sábado, 27 abril 2024. Vamos en coche, Nos cruzamos con Ferran que conduce a nuestro lado pero en sentido opuesto. Nos mira mientras conduce. Está muy serio. ¿Cómo es posible que vayamos al mismo sitio y él conduzca en sentido opuesto?, pregunto. Porque conduce hacia atrás, dice Alberto.
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Llego con Carmen, Enrique y José Luis a un restaurante muy cerca del mar. La dueña sale a recibirnos. Nos habla como si la estuviéramos entrevistando para la tele. Nos explica (sin que le preguntemos) que han reformado el local y han conservado los nueve escalones que los separan de la playa, que han comprado el edificio colindante para hacer viviendas, no un hotel como todo el mundo cree. Que solo permitirá vivir a españoles, que no quiere personas de otros países. Lo dice todo con los labios estirados, con una especie de sonrisa falsa de monja que no me gusta nada. Entramos y nos sienta en la única mesa, en un rincón oscuro. Habló de reformas pero todo está viejo y sucio. La señora deja tenedores y un plato de loza blanco sobre la mesa y hace un gesto con la mano (supongo que significa que ya podemos comer). Enrique saca una tortilla que parece un bizcocho, del tamaño de un posavasos, que lleva en el bolsillo. No digo nada. Enrique y José Luis la pinchan dos o tres veces con sus tenedores y la tortilla comienza a crecer (le salen como unos arbolitos de brócoli pero amarillos, imagino que de huevo y patata). Comen con ganas mientras la tortilla sigue creciendo. Carmen la mira con recelo. Yo no sé qué hacer porque no sé si esas ramificaciones son de origen animal o vegetal. Finalmente me puede la curiosidad y como. Carmen me mira. Le digo con un gesto que no está bien ni mal, que no sabe a nada. De repente me doy cuenta de que a mi lado está mi sobrina nieta y mi cuñada. La niña quiere comer. La abuela le dice que ni se le ocurra, que es una de esas tortillas fantasmas que después te siguen creciendo en el estómago. La niña se levanta de la mesa llorando. Miro hacia atrás. Hay una grada de butacas de madera tapizadas en terciopelo color burdeos, todas están ocupadas, el público va muy bien arreglado, nos miran (incluso los hay con anteojos) cómo comemos. Algunas señoras aplauden. Siento que no quiero estar allí. Miro a Carmen, me entiende, se levanta. Enrique y José Luis dejan los cubiertos. Enrique deja dinero entre unas tablillas de madera y nos vamos. Cuando casi estamos fuera, Carmen dice que ha olvidado su bolso y yo me doy cuenta de que he olvidado también el mío. Volvemos a entrar. El público se pone en pie, aplaude como si fuéramos actrices que han vuelto para hacer un bis. Miro de reojo a la tortilla. Sigue creciendo.