lunes, 20 junio 2016. Salgo de un dormitorio en una pensión en un primer piso (donde ya he estado en otros sueños). Camino por una calle, pero la calle está en alto. Se supone que es otra manera de volar, o sobrevolar la ciudad. Veo el asfalto bajo mis pies, pero también a través de él, la calle de verdad con su asfalto de verdad. Al llegar al tronco de un árbol se acaba la calle del aire y debo bajar a la auténtica. Pienso que voy a matarme porque no hay de dónde agarrarse, pero por otro pienso que es un sueño y no puede pasarme nada malo.
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Hay un descampado con unas casetas de obra con bañeras individuales. Todas están ocupadas y todas por mujeres. Llego a pensar que se trata de una prisión. Una chica me azuza con una vara, quiere que baje a unas duchas. Debo bajar por un agujero en el suelo, de donde pende una barra que no está sujeta nada. Me niego. Hay mujeres esperando para bajar. Pienso que si todas nos negáramos no podría obligarnos. Otra chica dice que ella tampoco baja. La barra cae al vacío.
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Anochece y observo la casa de mi abuela, y la de sus vecinos, desde el jardín. Están a punto de desmoronarse, aunque en la casa de los vecinos hay luz. Sale Paquito, que se ha hecho mayor. Me saluda con cariño, le pregunto por su hermana. Me pregunta si volví a ver a Josemiguel. Le digo que no. Caminamos, nos alejamos.
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Estoy con un grupo de amigos, pero parece que no sepan quién soy. Quieren ir a un restaurante que parece una cueva. Hay que entrar por un túnel vertical muy estrecho. Todas las mesas están ocupadas. Una pareja nos dice que tengamos paciencia, que las mesas se quedan libres constantemente. Mientras esperamos, les cuento un chiste: ¿Sabéis que han descubierto un cuadro nuevo de Van Gogh? Se titula "El piponazo". Pateta dice que es muy malo. Nadie se ríe.