cantera y abrigo de piel

miércoles, 3 septiembre 2008. Estoy mirando una cantera abandonada. Me alegra que los del pueblo vecino hayan construido una especie de pantano donde van a bañarse. Los miro desde lo alto. Como siempre que vuelvo a casa desde esa cantera, las imágenes se vuelven en blanco y negro según me alejo. Siempre siento lo mismo en el camino de vuelta: un poco de temor a que el coche caiga por un barranco, temor a volver a casa y que la casa no esté, temor a haber olvidado algo en esa cantera.
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Mi abuela está al cargo de mi hermana y mis primas. Son muy pequeñas y corren por la casa sin parar y sin querer acabarse la comida. Alberto y varios amigos dicen que se van al fútbol. Saco de una sopera mi entrada y se la cedo a Hero, el marido de mi hermana, para no dejar a mi abuela sola con las niñas. Una de las niñas, que cada vez son más, me pregunta quién era "el minino". Le explico que era un vecino de la abuela de Odila y que le llamábamos así porque, como no comía, no llegó a crecer. La niña sale corriendo y vuelve con un yogur. Antes de que yo le diga nada, me dice que el yogur lleva proteínas, que lo ha leído y que me ahorre las explicaciones. De la casa de Odila vemos salir a toda la familia. Llevan a un bebé en los brazos. Odila lleva un abrigo de piel. Entran todos en el coche para ir a bautizarla. Mi hermana, que hasta el momento era una niña muy pequeña, sale de casa vestida de fiesta con una falda de garras y se mete también en el coche. Mi abuela se lamenta de que nunca me ha visto bien vestida. Nunca te he visto con abrigo de piel, dice. Mamá lo tiró a la basura, le respondo. Lo que no le digo es que recuperé el abrigo de la basura y lo escondí en el altillo del armario.