hojas amarillas

domingo, 28 septiembre 2025. Estoy en una salón de actos estrecho con bancos de madera (podría decirse que es una capilla). Alguien me dice si ya sé qué poemas voy a leer. No sé de qué me habla. Miro a mi alrededor y todo el mundo repasa unas hojas como si tuvieran que aprenderlas de memoria. De repente recuerdo que hoy era el homenaje a Cumpián. No llevo poemas ni bolso donde buscarlos. Intento salir del banco, pero estoy rodeada por ambos lados. De repente alguien desde detrás me pasa unas hojas amarillas con poemas. Cuando me vuelvo para darle las gracias es el propio Cumpián, que me guiña y se desvanece.

cama amarilla

jueves, 25 septiembre 2025. Estamos en una especie de covertizo. Voy señalando cosas: aquí había tal, allí cual, etc. ¿Qué es esto?, pregunto. Eso era mi cama, dice Cantos. Intento montarla (es una especie de hamaca amarilla). Cantos la extiende en el suelo (al tocarla ha pasado de rígida a blanda). La ponía aquí, la inflaba y dormía muy bien, dice. Salimos del cobertizo, es de noche, nos acercamos al coche para irnos. Salvatore me abraza y llora. Mi tío abandonó sus cosas en la otra orilla, dice entre lágrimas.

el monje asesino

miércoles, 24 septiembre 2025. Voy con Carlos Areces por la calle. Va muy serio y callado. No me atrevo a decirle cuánto lo admiro. Le pregunto si es verdad que escribe novelas y si me dejaría leer alguna. Dice que sí, pero que son muy serias y seguramente la gente crea que van a ser de humor, que ha publicado una de la vida de un monje asesino. Dice que quiere enseñarme algo. Entramos en un patio de vecinos con muchas macetas. De repente desaparece. Pienso que no le he dicho que tengo un montón de fotos de niños y niñas de comunión y que quería dárselas. Me doy cuenta de que llevo un libro suyo en la mano. La cubierta es de papel de seda morado que se va haciendo cada vez más grande hasta el punto de tener que hacerlo una bola y tirarlo. El libro es una novela de Areces.
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Mis tías están dentro de la bañera de mi casa, sentadas en el borde mirando hacia la pared. Se supone que están enfadadas conmigo por algo. Les digo que es una tontería enfadarse porque tenemos que seguir viéndonos queramos o no.
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Buscamos un bar para tomar algo. Hay uno en una plaza con algunas mesas vacías. Un niño de unos doce años me dice que tienen buenas tapas y que la mesa de dentro está muy fresquita. Se lo digo a Alberto pero elige una en la acera, la más alejada del bar. Pienso que el pobre niño tendrá que dar largos viajes para servirnos. De repente estamos en otra mesa con dos tipos (se supone que son amigos de Alberto), les han servido jarras de cervezas y a mí vino Oloroso. Nos dicen que la especialidad es el brócoli. Preguntamos si hay algo más. Que no. Pues brócoli para todos. Les pregunto qué iremos a ver mañana (se supone que estamos en otra ciudad). Los dos tipos dicen que tienen que irse a sus casas. Alberto dice que él también tiene plan, volver a casa e ir a nadar. Me siento totalmente decepcionada. En ese momento pasa el niño por la acera, que ya vuelve a su casa. Se gira y me saluda con una sonrisa enorme. Levanto el brazo y lo saludo felicísima.
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Estoy en la terraza de la casa de mis padres. Se supone que tengo que llevar a mi tía E al médico, pero no quiere ir. Se lo estoy contando a mi hermana para que me eche una mano, pero dice que ella ya ha quedado. Suena el timbre de la puerta. Cuando voy a abrir suena el teléfono. Pienso que es Andrés, que como no le he abierto a tiempo, me está llamando. Cojo el teléfono y, efectivamente, es Andrés. Le digo que ahora le abro, pero me dice que está en su casa, que solo llamaba para charlar. Le digo que tengo que abrir la puerta, que estoy muy liada. Al ir a la puerta, veo que está abierta. Abro del todo. Es mi tía E (parece muy joven). Le pregunto por qué no ha empujado ella sola la puerta, si ya estaba abierta. Dice que no quería molestar. Entra directamente en la cocina, abre el grifo y se sirve un vaso de agua.

