time to go

jueves, 21 septiembre 2017. Javier, José Antonio y yo llegamos a una celebración. A la entrada nos piden las invitaciones. Cada uno entrega un palillo de dientes. Nos sientan en una mesa redonda enorme con mantel blanco. No hay nada más, ni cubiertos, ni adornos, ni comida. Miro las demás mesas. Mientras oigo de fondo hablar a Javier. Todas tienen de todo menos la nuestra, les digo. Javier calla de repente, José Antonio llora.
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Mi tía le dice a mi hermana que ya tiene listos los papeles que debe presentar para saber si es hija de mis padres. Mi hermana dice que pasa. Mi tía insiste en que es muy fácil. Le digo al oído a mi hermana que no tiene por qué hacerlo. Mi hermana no parece mi hermana, lleva el pelo recogido en una trenza muy larga.
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Voy en un coche con gente que no conozco. Vamos muy apretados. También van Ferran y Sonia. Una señora comienza a cantar. Quiere que todos cantemos. Es lo que se hace en los viajes, dice. Cantamos sin ganas. El coche se ha convertido en un salón de actos. La señora canta micrófono en mano. Nos mira, quiere que cantemos el estribillo de uno en uno y nos pasa el micro. Cuando llega el turno del tipo que está a mi lado, se hace pasar por Alberto, dice que no piensa cantar y me pasa el micrófono. El micrófono tiene flecos, me da asco. Me enfado muchísimo. Cuando llega el turno de Sonia, se echa todo el pelo hacia la cara, dice que no quiere cantar, que no sabe qué hace allí, que no conoce a nadie. Time to go, le digo. Antes debo recoger en el guardarropa un montón de folios que se supone son muy importantes.
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Alberto quiere llegar a tiempo a algo. Camina delante de mí con una mochila. Yo camino junto a varias señoras mayores, temo dejarlas solas, no avanzan. Alberto desaparece. Las señoras, en vez de caminar por la acera, trepan por contenedores de basura y se meten en charcos de lodo. Alguien nos tira cañas de pescar como si fuesen jabalinas.