sábado, 23 septiembre 2017. Chivite y yo miramos en un tablón los resultados de un test que, se supone, nos hicieron. Chivite se ríe al no reconocer su letra (escrita a toda prisa) y también de las respuestas. Ahora no contestaría lo mismo, se queja. Le digo que a mí me gustan los tests, que siento que necesito que alguien desde fuera me diga cómo soy. ¿Será inseguridad?, le pregunto. Chivite se encoge de hombros. El escritor Julian Barnes saca la cabeza por una ventanilla en forma de media luna que hay en la pared. ¡Todos los tests son mentira!, ¿quién podría responder lo mismo, dos veces seguidas, si le preguntan qué hora es? Chivite le da la razón. Yo me pongo muy seria y digo: Yo respondería lo mismo en dos casos: A) Si el reloj no tiene segundero. B) Si damos por supuesto que el tiempo es sólo una aproximación. Barnes cierra la persiana del ventanuco de un golpe. En el colegio me hicieron varios tests y fue un desastre, las monjas me echaron el cante porque el test decía "percentil 98" y yo suspendía todo, le cuento a Chivite mientras recogemos para irnos. Barnes ha dejado junto a la ventanilla unos papeles y dos cajitas circulares (parecen jaboneras) para nosotros. Las cajitas son blancas con un logo esquemático en negro de dos novios vestidos de boda cogidos del brazo. Debajo han escrito en minúsculas "matrimonio". Cuando Chivite se la guarda en el bolsillo, se oye chocar algo metálico. ¿Guardas chinchetas? Chivite mira hacia otro lado, esconde la cajita y la cabeza. No te preocupes, yo en la mía guardo alfileres, le digo.