viernes, 23 febrero 2024. Alberto, Antonio y yo vamos por un sendero muy estrecho. Aparece otro aún más estrecho de tierra mojada a la izquierda. Alberto saca (no sé de dónde un berbiquí enorme, lo clava en la tierra (que es barro) y comienza a darle vueltas. Tened cuidado de no resbalar, digo antes de resbalar. Quedo colgando de una mano del borde del camino que, al ser barro, hace que me escurra. Por más que grito no me ayudan, siguen dándole vueltas al berbiquí.
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Llego a la puerta del que fue mi colegio. Una monja, como cada mañana, me tiende un crucifijo para que lo bese. Se supone que tengo un examen y no quiero llegar tarde. Subo a todo correr una escalera ayudándome con el pasamanos para ir más deprisa (en realidad no hay escaleras ni pasamanos, subo por el aire). Llego a un patio enorme. Me siento en la esquina superior de una grada (también inexistente) a unos cincuenta metros del suelo. La grada se va llenando de niñas. De repente alguien pone flamenco y Pili (una compañera a la que le gustaba más que nada en el mundo Paul McCartney) baja a bailar al patio contiguo. Baila muy bien (el baby de rayas rojas y blancas se le ha convertido en uno banco con lunares rojos). Todas las niñas la siguen y jalean. Yo me quedo pegada a la pared, allá arriba, mirando al vacío. Las niñas tienen el tamaño de hormigas. Temo descolgarme y caer. Intento no moverme.
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Voy por la calle y se me acerca una chica con un carrito de bebé. Vamos a cantar, dice. Yo empiezo. Le digo que jamás he cantado y no voy a empezar ahora. La chica canta tratando de imitar a Ana Belén, haciendo gorgoritos. Lo hace fatal. Así caminamos un rato por la acera mientras va oscureciendo.
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Parece una clase pero los pupitres son mesas de noche (como las que tenían mis padres). Otro chico y yo las limpiamos a conciencia. Mientras hablamos de un alumno nuevo (se supone que es Pablo). Deberíamos llamarle Charly, propone. Le cuento que yo ya lo conocía de antes y que me parece que su abuelo era carlista. Pablo y otro chico llegan a sus pupitres y se sientan. Me da pena que no me haya dado tiempo limpiarlos. Veo como pasan la mano por encima, retirando lo que parecen hebras de plátano.