pircing

martes, 23 septiembre 2025. Estoy en casa de mis padres. Han organizado una comida. Han puesto dos mesas en L. En un extremo está mi cuñada con sus hijos. Voy al cuarto de baño. Está sucio y el techo roto. Pienso que me da vergüenza que alguien entre y lo vea. En ese momento empujan la puerta (tampoco hay pestillo), la sostengo con el pie. Es mi sobrino Diego. Dice que necesita mi ayuda. Abro la puerta y el cuarto de baño se transforma en un descampado. Quiere que le quite un pircing para que no se le enganche al comer. Lo tiene en la oreja, arriba del todo, y lleva una cadena hasta el labio. Intentó quitársela sin hacerle daño. Le pregunto si le duele. Dice que no me preocupe, que él se la quita todas las noches antes de irse a dormir.

frutas naranjas

sábado, 20 septiembre 2025. Estoy en el comedor de la casa de mi abuela. He preparado la mesa con muchos platos distintos porque viene Joan a cenar. Come con ganas. Le digo si quiere postre, pensando que me dirá que no. Hace un gesto de, eso ni se pregunta. Voy a buscar qué hay. En un mueble del pasillo (es la primera vez que lo veo), hay un flan, dos tarrinas muy pequeñas de natillas, un trozo de bizcocho. Lo pongo todo en una bandeja para que pueda elegir. Mi tía Paqui me llama desde el cuarto de estar. En la mesa hay restos de frutas, algunas no las conozco. Me cuenta algo supuestamente divertido y me río por compromiso para irme y no hacer esperar a Joan. De la mesa del cuarto de estar he cogido unas cuantas uvas y unas frutas naranjas con pinta de dátiles, que no sé lo que son. Cuando vuelvo al comedor le pongo la bandeja delante. Ha llegado Jorge. Les digo que elijan, que pueden comer todo lo que quieran. Eligen las frutas naranjas, que de repente se han vuelto muy grandes y me parecen muy jugosas. Pruebo una y no me sabe a nada. Después de las frutas cogen un trozo de pizza como si no hubieran comido en años. No entiendo nada.
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Vamos por lo que parecen los pasillos del metro. Llevo un cómic que he leído y no me ha gustado. Alberto me lo quita de la mano y lo pone en una estantería giratoria que hay en un puesto. La chica le llama la atención, él sigue andando. Le digo a la chica que si se lo quiere quedar y vender está como nuevo. Me dice que las cosas no se hacen así, que si lo quiero donar tengo que ir al piso de abajo. Le pido disculpas. Unos metros más allá Alberto se ha sentado en el suelo (no se parece en nada Alberto). Dice que no le gusta el hotel. Le digo que no tenemos por qué quedarnos, incluso podemos irnos ya a casa y olvidarnos de la lectura que hay por la noche. Dice que a la lectura sí podemos quedarnos. No estás en situación de elegir, le digo, a partir de ahora voy a decidir yo: baja recepción y dile a la chica que no nos podemos quedar, que nos ha surgido un imprevisto, mientras yo voy a recoger nuestras cosas, cogemos el coche y nos vamos a los Picos de Europa. Alberto se levanta del suelo y desaparece. Entro en nuestra habitación. Es una habitación minúscula y está llena de gente porque es una habitación compartida (ayer vimos un documental sobre micropisos). De repente todos se van, dicen que dejan la habitación solo para nosotros. De todas formas no me quiero quedar allí, los muebles están muy viejos y el cuarto de baño solo tiene un lavabo. Intento recoger nuestras cosas, pero lo único que hago es ponerme calcetines unos encima de otros. Alberto llega. Le pregunto si ha cancelado la habitación. Se encoge de hombros.

pañal

viernes, 19 septiembre 2025. Cuando voy a cambiarle los pañales a mi padre, veo que el anterior se lo han puesto sin lavarlo. Le digo que espere un momento, que no encuentro pañales limpios ni la hoja de reclamaciones.

