miércoles, 21 enero 2009. Parece la típica tienda de museo, con paredes y estanterías blancas, cachivaches de porcelana y algunos dibujos enmarcados. Lo raro es que la atienden niños. Los dibujos también son infantiles. Una niña me ofrece unos pendientes, dos piedras rojas engarzadas en oro con forma de lágrima. Me empuja hacia un espejo. La veo tan ilusionada, que le digo con mucha delicadeza que son muy bonitas, pero que no soy yo de pendientes grandes. Las piedras me parecen preciosas, son de un rojo oscuro intenso, pero pienso que serían mucho más bonitas en su estado original. Como si la niña pudiera leer mis pensamientos, vacía sobre el mostrador una caja de piedras y cristales. Los cristales son blancos, transparentes y tienen forma de hueso. Me fijo en dos piedras azules. Azul iceberg, le digo asombrada. A pesar de tener aristas y parecer dos trozos de hielo, son suaves y cálidas. Tienes que decidirte, dice la niña. Pienso que me quedaré con las dos y así podré regalarle una a Chivite.