cuba, metro y gabardina

martes, 20 febrero 2024. Se supone que compartimos piso con Javi Rodríguez y Manolo Arana. Es hora de acostarse. Ellos salen corriendo para evitar hacer nada. Nos toca cerrar la cancela de la terraza, la puerta y quitar los platos de la cena. Miro a mi alrededor, no reconozco nada que sea mío, ni siquiera los muebles. Una noche deberíamos dejar las puertas abiertas para que entren y roben, igual nos hacían un favor, le digo a Alberto.
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Hago tiempo mientras espero a Alberto. Llevo una cesta rígida (bastante incómoda de transportar), con mis cosas (una especie de bandeja con asa de medio metro que casi llega al suelo). Se supone que estoy en Madrid, porque para volver tengo que tomar el metro Latina. No doy con él, las bocas de metro que voy encontrando tienen nombres rarísimos. Le pido un plano a un vigilante y me da una papel muy fino y húmedo, con un código QR. El móvil no lo acepta. Una chica (que se parece a Virginia) me pregunta si esa línea lleva al centro. Le digo que no sé dónde estoy, que creo que he caminado tanto que me he salido del plano y estoy cerca de Valencia (la chica se ríe, aunque yo lo decía en serio). Vemos a unos chicos algo frikis entrar a un local y decidimos seguirlos. Subimos por una escala metálica que hay adosada a la pared. La fiesta es friki: semisótano sin ventanas, luz enfermiza y solo chicos con gafas y camisas de cuadros abrochadas hasta el cuello. Hay un montón de máquinas de comecocos y cosas así. Intentan ser amables con nosotras, pero resultan torpes. Tengo la sensación de estar en una serie americana. Le digo a la chica que nos vayamos disimuladamente. Cuando estamos en la calle, me doy cuenta de que me he dejado el cesto y la chica su gabardina. Ella dice que prefiere perderla a volver. Vuelvo sola. Rebusco en un armario sin puertas. Los chicos se alegran de verme. Huyo como puedo por la dichosa escala con el cesto y la gabardina de la chica hecha una bola bajo el brazo. Mientras bajo no dejo de sonreír, para que crean que voy a volver y no intenten retenerme.
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Mi tía M y yo vamos a encargar algo a un almacén. Nos reímos del tipo que nos atiende porque le cambia el nombre a las cosas. Por ejemplo, habla por teléfono con alguien y le dice que ya tiene listos los pirreles para los trispillos (rieles para los visillos). Pienso que si trabaja igual que habla... El almacén es un camión que está en alto. Al salir tenemos que lanzarnos a una cuba llena de bolsas (¿de basura?) que hay en un callejón. Al salir entra en chico. ¡Oh, es Dani!, ¿no te acuerdas de él?, dice mi tía. ¡Cómo olvidarlo!, respondo alegremente (es Juke, uno de los personajes de "El asombroso mundo de Gumball"). Dani/Juke nos mira con recelo y nos pregunta de qué lo conocemos. ¡Qué mala memoria tienes, Dani, qué mala memoria!, responde mi tía casi cantando. Una vez en la calle, pienso que Elías y Henry habían quedado para cenar muy cerca de allí, pero no quiero dejar que mi tía vuelva sola a casa.