martes, 10 agosto 2021. Llego a lo que parece una tienda o un a exposición. Un gato muy pequeño corre hacia mí, lo cojo, siento que me pide auxilio. Lo dejo en un cesto junto a otro. Tiene los ojos enfermos, le digo a una mujer de mi edad. Dice que les da una comida especial para que los tengan así porque así valen más. Pero mírelo, está sufriendo, le digo. La mujer se enfada muchísimo, dice que no entiendo nada de gatos. La madre de la mujer antipática me consulta sobre una tela, no sabe qué hacer con ella. Le digo que con que le ponga una cinturilla y cuatro pinzas ya tiene una falda. Se abrirá, dice. Le pone un broche, respondo. Toma la tela y se la pone como si fuera un chaleco. Ya tengo las mangas hechas, dice. ¿Entonces para qué me pregunta nada?, pienso. La hija, me mira mal. La señora quiere enseñarme su salón, dice. Subimos las escaleras. Llega el nieto vestido de marinero para hacer la comunión. Está ridículo. ¿Te gusta ir así? Me da igual, quiero ir como todos, dice. En mitad de la escalera hay un niño durmiendo en una cuna. La saltamos. He estado aquí antes, le digo al niño, me acuerdo e la cuna y de que había que saltar un mueble para entrar al salón. El niño de comunión es el único normal en esa casa. Qué grande está el bebé, digo por decir algo. Tiene siete años, responde la madre malhumorada. después me recrimina que yo no haya tenido hijos. Mientras, intento recuperar un collar rojo que se me ha enganchado en el pomo de la puerta.