manualidades

viernes, 26 abril 2024. Marcos me cuenta a lo que quiere dedicarse (no recuerdo qué) mientras nos acercamos a un muro. Le digo (mitad indignada, mitad con sorna y para que reaccione), que mejor gasta su tiempo en hacerme una de esas garrafas de agua que están envueltas en mimbre o, mejor, en tubo de goma. Dedícate a eso, ¿no? Al llegar al muro no paramos, seguimos moviendo los pies y dándonos con la cabeza contra él.
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Mi tía E y yo estamos solas en la sala de espera de un médico. Hay un sofá enorme y cómodo. Miro revistas. Empieza a llegar gente. De repente la sala está llena. Estoy en un extremo del sofá, espachurrada por otros pacientes, y mi tía frente a mí en una silla muy incómoda. La enfermera va llamando a todos menos a nosotras. Cuantos más llaman más se llena la sala. Me fijo en que mi tía lleva el vestido remangado, no lleva ropa interior y se le ve todo. Me acerco y le pregunto. ¿No te has puesto ropa interior? No me acuerdo y creo que me he orinado encima, dice y nos reímos. La levanto y nos vamos disimuladamente. En la calle le pregunto si se vistió ella o la vistió mi tía M. No se acuerda, cree que ella, dice. Nos reímos mucho, tenemos que agarrarnos la una a la otra, para no caer en la acera.
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Un señor mayo y yo volvemos de algún sitio. Es muy alto, se parece a Beckett, camina muy rápido delante de mí, me cuesta alcanzarlo. Mientras avanza me va contando cosas. A veces pierdo palabras porque va unos metros delante de mí. Al llegar a una calle llena de gente, tenemos que andar sobre lo que parecen ruinas romanas. Intento poner bien los pies sobre las piedras que forman una especie de laberinto de lo que fue una casa, para no caer. Lo oigo decir, unos pasos más allá, que le gusta ponerse mucho perfume y que, precisamente por eso, no se pone ninguno. Yo le digo que no llevo bien los olores, que me afectan mucho. De repente se hace de noche y se pone a llover intensamente. Corremos acera arriba. Tengo la sensación de que cuanto más hacemos por refugiarnos más fuerte cae la lluvia. Oigo que sigue hablando, pero ya no lo escucho, solo pienso en que, como voy siguiéndolo, estamos cerca de la casa de mi abuela y no sé si allí tendrán secador.
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Mirando cosas en Youtube, llego por casualidad a un vídeo donde se ve a Chivite (y a toda su familia y amigos) en una fiesta. Unos en el público y otros en el escenario. Primero canta su hija Laura y Chivite (y otros) tocan distintos instrumentos. Chivite toca la guitarra y hace los coros. Cuando la canción se acaba, Chivite continúa solo con un punteo y cantando como un profesional. Le escribo a Marcos, le mando el enlace y escribo: Ves, esto es lo que te dije, Chivite se ha desmelenado.

ajos crudos y libro de autoayuda para gatos

jueves, 25 abril 2024. Salgo del que fue mi cuarto de la casa de mis padres. Está toda la familia. La mesa de comedor abierta, llena de comida. Menudo desayuno, pienso. Me preguntan algo, pero no puedo hablar bien porque todavía estoy medio dormida. Mi tía dice que ha soñado con el primer ministro de Inglaterra, y pone los ojos en blanco. Será del Reino Unido, digo con voz de trapo. Mi madre interrumpe, dice que lo primero es desayunar para coger fuerza. Les cuento que he soñado que, mientras estaba en el cuarto de baño, aparecían Selu y Yuyu, habían montado una chirigota juntos y discutían sobre las letras; mientras yo no sabía qué hacer, me fijaba en una maceta que había junto al bidé, he intentaba moverla con el pie para le que diera un haz de luz que entraba por la ventana. Nadie me hace caso, así que me siento a la mesa. Sobre el mantel hay puñados de ajos y almendras. le pregunto a mi madre si los ajos están crudos o fritos. Fritos, dice. Al meterme uno en la boca noto que está crudo. Mi tía dice que no entiende nada esa casa, que solo tiene ganas de llorar, y señala un libro muy gordo de autoayuda para gatos que ha comprado mi hermana (como diciendo que gastan el dinero a lo tonto). Mi madre dice que hay que ponerse en marcha y ayude a mi otra tía a sacar la alfombra. No sé de qué habla porque nunca ha habido alfombra. Mi tía la mayor intenta acarrear muebles y una alfombra pesadísima ella sola. La alfombra está enrollada y atada con cinta americana. La ha sacado del estudio de mi padre. Corro a ayudarla porque pienso que si mi padre se entera de que allí guardan trastos viejos se va a liar una buena.

ventana indiscreta

miércoles, 24 abril 2024. Estoy en casa de mi abuela. Alberto y Francis dicen que se van al fútbol. Les digo que prefiero quedarme en casa. Miro a mi alrededor y no parece la casa de mi abuela, todo está desordenado y roto, como si hubiese pasado un tornado. Esperad que voy con vosotros. Empiezo a vestirme a toda prisa. No encuentro mi ropa entre los escombros. Doy al fin con una camiseta con el logo "Fruit of the loom" (la vi hace poco en un escaparate). Mientras me cambio en el cuarto de baño, veo a Francis espiándome desde la ventana que da al patio. Desde luego..., le digo enfadada y triste. Entre nosotros se acabó el misterio, pienso.
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Estoy con Alberto y Salvatore en una tasca. Se supone que estamos en la feria de Sevilla y estamos esperando a su hijo. Alberto va pidiendo cañas. Tenemos la mesa llena. Salvatore le dice que no pida más, que su hijo está a punto de llegar. Alberto pide una botella de vermú. Intento recoger algunos vasos y dejárselos al camarero en la barra. Uno de los vasos es enorme, de cristal muy fino, y se me va escurriendo hasta el suelo a cámara lenta. Intento que vaya pegado a mi cuerpo, piernas abajo, para que no se rompa. Llega intacto. El camarero me dice que son vasos muy frágiles, que se rompen con mirarlos. Por hablar de algo, le pregunto si lleva mucho tiempo allí (refiriéndome a las horas de feria). Desde 1989, responde.

300 kilómetros

martes, 23 abril 2024. Estoy con varias personas que no conozco, entre ellas una chica rubia (una mezcla de dos exparejas de dos amigos) que habla mucho y se ríe exageradamente de todo lo que dicen los chicos. A la hora de pagar saca una tarjeta como si fuera un mago, dejando claro que ella invita. Cuando la pasa por el datáfono, el camarero le dice que, no solo no tiene saldo, sino que es un cartón con forma de tarjeta. Ella pone gesto de niña pequeña, hace teatro y nos mira, esperando a que alguien pague. Alberto y los otros chicos se ofrecen. Paga Alberto. Le digo que siempre hace lo mismo, si no se dan cuenta de que es una gorrona. A lo que los chicos responden que, es tan guapa... El bar se ha convertido en un descampado junto a la autovía. Vamos hacia el parking. Alberto hace ademán de ir a echarme el brazo por el hombro. La costumbre, dice y lo aparta (se supone que ya no estamos juntos y ahora está con la chica rubia). Le digo que no entiendo qué ve en una persona así. No dice nada. Supongo que piensa como los demás, que es muy guapa y eso es más que suficiente. Le digo que prefiero volver andando. Son 300 kilómetros, dice. No digo nada y comienzo a andar junto a la autovía por no dar mi brazo a torcer. Mientras camino pienso, ¿300 kilómetros?, ¿pero dónde estoy?

tiranos temblad

domingo, 21 abril 2024. Estoy en una sala grande y circular de madera, acristalada, acogedora, como de albergue de montaña. Mientras le enseño a una chica a hacer cajitas con tapones de botellas, en la tele que hay sobre la chimenea, hablan de Uruguay. En ese momento, un grupo con maletas pasa por la sala. Entre ellos va Berto Romero. Señalo a la tele, y le digo a la chica que no deje de ver "Tiranos temblad", que es una maravilla, que a mí me cambió la vida. Esto último lo digo muy fuerte, exagerando el entusiasmo, para llamar la atención de Romero (apareció unos segundos en algún capítulo). Como no sé si me ha oído bien lo repito. "Tiranos temblad", ¡qué sentido del humor, qué maravilla! El grupo sale y, una vez fuera, veo como Romero se vuelve a mirar hacia adentro un par de veces. La chica se despide. Me quedo sola con la tele en silencio. Noto que alguien me rasca la cabeza (como haría con un niño). Al volverme, es Romero. De repente tiene el pelo muy oscuro y lleva una barba uniformemente blanca (tan blanca que parece teñida o falsa). No decimos nada. Paseamos por los alrededores del albergue hasta que nos damos cuenta de que caminamos por encima de unos cañizos de un bar. Le hago un gesto para que nos sentemos. Es eso o caer al vacío, le digo con la mirada (no hablamos, visto desde fuera parecería una película muda). Vemos caer el sol detrás de unos montes. Pienso que a pesar de que todo es perfecto (rozando lo cursi), no sé muy bien qué hago allí ni para qué llamé su atención.
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Estoy sola en un restaurante muy blanco (paredes, suelo, mesas, uniformes de los camareros). Nadie se acerca a atenderme ni yo tengo prisa. Simplemente miro como entra y sale gente, y se acercan a la barra a recoger su pedido. Finalmente un señor mayor muy elegante me dice con acento indio que mi pedido está listo. No sé de qué me habla, pero me acerco a la barra donde un chico me entrega una bolsa blanca con dos cajitas también blancas dentro. Pago con tarjeta, pero la tarjeta es del tamaño de un dedo meñique y al chico le cuesta pasarla por el datáfono. Como no sé dónde ir, le pregunto al señor elegante si, ya que el restaurante está vacío, puedo comer allí. ¿Vacío?, se ríe, ¡estamos hasta arriba!, dice y me muestra la sala (hasta ese momento vacía y en silencio) completamente llena de gente ruidosa. Me entran ganas de llorar. Es que me caso, dice con una enorme sonrisa. Le doy la enhorabuena y salgo con mi bolsa sin saber a dónde ir.