dificultades

jueves, 18 septiembre 2025. Estoy en casa de mis padres y llego tarde al colegio. Busco mi ropa pero está toda tirada por el suelo del que fue mi cuarto. Tengo que llevar la comida, huevos duros, pero no encuentro un cazo para cocerlos. Mi hermana intenta ayudar pero me da un táper. Le explico que si pones un táper al fuego o sobre la vitrocerámica se quema. Me mira con cara de no entender. Voy de un lado a otro a toda velocidad metiendo libros y cosas en la mochila. Me va persiguiendo por toda la casa leyéndome las instrucciones de algo. Mi madre, que ya estaba levantada, se ha vuelto a acostar vestida (incluso lleva un collar de perlas). Veo que mi padre se ha levantado e intenta subir la persiana. Ha dejado el andador a un lado y temo que se caiga. ¡Que alguien ayude a papá!, grito. Entro en el cuarto de mi hermana. Detrás de la puerta, en el suelo, hay dos mochilas con llaves. Como no me da tiempo a buscar las mías me las llevo todas. Algo se mueve dentro de la cama de mi hermana. Es mi tía M (no sé qué hace allí), y me dice que no haga tanto ruido, que quiere dormir hasta el medio día. Miro el reloj, tenía que haber salido de casa a las 08:30 y son las 8:45. Dudo si abandonar y quedarme en casa, pero pienso que hace mucho que no voy al colegio. Salgo al descansillo, hay cola para el ascensor. Bajo las escaleras de tres en tres. Voy pensando que como hace tanto que no voy quizá hoy haya examen o vayan por una lección de la que no sé nada. Aprendo rápido, pienso. Al llegar al portal me doy cuenta de que llevo un perro pequeño blanco. El perro corre delante de mí y se aleja (la correa va extendiéndose). Pienso en si sería mejor parar un taxi para llegar a tiempo, pero creo que no llevo ni dinero ni tarjeta. Pienso en a quién le podré dejar el perro mientras estoy en clase, porque lo veo demasiado nervioso para que se quede quieto durante tantas horas bajo el pupitre.

cortinas de cretona

miércoles, 17 septiembre 2025. Estoy en una habitación que recuerda a la casa de la vecina de mi abuela, con muebles y cortinas de cretona. La supuesta dueña de la casa está a mi lado, saca algo del bolso y me lo enseña. Lo vuelve a guardar inmediatamente. A mi izquierda está Sonia. Me hace gestos de que tenemos que largarnos de allí cuanto antes. Dicho y hecho. Sonia se levanta y se va. La señora me dice que desde donde está no puede ver bien la tele, que corra el sofá. No hay ninguna tele pero empujo el sofá que se ha convertido en una cama enorme y pesada. Sonia vuelve. La señora la echa a gritos. Salgo detrás de ella con la excusa de pedirle disculpas (le digo a la señora), pero con intención de no volver. Sonia dice que la peluquera me está esperando. Abro la puerta de un local muy moderno. La peluquera está tumbada en el suelo con postura de pasar de todo. Me mira con desgana y rencor. Sé quien eres, pero no te he reconocido, dice. Pienso que está molesta porque hace mucho que no voy a cortarme el pelo.

clase de hipocresía

martes, 16 de septiembre de 2025. Llego a una clase. Se supone que soy la profesora. Hay sillas, sillones y sofás. Alumnas en su mayoría (entre ellas, personajes de la tele, como Terelu Campos). Subo a la tarima, no sé qué decir. Lo digo abiertamente: no sé de qué voy a daros clase durante todo un curso. Podemos hablar de nuestras cosas, dicen. Tenemos que buscar un tema, digo y les pregunto: ¿alguien puede definir la hipocresía?
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Vamos en el C1. Un tipo nos pregunta dónde esta la parada del C2 y si falta mucho. Le digo que justo en la esquina, que solo debe bajar y subir porque el C2 viene justo detrás, y además es gratis porque no ha pasado una hora entre uno y otro. Al llegar a la parada vemos a un señor en el suelo. Alberto me dice que le va a tocar atenderlo. El tipo que quería tomar el C2, al ver tanto alboroto, empuja a los demás viajeros para salir, se baja y para un taxi a pesar de que el C2 está justo detrás. Este hombre es tonto, le digo a Alberto, que todavía está dudando si va a bajar a ayudar o no.

