césped falso y cascarilla

lunes, 4 septiembre 2017. Alberto, Andrés y yo paseamos por un barrio de chalecitos con jardín. Miro a Alberto y sé que estamos pensando lo mismo: nos gustaría vivir en un sitio así de tranquilo. Incluso el asfalto no es asfalto, está forrado de césped falso. Es como caminar sobre moqueta, les digo. Alberto de repente va en bañador y nada en el aire, a un metro sobre el césped falso. Dice que deberíamos volver, que todavía tiene que entrenar. Se nos ve muy felices. Por el contrario, Andrés ha ido todo el tiempo quejándose, diciendo que se aburre y que está cansado de andar por andar.
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Camino con Francis por unas calles secundarias. Tengo la sensación de que no nos conocemos demasiado, de que improviso conversaciones. Le hablo de en tal casa había una imprenta, en la otra una fábrica de chocolate. Le digo que mejor no pruebe el chocolate que se fabrica porque sabe a tierra. Nos reímos. Le cuento cómo me sentí de niña al descubrir lo que significaba Milkybar y que, entonces, se escribía Milkibar, me quejo de que tendemos a americanizarlo todo. Francis, de repente, se me adelanta con una bici de carreras y cruza la calle hacia mi casa. Yo intento seguirlo, pero pasan muchos coches. Un tipo se para a mi lado y me dice que en Galicia ya no venden cascarilla. Mi madre dice que sólo queda en Valencia, le digo. Él se ríe. Se ve que desayunabais migote, dice satisfecho.