móviles retro

sábado, 20 abril 2024. No sé dónde estoy. A ratos parece un balneario con columnas, a ratos un decorado de película cutre. Se supone que me ha llevado alguien. Me presenta a su tío, un señor de mi edad que parece mi abuelo. El señor quiere darme a toda costa su mail para que quedemos, pero tiene unos apellidos tan complicaods que es imposible recordarlo. Hago que lo apunto para que me deje en paz. No pienso escribirle. Alguien aparece con un ramo enorme de flores (huelen intensamente) y se las entrega a Chivite (que no sé de dónde ha salido). Chivite me las pone sobre el hombro, dice que si las huelo permanentemente se me olvidarán los problemas, que la aromaterapia funciona. Las flores son muy raras, con un centro esférico del que salen seis o siete tentáculos blancos muy finos. Le hago una foto para que Google lents me diga qué son. (No recuerdo el nombre, algo parecedio a Vademecum). La chica que le dio el ramo dice que acaba de hablar con Jonás y no puede venir al estreno de su película, que le ha dicho que es autónomo y está a dos velas (al decirlo, la chica hace el gesto de comillas en el aire). Le digo que voy a llamarlo a ver si lo convenzo. Chivite se ríe al ver mi móvil topo castañuela. Jonás tiene uno igual, me defiendo, además, el tuyo tampoco es que sea de última generación, le digo. Chivite saca parsimoniosamente el suyo, igual al mío, pero al desplegarlo tiene prismáticos. Vale, tú ganas, le digo y se ríe. Mientras mira por los prismáticos de su móvil, me fijo en que en el meñique lleva un anillo de oro con una piedra rectangular verde.

casa rural

viernes, 19 abril 2024. Estoy con un grupo de personas en lo que parece una casa rural. Se entra directamente a la cocina y, nada más llegar, como si cada cual tuviera asignada una tarea, nos ponemos a trabajar. No reconozco a nadie, sólo a Juan Luis (un amigo al que no veo hace más de treinta años) y a Julio Iglesias Jr. La tarea de Julio es tener en los brazos un bebé. Al entrar, Juan Luis dice: ¡Hoy es mi cumpleaños! Mañana, le digo. Es esta noche a las doce, dice con ilusión. Me fijo en sus rizos y su cara de niño, y le prometo que haré una tarta para celebrarlo. Llaman a la puerta y aparece una pareja con niños. ¿¡Más!?, protesta Iglesias. Yo pongo la mesa. Solo hay un mantel de hule (me da repelús). Busco por todas partes uno de tela (nada). Todos se sientan a comer como si estuvieran hambrientos. La comida no son más que bolsas de aperitivos (patatas, gusanitos, conos...) con distintas salsas. Los miro comer. No sé qué hago allí.

hucha y calcetines

jueves, 18 abril 2014. Llego a una especie de bar-museo. Hay un grupo rodeando a alguien, Es María Victoria Atencia. Un señor me pregunta si sé quién es. Claro, no conocemos, le digo. Pues acércate y dale un beso, insiste. Le digo hola con la mano, desde lejos. ¿Nos conocemos?, me pregunta. Soy Isabel Bono, le digo. Pone cara de no tengo ni idea de quién eres. El señor me mira mal y me da la espalda. Subo una escalera muy estrecha. En el suelo hay relojes de bolsillo desvencijados y fotos antiguas de actores. No sé si son de verdad o reproducciones. Cojo cuna en la que aparece Fernán-Gómez muy joven. Es una fotocopia. Pienso que es una exposición pero muy mal montada. Al llegar al piso de arriba está el grupo y el señor de antes dice que done algo para las monjas. Abro el bolso y el hombre mira dentro sin disimulo. Tomo una moneda de dos euros y la meto en una hucha de lata. ¡Es demasiado!, ¡es demasiado! Una monja aparece sofocada ante los gritos del hombre. Aprovecho el revuelo para salir de allí. Llego a una estación donde solo salen trenes a países con nombres ridículos. Pregunto si alguno pasa por el centro. El conductor se ríe mientras afeita a uno de los pasajeros. No sé dónde estoy, no sé cómo volver a casa, me duelen muchísimo las piernas.
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El suelo del dormitorio de mi hermana está de colore amarillo. Rasco un poco y sale una capa de mugre. Sigo rascando toda una baldosa: reaparece el mármol blanco. Sigo limpiando todo el cuarto, pero cuando mojo la fregona en el cubo, el cubo está lleno de calcetines en vez de agua. Cuantos más calcetines voy sacando del cubo, más aparecen como si se reprodujeran.

fantoche

miércoles, 17 abril 2024. Estamos en una habitación caótica (¿de hotel?) con un grupo personas que no conozco. Uno de ellos se supone que es el hermano de Pablo Cantos (aunque no se parece a ninguno de sus hermanos). Quiero decirle que sentí mucho su muerte, pero no me atrevo a sacar el tema. Es la hora, dice alguien, y todos se arreglan como para una fiesta. Busco mi bolsa, está en el suelo con la ropa arrugada. Saco un bolso, está roto; otro, también roto con la piel cuarteada y el cierre oxidado; los zapatos no coinciden, son de pares distintos y del mismo pie. Solo hay una falda de rayas horizontales (es la primera vez que la veo) y una camisa de rayas verticales (otro tipo de rayas y colores). Me veo hecha un fantoche. Hay que darse prisa, dice alguien. Todos se han vestido allí mismo, si pudor alguno. Voy al cuarto de baño. No tiene techo. En la barra de la cortina de la bañera hay un jilguero atado con cinta adhesiva. También una nota escrita en un trozo de papel que parece arrancado de un cartel que hubiera estado pegado a un muro. Libero al pájaro (como no hay techo sale volando). La nota, con muy mala letra, dice algo bueno sobre mí (no recuerdo qué). Cuando salgo a la habitación todos se han marchado. La habitación es ahora el salón de la casa de mis padres. Me siento en una butaca. Miro cómo voy vestida y repito mientras lloro: No quiero ir, no quiero ir.

tenedores de madera

martes, 16 abril 2024. Voy por un supermercado en silla de ruedas. Voy metiendo en el bolso lo que voy comprando. Hay un expositor de dulces. No están resguardados, ni cristal ni envoltorios. Me apetece comer algo dulce (cosa rara) pero me da un poco de asco verlos ahí, a la intemperie. Una madre y una hija se acercan con tenedores de madera y van probando unos y otros, los dejan allí mismo a medio comer. Nadie les dice nada. Intento salir de allí, pero los pasillos son cada vez más estrechos y oscuros, y mi silla de ruedas se queda atascada a cada momento.

habitación compartida y pañuelo perdido

lunes, 15 abril 2024. Estoy en una habitación de hotel con Alberto y Purranki. Es una cama de matrimonio de dos por dos metros. Al lado hay una cama de noventa donde duermen (más juegan que duermen) tres adolescentes. No comprendo cómo hemos reservado una habitación compartida. Las chicas quieren ver algo en la tele, nosotros otra cosa. Yo me entretengo en pintar con tiza sobre las cortinas. Siguen llegando adolescentes. Una de ellas ice que tiene hambre. A la que parece mayor le digo que en la habitación de al lado (que hace de despensa) hay una cafetera y unos cestos con cruasanes. Hace un gesto de que no diga nada llevándose el índice a los labios. Paso. A Alberto y Purranki parece no importarles que las chicas hagan ruido, se rían a carcajadas o salten sobre la cama.
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Hemos ido a una taberna, a la presentación de un libro. Estamos sentados en la fila más alta de una grada de madera muy empinada. Temo caer en cualquier momento. Una señora del público habla sobre ella cada vez que el escritor va a decir algo sobre sus poemas. Alguien la manda callar. La señora se va muy ofendida, llorando. Otra persona protesta, dice que a la pobre la operan al día siguiente. No entiendo qué tendrá que ver para que interrumpa tanto. Todos se gritan, cada uno defendiendo a cada una de las partes. Me doy cuenta de que en el bar anterior me he dejado el abrigo y el bolso. Se lo digo a Marcos. ¡Estupendo!, aprovechemos este caos para irnos, dice contentísimo. Tomamos un autobús para llegar al bar anterior. Es bus parece una nave espacial, todo es blanco con los rincones redondeados, sin asientos. Marcos protesta. Le digo que disfrute del paisaje (una playa de agua limpísimas. Después podemos bañarnos, le digo (mientras lo digo pienso en qué ropa interior llevo, si no se transparentará, me servirá como bikini). Llegamos al bar pero está cerrado. Una cocinera nos atiende. Dice que abrigo no hay pero sí un pañuelo. Me enseña un pañuelo igual al mío pero rectangular. Marcos me hace una seña como para que me lo quede y zanje el asunto. El mío era cuadrado, digo al fin. Una chica se quita el pañuelo del cuello y me lo da. Lo encontré en la barra, dice con cara de pena. Dudo si regalárselo. Te lo daría, pero es un pañuelo que me regaló mi madre cuando me casé, le digo. Marcos sale de allí echando chispas. Un tipo me toma de la mano, dice que me acompañará al hotel para que no me pierda. Me pregunta si de verdad estoy casada y desde cuando. Desde hace treinta y seis años. El chico se ríe a carcajadas, no me cree e intenta besarme. Lo empujo, le digo que me deje en paz, que sé volver sola al hotel. En realidad no sé volver, ni siquiera sé en qué ciudad estoy.

