sábado, 7 marzo 2015. Mi madre y yo vamos en un coche hecho de tubos naranjas. Lo conduce un tipo que, al llegar a un descampado, dice que bajemos. Empuja el coche por un terraplén y le prende fuego. Sabrán que fue intencionado, le digo.
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Me asomo a la terraza de la casa de mis padres. Los vecinos del primero tienen un erizo. La niña monta en él como si fuera un caballo. Cuando también monta el niño, el erizo queda aplastado como una alfombra. De repente, el erizo escapa y sube hasta la barandilla de nuestra terraza. Hace equilibrios por no caer, queda colgado de un pata. Le tiendo un cojín a modo de puente para suba, pero cae. (Me despierto llorando)