restaurante italiano

martes, 19 noviembre 2024. Alberto y yo estamos en un restaurante. La mesa es redonda y pequeña. Empiezan a traer platos enormes (todos me parecen igual, todos son espaguetis con algo). En la mesa de al lado se sienta una familia con una niña (todas mujeres: madre, abuela, tías). La niña va comiendo con las manos de los platos de las demás. Cuando se acerca al nuestro, intenta meter los dedos. La freno, forcejea, mira a su madre, no está acostumbrada a que nadie le diga que no. Al rato intenta meter las manos en nuestro postre (también es un plato enorme de espaguetis con bolas que parecen bombones de carne). Esta vez le agarro las muñecas, la miro a los ojos, le digo que es una maleducada. Pienso que la familia me va a decir algo, pero todas me miran con admiración.

meñique

lunes, 18 noviembre 2024. Voy con Alberto, Jorge y una chica. Tenemos que cruzar el hall de un hotel para llegar a la playa. El hall es enorme, está lleno de mesas muy bien adornadas porque hay un concurso de postres. Hay muchísima gente de un lado para otro probando dulces y tartas. Les digo que sigan, que quiero probar alguna. La chica me sigue. En todas las mesas hay unas tartas con aspecto delicioso, pero todos los tenedores están usados. Una chica muy joven nos ofrece una lámina de algo que no sé qué es (parece queso, no sabe a nada). Le digo que está bueno (por decir algo). Con mucha ilusión, comienza a escribir la receta en una servilleta de papel para dármela. Nos acercamos a otra mesa con unas tartas de queso. Les pido un trozo para comerlo directamente en la mano. Me explican que no son de queso, pero no oigo de qué son porque hay mucho ruido. En ese momento aparece el jurado para dar el premio. Alberto, Jorge llegan con Joan de la playa. Me alegro mucho de ver a Joan. De repente estamos en un primer piso, nos asomamos a una escalera de hierro para ver el paisaje. La escalera está rota, despegada de la pared. Me agarro con el meñique y me elevo en el aire. Mirad lo que hago, mirad qué fuerza tengo. (Mientras lo hago, pienso que si me lo propongo en la vida real también podría hacerlo, como si en el sueño fuera consciente de que estoy soñando). Alberto se asoma a una habitación. Me parece ver a un tipo de espaldas, en calzoncillos, esnifando sobre un paquete de salchichas Campofrío. Les digo que nos vayamos, que no es una casa abandonada. Corro escaleras abajo, pero nadie me sigue.

miel

domingo, 17 noviembre 2024. Estoy en un piso muy alto. Desde ahí arriba veo el sitio donde tengo que ir (una calle normal, con tiendas y bares). No dejo de mirarlo. No quiero ir. Llevo un jersey de cuello alto rojo de lana gruesa (que tenía de niña) con un vestido de tirantes de flores encima. Tengo que cambiarme de ropa y me da pereza. Mi tía M dice que vaya como estoy, que qué más da. Alberto llega, dice que tenemos que irnos. Voy al baño, intento quitarme el jersey sin quitarme el vestido. Me entran ganas de orinar. Orino en el bidé. Me sale una especie de miel de caña muy espesa. No estoy segura de dónde me sale.

zumo seco

sábado, 16 noviembre 2024. Alberto dice que no ha desayunado y tomemos algo en la terraza de un bar. La terraza está en alto, sobre lo que parece el cauce de un río. De repente creo recordar que he estado ahí esa misma mañana. Alberto pide un batido de frutas (me extraña). Yo pido otro. Cuando el camarero los trae me mira mal. Alberto dice que su zumo está exquisito, viene en un vaso muy historiado, con pajita y adornos. El mío viene en un vaso de plástico y dentro hay un grumo seco que parece paja prensada.

nísperos

viernes, 15 noviembre 2024.  Mi padre está comiendo en una especie de triclinio. Le digo que hay nísperos, si le apetecen. Hace un gesto que alguien que no lo conociera diría que es de asco, pero significa que sí. Me da tanta rabia que no diga que sí abiertamente que no me muevo. Pienso que, si de verdad los quiere, vaya él a buscarlos.