cámara oscura

domingo, 14 abril 2024. Hay una comida familiar en la acera de la calle donde viven mis padres. Las mesas están iluminadas por la luz que sale desde la cristalera de la autoescuela. Son mesas de chiringuito puestas a lo largo, con manteles de papel. No conozco a la mayor parte de la familia. Como casi todos tienen los ojos azules, pienso que son de la familia de mi tío Juan. Los platos van sucediéndose. Yo apenas como nada por la cantidad y las salas. El postre también es exagerado (unas tortitas que nadan en caramelo líquido y nata). Mi hermana y mis primas, corretean de un lado a otro (son niñas de unos cinco años). Yo tengo unos doce, y no tengo nada que hablar con los mayores. Me siento fuera de lugar. Hay dos chicos mayores que yo que se han apartado para mirar las estrellas. Me acerco a ellos y les digo el nombre de algunas. Se sorprenden de que las conozca. En un momento en el que ellos no miran, veo una con forma de Australia de la que caen una especie de lágrimas. Los aviso, pero cuando miran han desaparecido. Uno de ellos (moreno con barba) se ríe de mí y se aleja. El otro (rubio con los ojos muy claros), me mira con condescendencia y me acaricia la cabeza). ¿Has visto aquello?, me dice señalando el otro extremo de la calle. En el cielo se ve la imagen de una calle de un país de África (gente que va y viene por un mercado). La imagen es en color. También se ve reflejada en el asfalto boca abajo, como si este fuera un espejo, en blanco y negro. El chico de la barba se sienta en la acera con la cabeza entre las manos, se lamenta. ¡No entiendo nada!, dice. Le digo al chico rubio que, seguramente, como en otros países se ven auroras boreales, hemos tenido la suerte de que esa noche el cielo funcione como una cámara oscura. El chico rubio me mira con admiración. Siento vergüenza, improviso, le digo que solo me acerqué a él para llevarle el postre pero he perdido el tenedor por el camino. El chico se ríe y se come las tortitas volcándolas directamente en la boca. Oigo que sus padres lo llaman. Me apena que no se haya despedido de mí. En la acera quedan los manteles de papel sucios y un montón de platos con restos de comida. El chico rubio pega con los nudillos desde dentro de la autoescuela (que ahora es la sala de espera de un aeropuerto). Me hace un gesto para que entre. Saca del bolsillo una piedra. Ten, para que no te olvides de mí, dice. La piedra son dos piedras unidas por lo que parece tocino y jamón. Me da mucho asco, pero me da vergüenza decírselo. Si tuviera el tenedor te lo daría de recuerdo, le digo y se ríe. Pienso que va a besarme, pero no lo hace. Se va con su familia. Yo tiro la piedra grasienta en la primera papelera que encuentro.

invitaciones

miércoles, 10 abril 2024. Alguien nos ha dado unas invitaciones para un teatro. Cuando estamos en la puerta, me entero de que solo hay una, pero Alberto no ve ningún problema, dice que nadie pregunta nunca nada. Salen a la plaza donde esperamos y van llamando por nombre y apellido. Los que tengan invitación individual que levanten la mano, dicen. Un grupo la levanta. Según entran, veo que les entregan un libro y una bolsa de tela con regalos. Cuando voy a darme cuenta, Alberto ya está dentro. Alguien me dice que pase de una vez. No digo nada y paso. Una chica me pregunta cómo me llamo. Ha ce que lo repita varias veces. Supongo que no sabe escribir mi apellido, pero es mi nombre lo que no entiende. Es la primera vez que lo escucho, ¿vosotras lo habíais oído?, pregunta a sus compañeras que niegan con la cabeza. Isabel es un nombre muy normal, les digo. Me entregan una bolsa y dicen que pase, que me dé prisa porque el espectáculo va a comenzar. El teatro es enorme tiene varios niveles. En el centro hay un enorme cubo de madera que evita que la mitad del público pueda ver el escenario. Busco a Alberto por todas partes. Cuando por fin doy con él, los asientos están ocupados y además tienen delante, precisamente, una de las paredes del cubo.

pijama de raso

martes, 9 abril 2024. Estoy en una habitación de hotel y toda mi ropa está desordenada sobre la cama. Alguien dice: ¡Ya están aquí! Y meto a toda prisa mis cosas en una bolsa de viaje. No cabe todo y uso bolsas de tela. No entiendo cómo tengo tantas cosas, yo que viajo siempre con lo mínimo. Hay cosas que no reconozco como mías, como un pijama de raso de color rosa y vestidos estampados de gasa. De todos modos lo guardo todo sin doblar. El ascensor del hotel es muy antiguo, de madera y tapizado de rojo, las puertas de reja muy historiadas. Abajo me esperan los tíos y primos de Alberto. Me extraño (y alegro) al ver a sus tíos porque murieron hace un par de años. Se les ve jóvenes y felices. Suben alegremente a un autocar, pero se quedan de pie al fondo. Les digo que se sienten porque nos quedan, al menos dos horas de viaje. Parece que ni me oyen ni me ven. De repente siento que todo me da igual, que seguramente todo sea fruto de mi imaginación (la ropa, que ellos estén vivos), siento un cansancio enorme y un dolor explosivo en la sien derecha. Me siento. (Me despierta una jaqueca inmensa en la sien derecha).

albornoz

jueves, 4 abril 2024. Estoy en un salón enorme. Tan grande, que los muebles de comedor parecen casi de juguete. La luz, pobre y amarillenta, le da un tono deprimente. Estoy sentada en una butaca pegada a la pared. Oigo que fuera hay una fiesta o algo parecido, pero no me apetece salir. Entra Blanco. Me sorprende que se haya dejado de rapar la cabeza (tiene el pelo rizado como cuando era joven), pero no le digo nada. Se sienta en una butaca al otro lado del salón, a más de cinco metros de mí. Me voy acercando a él arrastrando la mía. No decimos nada, me abraza. Cuando salgo, efectivamente hay una especie de fiesta. Al parecer ha venido una escritora del este, muy famosa. Andrés me dice que quiere presentármela, me toma de la mano y me lleva hacia ella, pero hay tanta gente que me suelto y nos perdemos. De repente estoy en una habitación muy pequeña. Mi familia está allí, apilada. El gato de mi hermana está en una caja de cartón. Todos me miran con insistencia esperando a que lo cepille.
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Andrés, mi madre y yo llegamos a lo que parece una casa-barco. Es de madera y parece muy nuevo. La casa-barco se va convirtiendo en una casa-piano. Intentamos colarnos porque Andrés quiere enseñarnos algo. Finalmente solo yo consigo colarme. Llegan los dueños y me escondo colgándome de un perchero, bajo un albornoz. Espero allí a que los dueños se duerman para poder escapar.

lasaña dulce

miércoles, 3 abril 2024. Estoy con un chico delante de una mercería. le digo que quedan pocas, que compre algo. Le cuento que una vez entré en una solo por verla, no tenía nada que comprar y pedí madroñeras por pedir algo. Le cuento que se las puse en las mangas a una blusa amarilla que me había hecho. Le explico con todo detalle la blusa y le enseño cómo era el amarillo raspando distintas capas de color en la pared. Amarillo albero, concluye. Le cuento con qué falda me la ponía. Como esta, pero esta es estrecha y no me deja andar. Me enseña la suya, es igual. Y nos las remangamos para poder seguir andando.
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Estamos en un bar con un grupo de personas que no me suenan de nada. Vemos el bar desde arriba porque estamos sentados sobre una pila altísima e inestable de sillas. Una señora dice que va a repartir los dulces que ha hecho. Levanta una tela y aparecen dulces de chocolate y nata. Los lanza con precisión a cada una de las personas que están en el bar. Me pregunto si alcanzará a donde yo estoy. Extiendo las manos y me cae uno como si se posara lentamente. Le doy a probar a Alberto y lo escupe. Dice que es una lasaña dulce. Efectivamente son muchas, demasiadas, capas de chocolate con mucha nada encima. La señora me mira y me lo como por no despreciárselo. Alberto me saca del bar, dice que ya puedo escupirlo, que ahora la señora no puede verme. Lo tiro a una papelera. Alberto señala un registro en la acera y se ríe. No sé de qué se ríe. Es por el nombre, dice, me siguen haciendo gracia algunos nombres (el nombre hace referencia a alguien gordo, pero no lo recuerdo).
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Estoy en una casa que parece prefabricada. Llega Penélope Cruz con un tipo. Se supone que llega cansada del trabajo. Trabaja de representante de agendas de piel. Al llegar, las deja caer en el suelo. Pienso que son muy bonitas, que me gustaría quedarme con alguna. En el pasillo hay varias puertas. La primera es un cuarto de baño con un inodoro preparado para ancianos. Sobre el lavabo hay varios biberones. No entiendo qué hace todo eso allí porque en la casa no hay ancianos ni niños. Voy abriendo todas las puertas, como si no conociera la casa. En una está ella con el novio. ¿No vas a dejar que tu madre descanse un rato?, me dice. Cierro y entro en la habitación del fondo. Tiene todas las paredes cubiertas por cortinas, aunque solo hay una ventana. Me asomo. De repente estoy en una azotea y veo la calle. Es de noche y hay pocas farolas encendidas. Un tipo le grita a alguien por teléfono. Le dice: ¡Tú consentiste! De repente llegan tres tipos más y le hacen un placaje. Él se resiste. Lo meten contra su voluntad en una ambulancia. Hemos terminado por hoy, les oigo decir. La ambulancia no tiene techo y puedo ver al hombre del teléfono en una camilla, sujeto por varias cintas negras. Intento ver la matrícula para denunciarlo, pero las farolas se apagan y la ambulancia desaparece a toda velocidad.

