lunes, 8 junio 2020. Me encuentro a Paco mientras camino por la calle. Hace más de veinte años que no nos vemos (en el sueño y en la vida real). Seguimos andando mientras nos ponemos al día. Al preguntarle si sabe algo de Josemiguel, aparece. Me doy cuenta de que los tres llevamos sombrero. Paco uno de vaquero, Josemiguel un gorro de ducha y yo una gorra de golfillo. Le digo a Josemiguel que, por su bien, no salga así a la calle. Hacemos un pacto: ninguno de los tres volveremos a llevar sombreros/gorros nunca más. Al quitarme la gorra aparece como en los anuncios una melena larga y rizada. Les cuento la última vez que nos vimos y él no me reconoció. Se sorprende de mi memoria. Mientras hablo, en paralelo, se suceden imágenes de cómo habría sido mi vida con él (por ejemplo: va de compras en patinete, cargado de bolsas, y no se baja ni para entrar en las tiendas). Mientras le hablo, pienso que de buena me he librado.
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Cruzo la calle en patinete, no soy capaz de frenar y choco con un chico que estaba agachado haciéndole una foto a su mujer. Les pido disculpas y le agradezco que me haya frenado. Se lo toman bien, se ríen. Resulta que somos vecinos. Me preguntan si soy la amiga de Blanco. Dicen que nos conocimos en su cumpleaños. Vivimos en el tercero. Yo en el quinto. ¿Desde tu piso ves al inventor de partituras? Me cuentan que el inventor de partituras al principio molaba mucho, pero desde que le ha dado por la música dodecafónica vuelve locos a los vecinos y que, como las inventa en la terraza, le tiran nueces y cubitos de hielo a ver quién le da en la cabeza. A veces le tiran hasta patatas, dicen en voz baja. Quieren que conozca a sus hijos. Al entrar, los amigos de Blanco se han convertido en Irene Montero y Pablo Iglesias. La casa está muy desordenada. En vez de sofá hay una cama deshecha. La abuela de los niños juega con ellos. La alfombra está llena de juguetes. Me enseñan la terraza del inventor de partituras. Les digo que desde la mía se ven las piscinas, que suban cuando quieran. El niño mayor se pone muy contento y me abraza. Les digo que el mayor es igual a ella y el pequeño idéntico al él. Pablo se mete en la cama (vestido y calzado) a leer. Aparecen otros amigos. Voy a la cocina. Por la ventana veo el patio del inventor de partituras. Al ver que tiene una barra de bar de madera me cae bien. Pienso en si les sentará mal que me vaya sin despedirme.
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Estoy en el vagón de un tren muy antiguo. Alguien se dejó la ventana abierta. Al intentar cerrarla se me vuela el periódico. Salgo a por él. Cuando intento volver a entrar, la puerta del tren (que es metálica y muy pesada) está demasiado alta. Me agarro como puedo con las yemas de los dedos, como si hiciese escalada. El tren silba, la puerta se cierra, me pilla los dedos. Me duele muchísimo pero no quiero soltarme porque mis cosas están dentro. El tren toma velocidad, pienso que si me concentro puedo viajar así (recolgada de dos dedos) hasta que lleguemos a la siguiente estación. Veo que nos acercamos a un túnel. No sé si conseguiré pegarme lo necesario para no chocar con la pared. Cierro los ojos. (Me despierto).