jueves, 3 noviembre 2022. Daniel y yo tenemos que leer poemas en un festival o algo así. Llegamos a una plaza enorme donde han colocado una carpa y sillones y sillas desvencijadas que parecen traídas cada una de una casa. No sabemos muy bien qué tenemos que hacer. Llega un tipo muy delgado y muy alto (mide más de dos metros) sonriendo, con los brazos abiertos. Me abraza como si me conociera de toda la vida. Qué distintos somos fuera de internet, le digo y lo empujo hacia uno de los sillones, para que sentado quede a mi altura. Él dice que soy igual fuera que dentro, que incluso llevo la misma camiseta de rayas. No le digo nada, pero en la foto era roja y negra, y la que llevo en ese momento azul y blanca. Me excuso, le digo que pensaba ponerme un pantalón igual al que lleva, curiosamente, pero no me ha dado tiempo a cambiarme. Mientras hablamos toco su pantalón de espiguilla a la altura de las rodillas. Hablamos como si nos conociéramos de toda la vida. Daniel se ha sentado un metro más allá. Unas chicas (se supone que son sus fans) se acercan tímidamente para que les firme su libro. Ese poeta cerrará el festival, dice el tipo alto y señala a Zayas que pasa de largo sin vernos. Otro tipo con voz de tombolero anuncia desde el escenario que va a comenzar el festival. Lanza caramelos al público. No nos llega ni uno, pero noto que bajo mi asiento hay un puñado de cubitos. Pienso que son los caramelos del día anterior (lo raro es que no tienen envoltorio). Los lanzo con cuidado sobre el tipo alto, Daniel y las chicas. Se ríen. Los cubitos resultan ser de plástico o madera y llevan dibujos de anuncios antiguos. Quiero llevarme uno de recuerdo, pero son todos tan bonitos que no sé cuál elegir. También encuentro un monedero antiguo y un pasador. Llévaselos a tu niña de recuerdo, le digo a Daniel. Daniel le regala el monedero a una de las chicas. Para ti, reguapa, le dice. Vaya, a ella le llamas reguapa y a mí maldita decadente, le digo en tono jocoso. Todos nos reímos.