ascensor

jueves, 14 noviembre 2024. Estoy en casa de mis padres. Hay mucha gente, mucho desorden de voces y de idas y venidas. Digo algo (no recuerdo qué) y Paquito (un amigo de la infancia) se enfada muchísimo, me acusa de haber contado su secreto (no sé de qué habla). Me fijo en ese momento en que va vestido de jugador de baloncesto. Coge su bolsa de deporte y se va indignadísimo, entra en el ascensor. Voy tras él. Elisa (que es un bebé de poco más de un año) me sigue. Le digo que no puede venir. Se queda conforme en la puerta, me hace un baile de despedida (el mismo que hace mi madre cada vez que nos despedimos). Una vez en el ascensor, con Paquito, le digo que cómo ha podido pensar que yo podría traicionarlo. Es verdad, perdóname, dice y me abraza. Dejemos esto para luego que ahora tenemos prisa, le digo.

en cinco

miércoles, 13 noviembre 2024. Daniel está tumbado en la calle, no sé si se ha caído o se ha tumbado él. Llegan Andrés y Elisa. Andrés se tumba un metro más arriba y empieza a orinar. Le dijo a Elisa que me ayude a mover a Daniel para que no se moje.
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Le digo a Sonia que he visto en Google el pueblo donde va a vivir y que me parece muy bonito, que tiene hasta teatro romano y un dolmen. Sonia saca del bolso unos cupones de la ONCE para tirarlos. Le digo que lleva el número premiado, que estuve a punto de comprarlo pero no me gustó que terminara en 5. Le digo que cuando se lo cuente a mi tía M no se lo va a creer.

tiranos temblad

martes, 12 noviembre 2024. Estoy en una habitación (a ratos se convierte en un patio). Un grupo charla (están sentados en el suelo con las espaldas pegadas a la pared (entre ellos un señor con pinta de Papá Noel, Sr. Chinarro y Bárbara Lennie). Se recomiendan series unos a otros. Les digo que si han visto ya en Youtube "Tiranos temblad". Lennie se enfada, dice que estoy pesadísima con eso y no tiene ninguna gracia. Sr. Chinarro y el tipo que tiene a su lado empiezan a cantar el himno de Uruguay. ¿Os sabéis el de Uruguay y el de España no? (pido disculpas porque me doy cuenta de que el de España no tiene letra). Sr. Chinarro va a por algo y lo oigo cantar a mis espaldas un pasodoble dedicado a (no recuerdo qué objeto). ¡Es un genio, digo a los demás, ser capaz de escribir algo así!, cuando e lo cuente a mi tía E va a alucinar (se supone que es un objeto que a ella le gusta mucho). Intento hacer las paces con Lennie hablándole de feminismo Mientras, el señor vestido de Papá Noel monta una lámpara de sí mismo sobre un mueble. ¿Ya es Navidad?, pregunta Jorge mientras lo ayuda. El tiempo vuela, le digo. Sr. Chinarro ha cruzado la calle, llega su novia con varias amigas. La novia lleva los labios muy rojos, le da un beso muy leve para no marcarlo. ¿No habrá chicas con minifalda? (le pregunta y mira hacia nosotras), así me gusta. Después le huele el aliento par saber si ha bebido. Lennie y yo nos miramos como diciendo, menudo control.

carpintera

lunes, 11 noviembre 2024. Estoy con Daniel en un bar que se parece al de la Facultad de Medicina. No hablamos, pero me siento profundamente acompañada. Pienso: deseo que no hablemos y quedarnos así para siempre. Daniel dice de repente que necesita una silla para su casa nueva. Pienso que tengo una en el cuarto de baño, una silla Thonet pintada de blanco que encontré en la basura. Se la ofrezco. Una silla especial, aclara. Dibujo sillas en servilletas de papel, le digo que yo le fabricaré la que más le guste.

coche beige

domingo, 10 noviembre 2024. Alberto, Luciano, Salvatore y yo Salimos de una especie de palacete. Al llegar a los jardines hay cuatro coches iguales (antiguos y enormes color beige). Abrimos los maleteros a ver cuál es el nuestro. Me he dejado la chaqueta, les digo y corro escaleras arriba. Me cuesta avanzar porque todavía hay mucha gente bajando. Las escaleras no tienen barandilla y temo caer. Cuando por fin llego, el salón de actos se ha convertido en una especie de tasca con mesas corridas con restos de haber celebrado una boda. Veo mi chaqueta en el respaldo de una silla (es una chaqueta beige), al cogerla, pienso que de dónde la habré sacado (también el coche, porque nunca hemos tenido coche ni chaquetas beige). También está mi chaqueta negra y dos de mis bolsos. No sé qué hacen sobre la mesa, entre platos sucios. No sabe usted lo que la gente olvida, dice una camarera. Fíjese, dice y me enseña una falda de fiesta. La ministra se la quitó porque otra ministra llevaba una igual y se le ha olvidado llevársela, dice. ¿Volvió a su casa en bragas?, le pregunto, pero la chica sigue limpiando mesas. Al volver a los jardines recuerdo que el coche lo aparcamos en la, en una cuesta. Voy a por él, les digo. Se ha hecho de noche de repente. Subo una cuesta con la acera estrecha y sucia. Hay algunos vecinos en la calle, tomando el fresco en camiseta interior y pantalón de pijama. Un tipo hace poses de karate. Estoy ensayando para mi próxima película con Jonás Trueba, dice. Le digo que es amigo mío y me invita a pasar a su casa. le digo que estoy buscando mi coche. Tu coche estaba ahí pero Alberto se lo llevó hace un rato, dice. Entro en su casa, hay tres sofás alrededor de una mesa de centro cuadrada con restos de comida. Varios tipos fuman y beben cerveza. Estábamos votando cuál es la mejor canción para masturbarse. Suena una de Dire Straits. Esta no, digo y el ritmo cambia. Ah, pues sí, esta sí, pero solo para muy fans, digo. 

