museo

viernes, 10 octubre 2025. Estoy en el antiguo dormitorio de mi tía M en casa de mi abuela (cuanto todavía tenía un arco que daba al salón comedor, en vez de puerta). Busco la dirección de Sora en una agenda muy pequeña. No entiendo mi letra. Se apaga la luz y se enciende la lamparita que hay junto al sofá. Como si estuviera haciendo algo malo, corro a la cama y me tapo hasta la cabeza para que crean que duermo. Es Alberto. Menos mal, le digo. Dice que va a salir a pasear. Salgo de la cama y voy con él. Lleva pijama y batín. Yo voy desnuda, con el camisón arrugado y sujeto delante del cuerpo. Estamos en el paseo marítimo. Algunos pescadores sacan el copo. Está muy oscuro, así que me coloco bien el camisón sin miedo a que me vea nadie. De repente es de día y estamos en el Jardín de los Monos. Hay mucha gente en la parada del autobús. Me parece reconocer a Javier. Subimos. Los asientos están muy pegados unos a otros y nos molestan las piernas. Alberto quiere levantarse pero no puede. Finalmente nos bajamos. Un chico baja detrás de nosotros, se acerca, saluda. Es Javier (no se parece en nada). Le digo que no lo había reconocido, si se ha hecho algo en el pelo (lleva el pelo casi en cresta y muy oscuro). Estamos en una habitación vacía y  nos acercamos a un pequeño lavabo que hay en un rincón. Bebemos como si fuéramos animales. Alberto intenta quitarle algo del cuello a una chica gorda y bajita. ¿Qué era? Una garrapata, dice. Es que tengo pulgas, dice la chica. La miro con asco. Dos azafatas nos dicen que es la hora y nos ponen unos auriculares (se supone que estamos en un museo). De los auriculares sale una pajita. Una de las azafatas me la mete a la fuerza en la boca por más que le digo que no quiero beber nada. Salimos a la calle para cruzar a otro edificio. En el hall, Caína se queja de que alguien le debe dinero. Pablo llama a alguien por teléfono y dice que ya lo ha solucionado. El portero del museo se acerca a la pareja de Pablo y le retuerce el brazo. Después agarra a Caína por el cuello y le estampa la frente en la pared. Caína cae al suelo inconsciente. Corro hacia ella. El portero le pone un sombrero y me la entrega como si fuera un saco. Dice que a partir de ahora no le reclamemos dinero a nadie. Nos vamos a urgencias, le digo y cargo con ella. Al salir a la calle, la calzada tiene un enrejado por donde podemos caer. Tenemos que dar un rodeo para llegar hasta el río, a la altura de Comisaría. Intento parar a un coche de policía pero pasa de largo. Intento para un taxi, pero me enseña un cartel de cartón donde ha escrito algo que no llego a leer.