red de sueños y la chica bebé

domingo, 14 septiembre 2025. Al lado de la cama he puesto una bolsa de red para que los sueños se vayan guardando solos y no tener que apuntarlos a la mañana siguiente.
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Estoy en una clase bastante vetusta con asientos de madera y terciopelo rojo. Justo antes de que entre el profesor me suena el móvil (el móvil es un billete de tren; lo desdoblo y respondo). Un tipo me pregunta si soy fulanita nosequé Gil (solo recuerdo el segundo apellido). Se ha equivocado, le digo, pero él insiste. ¿Seguro que no eres tú?, porque estoy buscándola para algo muy interesante. Lo dejo hablar porque tiene la voz muy bonita. Habla de otras chicas, todas pintoras, también, dice. Pensé que preguntabas por escritoras, le digo. Su voz me suena, me recuerda a la de Sergio Gaspar. Le pregunto si conoce a una tal Isabel Bono. No la conoce (me río). De repente estoy en un vagón de tren. La revisora me pide el billete (qué es el móvil por el que estoy hablando), me lo quita, lo mira y dice que está equivocado, lo arruga y lo tira al suelo. ¡Oiga, que estaba hablando por teléfono!, le digo y recojo el billete, lo estilo y me lo vuelvo a poner en la oreja, pero ya no se oye nada. Los demás pasajeros me miran como si estuviera loca. Me obligan a bajar en la siguiente parada. Estoy en un andén de un pueblo que no conozco. Llega a una chica que me recuerda a Jessa de la serie Girls. Pelea con un camarero porque ha pedido un menú pero a la hora de pagar no tiene dinero. Me hace gracia y me uno a ella. Dice que tenga cuidado con mi maleta, que me la ate a la pierna (lo intento, pero me es imposible andar, desisto). Llegan tres tipos muy guapos, parecen sacados de un casting de Hair. Una chica muy bajita y no precisamente guapa (aunque no es fea, es que tiene cara de bebé) llora porque está enamorada de uno de los tres melenudos y no es correspondida. La consuelo acariciándole la cara y la cabeza, exactamente como haría con un bebé. Se queda dormida. Los chicos se despiden y se van en moto. Nosotras nos vamos por las callejuelas del pueblo. Le digo a la falsa Jessa que uno de los chicos le ha metido algo en el bolsillo trasero del pantalón. Pienso que pueden ser drogas, pero es una lata con huevos de pascua. Por si acaso, los deja en el alféizar de una ventana. Una niña viene corriendo a traérnosla. Os habéis dejado esto, dice sonriente. Le damos las gracias y volvemos a deshacernos de ella, esta vez tirándola a una papelera.

mi mascota era un robot

viernes, 12 septiembre 2025. Estoy en una habitacióncon luz macilenta. Tengo que leer unos poemas. Empiezo de memoria, pero no recuerdo el final del texto. Cojo un libro y empiezo de nuevo. El libro es de texto, de 1°EGB. Incluso tiene anotaciones con letra de niña. En vez de leer le voy contando al público lo que voy encontrando. Aquí preguntaban el nombre de mi mascota y escribí: T12-M2.

seguro

jueves, 11 septiembre 2025. Estamos en la planta de arriba de la librería Traficantes de sueños, aunque parece un restaurante. Nos han servido un vino blanco muy turbio. Un cocinero desde detrás del mostrador pregunta si nos gusta porque tiene un sabor muy peculiar. Aparece Araceli (trabaja en la librería) y bajamos con ella al patio. El patio es un autobús. Hablamos de los seguros de decesos. Le digo que siempre me han parecido absurdos, que mis padres me apuntaron nada más nacer, que todo ese dinero se lo podrían haber gastado en viajar, que de todas formas si te mueres y no tienes dinero, en la calle no te van a dejar, te entierran de todos modos. Nadie en el autobús me da la razón.

alfombra de césped

miércoles, 10 septiembre 2025. Parece un vídeo musical. Estoy con cuatro personas más, tumbados boca arriba en el césped. Una chica canta y nosotros repetimos el estribillo. Cantamos en inglés. La letra dice algo así como "recuerda que estás aquí y ahora, agárrate bien al suelo, recuerda este momento los días grises". Me agarró al césped (parece una alfombra muy mullida). La chica nos pide que repetimos el estribillo más y más fuerte.
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Mi tía E dice que tendría que cortarse el pelo, pero no puede ir a la peluquería. Me ofrezco a cortárselo. Empiezo por los lados, pero alguien me llama y tengo que salir urgentemente. Cuándo vuelvo veo a mi padre con los brazos cruzados delante del horno. Le pregunto si está preparando la cena. Asiente. Le pregunto desde cuándo sabe usar el horno, pero no dice nada, está enfadado, le pido disculpas por llegar tan tarde. Se le ve joven y fuerte. Mi tía aparece como si se hubiese hecho una permanente, pero lo tiene blanco. Se parece mucho a mi abuela. Estoy sorprendida de que ella misma se lo haya peinado. Pienso si mi tía M se enfadará con ella y conmigo por cortárselo. Mi hermana quiere enseñarme lo que ha hecho con el que fue en mi cuarto en casa de mis padres. Lo ha ordenado, parece enorme, hasta hay una mesa camilla. Quiero hacerle una foto para enseñársela a Alberto y vea lo bien que ha quedado, pero cada vez que disparo mi hermana aparece en ropa interior y tengo que borrarla.

