jueves, 6 agosto 2009. Camino por una calle empedrada, las casas son muy blancas. Una mujer me sigue, si me paro se para, si me vuelvo, se pone a llamar a una puerta para disimular. No me da miedo, es una mujer mayor, pero me molesta que me siga. Me vuelo, le grito que sé lo que pretende y no va a conseguirlo. No sé lo que pretende, pienso mientras lo digo. Ella niega con la mano. Aprovecho una cuesta arriba para correr y esconderme en un portal. La mujer aparece al cabo del rato, fatigada. Salgo de mi escondite y le grito: ¡Sabía que me seguías!
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Estoy en un cuarto de paredes rojas, sosteniendo unas tablas también rojas. Mi madre llama a la puerta, dice que tiene un recado para mí. Haciendo malabares para que no caigan las tablas al suelo, salgo a escucharla. Dice que ha llamado Juan Pardo Vidal y que ha dicho algo sobre la dedicatoria de un libro de Uberto Stabile. Me fijo en su vestido, es un vestido rojo de seda hasta los pies. Las tablas que sostenía se me caen al suelo pero no hacen ningún ruido.
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Estoy en un cuarto de paredes rojas, sosteniendo unas tablas también rojas. Mi madre llama a la puerta, dice que tiene un recado para mí. Haciendo malabares para que no caigan las tablas al suelo, salgo a escucharla. Dice que ha llamado Juan Pardo Vidal y que ha dicho algo sobre la dedicatoria de un libro de Uberto Stabile. Me fijo en su vestido, es un vestido rojo de seda hasta los pies. Las tablas que sostenía se me caen al suelo pero no hacen ningún ruido.