lata de apuntes

jueves, 7 noviembre 2014. Estoy al fondo de un bar enorme. Llega una señora con carpetas (se supone que es una profesora; se parece a Dolores Vázquez) y los clientes se convierten en alumnos (ponen sus mesas mirando hacia una enorme pizarra que hay en la pared). La profesora nombra a dos chicas que hacen el camino entre las mesas, cabizbajas. Les regaña y salen llorando de la sala. No sé el porqué, pienso que va a nombrarme. Belinka, dice. Me da mucha vergüenza. Todos los alumnos mueven sus mesas hacia atrás hasta dejar la mitad delantera de la clase vacía. Por el camino, una chica que se parece a Montse Amorós (compañera de colegio a quien no he vuelto a ver), dice que me pese. Subo a una báscula que parece de cocina. 40 kilos. Sigo mi camino, subo la tarima. Dice que cometí faltas de ortografía. Le digo que no fue eso, que fue que había dos preguntas y respondí la que no era. Le da igual, dice que me vaya. Salgo a la calle y busco una mesa en la terraza del bar. Hay un viejo con una radio muy vieja. Está escuchando la clase. La radio se oye tan mal que solo pillo algunas palabras. Como no hay mesas libres me tumbo en la acera boca abajo para tomar apuntes. No tengo cuaderno, no hay servilletas. Encuentro una lata de sardinas abierta y vacía en el suelo y apunto dentro, como puedo, algunas palabras. Veo unos pies que llegan, es la profesora. No pones ningún interés, me dice. Le enseño la lata con algunas palabras dentro, como para demostrarle el esfuerzo que he hecho. 

en ruta

miércoles, 6 noviembre 2014. Estoy en un autobús. Una señora me pregunta (en inglés) dónde hay un estanco. Le digo que se baje en la próxima parada y lo verá. Mi marido quiere preguntarle algo, dice. Me pregunta en qué año y cómo fue la Transición. Le digo que comienza al morir Franco en 1975, que fue tranquila y pacífica (mi inglés no da para extenderme). El hombre se ríe, está gordo y se le mueve la barriga. Le dice a su mujer que no tengo ni idea, que todo eso ocurrió en 1789. Le digo que la confunde con la Revolución francesa. Me entran ganas de decirle que no sabe ni en qué país está, pero no le digo nada porque su mujer ya le está echando la bronca. Me bajo del bus y la mujer se baja conmigo. Lleva un libro mío en las manos. Intenta leerlo pero pronuncia muy mal. En el libro hay un poema en inglés, le digo. ¡Sí, dice muy contenta! Lo lee en alto y se despide. Se ha hecho de noche y no sé dónde estoy. Están regando una plaza. Al cruzarla, el jardinero me apunta con la manguera, tengo que acurrucarme sobre unos escalones para no caer porque el chorro lleva mucha fuerza. Nadie en la plaza intenta ayudarme, se ríen. No digo nada y sigo mi camino. De repente hace sol y estoy seca. Llego a unos bungalows color terracota. Pienso que no sé cómo he llegado a México. Entro en uno, está decorado con cosas que fueron mías (juguetes y cosas que perdí). De repente me enfado muchísimo, pienso que los amigos me han dejado tirada. Llamo a Alberto. Como responda una chica lo dejo para siempre, pienso y responde una chica. Me enfado todavía más. Vamos en ruta, responde con acento mejicano. ¡Que pare y se ponga al puto teléfono!, le digo. Al momento aparece la chica con un niño de la mano. Dice que me esperan fuera, que los amigos ya se fueron a ver los lagos que rodean el pueblo, que coja lo imprescindible porque el coche es pequeño y ya van cinco (conmigo seríamos seis). Miro a mi alrededor y no sé qué elegir. Me guardo en los bolsillos algunos muñecos pequeños y un reloj diminuto del tamaño de una uña. Le digo al niño que coja lo quiera. Otra chica muy seria con gesto imperturbable entra, toma al niño de la mano y se lo lleva disimuladamente. ¡Lo está secuestrando!  Corro tras ellos hasta que se lo arranco de la mano y cruzo la carretera entre los coches. Al otro lado está aparcado un 600 con mi prima Elisa al volante. Al verme, sonríe. No te preocupes, dice Elisa, es un 600 de siete plazas.