examen

martes, 9 septiembre 2025. Estamos en calle Cuarteles, en la acera delante de la panadería El burrito. Me entretengo jugando con el broche de estrella que me regaló Alberto. Es tan pequeño que se me escapa de las manos, cae en la acera. Los busco por todas partes, entre el bordillo, en el asfalto... Nada. No quiero perderlo porque me lo trajo de la URSS en 1984 y ya es una reliquia. Aparecen una madre y una hija.Ya estamos aquí, dicen (como si las hubiéramos estado esperando a ellas), podemos irnos. Empujan un coche que comienza a rodar solo. Hay tráfico, les digo que tengan cuidado y corro detrás del coche para intentar montarme en marcha y reconducirlo. De repente estamos en el rellano de la casa de mis padres esperando el ascensor. Entramos. La madre  se queda fuera y oímos que cae. Salimos. Tiene una pierna rota. De la pierna le salen tripas. Otra vez estamos en la acera y varias personas llaman al 112. Os dejo en buenas manos, les digo y me voy a toda prisa porque tengo un examen. Llego tarde a clase. Las puertas ya están cerradas. Abro con cuidado y busco un asiento libre. Qué bien, dice un chico cuando me siento a su lado. No te creas, no vas a poder copiar mucho porque no he estudiado. Los profesores empiezan a repartir fuentes de comida (no platos, fuentes) como si fueran folios en blanco. Nos ponen primer y segundo plato. También un plato con unas tortas de pasas prensadas. Pienso que va a sobrar más de la mitad, que es un despilfarro. Un profesor mayor vuelca otro plato de tortas dentro de mi bolsa. Para después, dice. Podéis empezar el examen, dice una profesora. En mi mesa no hay espacio para escribir ni tampoco tengo papel. Pongo las fuentes en el suelo y me levanto a pedir un folio. La profesora me tiende una servilleta de papel La servilleta es de cuadros celestes y blancos. No hay preguntas así que improviso. Decido escribir una carta de amor a la comida. Escribo: "Nada como una servilleta de Vichy celeste para expresar mi amor". Cuando voy a arrugarla, porque me parece una chorrada, la profesora me la quita de las manos y me dice que he terminado. Te vamos a aprobar de todos modos, dice y me guiña.

suegra

lunes, 8 septiembre 2025. Estoy sentada (hacia dentro) en el poyete de la ventana de un bar. Una chica entra y toca la flauta. Se pone delante de mí y dice que son 16,38 euros. Le digo que no voy a dar nada y menos así, con una tarifa. La chica me amenaza con algo que lleva escondido en el pelo.
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Subo (entre niñas de uniforme) el Camino Nuevo hacia el que fue mi colegio. Al ir acercándome a la puerta noto cierto revuelo. Las aceras están como entonces, sin losas, de tierra y piedras, pero esta vez embarradas. Hay tipos muy raros en coches muy raros (tipo Mad Max). Se oyen hasta disparos. Las niñas siguen apiñándose delante de la verja del colegio que sigue cerrada. Pienso que son tontas, que aprovechen y se vayan a casa, que se alegren de que hoy no haya clases. El ambiente es cada vez más peligroso. Veo un camión aparcado y me meto en la cubeta, bajo una lona, esperando a que todo pase.
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Estamos en una habitación con las paredes verde pito, en silencio, comiendo fideos chinos. Cada uno come de su caja, ni siquiera los volcamos en un plato. Las cajas son tan grandes y profundas como las de palomitas que ponen en los cines. Veo como los demás las rebañan metiendo las manos o la cara dentro. Yo intento sacar lo que hay e el fondo con unos palillos. Solo conozco a Alberto que, sentado a mi lado, es el único que no come con ganas. Raúl Cimas aparece de repente (se supone que es el dueño de la casa) y dice que necesita papel higiénico. Su mujer le da un rollo y desaparece. Aparece de nuevo haciendo la V de victoria, feliz, gritando que ni quiero lo ha necesitado. Abraza por detrás a una señora que estira masa con un rodillo sobre la mesa de la cocina. ¡Esa es mi suegra!, grita. Necesito ir al cuarto de baño, pero la puerta tiene una ventana de cristal redonda (pueden verme desde fuera), además no hay pestillo y el váter está demasiado lejos de la puerta como para aguantarla. No sé qué hacer, si arriesgarme. Antes que nada busco papel y no hay. Sobre el lavabo hay toallitas húmedas, pero al coger una se deshace entre los dedos como si fueran espuma.
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Alguien ha subido a Facebook unas fotos en las que salgo con Nené, Ángeles y otra chica en un balancín. Todas llevamos jerséis verdes tirando a turquesa. En otra sale el erizo César (con su pantalón verde). A pie de foto han escrito: ¿Qué pasa con el verde? Todo el mundo pone comentarios jocosos. No entiendo de qué se ríen.

