jueves, 23 abril 2009. He subido en un elevador, parecido a una jaula, a la azotea. Hay mucha ropa tendida. La recojo en orden, primero la de mi prima Elisa, después la de mi madre, por último la mía. Mientras la estoy doblando un perro me ataca. Se me queda prendido del cuello. Temo que al quitármelo de encima me desangre. Consigo arrancármelo del cuello, se me prende de una mano. Siento como me quedo sin fuerzas. Pienso que es una pena morirse así. Cuando Juan Pardo se entere a lo mejor vuelve a creer en los perros, pienso. Miro la ropa doblada y el cielo negro. Espero que no llueva, pienso.