delfines

jueves, 22 enero 2009. Participo en una carrera de delfines, pero los delfines somos nosotros, los participantes. Nos atan los pies con cinta aislante y nos lanzan a una especie de acequia en cuesta que sube en espiral hasta la meta. Una vez en el agua pienso que voy a ahogarme. A los pocos metros ya estoy agotada. No sé cómo consigo salir y caigo en una calle con aceras de cemento, pero sin asfaltar. Se acercan dos personas. Antes de que puedan verme, levanto la acera como si fuera una sábana y me escondo debajo. Me quedo muy quieta, escucho sus voces, espero que se vayan. Pienso que en cualquier momento vendrá alguien a ayudarme. Comienza a amanecer, la luz atraviesa la acera y la convierte en una película blanca y cálida. No debo dormirme ahora, pienso. Alguien levanta la acera con cuidado y me palpa las piernas. No te preocupes, dice, ahora mismo te saco de aquí. Oír la voz de Iker Biguri me quedo tan relajada, que me duermo.