sábado, 28 septiembre 2013. Parece que hay una fiesta en el puerto. Llegamos en una furgoneta, pero en vez de tomar la primera curva tomamos la segunda y caemos al agua. Damos varias vueltas, me crujen los dientes, puedo ver las enormes piedras sobre las que vamos a caer. No quiero morirme ahora, pienso. La furgoneta cae de pie, como los gatos, apenas tenemos unos rasguños. Pido ayuda a gritos, unos policías se asoman y acto seguido empujan dos coches sobre nosotros. Al cabo de un buen rato aparece un hombre, saca de un maletín gorros y fundas para zapatos de plástico con gomilla, como las que dan en los quirófanos. Me explica que no debemos dejar huellas y me pide disculpas por haber tirado dos coches sobre nosotros. Era para despistar. Después saca del maletín un plato de jamón y una botella de vino y se sienta a comer. Los políticos, usted ya sabe, me dice comiendo a dos carrillos. No sé de qué me habla, pero asiento a todo lo que dice para irme cuanto antes de allí.