virus gallifante

miércoles, 6 febrero 2019. Estornudo. Me sale de la boca una especie de gallifante de colores de tres cabezas que mide una cuarta. Menudo virus, pienso. Quiero deshacerme de él, pero al tener seis patas es muy veloz. Cuando lo alcanzo se divide en tres. Al que he cogido le abro un tapón de goma y se desinfla.
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Llego a casa de mis padres. Veo que se han dejado entreabierta la puerta de la terraza. Oh, oh, pienso. Efectivamente, se han colado unas palomas. Cuando intento echarlas, veo que también hay un pato enorme y tres perros. En el cuarto de baño hay escondidas dos chicas. Llevaos a los perros antes de que llegue mi padre, les digo. Todos salen hacia el ascensor. En el suelo hay un bulto bajo un trapo que muevo hacia afuera con el pie. ¿Es un conejo?, pregunta una de las chicas. Al destaparlo vemos que es búho. Les digo que lo dejen encima de un coche, que él sabrá llegar a su casa. Aparece mi padre con cara de pocos amigos. ¿Qué es eso?, señala uno de los sillones. Hay una manta con algo que se mueve debajo. Es otro perro. Mi padre corre a por una escoba.
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Estamos en mitad de calle Larios, en una mesa de oficina decidiendo algo. Yo no digo nada, me agobia que la gente esté pasando a nuestro alrededor. Ya está, dice Cristina. Empieza a pasar una procesión, les digo que mejor nos vayamos a casa. Cristina propone un debate sobre la incidencia del cáncer y cómo prevenirlo. Todos se van, Sólo quedamos ella, un chico y yo. Pues entonces nos tomamos una hamburguesa, dice. Me extraña que Cristina proponga eso. No sé cómo hemos llegado a un patio encalado donde Cristina tiene clase de zumba. Todas van vestidas de amarillo, con ropa hecha jirones. Bailan. El chico y yo nos quedamos al fondo. La profesora dice de repente: ¡Clase de cocina! Todas se ponen a amasar y hacen una especie de empanada rellena de queso.