escalón

martes, 2 abril 2024. Estoy sentada en un escalón de una plaza enorme. A mi lado está Javi. Mientras cuida de una niña pequeña me cuenta que ha tenido que echar a su inquilino y ahora tiene una habitación libre. No le digo nada, pero pienso que podría alquilarla yo. Un grupo de niñas con equipación de fútbol se sienta a mi lado. Estamos muy apretadas. Le pregunto algo y se ríen. La niña llora, se quita el pañal y lo tira con rabia al suelo. Me levanto y camino por la plaza. Hay unas cortinas verdes que parecen hechas de cactus blandos. Esos cactus me hacen pensar en Daniel, en si necesitará una habitación.ç
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Estoy en el que fue mi cuarto (en la casa de mis padres). Todo está revuelto, mi ropa tirada por el suelo. Oigo música y me extraña porque el tocadiscos hace tiempo que no funciona. Salgo al salón y veo un montón de vinilos y casetes. Le pregunto a mi madre donde está mi (no recuerdo qué buscaba). Mi padre pregunta qué busco. Le digo que son cosas mías. Él insiste. Quiero gritarle que me deje en paz, así que por decir algo le digo que no encuentro el Colacao.

parkour

lunes, 1 abril 2024. Estoy en lo que parece un parque de atracciones sin atracciones, con bares y algunos puestos de libros. De repente, Alberto dice que nos vamos y arranca un artefacto que parece una cama voladora. Me subo como puedo, casi caigo al vacío. Llegamos a un jardín. Hablo con una chica que se va convirtiendo en Virginia. Me pregunta desde cuándo me gusta Beckett. De repente estamos sentadas en un bar. Llega Pablo Carbonell y se sienta con nosotras. Mientras nos cuenta algo, pienso en lo guapo que es. Se lo digo y se ruboriza. Aparece una pareja. Me preguntan por su hija. No sé de qué me hablan. No me creen e insisten, incluso pretenden pagarme para que hable. Mientras esto sucede, veo a Pablo peleando con otro tipo. Me río porque me recuerdan a dos koalas manoteando. La pareja cree que me río de ellos y me amenazan. Huyo haciendo parkour. Llego a una casa donde me reciben con gran alegría. Es la pareja de la que huía. Están contentos porque su hija apareció sana y salva. Entra a saludarla, me dicen. La chica se acerca y me abraza. Tengo la sensación de que está drogada. Mientras me abraza me dice al oído que la ayude a escapar de allí.

riñonera

sábado, 30 marzo 2024. Daniel va por la calle con un grupo de amigos. Lleva mi bolso atado a la cintura como si fuera una riñonera. Sus amigos se ríen de él. A él no le importa. Veo la escena como si fuese una película.
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Estoy en un pasillo muy estrecho y con poca luz. Cuando intento marcharme, una chica muy seca (intentando ser amable) me ofrece un café. Le digo que sí para que se vaya a prepararlo y aprovechar ese momento para huir. La chica me persigue. Intento que alguien me ayude, pero nadie parece verme ni oírme.

farmacia

miércoles, 20 marzo 2024. Voy hacia una farmacia para dejar un medicamento caducado. Al llegar veo por la cristalera a un chico con una máscara de gas y una pistola en la mano. Paso de largo.

una fiesta

jueves, 14 marzo 2024. Arreglo la casa de mis padres, pongo la mesa, ordeno vasos de cartón (iguales a los que había cuando cumplí quince años) y saco platos con medias noches. Se supone que va a haber una fiesta. Llaman a la puerta, es Javi. Hay dos puertas iguales, una sobre otra. Veo salir a un vecino del piso de enfrente (donde no vive nadie), un chico muy alto y muy guapo que, antes de meterse en el ascensor, mira hacia la fiesta y sonríe. Dudo si decirle que pase. Cuando vuelvo al salón, ya hay gente bailando. Veo a Jurdi bailar como un loco, dando patadas al aire. Temo que rompa la tele. Me acerco, al verme me abraza y da gritos de alegría. Está muy joven, igual que en el instituto.

verbena

martes, 12 marzo 2024. Estamos en un paseo marítimo, mirado el mar apoyados en un poyete de piedra. Un tipo nos cuenta (a una chica a y mí) que estando en una verbena, se fue liando la cosa, y estaban todos tan borrachos, que una chica y él se enrollaron mientras el público jaleaba a su alrededor. Llega otro tipo, se presenta diciendo que es poeta (no sé si lleva en la mano un cucurucho de castañas o buñuelos). De repente alguien aparece con un cuchillo y los cuatro salimos corriendo. En uno de las callejuelas hay una puerta, empujo y le digo al poeta que entremos a escondernos. Una vez dentro, veo que es un cuarto de baño.

libros tapizados

domingo, 10 marzo 2024. Acompaño a mi cuñada a su casa. Su casa es un espacio enorme en la playa entre tres paredes muy altas de piedra y sin techo. La tiene decorada con gusto. Una de las paredes está cubierta por una librería de madera oscura donde alterna libros, adornos y fotos enmarcadas. Los libros son todos de pastas duras con portadas que parecen de tapicería. Saca algunos, dice que me los lleve, que no va a volver a leerlos.
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Mi hermana hace una excursión con sus compañeros de curso (un curso con extranjeros). No sé por qué voy también en el autobús, en la última fila. El tipo que le gusta viaja con su hija y, durante el trayecto, hacen videollamadas con la madre. Me pregunto si ella sabrá que es padre de familia. El bus para y todos salen a pasear. Parece un pueblo con cuestas. El tipo se acerca a mí, me pregunta algo en inglés. Acabamos pasando el día juntos, hablando en varios idiomas. Nos reímos mucho. Cuando toca volver al bus, el tipo dice que se queda, que él vive allí. Lo acompaño a la puerta de su casa. Le pregunto si conoce a mi hermana. Sí. Le pregunto si tendría alguna posibilidad con él. No. ¿Por qué? Solo habla de tonterías y se pasa el día comiendo, dice.

alfajores

miércoles, 6 marzo 2024. Llego a un bar cutre y con mala luz. En un rincón me esperan el actor Lance Barber y Donald Trump. Aquí los tenéis, les digo y pongo sobre la mesa unos alfajores. Los desenvuelven y los prueban. Trump dice que están muy malos, pero se come varios seguidos. Saco un papel con varias caritas de colores (del verde al rojo) para que me digan qué puntuación les dan. Muy mal, dice Trump con la boca llena. Regulinchi, dice Barber. No tengo carita para regulinchi, le digo.

lentejas

martes, 5 marzo 2024. Voy a todo correr por Fuente Olletas. Hay mucho tráfico, pero como llego tarde cruzo entre los coches. En realidad no sé dónde voy ni por qué tengo tanta prisa. Un chico me hace señas desde su coche, que me acerque. Dice que me vio en no sé dónde y por eso viene a la charla de hoy. De repente recuerdo que tengo una charla y entro a todo correr por calle Cuba. Subo a un piso que han reformado para que tenga salas grandes. Hay mucho público. No sé bien de qué tengo que hablar y no llevo nada, ni libros ni libreta siquiera. Veo a Cristina al fondo, recostada con las piernas sobre una silla y los brazos cruzados. Le pregunto si tiene algún libro mío. Niega con la cabeza de muy mal humor. Subo a la tarima del escenario. Hay un tipo con papeles delante. Hago un comentario sobre lo feo que es el centro de mesa (una especie de cactus de caramelo rojo de medio metro). Dice que lo ha llevado él. Mientras el público toma asiento, nos sirven puré de lentejas. Me lo como muy rápido, como si no hubiera comido en días. Están casi tan buenas como las que yo hago les falta picante yo le pondría picante a todo hasta al agua, digo todo seguido mientras rebaño el plato.

arena

lunes, 4 marzo 2024. Un tipo baila en una zona vacía enorme cubierta de arena. Creo que lleva la cabeza rapada y va desnudo, pero no estoy segura porque él mismo, la imagen, todo es color sepia (recuerda a los espectáculos de La Fura dels Baus). Le hago una foto. Al ampliarla, sentado a un lado, veo a un niño muy gordo bostezando. Detrás de él me sorprende ver a Alberto con cara de estar aburriéndose. Seguro que cuando le pregunte si le ha gustado dirá que sí, pienso. También pienso que todo eso que está sucediendo es un sueño y cuando lo escriba le pondré de título "Los amigos de mis amigas son mis amigos".

una de espías

viernes, 1 marzo 2024. Todo sucede como en una película de espías. Un tipo nos presenta (a mi madre y a mí) a su madre, pero la mía ni le tiende la mano, sigue hablando sin parar con otra persona. Pienso que ese desprecio lo pagaremos (estamos en un país árabe, su supone). Me siento a descansar en un escalón y me doy cuenta de que se me ven las piernas. Intento tapármelas con tela de saco y escondo la cara entre las manos cuando pasa un autobús.

canicas y bellotas

jueves, 29 febrero 2024. Entró en una sala rectangular muy blanca y me pegó al fondo de la pared. Llevo una camisa de fuerza. Al rato llega mi prima Elisa como una camisa igual y se pone a mi izquierda. No decimos nada, esperamos .De repente estamos sentadas al borde de una charca con fondo de piedras, con los pies metidos en el agua. Me parece ver que entre las piedras hay canicas. ¡Hay canicas!, le digo a Elisa. No sé cuál es elegir, me las llevaría todas. Me decido por las que no tienen ningún adorno dentro. Entre las piedras también hay bellotas. Con una mano cojo canicas, con la otra bellotas. También encuentro una bellota de cristal rosa (o una canica con forma de bellota ). Tiene un aro, pienso que podré cuantía al cuello o en un llavero. Le enseño mi botin a Elisa que, no dice nada, solo disfruta del momento de tener los pies en el agua. Es verdad, ¿para qué quiero bellotas?, pienso y las tiro lejos, a la pequeña porción de campo que rodea la charca. Alégrate, le digo a Elisa, de cada bellota saldrá un árbol.

