domingo, 17 marzo 2013. Antonio y yo llegamos a lo que parece un museo de objetos de labranza. Sobre el suelo de tierra hay señales que indican dónde se puede o no pisar. No sé muy bien cómo ni por qué hemos llegado hasta allí. Un tipo me mira mal. Le oigo decir entre dientes que me odia, que quiere que me echen. Le hago una seña a Antonio y salimos por una ventana. No sabemos dónde estamos, la calle es estrecha con paredes amarillas y desemboca en una enorme plaza de estética soviética. En la calle hace sol, en la plaza está nublado. Veo una mesa y dos sillas. Me siento y sobre la mesa aparece una cerveza y un plato de aceitunas. Ya está, pienso.