jueves, 8 enero 2009. Abro la ventana. El escritor Fernando Luis Chivite está de pie, quieto, en mitad de la nieve.
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Parece que nos preparamos para una clase de gimnasia en el colegio, pero nos piden que salgamos en fila por la calle en bañador. Nos miden y nos pesan antes de saltar a la piscina. Ayllón y Andrés están por allí, no sé si de espectadores. Dejo al grupo y voy con ellos a ver la tumba de una escritora. Quiero hacer unas fotos, pero una familia se ha tumbado delante. Veo la escena desde arriba, una especie de balcón sin baranda, y le pido a Andrés que me sostenga mientras echo el cuerpo hacia delante para tomar la foto.
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Parece que nos preparamos para una clase de gimnasia en el colegio, pero nos piden que salgamos en fila por la calle en bañador. Nos miden y nos pesan antes de saltar a la piscina. Ayllón y Andrés están por allí, no sé si de espectadores. Dejo al grupo y voy con ellos a ver la tumba de una escritora. Quiero hacer unas fotos, pero una familia se ha tumbado delante. Veo la escena desde arriba, una especie de balcón sin baranda, y le pido a Andrés que me sostenga mientras echo el cuerpo hacia delante para tomar la foto.