nísperos, casete y volante

miércoles, 28 febrero 2024. La familia la Beira va a dar una fiesta en su casa, pero en realidad es la casa de mi abuela. De repente nos concentramos todos en el pasillo. Isa quiere sacar unos dulces y Javier dice que eran para el postre del día siguiente. No hay manera de convencerlo de que podemos comprar otros, o cortarlos y que sirvan para los dos.
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Le digo a Pablo que voy a grabarle una canción mejicana y un poema leído, a ver qué le parece. Meto una cinta de casete en el ordenador y comienzo a ler. De repente caigo en la cuenta de que podria haberle enviado un audio y un enlace. Me da pena pensar que he borrado, grabando encima, una cinta de Arvo Pärt.
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Se supone que he organizado una reunión de antiguas alumnas en casa de mi abuela, pero en realidad es la casa de Odila. Barro el jardín y amontonto en distintos alcores hojas secas, nísperos caídos y monedas (parecen de chocolate). Llega Elena y se abraza llorando a Stella. Stella dice que si llega a encontrársela por la calle no la hubiera reconocido. Yo las veo exactamente iguales a cuando eran jóvenes.
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Francis conduce con el volante en el lado derecho. Yo voy detrás. Se vuelve todo el tiempo para preguntarme cosas. Le digo a todo que sí por miedo a que nos estrellemos.

moqueta

martes, 27 febrero 2024. le van a hacer un homenaje a Jurdi en un espacio parecido a la Fnac, con moqueta gris en paredes y suelo. El público se va sentando en el suelo o en sillas de tijeras. Cuando llega a Jurdi no lo reconozco, me parece más delgado y más pequeño. Su cara es distinta. ¿De verdad es él?, pregunto a Javi. No está seguro. Si es él de verdad es que ha hecho la cirugia estetica, le digo.

tenderete de lona y tarta de merengue

lunes, 26 febrero 2024. Desde lo alto de un muro de piedra (se parece al puerto de Gijón) Alberto y yo miramos a un grupo que está organizando algo bajo un tenderete de lona. Entre ellos Cristina y Araceli (que no se conocen en la vida real). ¡Hola!, les grito. Cristina me devuelve el saludo con la mano. Con gestos, le digo lo trabajadora de que es Araceli, y ella, también con gestos, me dice que mucho.
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Voy por la calle con un tipo y su hijo. El niño se parece a Pincho, el hijo de Francisco Umbral (anoche vi su documental). El padre del niño lleva una tarta con muchos adornos de merengue en la mano. Camina muy lentamente para que no se le caiga. Con un gesto, le digo que yo me encargo del niño. Vigilo que no se baje de la acera.

canicas

domingo 25 febrero 2024. Bajo unas escaleras que se parecen a las de mi colegio. A los lados hay setos altos. Delante de mí baja un chico que va haciéndole fotos a todo lo que tenemos alrededor (nada, en realidad). En uno de los escalones (casi todo está cubierto de barro) hay una caja de cartón con canicas y broches. Teniendo esto delante, ¿sacas esas fotos?, le digo. Me agacho a coger algo de recuerdo. Elijo dos canicas (una de ellas igual a la que mi padre tenía de niño, con rayas en espiral). El chico me dice que elija un broche y me lo ponga, que quiere retratarme con él. No sé cuál. Ninguno me gusta. Todos son de hojalata. Finalmente me pongo uno pequeño que no sé bien qué simboliza.

catecismo

sábado, 24 febrero 2024. Estoy con una familia muy parecida a la de la serie "El joven Sheldon". Vamos todos a algún sitio (¿la comunión de la niña?). Entro en la parte trasera del coche, pero los asientos de delante están tan echados hacia atrás, que no hay sitio para meter los pies. Le pregunto a la niña si se sabe el catecismo, le digo que yo todavía me acuerdo. y podemos repasarlo durante el viaje.

caídas, gorgoritos y hebras de platano

viernes, 23 febrero 2024. Alberto, Antonio y yo vamos por un sendero muy estrecho. Aparece otro aún más estrecho de tierra mojada a la izquierda. Alberto saca (no sé de dónde un berbiquí enorme, lo clava en la tierra (que es barro) y comienza a darle vueltas. Tened cuidado de no resbalar, digo antes de resbalar. Quedo colgando de una mano del borde del camino que, al ser barro, hace que me escurra. Por más que grito no me ayudan, siguen dándole vueltas al berbiquí.
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Llego a la puerta del que fue mi colegio. Una monja, como cada mañana, me tiende un crucifijo para que lo bese. Se supone que tengo un examen y no quiero llegar tarde. Subo a todo correr una escalera ayudándome con el pasamanos para ir más deprisa (en realidad no hay escaleras ni pasamanos, subo por el aire). Llego a un patio enorme. Me siento en la esquina superior de una grada (también inexistente) a unos cincuenta metros del suelo. La grada se va llenando de niñas. De repente alguien pone flamenco y Pili (una compañera a la que le gustaba más que nada en el mundo Paul McCartney) baja a bailar al patio contiguo. Baila muy bien (el baby de rayas rojas y blancas se le ha convertido en uno banco con lunares rojos). Todas las niñas la siguen y jalean. Yo me quedo pegada a la pared, allá arriba, mirando al vacío. Las niñas tienen el tamaño de hormigas. Temo descolgarme y caer. Intento no moverme. 
Voy por la calle y se me acerca una chica con un carrito de bebé. Vamos a cantar, dice. Yo empiezo. Le digo que jamás he cantado y no voy a empezar ahora. La chica canta tratando de imitar a Ana Belén, haciendo gorgoritos. Lo hace fatal. Así caminamos un rato por la acera mientras va oscureciendo.
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Parece una clase pero los pupitres son mesas de noche (como las que tenían mis padres). Otro chico y yo las limpiamos a conciencia. Mientras hablamos de un alumno nuevo (se supone que es Pablo). Deberíamos llamarle Charly, propone. Le cuento que yo ya lo conocía de antes y que me parece que su abuelo era carlista. Pablo y otro chico llegan a sus pupitres y se sientan. Me da pena que no me haya dado tiempo limpiarlos. Veo como pasan la mano por encima, retirando lo que parecen hebras de plátano.


viagra

miércoles, 21 febrero 2024. Llego a casa de mis padres y oigo una música que viene de la terraza. A través del cristal translúcido veo a unos nuevos vecinos tocando una pieza deliciosa con violín, viola de gamba y zanfona. Me interrumpe un grito de mi padre desde dentro de la casa (protesta porque se le ha caído algo, que estaba tendido, al patio; me extraña porque el grito viene del dormitorio y él jamás ha tendido ropa). En ese momento me doy cuenta de que la terraza está llena de bolsas, mantas sucias, cojines con manchas de humedad... La gata de mi hermana y se cuela por debajo de la mampara translúcida que separa una terraza de otra. No lo llamo para no entorpecer la música. La gata aparece seguida de un gato negro, los dos están erizados y se pelean dando saltos en el aire. Consigo espantar al gato de los nuevos vecinos. Cuando consigo que la gata entre en casa, la veo comiendo algo sobre la mesa. ¿Qué comes, bonita?, le pregunto. Tiene la lengua azul y hay un blíster de viagra sobre la mesa. Intento abrirle la boca. La gata se convierte en una serpiente (la cabeza de la serpiente y la pastilla tienen la misma forma). Cuando vuelve a ser gata, ya se ha tragado la pastilla. Mi hermana aparece recién maquillada, lista para irse de paseo. No sé si decirle que la casa está sucísima y la terraza llena de basura porque sé que no me servirá de nada. No sé si decirle que no cuida de nadie, ni de su gata. Decido simplemente informarla. La gata se ha comido una viagra, le digo. No hace nada, ni pestañea, como si hubiera pulsado su botón de pausa.

cuba, metro y gabardina

martes, 20 febrero 2024. Se supone que compartimos piso con Javi Rodríguez y Manolo Arana. Es hora de acostarse. Ellos salen corriendo para evitar hacer nada. Nos toca cerrar la cancela de la terraza, la puerta y quitar los platos de la cena. Miro a mi alrededor, no reconozco nada que sea mío, ni siquiera los muebles. Una noche deberíamos dejar las puertas abiertas para que entren y roben, igual nos hacían un favor, le digo a Alberto.
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Hago tiempo mientras espero a Alberto. Llevo una cesta rígida (bastante incómoda de transportar), con mis cosas (una especie de bandeja con asa de medio metro que casi llega al suelo). Se supone que estoy en Madrid, porque para volver tengo que tomar el metro Latina. No doy con él, las bocas de metro que voy encontrando tienen nombres rarísimos. Le pido un plano a un vigilante y me da una papel muy fino y húmedo, con un código QR. El móvil no lo acepta. Una chica (que se parece a Virginia) me pregunta si esa línea lleva al centro. Le digo que no sé dónde estoy, que creo que he caminado tanto que me he salido del plano y estoy cerca de Valencia (la chica se ríe, aunque yo lo decía en serio). Vemos a unos chicos algo frikis entrar a un local y decidimos seguirlos. Subimos por una escala metálica que hay adosada a la pared. La fiesta es friki: semisótano sin ventanas, luz enfermiza y solo chicos con gafas y camisas de cuadros abrochadas hasta el cuello. Hay un montón de máquinas de comecocos y cosas así. Intentan ser amables con nosotras, pero resultan torpes. Tengo la sensación de estar en una serie americana. Le digo a la chica que nos vayamos disimuladamente. Cuando estamos en la calle, me doy cuenta de que me he dejado el cesto y la chica su gabardina. Ella dice que prefiere perderla a volver. Vuelvo sola. Rebusco en un armario sin puertas. Los chicos se alegran de verme. Huyo como puedo por la dichosa escala con el cesto y la gabardina de la chica hecha una bola bajo el brazo. Mientras bajo no dejo de sonreír, para que crean que voy a volver y no intenten retenerme.
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Mi tía M y yo vamos a encargar algo a un almacén. Nos reímos del tipo que nos atiende porque le cambia el nombre a las cosas. Por ejemplo, habla por teléfono con alguien y le dice que ya tiene listos los pirreles para los trispillos (rieles para los visillos). Pienso que si trabaja igual que habla... El almacén es un camión que está en alto. Al salir tenemos que lanzarnos a una cuba llena de bolsas (¿de basura?) que hay en un callejón. Al salir entra en chico. ¡Oh, es Dani!, ¿no te acuerdas de él?, dice mi tía. ¡Cómo olvidarlo!, respondo alegremente (es Juke, uno de los personajes de "El asombroso mundo de Gumball"). Dani/Juke nos mira con recelo y nos pregunta de qué lo conocemos. ¡Qué mala memoria tienes, Dani, qué mala memoria!, responde mi tía casi cantando. Una vez en la calle, pienso que Elías y Henry habían quedado para cenar muy cerca de allí, pero no quiero dejar que mi tía vuelva sola a casa.