el salto del tigre

domingo, 3 noviembre 2024. Le digo a Alberto que voy a ver a Gallero (ha venido de Madrid) y vuelvo en un momento. Gallero está con dos amigos delante de un local cerrado. Dicen que fue un espacio de cultura que abrieron para su barrio (me extraña porque estamos en Málaga, junto al jardín de la Victoria). Me enseñan un vídeo con el proceso, donde ellos mismos hacen la obra, colocan una reja, las estanterías de madera, los libros...). Supongo que tuvisteis que cerrar por culpa de la pandemia, les digo. Asienten (se les nota muy afectados). Nos sentamos en un bar y sacan un juego de mesa que inventaron para el centro. Consiste en un tablero con un aspa que lo divide en cuatro. Tres jugadores tienen seis piedras pequeñas y el cuarto jugador cinco cristales pulidos (de los que se encuentran en la playa). El juego consiste en ir perdiendo piedras y conseguir cristales. El que consiga todos los cristales gana. Empiezan a mover las piedras de un lado a otro sin ton ni son. De repente, un tigre del unos siete centímetros sale del bolsillo de la chaqueta de Gallero y se me sube al hombro. Juego con él. Les digo que es más cariñoso que la gata de mi hermana, que nunca se deja acariciar. Uno de ellos me explica que en los 70 era muy común llevar un tigre en el bolsillo. Se burlan de Gallero, dicen que se ha quedado colgado en esa época. ¿De llevar un tigre en el bolsillo viene eso de hacer el salto del tigre?, pregunto inocentemente. Todos se ríen. Llega Parreño con su hija. Mira el tablero, mira al tigre. ¿Todavía seguís con eso?, pregunta. Jara dice que quiere irse, que se aburre, y amenaza con ponerse a hablar en inglés. Lo hace (parece que recita algo de memoria). Ya no es una niña, pero intento entretenerla, me invento que en Japón celebran el día del tigre disfrazando a los niños de animales de peluche y hacen una carrera por un monte. ¿Quién gana?, pregunta entusiasmada. Gana el que lleva el disfraz de tigre debajo del suyo, así que ya había ganado antes de salir de su casa, solo lo celebran para que los niños dejen los ordenadores y hagan ejercicio. Todos se ríen. Jara se hace pequeña de repente y se queda dormida, enroscada como un gato, en una butaca de mimbre. Llega Pedro Sánchez y se sienta a mi lado. ¿A qué jugáis?, pregunta. Le explican el juego de las piedras. Pregunta cómo se llama. Todos se miran porque inventaron el juego pero no le pusieron nombre. Se llama "El salto del tigre", le digo. Todos se ríen (no entiendo que rían todo lo que digo). Sánchez se abre un poco la corbata y pide una cerveza. ¿Puedo preguntarte algo?, ¿necesitas tomar alguna pastilla para dormir?, le digo. Dice que de momento no, pero sabe que hay quien las toma. Yo las tomo, le digo. Todos vuelven a reírse. Uno de ellos apura su cerveza, dice que su mujer lo está esperando y que si fuera joven no volvería a casarse. ¿A qué edad te casaste?, me pregunta. A los veintitrés. ¿Y volverías a casarte? Le digo que sí y veo pasar el C2. He perdido el bus, Alberto estará preocupado. Intento llamarlo pero el móvil no funciona. Sánchez se sorprende al ver mi móvil marca Jiménez. Una chica, guardaespaldas de Sánchez, me acompaña a la parada. La parada es un banquito de madera muy viejo, casi a ras del suelo. Junto al banquito, sobre un ladrillo, está uno de mis sujetadores muy bien doblado. Se supone que lo dejé allí para cuando fuera a dormir a casa de mis padres. También hay una bolsa de tela con collares y juguetes colgada de la reja de una ventana. Fíjate, le digo a la guardaespaldas, llevan aquí varios días y nadie se los ha llevado, ¡esto parece Oslo!