miércoles, 7 febrero 2024. Tengo una lectura. Salimos en coche. La carretera es muy estrecha y peligrosa, pero el paisaje es muy bonito. Temo que Alberto se despiste y tengamos un accidente, así que desde el asiento de atrás le digo que mire al frente, que yo le iré contando lo que veo (casas de colores, árboles frondosos). Llegamos a un bar. Está a tope, todo el mundo espera que lo atiendan, pero los camareros una pareja de hermanos (hombre y mujer) no dejan de pelear sin importarles los clientes. Ella incluso llega a pegarle. Se me pasa por la cabeza pasar al otro lado de la barra y servir yo al público, pero me contengo. Suena el teléfono que hay en la pared. Alberto lo coge, dice que es la señora que ha organizado la lectura y que pregunta cuándo llegaremos. Me encojo de hombros. Alberto le dice que todavía nos quedan quince horas de viaje. No estoy segura de si es verdad o lo ha dicho por decir. Desistimos de tomar algo, queremos entrar al servicio, pero el servicio es una especie de reloj de pie en mitad del comedor. Habría que hacerlo delante de todos. Nos vamos. Un chico muy joven y muy rubio corre detrás de nosotros, dice que es muy fan de mis libros y que me ha abierto un teletexto. ¿Un blog?, pregunto. No, una página del teletexto porque a este pueblo no llega internet, dice. Un grupo de adolescentes se acerca, le preguntan al chico rubio si soy famosa. Nos siguen. Les digo que el que tenga el mail más fácil de recordar me lo diga, yo le envío mis textos y esa persona los comparta con los demás. Una chica dice que el suyo es el más fácil, que solo tiene cuatro letras: nata. Muy bien, ya te escribiré. Bajamos una escalera muy empinada hasta llegar al coche. Un chico nos sigue. Dice que prefiere que le escriba a él, que esa chica es tonta. Me dice un mail muy complicado con varios apellidos con jotas y erres. Vamos a hacer una cosa, le digo, ya que te gustan las complicaciones ábrete un gmail con la frase, mellamoiñigomontoyatumatasteamipadrepreparateparamorir. Dice que eso es imposible porque los mails no pueden llevar eñe. El tonto eres tú, pienso. Le damos esquinazo, subimos al coche y bajamos sin quiera desaparcar. Hemos llegado, dice Alberto. Llama a una casa con fachada de madera. Nos abre Jesús Losada y se alegra mucho de vernos. Me sorprende que esté exactamente igual que cuando lo vimos en 2002. Nos enseña el salón de su casa. En vez de rodapié hay un tren de madera dando vueltas. Hay muchas plantas. Entra Jordi Ébole y me pregunta qué me parece la decoración. Le digo que las plantas crasas están muy bien porque se cuidan solas. Sí, son muy inteligentes, responde. Después, ninguno de los cuatro decimos nada, no sabemos de qué hablar. No sé qué hacemos allí perdiendo el tiempo cuando todavía nos quedan quince horas de viaje.