestiños

viernes, 6 febrero 2015. Llego a la casa de mis padres. Alguien ha hecho la que era mi cama, pero ha puesto el edredón como sábana bajera, y la sábana bajera como edredón. La dejo como está. En la cocina hay más de veinte botellas de agua sobre la encimera. Uso una para hacer café, pero la cafetera está rota y el agua tiene jabón. Las dejo como están. Hay una fuente enorme de roscos de azúcar y otra de pestiños. No hay nadie en casa. Miro el reloj de la cocina, todavía no son las nueve de la mañana. No sé dónde han podido ir todos tan temprano.

adn comestible

jueves, 5 febrero 2015. Subimos a la segunda planta de un bar en el que ya he estado en otros sueños. Un bar con sofás semicirculares al fondo donde también se cena. A la entrada sólo una barra. No sé qué pedir y no quiero beber cerveza. La camarera me trae una Fanta de naranja. me la bebo de un solo trago. En el fondo del vaso aparecen dos cubitos que parecen de plástico. Al sacarlos, uno de ellos se convierte en una especie de estructura comestible de ADN.
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Calle María. Le explico a alguien que esa calle me produce felicidad. Mírala bien, le digo. Hacia atrás y hacia delante sólo hay luz y sol. No me hace caso. Al llegar a Rodrigo de Ulloa, la casa donde viví de niña no existe. Ahora hay una plaza enorme con edificios que parecen sacados de una película de ciencia ficción. Los edificios se mueven a una velocidad increíble como si fueran ascensores gigantes.

arena y monedas

lunes, 2 febrero 2015. Se supone que estoy en un hotel. Mi habitación no es más que una cama sobre un escalón de arena. Al despertar, no estoy segura de si es bueno o malo dormir a la intemperie, aunque la intemperie sea una playa. La playa tampoco es gran cosa. Una de las mañanas encuentro en la arena unos pendientes de aro muy feos. Decepción.
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Un niño golpea una cabina de teléfono. Consigue unos céntimos. Cuando se marcha, paso el dedo por la bandeja y encuentro varias monedas. Quiero enseñarle a Alberto una tienda de juguetes y teléfonos antiguos, pero cuando llegamos ya han apagado las luces.