jueves, 4 junio 2020. Hemos quedado con Perkins en la puerta de la librería Teseo. Lo vemos desde lejos pero no podemos avanzar porque hay un atasco en la acera. Le hacemos señas con los brazos, no nos ve y se va. La calle se transforma en un autobús. Vamos de pie en el pasillo. Algunos protestan porque hay quien no lleva mascarilla. Se cambian de asiento para no estar a su lado. Al bajar, notamos que nos vigilan e intentamos huir. Llegamos a un barrio con edificios a los que les falta la pared frontal. Están amueblados, parecen casas de muñecas. Entramos en una que acaba en una calle sin salida con una pared que baja unos 20 metros. Le digo a Alberto que podemos descolgarnos uniendo sábanas, como los presos de dibujos animados. Dice que él se queda, que yo me esconda bajo la cama. Bajo la cama no hay suelo. Me escondo entre el colchón y el somier. Entra una pareja de nuestra edad. Hablan con nombres en clave. Veo cómo le enseñan a Alberto fotos de sus padres con círculos en la cabeza. En esta lo tuvieron a 17 centímetros, debería tener más cuidado, le dice. Veo cómo comienza a entrar y salir gente, parece que trabajan allí. Lo que parecía un armario de cocina contiene carpetas e informes. Entra Garzón y me saluda con naturalidad. No entiendo cómo conoce mi nombre. Me habéis descubierto, les digo. Sabíamos que estabas ahí todo el tiempo, pensamos que dormías, dicen. Entra un chico, me suena haberlo visto haciendo de monaguillo en Semana Santa y me cubro con un edredón. Cuando se va les digo que es un espía. Lo sabemos, dicen y sonríen. Me preguntan de dónde viene mi nombre en clave. Les cuento que me lo puso un novio noruego de mi tía M, que es el nombre de una constelación. Mientras lo digo, recuerdo que no fue así. No, no, fue mi abuelo, les digo, pero el novio noruego existió de verdad. Habrás leído a Hamsun, dice uno. Claro. ¿Y tú has leído a Ingvar Ambjornsen? Se va cabizbajo. ¡Cuando lo leas te va a encantar!, le grito mientras se aleja.