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miércoles, 21 febrero 2024. Llego a casa de mis padres y oigo una música que viene de la terraza. A través del cristal translúcido veo a unos nuevos vecinos tocando una pieza deliciosa con violín, viola de gamba y zanfona. Me interrumpe un grito de mi padre desde dentro de la casa (protesta porque se le ha caído algo, que estaba tendido, al patio; me extraña porque el grito viene del dormitorio y él jamás ha tendido ropa). En ese momento me doy cuenta de que la terraza está llena de bolsas, mantas sucias, cojines con manchas de humedad... La gata de mi hermana y se cuela por debajo de la mampara translúcida que separa una terraza de otra. No lo llamo para no entorpecer la música. La gata aparece seguida de un gato negro, los dos están erizados y se pelean dando saltos en el aire. Consigo espantar al gato de los nuevos vecinos. Cuando consigo que la gata entre en casa, la veo comiendo algo sobre la mesa. ¿Qué comes, bonita?, le pregunto. Tiene la lengua azul y hay un blíster de viagra sobre la mesa. Intento abrirle la boca. La gata se convierte en una serpiente (la cabeza de la serpiente y la pastilla tienen la misma forma). Cuando vuelve a ser gata, ya se ha tragado la pastilla. Mi hermana aparece recién maquillada, lista para irse de paseo. No sé si decirle que la casa está sucísima y la terraza llena de basura porque sé que no me servirá de nada. No sé si decirle que no cuida de nadie, ni de su gata. Decido simplemente informarla. La gata se ha comido una viagra, le digo. No hace nada, ni pestañea, como si hubiera pulsado su botón de pausa.