viernes, 9 agosto 2013. Llego a un hotel subterráneo donde, se supone, debo preparar una comida para más de cincuenta personas. Me reciben cuatro niñas casi idénticas con los ojos grandes y muy azules. Pienso que son las hijas del dueño del hotel, pero por lo que me van contando deduzco que son hijas de Mariángeles. No comprendo cómo Mariángeles ha podido ocultar tanto tiempo que tiene cuatro hijas. Empiezo con la comida. Alguien dice que el pollo huele mal. Estará podrido, dice otro. No paran de criticar todo lo que hago, se quejan hasta del tamaño de la olla. Yo sigo como si nada. Llega Alberto. Le pregunto sí él sabía que Mariángeles tenía hijas. Una, dice. ¡Tiene cuatro! Alberto no le da ninguna importancia. Mientras cocino, pienso en dónde dejará a sus hijas cuando sale con nosotros y si sus dos hijos sabrán que tienen cuatro hermanas.