queso emmental y avispas

jueves, 4 diciembre 2025. Estamos poniendo la mesa. Mi madre dice, por ahí viene tu padre. Me extraña que se haya levantado de la cama solo. Lo veo al final del pasillo, intentando reptar. Corro hacia él y le digo que se haga una bola para poder levantarlo. Lo agarro por detrás y lo subo a la cama. Está lleno de heridas. Algunas son agujeros. Parece un queso emmental.
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Mi padre y yo estamos cenando cada uno en nuestro sillón con la bandeja sobre las rodillas. De repente entra muchísimo aire y las butacas salen volando. Le digo que suelte la bandeja y se agarre bien a los brazos de la butaca. Pienso que ya que vamos a morir voy a disfrutar el vuelo. La butaca empieza a caer, se convierte en una butaca hinchable de piscina y rebota en la acera. Los dos estamos bien.
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Estoy en casa de mi abuela. Mi tía y yo vamos a Madrid. Mi tía va delante de mí con un abrigo de pelo marrón. Le digo que si se pusiera la capucha y le pegara una nariz y unos ojos parecería un oso de peluche. Mi tía se vuelve y dice que le he quitado las ganas de ir a Madrid, que me vaya sola. Al llegar al jardín, veo está lleno de animales. Pienso que los ha traido la tormenta. Hay patos de varios tamaños, gatos, perros... Uno de los perros tiene un collar con el nombre y la dirección del dueño. Lo leo en alto y el dueño aparece con su mujer por arte de magia. Se ponen muy contentos de recuperarlo. Traen a su hija para que la conozca. La niña quiere bailar conmigo. Le digo que tengo mucha prisa, que voy a perder el tren a Madrid. Hay muchísima la gente en la calle. La calle da a una autovía llena de gente que hace de coches. Algunos incluso hacen ruido de claxon con la boca. Vamos como en una procesión. Intento correr entre ellos, pero me insultan. De repente llegó a otra autovía vacía y por fin puedo correr libremente. Para cortar camino atravieso una casa, pero está llena de avispas que me pican en la cara. Aparezco en otra carretera de nuevo llena de coches. Pasan taxis libres, pero cuando me ven la cara ensangrentada pasan de largo. Decido seguir corriendo. Finalmente llegó a una carretera sin coches ni gente y me veo pasar en un autobús. La yo del autobús me saluda muy contenta. Pienso que por fin llegaré a la estación. La estación es en blanco y negro y parece de una película de Berlanga. Hay una taquilla en alto con dos viejas y un tipo que se parece al cartero de Cronicas de un pueblo. Les doy un billete de mil pesetas (de aquellos con los Reyes Católicos), pero me dicen que el tren está en marcha y no me dejarán entrar. Corro al andén donde dos viejos con uniforme polvoriento discuten si el tren puede salir o no porque tiene una avería. Me ofrezco a arreglarlo. Seguro que son los frenos, les digo. Se ríen a carcajadas.