zapatos de tacón y zapatófono

viernes, 16 febrero 2024. Entro muy decidida a un centro comercial para comprarme unos zapatos de tacón de ante azul. Una vez dentro, me doy cuenta de que ya los llevo puestos. Intento salir, pero hay tanta gente que es imposible encontrar la salida. Me fijo en que el edificio no tiene techo y las escaleras mecánicas no llevan a ninguna parte (si siquiera son escaleras, son cintas transportadoras que dan vueltas).
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Voy con Elisa y Andrés por la calle y tenemos prisa. He arreglado tu zapatófono, dice Andrés. Efectivamente me da un mocasín enorme que es un teléfono (se supone que es mío y estaba roto aunque jamás lo había visto, pero no le digo nada). Dice que le ha cambiado la tarjeta. Que, ahora, si alguien quiere comprármelo por cien euros le diga que no, que no lo venda por menos de trescientos. Le doy las gracias. Al fijarme bien en él, veo es simplemente es un mocasín de hombre con una tarjeta sim en la suela pegada con cinta adhesiva. Llegamos a una iglesia. Este es el sitio, dice Elisa señalando una de las losas del suelo (un suelo de losas blancas de mármol, cada una con un nombre; la que ella señala no tiene ninguno grabado), este y solo este donde quiero que me entierren con mis hijos.

asfalto y dunas

miércoles, 14 febrero 2024. Alberto, Carlos, Dani y yo vamos por la playa. No hablamos de nada en especial. El sol duele en la piel. Alberto dice que tengo el vientre colgante. Me miro, lo tengo completamente liso bajo el bañador. Ya quisieran las más jóvenes tener mi vientre, le digo, ¿o es que no has visto nunca fotos de lo que es un vientre colgante? No responde. La arena de la playa se acaba y comienza una zona de asfalto. Nos queman los pies y damos la vuelta.
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Parece un festival de poesía. Todos me parecen demasiado jóvenes. Van vestidos muy raros o sencillamente disfrazados. No me siento cómoda, todo me parece demasiado caótico. Subo y bajo buscando mi habitación. Me dicen que los horarios y nombres de los que participan cada noche están en la pared. En la pared hay folios mal pegados con nombres escritos a mano con distintas letras (no se entiende nada). Mi nombre no está. Una chica intenta ayudarme. Otra, mayor, vestida de negro, le dije que me deje, que si no me encuentro es mi problema. Dice que me apunte a leer cuando quiera. Le digo que quiero leer con Omar Pimienta. Leyó ayer y ya se ha ido. No sé si creerlo. Me doy cuenta de que se me han olvidado mis libros, que no tengo ningún poema para leer ni me sé ninguno mío de memoria. Salgo del edificio. Camino por unas dunas de arena muy blanca. No sé qué hacer ni dónde ir.

culebra

martes, 13 febrero 2024. Se supone que nos hemos mudado. Es un piso antiguo y bastante destartalado. Todavía quedan algunos muebles, casi todos desvencijados. La terraza da otro bloque que casi se alcanza con la mano. Una vecina ha convertido la terraza en un salón al aire libre, con alfombras y cojines enormes. Intento animarme pensando que yo podría hacer lo mismo. En la terraza que queda justo enfrente, una familia con muchos hijos saluda alegremente. Alberto (que no se parece a Alberto), les dice que están tan cerca que podrá darles clases de terraza a terraza. El falso Alberto tiene el pelo medio pelirrojo y muy rizado. Lleva sobre los hombros varios gatos, y de entre los rizos le aparece una culebra. Miro a mi alrededor, todo está sucio y roto, aparecen más gatos y hasta lagartos. Le digo a Alberto que no puedo ni quiero vivir en esa casa. Dice que el contrato está firmado, que ya está pagada y es imposible echar marcha atrás (me despierto llorando).

piedra tiburón y cajas vacías

lunes, 12 febrero 2024. Estoy sentada en un banco de una plaza. Una chica se sienta a mi lado. Veo pasar a Juan (lleva traje gris y corbata). Se acerca a un parterre, coge una piedra y me la trae sonriente. La piedra es gris y blanca, tiene forma de tetraedro y, según la mires, parece tener cara de tiburón. La chica se asombra de que un desconocido me de una piedra, no sabe que nos conocemos. Juan se aleja. La chica me pregunta si sé de algún trabajo. Le digo que no, pero pienso que quizá Juan necesite alguien que lo ayude en casa. Voy a buscarlo, pero no doy con él. Miro el reloj, son las 14:45h. No sé dónde estoy ni cómo volver a casa.
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ablo por teléfono con mi madre. Me cuenta que está en Estepona y que cuando voy a ir a recogerla. Pienso que ha perdido la cabeza. Mi hermana aparece de repente. Qué bien que hayas venido porque mamá no está bien, le digo. Sin hacerme ningún caso, abre las puertas del armario de mi dormitorio y mete una escoba debajo de la cama para buscar algo. Aparecen cajas. Me pide explicaciones. No sé qué son, pero le voy diciendo: esta es la caja del viaje a Cuba, esta la del viaje a Berlín, esta la de Estambul, esta la caja Nueva York, esta la de Escocia, esta la de Eslovaquia... Según se las voy a enseñando y las voy abriendo y apilando. Todas están vacías. Parece quedarse tranquila. Después mete de nuevo la escoba y salen muñecas viejas despeinadas llenas de polvo. Dice que son suyas y quiere llevárselas. Yo me alegro mucho porque no las había visto nunca y, además, se ha quedado el dormitorio limpio.

un libro de berbab

domingo, 11 febrero 2024. Antonio ha venido de visita (la casa no tiene nada que ver con la nuestra). Es un bajo y nos sentamos junto a una ventana que da a la acera. No hay cortinas, vemos pasar gente y coches, pero no parece importarle (me extraña, porque cuando estaba en su propia casa bajaba las persianas para que nadie pudiera verlo a pesar de vivir en un 13º). Sobre la mesa hay un libro envuelto en papel de regalo. Se lo quito. Hay otro papel de regalo más fino, se transparenta el precio. El libro es muy estrecho y pienso que será difícil leerlo sin que se desencuaderne. Un libro de Bernhard que no tenía, pienso (pero al fijarme mejor veo que es Berbab). No conozco al autor, digo. Te lo envía Marcos, dice. Estás más delgado, digo y él se levanta y me enseña unos vaqueros que se ha comprado y le quedan de maravilla. Le pregunto si quiere una cerveza de abadía (que tanto le gustaban). Ahora solo bebo agua, dice. Mientras voy a la cocina, lo oigo hablar, dice que Doñana se ha inundado. Mientras habla, veo las imágenes de lo que me está contando como si se reflejaran delante de mí en una pantalla de humo. Al abrir el frigorífico (que es muy pequeño y está bajo la encimera, me quedo con la puerta en la mano. No voy a poder darte agua fría, le digo desde la cocina. No responde. Me asomo. No está.
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Mi tía M me cuenta que mi hermana se ha peleado con su amiga. Pienso que quiere contarme que en realidad han sido ellas dos quienes se han peleado, y está allanando el camino de la conversación. Por lo visto ha perdido 80 euros, solo podían estar en un sitio y su amiga dice que en su casa no están. Yo creo que... (y hace un gesto de beber con la mano, dando a entender que lo ha perdido porque estaba borracha). Yo no digo nada. Decido dejarla hablar hasta que se canse.
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Alberto y yo llegamos a un restaurante-librería. Tiene dos puertas. Cuando va a entrar por la del restaurante, le pregunto si no íbamos a comprar libros. Al entrar, se cruza con una señora vestida de Chanel. Le habla muy acaramelada, se contonea, le pasa la mano por el pelo y la cara. A mí ni siquiera me saluda.
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Estoy en la cocina de mis padres haciendo comida para un batallón. Todo el tiempo entra y sale gente, no tengo espacio para nada y la tabla para cortar es muy pequeña. Alberto entra y friega una sartén. La sartén tenía aceite limpio para hacer un sofrito. ¡Dejadme todos en paz!, le grito al pobre que solo había venido a ayudar.

ladrar

jueves, 8 febrero 2024. Elisa y Andrés llegan a casa con muchas cajas. Nadia, su hija, los ayuda. A Elisa se le abre la blusa y veo que se ha tatuado todo el cuerpo. No le digo nada. Andrés desembala una tele enorme. No sé cómo preguntarles si se piensa quedar a vivir en casa. Nadia, como si me leyera mis pensamientos, me dice: no te preocupes por nosotros, hacemos poco ruido, el único problema es que cuando nos peleamos ladramos tres veces.

