sábado, 3 enero 2009. Camino forestal. Abajo veo una aldea con casas de piedra. Distingo cintas de colores y gente que va y viene. Blanco me saluda. Es una figura diminuta entre la gente. Lleva un libro en la mano y pienso que ha salido de su clase de inglés. Me hace señas para que baje. Por más que busco un camino todo son piedras cortantes. Intento bajar por una ladera mullida, pero al agarrarme al musgo se desprende de las paredes y caigo. Me dejo caer, ruedo hasta el borde de la aldea. Me alegro mucho de verlo, quiero darle un abrazo, pero estoy dolorida y sucia. Blanco no se fija en mis magulladuras, dice que he tardado mucho. Si hubieses bajado antes hubieras visto la frontera de Oslo, pero ya se la han llevado, dice.
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Entro en una tienda de calle Alcazabilla, donde en los años 80 estaba "Decotec". Ahora venden congelados de diseño. Dejo dos bolsas bajo el mostrador y hago tiempo porque he quedado con Alberto y Tony en la parada del bus. Le pregunto algo a la dependienta que, a pesar de tener a varias personas esperando, atiende con amabilidad mis preguntas para nada. Le digo que es muy amable y que nunca he visto a nadie que haga tan bien su trabajo. Miro unos caramelos, recojo mis bolsas, y al salir de la tienda la chica me da las gracias por haber hablado bien de ella delante de su abuela. En la calle hay una cola enorme para el bus, las bolsas me pesan tanto que no soy capaz de cruzar la calle. Caigo de rodillas por el peso y un coche está a punto de atropellarme. Emilio aparece en ese momento y me ayuda con las bolsas. Buscamos a Alberto y a su hermano. Una vez dentro del bus, nos sentamos en mesas de cuatro, como si fuera un bar. Al fondo hay chicas con pelucas de plástico. Cuando digo que una se parece a Carla Bruni, todos me chiflan y se ríen. Odila está sentada a mi lado. De un bolsillo le sale una cartulina. Es un título a nombre de Ernesto Pérez Zúñiga, donde dice que ha ganado un premio de novela. Al título le falta un pedazo rectangular. Le pregunto a Odila de qué conoce a Zúñiga y por qué el título está roto. No está roto, le falta el cheque, dice.
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Entro en una tienda de calle Alcazabilla, donde en los años 80 estaba "Decotec". Ahora venden congelados de diseño. Dejo dos bolsas bajo el mostrador y hago tiempo porque he quedado con Alberto y Tony en la parada del bus. Le pregunto algo a la dependienta que, a pesar de tener a varias personas esperando, atiende con amabilidad mis preguntas para nada. Le digo que es muy amable y que nunca he visto a nadie que haga tan bien su trabajo. Miro unos caramelos, recojo mis bolsas, y al salir de la tienda la chica me da las gracias por haber hablado bien de ella delante de su abuela. En la calle hay una cola enorme para el bus, las bolsas me pesan tanto que no soy capaz de cruzar la calle. Caigo de rodillas por el peso y un coche está a punto de atropellarme. Emilio aparece en ese momento y me ayuda con las bolsas. Buscamos a Alberto y a su hermano. Una vez dentro del bus, nos sentamos en mesas de cuatro, como si fuera un bar. Al fondo hay chicas con pelucas de plástico. Cuando digo que una se parece a Carla Bruni, todos me chiflan y se ríen. Odila está sentada a mi lado. De un bolsillo le sale una cartulina. Es un título a nombre de Ernesto Pérez Zúñiga, donde dice que ha ganado un premio de novela. Al título le falta un pedazo rectangular. Le pregunto a Odila de qué conoce a Zúñiga y por qué el título está roto. No está roto, le falta el cheque, dice.