jueves, 18 abril 2014. Llego a una especie de bar-museo. Hay un grupo rodeando a alguien, Es María Victoria Atencia. Un señor me pregunta si sé quién es. Claro, no conocemos, le digo. Pues acércate y dale un beso, insiste. Le digo hola con la mano, desde lejos. ¿Nos conocemos?, me pregunta. Soy Isabel Bono, le digo. Pone cara de no tengo ni idea de quién eres. El señor me mira mal y me da la espalda. Subo una escalera muy estrecha. En el suelo hay relojes de bolsillo desvencijados y fotos antiguas de actores. No sé si son de verdad o reproducciones. Cojo cuna en la que aparece Fernán-Gómez muy joven. Es una fotocopia. Pienso que es una exposición pero muy mal montada. Al llegar al piso de arriba está el grupo y el señor de antes dice que done algo para las monjas. Abro el bolso y el hombre mira dentro sin disimulo. Tomo una moneda de dos euros y la meto en una hucha de lata. ¡Es demasiado!, ¡es demasiado! Una monja aparece sofocada ante los gritos del hombre. Aprovecho el revuelo para salir de allí. Llego a una estación donde solo salen trenes a países con nombres ridículos. Pregunto si alguno pasa por el centro. El conductor se ríe mientras afeita a uno de los pasajeros. No sé dónde estoy, no sé cómo volver a casa, me duelen muchísimo las piernas.
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El suelo del dormitorio de mi hermana está de colore amarillo. Rasco un poco y sale una capa de mugre. Sigo rascando toda una baldosa: reaparece el mármol blanco. Sigo limpiando todo el cuarto, pero cuando mojo la fregona en el cubo, el cubo está lleno de calcetines en vez de agua. Cuantos más calcetines voy sacando del cubo, más aparecen como si se reprodujeran.