tren rodapié

miércoles, 7 febrero 2024. Tengo una lectura. Salimos en coche. La carretera es muy estrecha y peligrosa, pero el paisaje es muy bonito. Temo que Alberto se despiste y tengamos un accidente, así que desde el asiento de atrás le digo que mire al frente, que yo le iré contando lo que veo (casas de colores, árboles frondosos). Llegamos a un bar. Está a tope, todo el mundo espera que lo atiendan, pero los camareros una pareja de hermanos (hombre y mujer) no dejan de pelear sin importarles los clientes. Ella incluso llega a pegarle. Se me pasa por la cabeza pasar al otro lado de la barra y servir yo al público, pero me contengo. Suena el teléfono que hay en la pared. Alberto lo coge, dice que es la señora que ha organizado la lectura y que pregunta cuándo llegaremos. Me encojo de hombros. Alberto le dice que todavía nos quedan quince horas de viaje. No estoy segura de si es verdad o lo ha dicho por decir. Desistimos de tomar algo, queremos entrar al servicio, pero el servicio es una especie de reloj de pie en mitad del comedor. Habría que hacerlo delante de todos. Nos vamos. Un chico muy joven y muy rubio corre detrás de nosotros, dice que es muy fan de mis libros y que me ha abierto un teletexto. ¿Un blog?, pregunto. No, una página del teletexto porque a este pueblo no llega internet, dice. Un grupo de adolescentes se acerca, le preguntan al chico rubio si soy famosa. Nos siguen. Les digo que el que tenga el mail más fácil de recordar me lo diga, yo le envío mis textos y esa persona los comparta con los demás. Una chica dice que el suyo es el más fácil, que solo tiene cuatro letras: nata. Muy bien, ya te escribiré. Bajamos una escalera muy empinada hasta llegar al coche. Un chico nos sigue. Dice que prefiere que le escriba a él, que esa chica es tonta. Me dice un mail muy complicado con varios apellidos con jotas y erres. Vamos a hacer una cosa, le digo, ya que te gustan las complicaciones ábrete un gmail con la frase, mellamoiñigomontoyatumatasteamipadrepreparateparamorir. Dice que eso es imposible porque los mails no pueden llevar eñe. El tonto eres tú, pienso. Le damos esquinazo, subimos al coche y bajamos sin quiera desaparcar. Hemos llegado, dice Alberto. Llama a una casa con fachada de madera. Nos abre Jesús Losada y se alegra mucho de vernos. Me sorprende que esté exactamente igual que cuando lo vimos en 2002. Nos enseña el salón de su casa. En vez de rodapié hay un tren de madera dando vueltas. Hay muchas plantas. Entra Jordi Ébole y me pregunta qué me parece la decoración. Le digo que las plantas crasas están muy bien porque se cuidan solas. Sí, son muy inteligentes, responde. Después, ninguno de los cuatro decimos nada, no sabemos de qué hablar. No sé qué hacemos allí perdiendo el tiempo cuando todavía nos quedan quince horas de viaje.

hierbas secas y remolino

lunes, 5 febrero 2024. Parece un país árabe. Veo una escena en la que una familia huye de su casa porque se supone que va a explotar. Una de las niñas intenta empujar el coche que tienen aparcado en la puerta para no perderlo. la familia de grita que lo deje. Finalmente la familia se acerca a ayudarla, pero tanto la casa como el coche explotan. Me alejo por una calle donde algunas personas venden lo poco que tienen. Pasan hombres armados. Una chica rubia y jipi, claramente extranjera, vende unas hierbas secas. Me extraña que nadie le diga nada porque lleva la melena al descubierto. Yo camino lentamente para no llamar la atención porque no sé si llevo el pelo cubierto y no me atrevo a tocármelo ni a hacer ningún movimiento. No sé de qué parte estoy, de los que llevan armas o de los que venden atemorizados. Simplemente me alejo del lugar caminando muy lentamente mientras me pregunto si sería capaz de hacerme pasar por unos u otros para sobrevivir.
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Estoy en un supermercado con muy poca luz. La señora que está comprando se demora en elegir cada pieza de fruta, le pregunta algo absurdo a la dependienta por cada cosa que compra. Se va formando una cola. Otras señoras se ponen delante de mí. Les digo que yo soy la siguiente. Nadie me hace caso. Me voy sin comprar nada. Estoy muy cansada y entro en el primer portal que veo. Es una peluquería, también, con muy poca luz. No quiero hacerme nada, pero me siento a mirar revistas mientras las peluqueras atienden a unas y a otras. En una mesa llena de polvo hay revistas y vinilos muy antiguos. Les soplo el polvo, intento ordenarlos pero se caen al suelo. nadie me presta atención. Una abuela le da la merienda a su nieto. El nieto dice algo sobre la edad de la abuela y me meto en la conversación. Intento presumir de la mía esperando que, al decir que voy a cumplir 60, me digan lo bien que estoy. La abuela se sorprende como yo esperaba. Solo sois dos viejas, dice el niño sin dejar de masticar. Una de las peluqueras se acerca, dice que me toca. Me da vergüenza decirle que solo entré a descansar. Le digo que no tenga en cuenta los trasquilones que tengo por detrás, que me sobraba un mechón y me lo corté yo misma. Toda la peluquería se queda en silencio, me miran como si hubiera dicho que he matado a alguien. Es que tengo un remolino y se me va el pelo de la nuca hacia la izquierda, les explico asustada.

trenzas de pasas

viernes, 2 febrero 2024. Estamos en una especie de hotel de madera enorme. Nos sirven el desayuno en bandejas de varios pisos. Mi abuela que también está por allí, quiere que le pase unas trenzas de pasas. Dejo que los demás elijan primero y cuando voy a comer ya no queda nada. Delante de mí están sentados Emilio, Francis y Javi (me extraña que los tres lleven perilla). Me ríen todas las gracias, (quizá exageradamente, pero me da igual porque me gusta hacerlos reír). De repente todos se levantan y van a sus habitaciones a recoger sus cosas. El hotel es un auténtico laberinto, no doy con mi habitación. Donde se suponía que estaba ahora hay unas duchas comunales y están ocupadas. Le pregunto a Alberto si sabe dónde están mis cosas, pero está charlando con unas chicas jóvenes y me aparta con la mano. Por más que busco no doy con mis cosas. Un chico intenta ayudarme, me consuela, pero me dice que el hotel ya ha cerrado y lo que se haya quedado dentro lo dé por perdido. Me acurruco en el suelo a llorar. Esperaba que el chico me abrazara o saltara la verja para buscar mis cosas, pero me dos palmaditas en la espalda y se va.

la alegría de caer

jueves, 1 febrero 2024. Salón de actos. Veo a Ferran en una de las primeras filas. Me alegro tanto de verlo que corro hacia él saltando sobre las butacas. Cuando por fin lo tengo delante nos abrazamos y nos caemos al suelo muertos de risa.

laberinto

miércoles, 31 enero 2024. Entro con un grupo a una casa que se supone vacía. Abrimos y cerramos puertas. No sé qué buscamos. Toda la casa está en penumbra porque las persianas están bajadas. En uno de los dormitorios me parece ver a alguien durmiendo en el suelo, bajo varios edredones. Doy aviso, digo que tenemos que marcharnos. Nadie me hace caso. Intento encontrar la salida, pero la casa cada vez está más desordenada, tiene otra distribución a cuando entramos, y hay ropa y enseres tirados por los pasillos.

crucifijo

lunes, 29 enero 2024. Alguien nos quiere vender un crucifijo enorme. No sabemos cómo librarnos del vendedor que entra y sale de su anticuario cada vez con más cosas.
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Cada vez hay más gente en casa de mis padres. Entran y salen. Se supone que es el cumpleaños de alguien pero no sé de quién. Llevo en el bolsillo unos pendientes envueltos en papel de regalo, pero no sé a quién debo dárselos.

bajo la cama

miércoles, 24 enero 2024. Se supone que estamos en un hotel de Santander. Se supone que el ventanal (enorme) de la habitación da a la playa, pero no se ve nada, la noche es completamente negra y no hay luces en la calle. Van a entrevistarme de una radio a través del ordenador. Hay una chica rubia con una melena muy rizada sentada a mi lado (no sé quién es ni qué hace con nosotros). Me habla sin parar, me pasa papelitos con poemas suyos para que los lea. Le digo que no haga ruido, que la atenderé en cuanto termine la entrevista. Se enfada muchísimo, se queja con Alberto. Alberto se quita la camiseta y pasa la aspiradora por la moqueta. Les digo que por favor no hagan ruido. No sé qué hacer, intento meterme debajo de la cama, pero debajo de la cama hay bolas de Navidad, tulipas de lámpara, medallas olímpicas y monedas.

luz roja

martes, 23 enero 2024. Alberto está  trabajando en casa. La pantalla del ordenador llena  de tablas con números. Me pregunta: ¿El año pasado que te dio más miedo la COVID o...? (y ahí hace una pregunta muy larga y enrevesada que puede resumirse en que apareciera alguien y dejáramos estar juntos). La segunda, le digo. Se sorprende muchísimo y sigue trabajando.
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Mi hermana dice que va a instalarme en el móvil un (no recuerdo la palabra, pero sí que en ese momento pienso que no tiene ni idea de lo que está diciendo). Le doy las gracias, le digo que prefiero dejar el móvil como está. Ella, muy contenta, dice: A papá ya se lo he instalado. Miro a mi padre, que está en la cama tapado hasta el cuello. Lleva una bolita brillante roja, una especie de pircing rojo, en la aleta derecha de la nariz.

morada

domingo, 21 enero 2024. Llegamos a un bar. Hay tres mesas juntas. Los extremos están ocupados. Alberto se sienta en la del centro y separa las de los lados. Pienso que a la camarera (con cara de pocos amigos) le sentará mal. Todavía no hemos pedido nada cuando nos lanza desde la puerta un plato con carne con tomate que se estrella en mi brazo. Como llevo una camisa blanca parece una herida. Los de la mesa de la derecha se echan las manos a la cabeza, dice que la denuncie. Las chicas de la mesa de la izquierda ríen la gracia. Alberto se levanta, lo sigo. Llegamos a un túnel muy sucio sin luz. Al andar noto que el suelo está cubierto de barro. A contraluz se distingue la figura de un pastor alemán del tamaño de un caballo. Intento avisar a Alberto para que no siga. Por más que grito no se vuelve.
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Se supone que estamos en Praga. Caminamos tranquilamente por la calle. De repente se hace de noche. Una chica (va con su marido y su hija) nos pregunta si somos españoles, que ellos lo son, que viven allí desde hace mucho tiempo, que si necesitamos algo se lo digamos y nos ayudarán encantados, que si queremos subir a cenar a su casa no tenemos más que decirlo. Los dice todo seguido sin dejar de sonreír. Noto que al marido no le ha hecho ninguna gracia la invitación de su mujer. Entran en un portal. Esta es nuestra morada, dice. En vez de portero electrónico hay fotos enmarcadas de los vecinos.

