lasaña dulce

miércoles, 3 abril 2024. Estoy con un chico delante de una mercería. le digo que quedan pocas, que compre algo. Le cuento que una vez entré en una solo por verla, no tenía nada que comprar y pedí madroñeras por pedir algo. Le cuento que se las puse en las mangas a una blusa amarilla que me había hecho. Le explico con todo detalle la blusa y le enseño cómo era el amarillo raspando distintas capas de color en la pared. Amarillo albero, concluye. Le cuento con qué falda me la ponía. Como esta, pero esta es estrecha y no me deja andar. Me enseña la suya, es igual. Y nos las remangamos para poder seguir andando.
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Estamos en un bar con un grupo de personas que no me suenan de nada. Vemos el bar desde arriba porque estamos sentados sobre una pila altísima e inestable de sillas. Una señora dice que va a repartir los dulces que ha hecho. Levanta una tela y aparecen dulces de chocolate y nata. Los lanza con precisión a cada una de las personas que están en el bar. Me pregunto si alcanzará a donde yo estoy. Extiendo las manos y me cae uno como si se posara lentamente. Le doy a probar a Alberto y lo escupe. Dice que es una lasaña dulce. Efectivamente son muchas, demasiadas, capas de chocolate con mucha nada encima. La señora me mira y me lo como por no despreciárselo. Alberto me saca del bar, dice que ya puedo escupirlo, que ahora la señora no puede verme. Lo tiro a una papelera. Alberto señala un registro en la acera y se ríe. No sé de qué se ríe. Es por el nombre, dice, me siguen haciendo gracia algunos nombres (el nombre hace referencia a alguien gordo, pero no lo recuerdo).
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Estoy en una casa que parece prefabricada. Llega Penélope Cruz con un tipo. Se supone que llega cansada del trabajo. Trabaja de representante de agendas de piel. Al llegar, las deja caer en el suelo. Pienso que son muy bonitas, que me gustaría quedarme con alguna. En el pasillo hay varias puertas. La primera es un cuarto de baño con un inodoro preparado para ancianos. Sobre el lavabo hay varios biberones. No entiendo qué hace todo eso allí porque en la casa no hay ancianos ni niños. Voy abriendo todas las puertas, como si no conociera la casa. En una está ella con el novio. ¿No vas a dejar que tu madre descanse un rato?, me dice. Cierro y entro en la habitación del fondo. Tiene todas las paredes cubiertas por cortinas, aunque solo hay una ventana. Me asomo. De repente estoy en una azotea y veo la calle. Es de noche y hay pocas farolas encendidas. Un tipo le grita a alguien por teléfono. Le dice: ¡Tú consentiste! De repente llegan tres tipos más y le hacen un placaje. Él se resiste. Lo meten contra su voluntad en una ambulancia. Hemos terminado por hoy, les oigo decir. La ambulancia no tiene techo y puedo ver al hombre del teléfono en una camilla, sujeto por varias cintas negras. Intento ver la matrícula para denunciarlo, pero las farolas se apagan y la ambulancia desaparece a toda velocidad.