miércoles, 27 noviembre 2013. Voy en autobús, aunque en realidad es un portal con bancos de madera. Unas señoras muy mayores me cuentan sus batallitas. Miro hacia la calle, no reconozco ninguna. Al ir a bajar, el portal es un autobús con barras de madera. Me encuentro dos cuentos infantiles. Uno es una careta. Toma, para Darío, le digo a Andrés que entra cuando yo bajo. Lo rechaza. Salvador me pregunta si sigue en pie lo de pasar el día en la playa. Se ha puesto a llover, pero le digo que sí. No sé cómo estoy en la casa de mi abuela, recogiendo algunas cosas, mirándolo todo como se miran las cosas por última vez. Apago las luces y cierro la puerta. En el jardín hay un hombre robando flores. Le digo que puede cortar sin miedo todas las que quiera. Cuando voy a echar la llave, veo que todas las luces están encendidas y las contras de la puerta abiertas. No me entretengo, intento cerrarla de todos modos y largarme de allí lo antes posible. El hombre se queda cortando esquejes de campanillas moradas. Bajo la calle a toda prisa, en calle Cristo hay una pelea de esquiadores. La policía no interviene, observan desde la otra acera. Pienso que perderé el tren, he quedado con Salvador y Alberto para ir a la playa, recuerdo, aunque ya es noche cerrada. Un taxi descapotable me dice que suba, y que me siente en el asiento delantero. En el de atrás, se tumba un chico muy borracho. El taxista me lleva a su casa. Su mujer duerme en una cuna de madera. Quiero avisar a Alberto de que no llegaré a tiempo. Responde una chica. ¿Estás de broma?, me responde cuando le pregunto por él. Me explica que es su secretaria y que Alberto ha desaparecido.