barba y bolso rígido

viernes, 19 enero 2024. Tengo delante a un tipo grande con barba muy negra. Le llega hasta el ombligo. Me fijo en que es Ferran. También tiene el pelo negro. No sé si he viajado en el tiempo o es un disfraz. No me atrevo a preguntarle.
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Voy en autobús. Pienso que me he equivocado de línea y me bajo en el Jardín de los Monos. Comienzo a bajar por Lagunillas pero las calles se estrechan (como en otros sueños) y se convierten en un laberinto de restaurantes tipo ramen. Cuando por fin consigo salir por la puerta trasera de la cocina de uno de ellos, noto que un chico está metiendo la mano en mi bolso. Dice que ha perdido algo dentro. El chico intenta camelarme diciéndome tonterías. De repente la escena se convierte en una película y solo veo las imágenes desde fuera. Se supone que Aitana Sánchez Gijón hace de mí y discute con el chico. Ahora están en un avión. Ella ha ido al servicio y él intenta abrirle el bolso con una navaja. Es un bolso de mano rígido con una cerradura muy complicada. Mientras él, en segundo plano, intenta abrir el bolso, ella en su asiento sonríe satisfecha sabiendo que no lo conseguirá.

trenzas

jueves, 18 enero 2024. Estamos en un habitación rectangular que tanto se transforma en aula escolar como en bar. Unos tipos hablan de un director francés. Ponen canciones de sus películas y a ratos representan una escena. Me sé todas las canciones y las canto bajito (en parte lo hago para que quienes están por allí vean que me las sé). Uno de los camareros/profesores/actores desde detrás de la barra del bar hacen un gag en el que se tiran cosas al ritmo de la música. Después tiran cosas inofensivas al público (una esponja, unos cacahuetes). Uno de los actores le tira lo que parece un taco de madera, del tamaño de una pastilla de jabón verde, a Andrés (está a mi lado). Le da en la cabeza. Andrés se mosquea muchísimo, se quita las gafas y se dispone a tirársela. Espera, le digo, luego las necesitarás, mejor tírale algo que no te sirva. Abre la mochila y está llena de gafas. Elige unas muy feas, enormes, de sol. Esas, esas, le va a doler y se lo merece, lo animo. De repente todo ha terminado y dos niñas se me acercan. Me preguntan si he estado en Francia, si es bonito, si hablo francés. Le digo que es muy fácil. Las niñas hacen un gesto con la mano. No les interesa, en realidad solo quieren que les haga trenzas como las de a actriz de la película.

zombies buenos

miércoles, 17 enero 2024. Leticia Dolera dice que quiere dar un paseo. Le pongo excusas, le digo que como no estoy en mi casa no puedo cambiarme para salir. Me mira, dice que estoy bien. Le digo que no podemos salir porque fuera hay zombies. Corro la cortina para que los vea. Efectivamente fuera hay unos cuantos zombies que con gestos nos dicen que son zombies pero buenos.
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Estoy en la cocina de un restaurante. No sé cómo he llegado allí. Intento salir pero no hay puerta. Encuentro un tubo con una rampa metálica que da a la calle, pero está llena de grasa. ¡Oh, has encontrado el sitio donde asamos la carne para hacer chivito!, me dice.

chanclas amarillas

martes, 16 enero 2024. Hay una reunión de poetas en un edificio vetusto cerca del puerto. Las siento en sus sitios, les pongo delante un cartelito con sus nombres y les digo que tengo que irme urgentemente a casa de mis padres. Salgo a la calle, se ha echo de noche. Intento correr, pero las puntas de los pies resbalan en la acera. Piensa que eres un guepardo, ¿cómo correría un guepardo?, me digo. Pienso que no avanzo nada, que menos mal que solo voy a casa de mis padres y están bien, que si tuviera que llegar rápidamente porque a Alberto le pasara algo, llegaría tarde. Pasa el C1. Subo. Alguien dice que ha cambiado de recorrido, que ahora no para en la playa. Una familia con hijos se quita en ese mismo instante las chanclas, las deja amontonadas en la plataforma del bus y bajan descalzos cerca de calle Larios. Me quedo absorta durante unos segundos mirando ese montón de chanclas amarillas que brillan en el suelo. Efectivamente el bus entra por una calle que no conozco y me aleja de la casa de mis padres. Bajo en la siguiente parada. Otra vez a correr.

trampolín

sábado, 13 enero 2024. Federico y yo estamos subidos a lo que parece un trampolín de tubos metalicos muy alto. Le digo con un gesto que no pienso tirarme. Se ríe. Bajo, como hacia cuando de niña iba con Nuria al puerto, agarrandome a las dos barras de la escala y dejándome caer. Se hace de noche de repente. Federico camina delante de mí. Me llama la atención que lleve unos zapatos color avellana. Comienza a llover. La gente que pasa por la calle corre a refugiarse en portales y marquesinas. Es de noche, las tiendas estan cerradas. Federico camina muy rápido hacia la entrada de una tienda de guantes y paraguas, se sienta en el suelo. Yo hago lo mismo.

luz

miércoles, 10 enero 2024. Llegamos a casa con Cristina. Es muy tarde. Cristina dice que no que irse sola tan tarde. Le digo que se meta en la cama con nosotros y se vaya por la mañana. Me doy cuenta de que en el dormitorio hay dos camas de matrimonio. No sé si ofrecerle la otra pista ella sola porque pienso que pasará frío.
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Llego a casa de mis padres. Es un piso tipo industrial (los muros son de cemento, la puerta metálica sin pintar). Ellos parecen no darse cuenta de que es otra casa. Me gusta más que el antiguo, la luz es cálida y perfecta. Los muebles también son distintos, modernos. Incluso hay una bicicleta en la entrada, junto a unos asientos que parecen de cine.

herederos

viernes, 5 enero 2024. Dos chicos de unos quince años van peleando por la calle. Se da empujones, se insultan. Me acerco, los separo. ¿No os da vergüenza?, se supone que tenéis que dar ejemplo, uno de los dos será rey algún día, deberíais hacer las paces delante de todos o pelear de verdad en un ring de barro.

espinilla gigante

jueves, 4 enero 2024. Hay una reunión familiar, la conversación me aburre y quiero escaquearme. Me levanto con la excusa de ir a buscar unos ovillos de lana (de los que se supone estaban hablando). Una chica me sigue. El dormitorio de mi hermana parece una leonera. Sobre el armario veo una bolsa con ovillos de lana rosa. También hay un corpiño de patchwork. La chica (tumbada en la cama revuelta y sin hacer, sobre ropa sucia), dice que me lo pruebe. Pienso que no me va a quedar porque es completamente plano. Aunque apretado, me queda (como le quedaba a La loca de Las chicas están bien que vi anoche). Voy al cuarto de baño para mirarme en el espejo. Al quitármelo, mis pechos tienen una hendidura horizontal enorme. Pienso que igual se queda para siempre y me da igual. Una de las paredes al baño es de cristal ahumado y puedo ver a la chica sobre la cama. Hago morusetas para saber si ella puede verme. Nada. Me entran ganas de hacer caca, sale por la vagina, ayudo a que salga con los dedos, aprieto como si entre mis piernas hubiera una espinilla gigante. También salen dos tampones sin el hilo del tamaño de un dedal y una especie de cápsula transparente que lleva una cuerda celeste y blanca alrededor (como si fuera un trompo). No estoy segura de si debo devolverla a su sitio, no estoy segura de si eso forma parte del cuerpo de las mujeres o es algo que entró en algún momento y ahí se quedó.

libretas y vendaval

miércoles, 3 enero 2024. Una chica deja su bolso en la acera y busca algo con prisa. Me enseña entusiasmada varias libretas iguales a unas que compré hace poco.
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Vendaval y lluvia. Camino con dificultad por la calle. Alberto va unos metros delante de mí, lleva un tablón enorme. Pienso que le sirve de contrapeso y por eso no se vuela. Yo no puedo avanzar, el viento me lo impide. Entro en un portal para no salir volando. Veo una bolsa de plástico duro, pienso que la gente lo tira todo a lo loco y no recicla nada. La cojo para echarla en el contenedor amarillo, pero todos están volcados.

teseo y congreso de filosofía

martes, 2 enero 2024. Llego a la librería Teseo, pero es un bar con terraza (hay varios y varias poetas). En la acera de enfrente veo la librería Teseo. No sé si es que se han mudado o es un espejo o yo estoy confundida. Veo, desde la Teseo-Bar cómo llega Oeste a la Teseo-Librería y le da un abrazo a la dueña. Tiene cara de cansado, pienso.
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Llego tarde a un acto. Doy un pequeño impulso y vuelo sobre un metro del suelo, entro planeando sobre los asientos y me siento en una de las últimas filas. Josemari está dando una charla. El público disfruta mucho, está ocurrente y dice cosas muy interesantes sobre filosofía. Un chico muy joven que está a mi lado, me enseña un libro, me pregunta si conozco a la autora y si creo que asistirá. Es un libro mío. ¡Soy yo!, le digo. El chico lo comprueba en la foto de la solapa. Se sonroja. Me dice que quería conocerme porque se ha reconocido en la novela. Soy el chico que describes que espera en la puerta del hospital, dice.

tacones

lunes, 1 enero 2024. Javi y yo estamos en un bar, en unos taburetes altos. Me dice que no me confunda, que no me ha ilusiones. No sé bien de qué habla, pero asiento. Nos levantamos. Miro nuestras sombras en la acera. Su sombra es la de una mujer con vestido de encaje y tacones.