circo

domingo, 7 septiembre 2025. Estoy en la entrada de un circo. Van llegando algunos amigos. Primero Enrique y Lucas (Enrique ha adelgazado mucho), después Andres y Daniel, finalmente Juano (me llevo una gran sorpresa y alegría porque hacía mucho tiempo que no nos veíamos). No hablamos, no les digo nada. Solo, según llegan, voy agarrándoles las caras entre las manos y dándoles un beso. Se van sentando en una grada que hay a mi izquierda.
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Llego a la que fue la casa de mi abuela. Le explico a alguien que antes el jardín era de césped, no de losas, y lo felices que fuimos en esa casa. Según hablo la luz va cambiando, haciendo el jardín y la casa más y más bonitos.

kimono

viernes, 5 septiembre 2025. Llego a la que era mi casa de calle Salitre. El portal es distinto, tiene varias zonas de buzones, algunas escondidas. Los buzones pueden abrirse sin llave. Eso no me gusta nada. Afortunadamente en el mío no hay nada. Cuando subo, la casa tiene un patio andaluz lleno de macetas. Me recibe Mario Virgilio en kimono. Lo encuentro muy guapo y de buen humor. Pone música que sale por unos altavoces gigantes que hay junto a una barra de obra. Bailamos.

basura

jueves, 4 septiembre 2025. Me despierto en el suelo de la cocina de casa. Todo está manga por hombro. Una chica, que no sé de dónde ha salido, me dice que observe las pistas, y se desvanece. Por las pistas, pienso que me han secuestrado en mi propia casa. Un chico muy macarra (no tendrá más de veinte años) me lo confirma, se ríe orgulloso. Le digo que me da igual lo que haya hecho conmigo, que no quiero saberlo, pero que ya podría haber sido más ordenado y no dejar, por ejemplo, los yogures fuera del frigorífico. Meto restos de comida en bolsas de basura. Aparece un tipo que, al parecer, dormía en el pasillo. Le hago señas para que busque ayuda, le señalo las bolsas de basura, le digo con gestos que con la excusa de bajarlas avise a la policía. No me entiende , desisto.
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Mi hermana y yo hemos salido, cada una por nuestro lado, a comprar un regalo para el cumpleaños de mi madre. Me pierdo por las calles, me encuentro a Marina (lleva andador, me entretiene), intento llamar a mi hermana pero el móvil no funciona (es un móvil diminuto, del tamaño de un mechero y no veo las teclas). Pienso que me mate lleva demasiado tiempo sola y vuelvo a casa. Llamo por fin a mi hermana desde el fijo. Le dijo que ya sé l que podemos comprarle, una mantelería bonita. Dice que me encargue yo, que ella ya está en casa desde hace mucho. Te estoy llamando desde casa y no estás aquí, le dijo. Me cuelga.

calle arriba, calle abajo

miércoles, 3 septiembre 2025. Tengo que llevar la pajarita de mi sobrino a casa de mi abuela. Va dando saltitos delante de mí mientras subimos la calle. Cuando veo que está cansado le voy poniendo miguitas de pan delante para que vaya comiendo y avanzando. Al llegar a la puerta Abel me abre con una sonrisa, pero la pajarita ha desaparecido.
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Estoy con un grupo de personas que no conozco, apiñados en una habitación muy pequeña (las paredes y los asientos son color mantequilla y, eso, me inquieta mucho; quiero irme cuanto antes de allí). Se supone que debemos fallar un premio de poesía. Hay tres finalistas. Yo espero que gane Sonia. De repente todos se ponen en pie y dicen: ¡Uno, dos y tres...!, y gritan mi nombre. Me echo a llorar. Pero si no me he presentado, les digo. Tu amiga presentó uno de tus libros, dicen. Todos aplauden, brindan y se ríen. Yo salgo sin que se den cuenta y bajo la calle hacia casa de mi abuela a toda velocidad mientras sigo llorando.

fórmula

martes, 2 septiembre 2025. Estoy en un hotel que se parece mucho al Miramar. Me asomo a la terraza y se me cae un papel que va directamente a la piscina. No sé lo que hay escrito pero temo perder algo muy valioso. Veo como un chico rubio lo lee y se ríe. Mi madre dice que baje rápidamente a por él. Voy en camisón y calcetines. Mi madre dice que no me arregle, que baje tal y como estoy. Me pongo unas chanclas de plástico muy feas que no sé de dónde han salido. Voy hecha un fantoche. Hay dos puertas de ascensor y en el sueño consta que una es falsa y no puedo equivocarme. Pulso el botón que no es, se hunde y suena una alarma. Pulso inmediatamente el otro y la puerta se abre. Bajo al jardín. No encuentro al chico, miro entre los setos, pregunto si alguien lo ha visto. Una chica que vende bebidas señala hacia un macetero. Detrás hay una especie de pecera esférica con varias bolas gelatinosas. Le pregunto a las bolas cuál de ellas es el chico rubio. Las bolas se ríen, se empujan entre ellas. Casi me echo a llorar, les explico que ese papel era muy importante para mí. Una de las bolas sale a la superficie y me habla (tiene una bola más pequeña dentro). Dice que entregó el papel a un señor con barba, que en el papel había una fórmula secreta que salvaría a la humanidad y el señor de las barbas ha escrito un libro y ahora es multimillonario. Podrías ser tú si no hubieras dejado caer el papel, dice. Me vuelvo y en una de las ventanas del hotel hay una pila de ejemplares del libro con la foto del señor de las barbas en la portada. Me da igual que se haya hecho millonario. Me da igual que sea él o yo quien haya salvado al mundo. Mi madre me pregunta con gestos desde la terraza si he conseguido el papel. Le digo que sí.

muchos ceros

lunes, 1 septiembre 2025. Aunque ya estoy en casa de mis padres, tengo que ir a casa de mis padres. Decido ir cruzando el garaje para probar una llave que me ha dado la presidenta. Pulso el menos uno, abro la puerta y en vez de garaje hay un loft improvisado, amueblado precariamente. Hay gente joven, desde los diez años hasta los cuarenta. Cruzo entre ellos, ni me miran (unos sentados en sofás, otros alrededor de una mesa, otros preparando café en una barra de bar de obra). Mis padres están en un apartado oscuro, en la cama. Les digo que hay que levantarse, que ya son las tres de la tarde. Se asombran muchísimo. Oigo a lo lejos la voz de mi hermana. La veo con una especie de megáfono, dando instrucciones. Todos la miran con ilusión. Les dice que habrá para todos. No sé de qué habla. Me acerco y le pregunto de qué va todo eso y quiénes son esas personas. Se sienta en un sofá apartado y me dice con gesto triste y asustado: muchos ceros. No te entiendo. Ceros, muchos ceros, y tres. Explícate mejor. Les he prometido tres millones de euros a cada uno por ser mis amigos. Me enfado muchísimo pero me contengo, le digo serenamente que los amigos no se compran, que ya se lo he advertido muchas veces. No te preocupes (la calmo), no pasa nada, no te habrán creído, sabrán que es broma. De repente se ha convertido en una niña y se echa a llorar. No, no es broma, están esperando al notario para cobrar, pensaba pagarles con el dinero de mamá y papá, dice. ¿De verdad crees que tienen tres millones de euros? Mi hermana al oírme se desmaya (como hacía de niña cuando no quería hacer algo). Paso con ella en los brazos (pesa muy poco) entre la gente, que nos grita y abuchea reclamando el dinero prometido. Les digo que ha habido un malentendido, que no hay ningún dinero. Algunos se van, otros nos siguen e insultan mientras voy con ella inconsciente por la calle, sorteando varios andamios que hay en la acera. No sé bien dónde llevarla porque no reconozco las calles. Pienso en cómo estarán mis padres, si se habrán levantado solos de la cama, temo que se caigan o que los que han quedado en casa los insulten o agredan. (Me despierto sudando con el corazón a mil).